“La fotografía no es la verdad. El fotógrafo interpreta la realidad y, sobre todo, hace su realidad de acuerdo a sus conocimientos o sus emociones.”
Graciela Iturbide
Esas son las palabras que nos dan la bienvenida a la muestra de la fotógrafa mexicana Graciela Iturbide, inaugurada en el mes de mayo y que se podrá visitar hasta el 12 de julio en el GAM. Esta exposición se divide en ocho puntos centrales de su trabajo: Autorretratos, Fiesta y Muerte, Juchitán, En el nombre del Padre, Pájaros, Naturata, El baño de Frida Khalo y Seris, los que viven en la arena. Además se presentan algunos documentales de corta duración, donde Iturbide define su obra y comenta el proceso personal de su quehacer fotográfico.
Lo interesante de la muestra de Iturbide es que se trata de una invitación, una invitación a los mundos profundos de esta fotógrafa, a sus vivencias. Nos encontramos con una exposición que habla tanto de la gente con la que compartió, como de la reflexión hecha imagen de esta fotógrafa. El encuadre fotográfico es su marco interpretativo. Iturbide tiene muy claro que la fotografía no es un acto objetivo, sino reflexivo y personal. Se trata de una expresión de mundo hecho imagen.
En aquellas fotografías nos encontramos con una técnica impecable. La mayoría de ellas están compuestas en formato medio, lo que resalta aún más a las personas u objetos retratados. Te encierra en los detalles, en las texturas, en el equilibrio de elementos de cada imagen, en una escala de grises manejada a la perfección.
Da la sensación de que la distancia focal utilizada es la distancia al corazón de esta gran fotógrafa. Los planos más abiertos o en un formato de 35mm, hablan de esta distancia del conocer, de la reflexión, de que no se puede conocer fácilmente aquello que está tan próximo, de que al menos una presunta distancia nos permite un juego reflexivo, los otros y uno, interactuando en un pensar profundo. Así se muestra la imagen interpretativa de Iturbide, una toma de posición, la franqueza de la subjetividad, de una mirada particular. Uno acepta el desafío de mirar a través de sus ojos.
Por otra parte, aquellas fotografías que componen la muestra de Naturata, fotografías que fueron tomadas en el Jardín Botánico de Oaxaca, interpelan los sentidos. Se trata de una serie de fotografías de cactus y árboles, algunos cubiertos con telas, como si estuviéramos ante un proceso de recuperación. Lo que llama mayormente la atención son las texturas. Estas texturas y contrastes de grises hacen que imágenes que remiten a un objeto o detalle en particular apelen también a un sentir. Además de invertir el sentido de aquello que podría ser netamente biológico o botánico. Hasta cierto punto, uno no sabe si se trata de sólo de cactus o estamos en presencia de un estado onírico que guía este ver.
En suma, la cita que da inicio a la muestra de Iturbide en el GAM, nos advierte bastante bien de lo que podremos experimentar en esta exposición fotográfica: “Sin la cámara ves el mundo de una manera y con la cámara de otra; por esta ventana estás componiendo, incluso soñando con esta realidad, como si a través de la cámara se estuviera sintetizando lo que tú eres y has aprendido del lugar. Al fotógrafo le sucede lo mismo que al escritor: le resulta imposible tener la verdad de la vida”. Sin tener esta intención, Iturbide también nos invita a experimentar conscientemente un espacio de reflexividad, donde el mundo personal del fotógrafo dialoga con el mundo extraño de otro. Es ese diálogo el que nos hace entrar en los imaginarios sociales de Juchitán o de Fiesta y Muerte.
Esta mirada que camina por la reflexividad de esta fotógrafa mexicana, hace un cierto guiño a la antropología de antaño, aquella que seguía los pasos malinowskianos, que intentaba ver a través de los ojos del nativo, que intentaba permanecer el mayor tiempo con los habitantes del poblado seleccionado. Abraza el corazón de la antropología, al conocer estos pueblos desde dentro, desde su gente y hacer que esta vivencia se vea reflejada en la imagen que expone la autora.
Graciela Iturbide no pretende hacer una fotografía etnográfica, pero es algo que logra muy bien por su metodología de trabajo. En la muestra de Juchitán, Fiesta y Muerte, En el nombre del Padre y Seris, los que viven en la arena, vemos imágenes de un otro, de un mundo al que podemos tener cierto acceso. Es cierto, la fotografía de Iturbide no sigue los patrones de la fotografía etnográfica de manual, la cual nos indica que el sujeto no debe posar o se debe intervenir lo menos posible en la toma, pero sí sigue los lineamientos del trabajo de campo (como anteriormente mencioné). A Graciela Iturbide le interesa una fotografía personal. Lo interesante es cómo ese mundo tan personal nos transporta hacia estos otros mundos y cómo aquellos otros se ven reflejados en estas imágenes, en las que en cierto modo ven retratada una parte de sí.
En la muestra no todo tiene relación con la comprensión de un otro, en un sentido de prácticas y quehaceres (ritos, muertes, identidad femenina), sino que también comprende el universo reflexivo que nace desde una lectura en particular. En el caso de Pájaros, Iturbide pensaba en la obra de Farid al-Dîn Attar, El lenguaje de los pájaros. Son esos pensamientos los que rondan la composición y el relato fotográfico de aquella muestra, una búsqueda iniciática de aquellas almas o espíritus inquietos. Por otra parte, En el nombre del Padre, que expone la matanza de cabras en Oaxaca como una tradición de aquella localidad, está cruzada por los relatos bíblicos, por la experiencia de lo sagrado. En todo ello se mezcla el sacrificio y la belleza de la composición fotográfica.
Graciela Iturbide se preguntaba “¿Qué puedo aprender de otros con la fotografía?”. Esta es una pregunta que cruza la mayoría de las imágenes; otras nos hablan de un aprendizaje íntimo, un viaje personal, que nos invita a experimentar lo desconocido y por qué no, hacer nuestro propio viaje interior.