Leer el poemario de Ignacio Mardones Nally, La península, equivale a ser golpeado sólo por unos segundos por una fuerte luz en medio de la noche. Si se es lo suficientemente cristiano se le atribuirá la naturaleza de dicha luz a alguna revelación, si por el contrario se es ateo podrían llevarse a cabo otras elucubraciones. Pero el hecho es que algo ha ocurrido, en la noche, y la primera sensación es de desconcierto. La península es de una belleza inusitada y salvaje. Lleva algo de trabajo descubrir en una primera lectura la dirección a la que es conducido uno en cada poema, pero de a poco se intuye que es algo tan hondo que por eso mismo confunde a primeras luces, que ciega en la oscuridad, pero si se recogen con calma las señales dejadas por la personalidad del hablante, podremos descubrir la dirección a la que pronto seremos llevados.
En términos generales el tenor del libro es el siguiente: un poema por página, teniendo entre los más largos aquellos que cuentan entre veinticinco y veintiocho versos y lo que es uno de nuestros primeros asuntos a resolver: todos titulados con nombres femeninos. Así es como está organizado el poemario. Lo segundo que nos permite dilucidar la orientación de este libro es su temática. Y lo tercero y último es su nombre: La península. Cuando lo recibí, en una hojeada rápida creí que era un libro sobre mujeres. Sobre malas experiencias en el amor quizás o sobre algo que tuviera que ver con enamorarse y no ser correspondido. Eso sólo guiado por la lectura irresponsable de los títulos de los poemas. Este, nuestro primer problema (el título de las composiciones) nos lleva de manera inevitable al segundo asunto: la temática, la que deja ver varios aspectos interesantes, como el tipo de imágenes que se vuelven recurrentes en los textos de Mardones Nally y que ponen en evidencia su prolijidad como poeta. La mayoría (de las imágenes) encuentra su motivo en la naturaleza, cómo esta envuelve las situaciones dadas e interviene en las cosas mismas. Además cabe destacar sin duda el carácter de epifanía de muchas de ellas. Los poemas son parejos, en el sentido de que siempre están describiendo la relación que mantienen el hablante y quien presta su nombre para la composición, pero todo en base a lugares o situaciones. Es decir, son historias sobre cosas que suceden u objetos propiamente tales los que definen la interacción o en ocasiones lo que fue o lo que pudo haber sido la interacción entre las protagonistas del texto y el hablante que las rememora. Dentro de esta dinámica, dibuja lugares descritos con un ahínco que termina en lo fresco, en lo salvaje, en lo único y en el retrato de texturas de objetos finamente logrados. De modo que, si se quiere leer este libro bien, los sentidos deben estar abiertos para percibir al menos tres asuntos fundamentales: lugares, situaciones y cosas. Ahora bien, La península es La península por cada una de estas composiciones. Creaciones que son mucho más que nombres de alguien en particular, son historias concretas, experiencias vívidas y vividas. Situaciones que le permiten al hablante no ser una isla a la deriva, perdida en la incertidumbre de un océano, relatos que le permiten ser una península. Es decir, en pocas palabras: mantener esa esperanza de la unión, de la pertenencia que genera el fuerte significado del recuerdo. Este poemario no habla ni de mujeres (solamente), ni de onomástica. Habla de la poesía que significa haber estado ahí, estado ahí contigo, estado ahí los dos y luego sin ti, solo. Y no me refiero exclusivamente a un relato amoroso, es también la valentía de compartir a pesar de todo. De compartir con Elena, con Vilma, con Uma, con Priscila, con Sofía, de compartir.
Finalmente, reconozco algo: pude haber citado partes del poemario pero no me pareció justo. Primero, porque espero que lo adquieran y que lo experimenten con toda libertad como corresponde a los poemarios y segundo, porque arrancando alguna cita huérfana no le habría hecho justicia a toda la perla que es este libro. No debe ser leído así, no a jirones, su belleza no lo permite.