Estoy en proceso de cambio. Me he prohibido improvisar al momento de hablar en público. Por eso les voy a leer.
Este número de la revista Cuadernos de Arte, editado por los artistas Mario Navarro y Paula Dittborn, me entusiasmó mucho. El tema de la revista -el juego- es tan bueno que me dieron ganas de haber hecho algo en ella, sin merecerlo ni tener el rigor necesario para hacerlo. Para esta presentación, en cambio, sí escribí ideas que se me ocurrieron a partir del recuerdo de momentos en los que pensé en el juego y la actividad artística como cosas amigas.
La primera vez que pensé en el juego y el arte me cayó mal la mezcla. Recuerdo de adolescente estar con mi hermano mayor y una radio casetera. Estábamos armando nuestra colección de música. Durante días enteros perseguimos canciones en la radio, eligiendo el momento donde apretar los botones REC y PLAY. La radio Beethoven toca continuamente música clásica. Siendo ésta una de las secciones faltantes de nuestra biblioteca, nos dedicamos a pescar ahí.
De las piezas musicales que no identificábamos por el nombre ni por el autor, tratamos de extraer solo las partes que llamábamos “las buenas”, para no aburrirnos con los largos conciertos e interminables óperas. Por suerte, los dos estábamos de acuerdo en el criterio de selección. “Las buenas” eran el Adagio de la 5 de Mahler, la “Canción de la tierra”, la obertura de “Parsifal”. Todas emocionales, aterradoras, excitantes, perturbadoras, que te embargan, y son en un sentido fáciles. Son místicas, son chulas, parecen querer salir de la radio para llegar a una verdad inevitable y conmovedora, épica.
Lo “no bueno”, por oposición, era el juego: la matemática que tantos profesores de Álgebra destacaban como hermana de la música para hacer tragable su sopa. Era la música musical de los músicos. Era lo bien hecho, lo intricado, lo astuto, lo lúdico. Era el Instituto Nacional y su devoción fetichista por el ajedrez. Era la clase media que se tragaba al pueblo y a la aristocracia, y se llevaba unas cajas de juegos de mesa para el feriado de Semana Santa. Terminábamos de escuchar conmovidos el segundo movimiento de la 7ª de Beethoven y ahí empezaba el tercero, y los dos imitábamos a unos idiotas cabalgando al compás de la música, haciendo unas caras flemáticas y ridículas y nos reíamos.
Este desprecio al arte juguetón me alejó del jazz, de los solos virtuosos de Eddy Van Halen, del bajo sin traste de Jaco Pastorius o Pedro Aznar, de John Cage, Devo, pero también de Sol LeWitt, Perec, Juan Luis Martínez, Cattelan, de todo arte participativo, de todo arte interactivo. En fin, no me ha hecho ganar tiempo en mi educación artística. Más viejo he tenido que reconocer a todos estos artistas magníficos, injustamente tachados. Definitivamente estaba equivocado en la lista, y también en el fondo del asunto. Sin embargo, aún puedo imaginar un tipo de artista juguetón que desprecio. Violeta Parra creo que imagina el mismo tipo de artista al recitar estos versos de “Cantores que reflexionan”: “¿Qué es lo que canta? –digo yo. / No se consigue responder. / Vana es la abeja sin su miel, / vana la hoz sin segador. / ¿De dónde viene tu mentir / y adónde empieza tu verdad? / parece broma tu mirar; / llanto parece tu reír. / Va prisionero del placer / y siervo de la vanidad. / Busca la luz de la verdad, / mas la mentira está a sus pies.”
La segunda vez que pensé en el juego y el arte me cayó bien la mezcla y de hecho me pareció la única posibilidad y explicación de la actividad artística. El año pasado Francisca Sánchez y yo estuvimos de residencia en la Galería Kiosco, en Santa Cruz, Bolivia. La Galería Kiosco de Santa Cruz invita cada años a tres artistas para trabajar en sus dependencias. El otro residente del 2014 fue Mario Macilau, fotógrafo mozambicano.
Una de las condiciones de la estadía es hacer una presentación del trabajo de los artistas visitantes, lo cual se realiza en forma de una charla abierta al público. Echamos a la suerte el orden de las exposiciones: primero Mario, segundo Francisca, tercero yo. Mario parte: una imagen en blanco y negro de un niño negro y sus dientes blancos, está solo en una pieza oscura abandonada y sucia. Luego una foto en blanco y negro de un niño de unos catorce años con una metralleta enorme. Después una mujer recogiendo un zapato en un basural que Mario explica está en Kenia. Así van veinte del mismo estilo. El público está en éxtasis. Una señora le pregunta cómo accedió a estos niños marginados. Mario le explica que él también fue uno de estos “mininos da rua”.
“Todo es verdad” dice. “Mi verdad”, recalca. “¿Cómo llegó a hacer fotografías?” pregunta otra persona del público. “Porque es verdad” repite Mario. “Porque no hay actuación, es un documento”.
Miro a Francisca con cara de espanto, pensando cómo vamos a impresionar a los bolivianos después de esto. Francisca Sánchez tiene para presentar una carpeta de dibujos realizados luego de observar por un año cómo caen las olas del mar. Además un trabajo sobre dibujo, hoyos y moldes. Yo por mi parte traigo una historia sobre cómo es pintar de memoria. Entretenido si se quiere, pero inocuo si crees en las responsabilidades que conlleva el mundo muy, muy, muy real de Mario.
Presento mis pinturas, explicando las muchas reglas que me he impuesto para estar en el taller y pintar. “Estas son las reglas del juego”, digo. Pero después de los niños de Mozambique con sus pistolas, “juego” se volvió una mala palabra, una grosería. Alguien me pregunta de dónde saco el tiempo para jugar.
– Supongo que de donde mismo lo sacan uds. y Mario- contesto. -El tiempo a todos nos sobra. El arte es un pasatiempo- agrego.
– Pero hay cosas urgentes- me dicen.
– Lo urgente es un pasatiempo, lo urgente es que el tiempo pase, como cuando jugamos. Ver cómo pasa y se estanca, apretarlo y soltarlo como una pasta de dientes.
– Pero tu juego es tu juego. Bien por ti, pero qué lo hace verdadero.
Recito para mis adentro, en tono burlón, “cuando el juego se hace verdadero”, el coro de la canción del grupo chileno Tiro de Gracia. “Cuando el juego se hace verdadero / bienvenido al laberinto eterno de fuego / el fuego, el fuego”. Y después no digo nada, porque de un juego es muy difícil hablar. Siempre se está alrededor y adentro al mismo tiempo.
Este número de Cuadernos de Arte es muy completo y rodea muy bien el tema. Leeanlo y verán.