Movimento perpétuo: Introdoxos propone ser leído desde la página final hacia la página uno. En este inusual itinerario que se planteaba, leí sus imaginativos versos sorprendido frecuentemente por los vínculos entre poemas de un lado u otro de la página. Sabiendo de antemano que el libro presentaría varios de los poemas de Márcio-André sobre las ciudades, tuve la precaución de ir doblando las esquinas de algunas hojas para luego recordar dónde fue que me detuve en cuál verso. Estas migas dejadas en el sendero funcionaron solo medianamente: pronto las imágenes, los temas, las reflecciones, comenzaron a acumularse y a competir en mi memoria. Releyendo hacia el final, me vuelo a cruzar en Sobral, con Einstein y Dummont caminando lado a lado. Más tarde, o más a la izquierda (dependiendo si medimos la lectura por el tiempo que toma o por la topografía que cubrimos) me hipnotizan las noticias ficticias en los “doze solos acuáticos de violinofónico”, y luego caigo en meditación serena tras leer Terralis, como si hubiera presenciado el reflotamiento lento de los restos en alta mar de un naufragio desconocido. Leo Engenhos do ar y anoto: (usar esta frase como título de una obra musical). Y luego en A Profecía, provocado, me detengo tratando de descifrar la palabra que el rayo inscribe en el cielo, o trato de imaginar el mensaje que la antología de las tempestades podría revelar.
En la página veintrés se celebra O Funeral, apropiado y majestuoso, y una música única resuena idéntica con estos versos: la sonatina del Actus Tragicus de J.S. Bach. Como ésta, los versos emanan un tono de sabia resignación, y quizá de fé astral en que aquel que desciende bajo la línea de la tierra no se lleva consigo la palabra última.
Os Ornamentos, en contraste, me conduce a un estado meditativo, impactado por su efectiva síntesis de poderosas imágenes ilustrando el abigarrado mundo perceptivo de la mente poética.
La riqueza del lenguaje simbólico que Márcio-André nos ofrece a través de su arreglo dialéctico entre los contenidos de las páginas pares y los de las páginas impares es casi hipnótica. Desde el sucinto y soprendente A Luz, que en página 14 mira de costado a la compleja A Cidade, con su profunda reflexión sobre la irrefrenable invención de las urbes, o la antipódica O . con su llamado a transitar el vacío, justo al lado de As Libações, con su sórida y churrigueresca jarana a Apolo.
En un rincón menos ostensible aparece O Reflexo que, en mi experiencia, sin embargo, es una lectura central en Intradoxos. Este poema no sólo transmite su médula mágica en forma resuelta y plena de confianza, sino que comunica también una halo de destreza alquemística, con su impulso de ética, observación minuciosa e intensa, y su anhelo de síntesis.
Intradoxos, así leído de atrás para adelante y finalmente arrivando a las páginas de un solo dígito, me obsequia con el reencuentro con la sustancia mágica de la poesía, con aquel atributo que a la vez de parecer inocente, casual o arbitrario, es sin embargo preciso, intenso y deliberado. Márcio-André merecidamente enmarca este periplo con sendas invocaciones a la luna, o mejor dicho con dos estadios del alma reflejados en episodios lunares –desde la luna liberada a su propio riesgo en: A Palavra, hasta la tramoyera y melancólica elegía de A Lua.
Al leer Intradoxos uno puede experimentar el tránsito desde el temor a lo complejo del mundo sensual, pasando por un gradual descubrimiento de los detalles que conforman la circunstancia existencial, pasando también por un estadio en donde las complejidades racionales cambian de signo tornándose lúdicas, para finalmente reencontrarse con la naturaleza espiritual, trascendental de la vida vivida con una mente predispuesta al encuentro metafísico.