La artista visual Carolina Toro encuentra los objetos que actúan como modelos para su producción pictórica en los recorridos por la ciudad: flores halladas en las calles, quizás en un jardín, en un parque, en el contexto de algún paseo o viaje. Son flores adquiridas en algún local para realizar un regalo. Flores que viajan hechas imágenes como un envío que efectúa algún amigo que nos recuerda desde la distancia. Son aproximadamente veinte cuadros dispuestos en una perspectiva lineal, articulada a partir de continuidades y rupturas. La mayoría son obras de pequeño formato, a excepción de dos pinturas que se presentan en una escala más grande. Rosas, orquídeas, lirios, amapolas, flores de pájaro o aves de paraíso, entre otras más, son las flores que Carolina Toro ha decidido trabajar, pues su obra no se dedica a reproducir de manera apacible sus referentes sino que estos son estudiados y modificados a partir de una aproximación fotográfica y un posterior trabajo de edición digital.
Carolina Toro. Amapola, 2016, técnica mixta, 23 x 23 cms. Imágenes: cortesía de la artista.
Las decisiones que articulan el proceso compositivo de Carolina Toro traducen cierto malestar respecto a las convenciones más tradicionales de la práctica de la pintura. Si la fotografía actúa como una instancia de aprehensión de sus modelos de trabajo, las flores pronto son estudiadas para ampliar sus posibilidades de representación sobre la superficie. A partir de las obras de la muestra, deduzco que la artista ensaya diferentes posiciones de sus objetos y estabiliza opciones que, en términos compositivos, resultan complejas. A la artista le interesa dejarnos ver en su obra su incomodidad con las limitaciones del formato bidimensional que decide acusar por medio de la disposición de sus flores en las coordenadas del cuadro, las que ingresan a él de a medias, por partes, situadas en ubicaciones infrecuentes y sin prisas.
Ruptura del plano y búsqueda de lo tridimensional
Amapola introduce la conocida flor de efectos sedantes, cuya disposición en la superficie del papel siguiere la proyección de una profundidad que se cierra a medida que los trazos morados pierden espesor. En esas condiciones, la flor pareciera reclamar un espacio ficticio que es el que físicamente requiere para desplegar sus pétalos y enseñar su cápsula. En Orquídea las operaciones compositivas apuntan a la necesidad de ofrecer una doble perspectiva de la misma flor de manera simultánea. Una delgada y sutil línea entrecortada atraviesa de modo diagonal la superficie del cuadro. En una parte aparece apenas recortada una orquídea de lustrosos pétalos amarillos y en la otra parte tan solo un fragmento de la flor. Pienso que aquella decisión da cuenta de una invitación, a la que también ha respondido la artista, respecto de la articulación de una mirada detenida y motivada por la exploración de detalles matéricos, cromáticos y espaciales de su objeto de estudio. Aquella exploración insiste en la producción de una extrañeza de la mirada frente a la representación de objetos y motivos de larga trayectoria en la cultura artística y visual. En esa línea, la despreocupación de Carolina Toro respecto a la idea de la construcción de segundo plano se entiende como un vuelco a ciertas convenciones pictóricas que insisten en los efectos de ilusión y verosimilitud visuales. La indiferencia frente al horror vacui evidencia que las inquietudes artísticas de la autora no convergen en la clausura de un modo o método de pintura ni en la consumación de un repertorio temático sino más bien en la interrogación de procesos compositivos, en los cuales aparecen claras señas de un ejercicio en marcha.
Carolina Toro. Orquídea, 2016, técnica mixta, 22 x 30cms. Imágenes: cortesía de la artista.
Desdoblamientos
Self portrait, hecha hace dos años, nos acerca a un momento del trabajo de la artista en el que ensayaba una aproximación a la pintura con mayor énfasis en los aspectos técnicos y los efectos de realismo. Resulta difícil pasar por alto el tratamiento “preciosista” con el que ha abordado su obra, conseguido gracias a una paleta cromática limpia, pura y cautivante y a una ubicación simétrica de la flor en el cuadro. Pero quizás el aspecto más atractivo de Self portrait lo constituye aquella situación que puede comprenderse como un juego de dobles. La flor que vemos se encuentra antecedida por otra versión monocromática (¿un cambio de piel?) que más bien parece una sombra que asedia a su nueva versión que resplandece en la oscuridad. Me parece que Manifiesto actúa como contrapunto de Self portrait. Ahora desde un fondo completamente blanco, y vista desde arriba, emerge apropiándose de casi la totalidad de la superficie un lirio fucsia que enseña sin reserva todos sus pétalos e incluso incorpora un trazo rosado y sedoso como otro pétalo más. Manifiesto ha optado por tomar distancia de un sistema compositivo más estructurado y pone el acento, creo, en lo que parece ser una de las claves conceptuales de la muestra, la vitalidad. El flamante lirio parece que recién acaba de abrir sus pétalos y nos deja ver por lo tanto su estigma, anteras y parte de su receptáculo. Esta vez los espectadores abordamos la imagen de una flor al modo de sus venideros agentes polinizadores.
Carolina Toro. Self Portrait, 2015, óleo sobre tela, 100 x 100 cms. Imágenes: cortesía de la artista.
Carolina Toro. Manifiesto, 2017, técnica mixta, 100 x 100 cms. Imágenes: cortesía de la artista.
Por otra parte, las obras de Carolina Toro recuerdan cierto tipo de visualidad de corte científico que solían acompañar las publicaciones de investigadores y viajeros que se dedicaban a registrar la fauna y la flora de un territorio desconocido. Sus representaciones muchas veces alcanzaban efectos estéticos y sus objetos de estudio se abstraían de su contexto para exhibir su ciclo, morfología y coloración. Pero de eso ya ha transcurrido suficiente tiempo. En el trabajo de Carolina Toro más bien se libran pequeñas batallas en torno a convenciones externas –las de la práctica de la pintura– y también internas. Hay señales de una incomodidad con las limitaciones que la superficie bidimensional impone al ejercicio de una pintura que a su vez busca replantear sus propias formas de inscripción de motivos y signos. Las obras de esta artista están en pleno proceso de exploración en torno a ese espacio blanco y su forma de volverlo imagen mediante los artificios del lenguaje de la pintura. Apuestan, en cambio, hacer de los obstáculos que aparecen en el trayecto nuevas posibilidades para desdibujar rutas ya consabidas.
Este artículo surge de la exposición Florecimiento de la artista Carolina Toro, en la Galería KRAL Arte Contemporáneo, entre el 14 y el 20 de julio de 2017.