“Si tengo que describir la realidad tal como la veo, debería incluir mi brazo”. Esta frase de Bertrand Russell es el epígrafe de Dos cubos de azúcar, libro de pequeño formato, poemas breves y sin título, numerados correlativamente del 01 al 43. Pensando la cita de Russell en el contexto de este libro, parece indudable que la percepción de la realidad nos incluye, pero ese brazo del que habla el filósofo inglés es también un signo de que incesantemente la alteramos.
Empecemos entonces por la realidad que será la protagonista de este libro. “Cuentas impagas en la mesita de luz”, “el termómetro bajo la axila”, “los tapabarros corroídos por el óxido”, “la verdura fresca sobre la mesa”, etc. El conjunto de poemas que nos presenta David Bustos se aprovisiona de remisiones a lo que se ve o siente ordinariamente, el lado menos dudoso de lo real. A ello suma versos que actúan como pliegues y hacen sonar raro lo familiar, por ejemplo: “los golpes de estado de la naturaleza”, “bosque de bronquios”, “El movimiento vegetal de los párpados”, “el murmullo de un tronco”, etc. Por una parte, parece proponer que la realidad que percibimos día a día lleva adherido, en cada uno de sus objetos, un significado propio del automatismo sensible en que estamos sumidos; por otra, que la reflexión de la realidad, su doblez, permite al poeta y al lector un triunfo sobre el mero transcurrir de la rutina.
Para ello, algunas veces, la voz de Dos cubos de azúcar combina lo ordinario y lo imaginario dando la impresión de continuidad entre ambos: “04. Cuotas impagas en la mesita de luz/ limpian el bosque de bronquios./ Como un ebrio abrazado a un árbol de viento/ la corteza seca de eucalipto fluye blanda/ por las amarras de un higo./ La noche con su cola de polvo./ El movimiento vegetal bajo los párpados.” Aquí, la prosaica realidad es mutada gracias a formas poéticas orgánicas y sumergida bajo los párpados de lo in-familiar. La misma mano que debe pagar las cuotas es la que se abraza a un árbol de viento y una mesita de luz es el pasaje de un mundo al otro, sumiendo el cuadro en el fluir de la visión interior.
En otros momentos, la invención poética de Bustos quiebra la continuidad perceptiva, disgregándola en un contrapunto irresoluto, lo que da como resultado un poema dividido en lo real y lo imaginado; y también a una aglomeración de imágenes en que al lector le cuesta fijar su atención y lograr la síntesis. Por este camino llegamos a propuestas semejantes a las de los cubistas: “23. Un par de alelíes plantados/ en latas de conserva./ La página rota/ de un libro es la libertad./ La respuesta a una pregunta./ Por ejemplo el vaho de los caballos amarrados a la mañana./ La promesa de la nieve.” Los versos van componiendo unidades independientes que, puestas una al lado de la otra, no se prolongan en un significado y tampoco se remiten mutuamente ni si quiera en el título. Sin embargo, al pasar sus ojos sobre estos bloques, el lector los vuelve autónomos y reflexivos.
Hay poemas en que solamente el libre flujo de la conciencia comunica lo conocido con lo fantástico en forma de paradojas: “07. El elefante sobre la tortuga./ La piel de un tigre desplomado./ Retrato del artista./ La frecuencia del crepúsculo en el cielo./ El mismo retrato ahora resquebrajado./ Costura de la costra./…” Privilegiando la emoción, la fantasía y el azar forman, con lo ordinario, una encrucijada que retarda el significado.
Volvamos a la áspera realidad. Ella, en su lado más cotidiano, pone en la base de este libro un tono melancólico que sume todos sus objetos en la reflexión y en la imaginación poética: “30. Una lata de conserva/ bajo el umbral de la cocina/ flota entre las arrugas/ de una poza de agua.” Pero no hay que confundirse, no se trata de un progreso de lo creado por sobre lo dado ni la disolución de una en otra. Los aparatos poéticos de Dos cubos de azúcar están hechos para presenciar el contrasentido de lo real mediante el accionar de ambas dimensiones frente a los ojos. El efecto de extrañamiento que surge de ello impulsa al lector a mirar de nuevo ambas esferas, separadas y juntas a la vez, como lo real. Y aquí toma sentido la cita de Russell en este libro: la descripción de la realidad requiere una reapropiación de sí, un salto desde la representación banal de la realidad a su reflexión poética.
*Dos cubos de azúcar: publicada en octubre de 2014, ediciones Una Temporada en Isla Negra, www.unatemporadaenislanegra.cl