Para comenzar, una confesión
Quisiera ofrecer en estas líneas un comentario a dos textos de reciente aparición. Se trata de Perspectivas sobre el coloniaje y La inauguración de la academia[1]; textos que fundan la colección Documentos para la comprensión de la Historia del Arte en Chile de ediciones Universidad Alberto Hurtado. Para comenzar este comentario, permítanme hacer una confesión que, como espero poder mostrar, tiene una estrecha relación con las intenciones editoriales de ambos volúmenes. Una vez vistos ambos libros, la idea de reseñarlos me generó cierto temor. Pues honestamente, siempre me ha parecido problemático hablar de temas referentes a la cultura en Chile. La sola idea de enunciar algunas palabras al respecto hace que mis preguntas se transformen en torpes elucubraciones. Y más aún cuando toda esta confusión no tarda en tropezar con lugares comunes, vale decir, prefabricadas ideas que las más de las veces se emplean o bien para salir del paso, o bien para compartir algún crítico aunque apresurado enjuiciamiento. En el peor de los casos, no es difícil ver cómo el tono de estas discusiones oscila entre el desinterés y el esnobismo[2]. Por estos motivos, y no queriendo cometer tales atrocidades, leí con cierta cautela ambos volúmenes. No obstante, fue una feliz sorpresa hallar en estas páginas reflexiones sobre la cultura en Chile que, antes que definir o juzgar, problematizan la posibilidad misma de comprender y definir las prácticas culturales de nuestro país. Más que juicios categóricos en torno a la cultura, ambos volúmenes proponen una invitación a cuestionar el lugar y la formación cultural local. Pero antes de profundizar en estas ideas, describamos brevemente los libros en cuestión.
Textos, documentos y ediciones
Perspectivas sobre el coloniaje y La inauguración de la Academia son una compilación de testimonios y documentos sobre la formación de la institucionalidad del arte en Chile a finales del siglo XIX y principios del XX. El primero de ellos, introducido y comentado por la Dra. Constanza Acuña, historiadora del arte y especialista en barroco americano, se compone de cuatro textos. El primero de ellos es Apuntes sobre lo que han sido las bellas-artes en Chile (abril de 1849), del historiador Miguel Luis Amunátegui (1828-1888). Luego, La exposición del coloniaje. Carta Colonial (1872-73) y Catálogo del museo histórico del Santa Lucía (1875) del intelectual Benjamín Vicuña Mackenna (1831-1886). Finalmente, la selección termina con unos extractos de El arte en la época Colonial de Chile (1929) del anticuario y presbítero Luis Roa Urzua (1874-1947). Cada uno de estos textos ofrece un testimonio polémico sobre el arte colonial en Chile. Y digo polémico, pues se puede leer en ellos, como señala Constanza Acuña en su introducción, “la estimulante disputa entre defensores y detractores del mundo virreinal” (p. 8), como queda atestiguado tanto en el tono como el mensaje de las palabras de quien fue, sin duda, uno de los actores más relevantes del período: “Agrupar estos tesoros mal conocidos, clasificar esos utensilios humildes pero significativos, reorganizar en una palabra la vida esterior del coloniaje con sus propios ropajes, i prestarle, mediante la investigación i el método una vida pasajera para exhibirla a los ojos de un pueblo intelijente pero demasiado olvidadizo, hé aquí la mira filosófica de este propósito.” (p. 37)
La inauguración de la academia, por su parte, introducido y comentado por la Dra. Josefina de la Maza, historiadora del arte y especialista en arte moderno latinoamericano, se compone de cinco documentos, todos ellos testimonios de la inauguración de la Academia de Pintura en Santiago de Chile en el año 1849. El primer documento es la Contrata del director de la Academia de Pintura (1848), firmada por el pintor italiano Alejandro Cicarelli (1808-1879). Lo sigue el Reglamento de la Academia de Pintura (1849), decreto de gobierno firmado por Salvador Sanfuentes, ministro de Instrucción Pública del gobierno de Manuel Bulnes Prieto. Después, el famoso Discurso pronunciado en la inauguración de la Academia de Pintura (1849) del director de la Academia de