Baldomero Lillo, Obra completa, Santiago:
Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 2008.
Tal vez a muchos la mención de Baldomero Lillo les recuerde sus lecturas escolares. Para mí, la obra de Lillo me es cercana por muchas razones, entre ellas porque vivo en San Bernardo y, como deben saber, Lillo pasó parte de su vida en esta comuna. En efecto, existía en San Bernardo, en la calle O’Higgins esquina con Pérez, una placa que recordaba que allí había vivido, desde 1905 hasta su muerte, el ilustre escritor Baldomero Lillo. Sería arriesgado citar el contenido exacto de esa placa, pero gracias a ella todo sanbernardino podrá recordar que allí había vivido un escritor. A riesgo de equivocarme, esa placa hoy no existe. Tampoco San Bernardo es la misma ciudad que conoció y habitó Lillo a principios de siglo; un pueblo tranquilo y señorial con chacras y parcelas donde sesionaba la “Colonia Tolstoiana”, con escritores e intelectuales como D’ Halmar, Magallanes Moure, Fernando Santiván, y el propio Baldomero Lillo, entre otros. La placa es un ejemplo más de cómo las ciudades van perdiendo poco a poco su memoria histórica.
Otra razón por la cual la obra de Lillo me es cercana es mi calidad de profesor. En mi corta estancia como docente de liceo tuve que enfrentar muchas veces la pregunta acerca de por qué leer Subterra de Baldomero Lillo. “Otra vez ese libro”, “es muy fome, profe”, “el de los mineros, qué lata”. Estos comentarios surgen por dos razones: la distancia temporal que media entre la obra de Lillo (escrita a principios del siglo XX) y los lectores del siglo XXI, y su condición de “clásico”. En el primer caso, vencidas las reticencias frente a la lectura de Subterra, el libro se impone por sí mismo y no deja indiferente a quien lo lee. Hay una fuerza en sus páginas, la potencia de mostrar sin muchos ambages el ambiente crudo y hostil de las minas del carbón, que si bien no tiene su correlato histórico actual (Lota se cerró en la década de los 90), no puede dejar a nadie indiferente; a pesar de que las formas de explotación se han modificado, la injusticia, con matices diferentes, aún nos golpea como sociedad. Por ello, la lectura de Lillo no deja de sorprendernos por su actualidad, en especial cuando se trata de los cuentos referentes al maltrato de los patrones hacia los empleados, como el cuento “El pago”, o de las precarias condiciones de trabajo de las minas, como en “El chiflón del diablo”.
El segundo caso merece analizarse con más cuidado ¿Qué hace de Baldomero Lillo un clásico de la narrativa chilena? ¿Por qué razón es una lectura complementaria sugerida por el Ministerio de Educación, por qué ha habido innumerables ediciones de Subterra…? Como afirman los críticos Jaime Concha y Carlos Drogett, Lillo es el sustrato desde el cual se nutrirán los escritores posteriores de la narrativa chilena (en especial la social), así como algunos poetas continuarán la vertiente poética iniciada por su contemporáneo Pezoa Véliz (“el primer antipoeta”, según Parra). La obra de Baldomero Lillo, sus cuentos, aportarán una nueva perspectiva, una nueva forma de aprehender la realidad a través del lenguaje (si es ello posible) diferente al modernismo y al criollismo de las letras nacionales. Este es un motivo más de peso para considerar la obra de Lillo como un clásico de nuestra literatura y un clásico muy a la “chilena”, si se quiere, provinciano, con pocos estudios formales, pero con una conciencia clara y una observación aguda de la realidad.
De acuerdo a Ítalo Calvino (1992) “los clásicos sirven para entender quiénes somos y adónde hemos llegado”. Esta afirmación es válida en el caso de las obras completas de Baldomero Lillo, que nos hablan de un mundo pasado, pero a la vez presente. Nos muestran una cara del desarrollo material de Chile que tal vez aún molesta… es cosa de ver las noticias, de escuchar las diferencias salariales que hay en nuestro país y uno podría preguntarse si el mundo de las minas de Lota con su sistema de fichas e injusticias sociales aún sobrevive en el umbral del Chile del Bicentenario. Pero no es solo la denuncia social; muchas veces se olvida su veta humorística, la que también sirve para preguntarnos por nuestro carácter como sociedad. “Tienda y trastienda” es un buen ejemplo de la habilidad de Lillo para retratar la “pillería” del comerciante que pone a prueba a un “inocente” buscador de trabajo. Narrado en primera persona, el texto adquiere el valor de una confesión irónica donde el aprendiz de vendedor capta y describe todas las maniobras de su jefe para defraudar y estafar a la clientela. En este cuento, vemos los recursos que el personaje principal despliega para vender artículos al doble del precio original, vender menos metros de tela que los solicitados y evadir el pago de sus empleados a través de un original sistema: mantenerlos a prueba hasta cansarlos. “Tienda y trastienda” nos habla de lo exterior y de lo interior; de la cortesía y el cinismo con el que enfrentamos el mundo, y del egoísmo que profesamos en nuestra intimidad para con el prójimo cuando velamos por nuestro propio interés. De esta forma –al igual que en la comedia clásica- Lillo refleja nuestros vicios morales con el fin de denunciarlos y satirizarlos. Convendría preguntarse hasta qué punto el doble estándar, el aprovechamiento y la hipocresía no han perdido vigencia en el Chile actual.
Las Obras completas de Baldomero Lillo, libro recientemente publicado por ediciones Universidad Alberto Hurtado, ofrece la posibilidad de rencontrar las narraciones de Lillo en una cuidada edición crítica que por primera vez reúne en un volumen toda la obra publicada y conocida del escritor oriundo de Lota. La publicación se enmarca en el proyecto editorial Colección Biblioteca Chilena, la cual busca ofrecer un número significativo de obras centrales de la literatura nacional en nuevas ediciones, al cuidado de académicos de literatura que fijen el texto con criterios estables y rigurosos, además de complementar la edición con notas y estudios críticos que buscan ofrecer información útil para situar la lectura en su contexto histórico-literario.
La historia editorial de Baldomero Lillo, tal como figura en el apartado “Historia del texto y criterios de la edición”, es azarosa, se desconocen los originales y se cuenta apenas con la publicación de dos libros de cuentos: Subterra y Subsole. El resto se sus textos fueron publicados en diarios y revistas de la época y luego reunidos en un volumen póstumo. Los editores adoptan el criterio de “restituir” en este volumen la voz original de Lillo, al guiar la publicación de su obra a partir de las últimas ediciones revisadas en vida por el autor, 1917 y 1907 respectivamente. Para el resto de los relatos se toman como textos base las versiones publicadas en diarios y revistas por él mismo. Se reservan las notas para consignar las variantes significativas de las distintas publicaciones.
La edición cuenta además con la informada introducción de Jaime Concha y un dossier que reúne un repertorio crítico ineludible acerca del autor y su obra, como son los textos de Carlos Drogett, Leonidas Morales y Luis Bocaz. Finalmente, no se puede dejar de mencionar la cronología que ayuda a contextualizar la obra de Lillo, y la cuidada selección de fotografías de la época que acompañan los inicios de sección.