El poeta italiano Edoardo Sanguineti (1930 – 2010) fue quizá uno de los últimos poetas en portar el estandarte de intelectual moderno. Su obra poética y crítica, ceñida en principio a la tradición italiana, es complementada por un sostenido trabajo de traducción de los clásicos: Esquilo, Sófocles, Eurípides. Quizá las condiciones materiales de existencia en Italia condicionaron su obra a girar, junto con otros poetas, su rostro directamente a la realidad. Durante 1963 fue miembro del movimiento Gruppo 63 de neovanguardia. Como cierta respuesta a la producción conservadora perpetrada por la dictadura fascista, los nuevos creadores, entre ellos un joven Umberto Eco, apuestan por tomar distancia del paradigma del “antiguo régimen” haciendo uso de un lenguaje experimental, tanto en música y artes plásticas como en literatura.
El Gruppo 63, antesala crítica si se quiere del movimiento de 1968, fue duramente censurado por abrirse a las nuevas tecnologías y dispositivos de los medios de comunicación, siendo incluso llamados “neocapitalistas”. En contraste, los conservadores se refugiaban en un realismo próximo al decimonónico, de manera de representar lo más fielmente la tradición italiana. La apertura a estas nuevas tecnologías tenía por sustento una reflexión en torno a las condiciones históricas del presente. De cierta manera, los artistas no podían desentenderse de su contexto, de las condiciones materiales de existencia. En aquellos años, Sanguineti, además de enseñar literatura italiana en la Universidad de Turín, inició una vida activamente política, siendo su punto más alto su rol como miembro de la Cámara de diputados del Parlamento italiano por el Partido Comunista entre 1979 y 1983, además de una constante participación en medios de comunicación e intervenciones públicas.
Durante 2006, a modo de celebración por el cumpleaños del dirigente del PC italiano Pietro Ingrao, Sanguineti escribe un discurso que titula “¿Cómo convertirnos en materialistas históricos?”, el cual se vuelve libro, y llega traducido algunos años después de la mano de Rosa Benéitez Andrés y Pablo López Carballo para los Libros de la resistencia (Madrid 2014). Constantemente referido como uno de los libros favoritos de Sanguineti (incluso por sobre su poesía), esta reflexión de no más de cincuenta páginas se ha vuelto un manifiesto de su integridad como pensador y poeta.
La visión que tiene Sanguineti del intelectual es muy próxima a la que tenemos en América del intelectual decimonónico. Es decir, el escritor que mediante la palabra, de manera performática, cumple un rol para con la república. Su formación ciertamente humanista, integral, lo dispone a una visión crítica del mundo, lo cual, según Benéitez y López “le permitió cuestionar las bases culturales de la modernidad italiana y, lógicamente, de la europea” (8). Importante conocedor de Dante, Sanguineti toma de este su capacidad para poner en la palestra la crisis histórica y política en la obra. O sea, muy conscientemente, un fiel representante de la idea de un intelectual orgánico que estableció Gramsci en sus reflexiones.
Sanguineti piensa “¿Cómo convertirnos en materialistas históricos?” como un manual al estilo de “Cómo cultivar bien las flores en las terrazas romanas” o una guía de “Hazlo tú mismo”. Lo cual implica entender la toma de conciencia como un acto de pensamiento y práctica concreta desde la cotidianidad (17). La toma de conciencia de la clase proletaria, dice Sanguineti, suele entenderse como recibida desde el exterior, casi como un principio indiscutible. Tanto Marx como Engels no fueron parte del proletariado. Su Manifiesto del 48 justamente apunta a constituir un partido que brinde conciencia a una clase que no la tiene, en contraste a la burguesía que había sido capaz de constituir a sus propios intelectuales.
La pregunta para Sanguineti es entonces, ¿cómo los intelectuales adquieren conciencia de clase? Una posible respuesta se obtiene de la dialéctica materialista. Entender a la economía como motor dinámico de la historia, y la lucha de clases como la oposición histórica (desde el presente de Marx, hasta el nuestro, incluso) que necesariamente debía culminar en una inversión dialéctica en donde la última clase del proceso histórico pusiera fin a las dictaduras históricas, y abriera por fin un reino o estado de libertad, puede servir de algo para responder a la interrogante.
