En el cuento que da nombre al libro, la narradora asiste a una entrevista de trabajo cargando en el bolsillo de su abrigo un pajarito herido, tal vez agonizante o muerto. Puede que obtenga el puesto y que el pajarito reviva gracias al calor de su mano. “Es que soy buena para cargar otras vidas conmigo”, explica a la hora de justificar sus cualidades para el trabajo.
Este gesto que la escritura de Claudia Ulloa Donoso convoca replica una constante de los personajes de su libro: todos intentan cargar otras vidas, eligen caminar sobre brasas para salvar sus almas o, cuando no, pretenden rescatar a otros de la muerte que representa una mosca sobre la mejilla o la frente.
Pajarito (Libros del Laurel) reúne cuentos de la escritora peruana que vive actualmente en Noruega, en Bodo, al norte del círculo polar ártico. De registros variados, algunos cuentos cultivan el género fantástico, sobre todo por la vía del suceso inexplicable que el relato acoge sin cuestionamientos; en otros, que siguen el impulso de la exploración, la escritora sondea una narración que dispone en la hoja como un poema, o desglosa, por ejemplo, los sentidos del verbo esperar en noruego, inglés y castellano.
El mundo narrativo del libro tiene una configuración móvil, incluso aleatoria, parece producido por un estereograma que establece una disposición de la imagen que permite ver más de lo que “es” porque proyecta sobre la imagen inicial otra posibilidad, otra disposición u otro instante de la misma figura, que así se descubre transformada por el paso del tiempo. Es esta vivencia de estereograma –que el mismo texto propone y define– la que pulsa múltiples derivas en las situaciones de Ulloa Donoso, sea el caso del matrimonio bollywodense que por desconocimiento lingüístico un personaje asume con naturalidad en “Una de Bollywood” o el de la protagonista de “Eloísa”, cuya convivencia con muchos hombres se debe a que estos, en realidad, son luciérnagas que ella atrae y muta a la forma humana.
Tal como la mano en el bolsillo que protege al pájaro herido, los cuentos amasan una sensibilidad ampliada, con seres que están en continuidad –no siempre amable- con los otros, con los gatos o los pájaros, los hombres o mujeres, los árboles y la ciudad. Incluso los tornillos que en uno de los cuentos colecciona un escritor retirado “son especiales, casi como las personas”.
Dispuesta al humor y al asombro, pero en el borde del dolor psíquico, la narración de Ulloa logra el milagro de la naturalidad. Hay que agradecer a la autora la precisión del lenguaje y del pensamiento, sin menoscabo de una confianza extrema en la fuerza narrativa, y que tampoco elude el riesgo de la experimentación. En “Pajarito”, por ejemplo, jamás se tiene la impresión de que el cuento responde a un requerimiento formal, nunca sospechamos que la responsabilidad de la mujer a la hora de cuidar a los otros y a ese pajarito protegido en su bolsillo corresponde al cierre “medido”, previsto, de un cuento perfecto, uno cuyas piezas calzarán en todo los sentidos; el milagro de los cuentos de Ulloa está en la naturalidad de un avance bajo su propio impulso vital, sin temor al desorden o a la irrupción final.
Entre el olor a pescado muerto de Lima y el frío de las noches blancas de Noruega, las narraciones del libro habitan los múltiples espacios del mundo, bajo una cadena de modulaciones que liga los cuentos por analogías temáticas, emocionales, metonimias desviadas o el punto cruz de una palabra arbitraria. De ese modo, se invita al lector a un tránsito por los relatos.
¿Cuál es la experiencia del viaje en el mundo contemporáneo?, ¿bajo qué forma se constituye un exilio contemporáneo? En el ensayo titulado “Extranjerías” que incluye en Objetos mutantes. Sobre el arte contemporáneo, Andrea Giunta destaca que en la actualidad la experiencia del viaje se ha modificado, y subraya cómo este cambio repercute en el campo del arte en relación con la “extranjería”. Aunque cabe aclarar que en demasiados y pavorosos casos la extranjería sigue declinando las experiencias del terror y el abuso, es cierto que muchos escritores latinoamericanos habitan e inscriben sus obras en distintas ciudades. Pero la antigua elegía por la pérdida del terruño parece haber mutado en otra materia, en una intervención activa, con obras itinerantes en que la extranjería permea prácticas y productos culturales, un estado de situación que, en el campo de la literatura, requiere pensar bajo nuevas condiciones la dicotomía entre lo local y lo global. Es justamente en esta renovada experiencia de extranjería donde se inscribe el libro de Ulloa Donoso, una escritura que vincula todo lo viviente, pero señala también una fisura extrema, en el punto preciso, allí, en aquello que jamás podremos compartir de la experiencia de cualquier otro.
La materia prima de estas historias abreva en la fragilidad de seres del aquí y el ahora, que aparecen sin vínculos precisos, expuestos, y que, sin embargo, se prestan a los vientos de lo que vaya a suceder, porque incluso en el aislamiento se atesora el pulso de los vínculos, esa intensidad esquiva que circula y que nos une