Pintura Alejandro Cicarelli, la Contestación en verso del intelectual y político Jacinto Chacón (1820-1893). Finalmente, la selección nos presenta la reseña Inauguración de la Academia de Pintura (1849), escrita por Francisco Fernández Rodella y publicada en el segundo tomo de la Revista de Santiago. A diferencia del tomo anterior, aquí no hallamos tanto disputas o afrentas, como testimonios de los ideales políticos y culturales que impulsaron la misión de dar lugar y componer, al decir de A. Valdés[3], el imaginario de una nación en nacimiento. Al respecto, las siguientes palabras de Cicarelli son una de las más ilustrativas: “Pero el arte, señores, no se circunscribe a esta parte científica, sino que tiene otro fin. Cuando un nuevo país ya constituido, posee una Universidad de estudios literarios para promover el desenvolvimiento de la intelijencia, como principio de toda concepción; a este principio, esta concepción quedarían sin ninguna realización, ni aplicación práctica a nuestras necesidades, si no fuesen seguidos de la acción. Esta acción, para poderse manifestar, debe estar consignada en un cuerpo científico i mecánico juntamente; esta rueda indispensable entre la ciencia i la industria es una Academia de bellas artes. Ella toma el concepto científico de un lado, lo elabora, lo ilustra i lo pasa a la industria para realzarla con la luz del principio del dibujo, de lo bello, de lo elegante i sencillo. Cualquiera objeto que se quiera crear toma principio en el arte, que le suministra variedad, forma, gracia i armonía. Sería demasiado el intentar investigar de qué modo penetran las bellas artes en el cuerpo industrial, constituyendo la vida que en él circula, como la sangre en el cuerpo humano. Deduciré solamente aquí, que sin el principio del arte todo es trivial, grosero, mezquino. (p. 34. Cita a Ciccarelli).
Materia de comprensión
Quien haya asumido en alguna ocasión labores de archivo, reconocerá el valor material de esta colección. Trabajar con fuentes primarias no siempre es fácil, ya sea por la accesibilidad a los textos, los tiempos institucionales disponibles, las reglas que limitan la pesquisa o bien por las dificultades hermenéuticas de enfrentarse a otros tiempos a través de las letras. Y aunque bien podríamos defender cierta mística de archivo, y apelar así a la experiencia ante incunables y diversos libros antiguos, lo cierto es que aquí las fuentes primarias yacen –si no perecen– en la distancia material que las resguarda y limita. Ambos volúmenes, ciertamente, hacen frente a esta situación al poner a disposición, tanto de expertos como de lectores diversos, fuentes que son fundamentales para entender los juegos de fuerzas tras el proceso de formación del imaginario cultural local. Y a mi parecer, es precisamente este último punto lo que resulta más destacable de Perspectivas sobre el coloniaje y La inauguración de la academia.
Ante la confrontación entre la cultura colonial y los ideales de progreso de la razón ilustrada local, Constanza Acuña pone atención en la potencia de las imágenes heredadas y cierta violencia de los discursos ilustrados apropiados, para señalar que “la función de las imágenes en una sociedad que se formó en medio de una verdadera guerra simbólica –entre la sobrevivencia de los imaginarios precolombinos y la voluntad hegemónica de la cultura europea–, adoptó significados y valores ambivalentes que dependían de los distintos usos y puntos de vista otorgados por los creadores y receptores de las obras” (p. 19). Por su parte, Josefina de la Maza enuncia líneas posibles de investigación a partir de la lectura comparada entre los diversos testimonios (p. 12), con el fin de evitar los lugares comunes con que la historia tradicional ha definido las prácticas artísticas locales. Así, con respecto a la inauguración de la Academia de Pintura y sus testimonios, De la Maza afirma que “su lectura entre líneas proporciona una oportunidad para comprender, más allá del tono evidentemente republicano, civilizatorio e impostado de sus autores, cuáles eran los intereses, deseos y ansiedades de los diversos actores involucrados en la puesta en marcha de este proyecto.” (p.8).