El pensamiento de todo hombre parece estar predispuesto a la conversión. Despejar las estructuras (o superestructuras) ideológicas, míticas o religiosas, aparentemente es parte de un proceso que implica asumir determinada posición, desarrollar y profundizar una idea hasta contradecirla, abandonarla o directamente rechazarla. Sanguineti encuentra útil recoger en este punto una criticada Historia y conciencia de clase de Lukács, particularmente su ensayo “Conciencia de clase”, donde el ruso lleva a cabo una autocrítica y demuestra de qué manera se vincula la trayectoria personal con un camino general. Más allá del itinerario teórico y práctico que lleva a cabo Lukács, importa el definitivo paso desde el compromiso político a uno puramente intelectual.
Sanguineti narra su propia experiencia de encuentro con otra “casta” o “clase”. Si bien había visto obreros y burgueses y sabía distinguirlos, la toma de conciencia de la diferencia le parece radical para comprender una arista de un mundo completamente desconocido para él en esos años de entre guerra. El roce con hijos de obreros y participantes activos de la revolución obrera europea, además de ciertas lecturas y revisiones del cine ruso, le permiten dar forma al pensamiento materialista histórico. Antes de la idea, estuvo la experiencia, el encuentro, el gatillo histórico del encuentro de una clase y otra. Las historias que siguen son de lectura. Tras la experiencia material viene la necesidad de dar forma “intelectual” a la idea de la lucha de clases. El encuentro con autores como Sartre, Heidegger, además de una relectura de Marx y Engels, permite pensar el mundo desde el mundo.
¿Qué hace el intelectual tras una derrota mundial del proletario? ¿Qué lugar ocupa el pensamiento y el pensador en un mundo que prefiere obviar ciertas preguntas? Las nociones de intelectual orgánico de Gramsci y algunos planteamientos de Benjamin en su Tesis de filosofía de la historia pueden ser de utilidad, sobre todo en torno a la idea de compromiso, entendido como algo que solo tiene condición de existencia cuando existe una posición clara y firme de clase (52), según Sanguineti. Del mismo Benjamin, comparte la idea del error del proletario en pensar en la felicidad de los niños del futuro, cuando en realidad se trata de vengar el sufrimiento de los padres: “no existe conciencia de clase si no existe odio de clase” (54). En principio la expresión “odio de clase” fue utilizada por la prensa burguesa para denostar la lucha de los movimientos sociales y anarquistas de principios del siglo XX[1]. La connotación negativa que se formó en la opinión pública sirvió en más de un país para “expurgar” a individuos “potencialmente peligrosos”. Para el pensamiento libertario, cuyo fin es abolir la institucionalidad del Estado, y no tanto a los individuos, el principio se fundamenta en un odio hacia la injusticia sistémica. Los revolucionarios son “como el poeta, que es un padre bueno y pacífico, pero canta al odio, porque esto le da la oportunidad de componer versos buenos… o tal vez malos. Hablan de odio, pero su odio, está hecho de amor”, nos dice Malatesta. Por otro lado, para el comunismo, la lucha sí se da entre sujetos pertenecientes a clases “contrarias”, es decir, parece ser necesario acudir al odio como aliciente de la revolución.
El compromiso intelectual que propone Sanguineti con su obra poética y crítica hace pensar en una profunda sed de venganza. Venganza como motor de escritura, como principio generador de una praxis política, ergo, de la revolución. Pensar en un contexto donde se privilegia el obedecer parece ser el mínimo acto de compromiso ante la hegemonía de la burguesía. El mismo compromiso lo vemos en el apego con que Sanguineti lee a los pensadores de otros tiempos. Hacerse cargo de su tiempo en parte se trató de hacerse cargo de todo el pensamiento acumulado hasta ese momento. La tarea del intelectual entonces, como lo pregonó y practicó Sanguineti, está en comprometerse a no olvidar la venganza, a pensar en un tiempo donde reflexionar parece subversivo y quizá encontrar, en la revisión al pensamiento del pasado, el gatillo para la revolución del futuro.
[1]“Que se haga la lucha de clases tanto como uno quiere, si por lucha de clases entendemos la lucha de los explotados contra los explotadores por la abolición de la explotación. Esa lucha es una forma de elevación moral y material, y es la principal fuerza revolucionaria en la que se pueda tener confianza”. Malatesta, Errico. “En mi juicio: ¿Lucha de clases u Odio de Clase? Umanità Nova, n. 137, Septiembre 20, 1921.