Hace un par de semanas fuimos testigos del alzamiento de miles de mujeres, quienes salimos a las calles bajo el mismo estandarte: “Ni una menos”. La problemática en torno a la violencia de género se ha instalado fuertemente, no solo en Chile, sino alrededor del mundo, y la necesidad de tomar conciencia y reflexionar en torno a qué es violencia de género se hace cada vez más apremiante. La última ceniza (Oxímoron, 2016, 190 páginas) es la primera novela de la periodista Montserrat Martorell. Se trata de un texto que a partir de una interesante estructura narrativa polifónica se instala, precisamente, en el foco de esta discusión y nos invita a reflexionar sobre la mecánica de las relaciones humanas, examinando las distintas circunstancias que pueden afectar a un individuo hasta romperlo, y desencadenar así una especie de efecto dominó.
La novela se organiza a partir de dos personajes principales: Alfonsina y Conrado, quienes viven en el mismo edificio, Alfonsina en el “4B” y Conrado en el “3B”, hecho que desencadena que el destino de ambos personajes acabe por unirse. Nada más empezar la novela, en el primer capítulo se nos sentencia un crudo desenlace: “La mujer del 4B se había suicidado” (29), pero para llegar a entender cómo sucedió eso el lector deberá recorrer los siguientes trece capítulos e ir conectando las diversas partes de la historia. En La última ceniza todos los personajes están quebrados, todos guardan heridas que los marcaron e influyeron fuertemente en la persona que son hoy en día. Alfonsina es, en apariencia, una joven y exitosa socióloga, “con las virtudes a cuestas que el mundo inventa y asocia con esta mujer que todos piensan está hecha para ganar” (31), pero guarda una larga y difícil historia que parte el día que queda huérfana. Las apariencias y el qué dirán la hacen olvidarse de sí misma, olvidar su verdadera historia, e invisibilizar el largo historial de violencia de género que ha ido forjando su carácter. Por otro lado, Conrado es un psicólogo retirado, que se encuentra sumido en una depresión tras su separación. Conrado es un hombre callado, de apariencia fría y – según dejan entrever sus comentarios – altamente machista. Pero ese carácter también es parte de un largo historial traumático que parte en la infancia: nunca supo quién era su padre. Pero los traumas como el incesto y la orfandad marcan de una manera u otra, no solo a Conrado y a Alfonsina, sino también a sus padres, y terminan por afectar además a sus parejas: Laura, la ex esposa de Conrado se forma una imagen de este como un hombre frío e indolente, y Federico, el ex novio de Alfonsina, la ve como una histérica. Pero también Federico y Laura llevan sus propias marcas que afectan al otro, y como en un incendio que acaba por consumirlo todo, los cuatro van extinguiéndose hasta convertirse en cenizas.
En La última ceniza no hay una verdad absoluta, tampoco un desenlace final que responda todos los cuestionamientos, sino que, al contrario, hay diversas perspectivas de los hechos, por lo cual la novela demanda un lector activo que cuestione y reflexione acerca de las causas que desencadenan el quiebre de las relaciones. Para ello la autora utiliza recursos como la mencionada polifonía de narradores, que no solo se limita a darle voz a Conrado por un lado y a Alfonsina por otro, sino que también utiliza diversos tipos de narraciones, en primera y tercera persona. E inclusive los narradores se personalizan aún más, pues cada uno poseerá un estilo particular de narración que, por un lado, le ayudará al lector a perfilar su personalidad, pero que, por otro, le sumará un grado de subjetividad a lo narrado. A raíz de esto el lector siempre tendrá los dos lados de la historia a partir de cómo la vivieron sus protagonistas, pues también habrá espacio para las contrapartes: Laura y Federico. El lector por ende deberá – como un detective – buscar y unir las partes que le permitan entender cómo y por qué sucedieron las cosas.
Es así como a partir de esta compleja estructura narrativa, La última ceniza pone en el foco de la reflexión la violencia de género. Pero no únicamente la violencia que conlleva a la muerte, sino las diversas situaciones violentas a las que se enfrentan hombres y mujeres desde la infancia a raíz de los estereotipos impuesto por el patriarcado. Destaco por ello que la novela de Montserrat Martorell nos invita a reflexionar sobre la vida misma, sobre los pequeños actos de violencia que invisibilizamos y que finalmente van sumando hasta quebrarnos y quebrar a los que nos rodean. Quiero destacar, por último, el interesante juego visual que hay al interior del libro, en cuyas páginas se encuentran plasmadas ilustraciones al borde de cada capítulo, las cuales simulan ser ramas, las cuales al menos a mí, me evocaron la sensación de que todos llevamos heridas guardadas, heridas que finalmente nos afectan y afectan a los que nos rodean.