Hay entonces un tono crítico que nos señala que el punto central es, en uno y otro caso, analizar el arte y su consolidación institucional –en cuanto medida y lugar de la cultura local– para poner en cuestión las ideas en torno a nuestro ‘imaginario cultural‘. Perspectivas sobre el coloniaje y La inauguración de la academia continúa, de este modo, una tradición historiográfica que es propia de la historiografía del arte local[4]; una tradición sensible a los conflictos antes que a las definiciones, que se interesa más por los desajustes que por el ajuste a modelos conceptuales. En definitiva, una tradición de pensamiento atenta a los gestos y matices del encuentro entre diversas culturas, y a las consecuentes traducciones que surgen de esos envíos y recibos[5]. Así, ambos volúmenes son un aporte a esta línea de trabajo, y ciertamente un aporte novedoso, pues –como se hace evidente ya desde el diseño de la edición– nos ofrecen además un discurso, también los materiales de trabajo con los que abrir posibles comprensiones sobre la composición del entramado cultural.
[1] De la Maza, Josefina (Ed.), La inauguración de la academia, Ediciones Universidad Alberto Hurtado, Santiago, 2013. Acuña, Constanza (Ed.), Perspectivas sobre el coloniaje, Ediciones Universidad Alberto Hurtado, Santiago, 2013.
[2] Al respecto, ejemplar me parece una columna de Magdalena Piñera aparecida en el diario El Mercurio, cuerpo A, el 17 de Junio de 2013.
[3] Valdés, Adriana, “Aquello que todavía llamamos cultura”, En: Composición de Lugar, Chile, editorial universitaria, 1996.
[4] En este sentido, Pablo Oyarzún ha propuesto analizar la idea de la modernización, más que como una teoría comprobada y sin más evidente, como una hipótesis de trabajo. Sobre la base de esta propuesta, Oyarzún define del siguiente modo el problema de la historia del arte: “No hay evidencia ni certeza acerca de la historia del arte en Chile, tal vez en la misma medida en que no las hay de la historia en el arte, ni, en cierto modo, de la historia a secas, en Chile. Las modernizaciones descritas se descubren, así, operando cada una de ellas como hipótesis y, en cuanto infundadas, al fin, como gestos. La historia del arte en este país quizá se acuse como una suma de gestos, los cuales se ofrecen como guiños orientadores –y desorientados–, tanteos y retoques en el cuerpo de un paisaje –o en el paisaje de un cuerpo–, que al mismo tiempo que pre-figurado oscuramente en la memoria visual nuestra, se le sustrae también como lo irrepresentado, lo nunca presente. Oyarzún, Pablo, “Arte en Chile de veinte, treinta años”, En: Arte, visualidad e historia”, Editorial la blanca montaña, Santiago de Chile, 1999, p. 31. Una publicación reciente que continúa y desarrolla esta línea de trabajo es: Berrios, Pablo, Cancino, Eva, Santibañez, Kaliuska, La Construcción de lo contemporáneo. La institución moderna del arte en Chile (1910-1947), Estudios de Arte & Departamento de Teorías de las Artes, Universidad de Chile, 2012.
[5] El empleo del concepto de “traducción” como una estrategia de interpretación de fenómenos culturales puede ser rastreada ya en el texto antes señalado de Pablo Oyarzún. Una definición explícita de la traducción como estrategia y modelo de comprensión se puede hallar en la reciente publicación de Andrés Claro: Claro, Andrés, Las vasijas quebradas. Cuatro variaciones sobre la ‘tarea del traductor’, Santiago de Chile, Ediciones UDP, 2012.
paz
25 agosto, 2014 @ 22:56
no entiendo nada