La vereda no solo funda la posibilidad de un tránsito, del tránsito peatonal. La vereda lleva en sí propuesta el trazado y la dirección de ese tránsito. Su función secundaria respecto de la calle o la avenida puede ser puesta en duda sin mucha dificultad: como límite demarcatorio que media entre la calle (el movimiento) y la cuadra (la permanencia), la vereda es el lugar intermedio entre la ciudad abierta y la vuelta a casa, entre el ir y el llegar, donde el individuo aún anda por sí solo: a pie. Mas este andar a pie por la vereda está limitado por el rígido plano de damero, del cual la vereda, como trazado entre la cuadra y la avenida, conforma un principio fundante: la vereda es excluyente y obligatoria, no te permite abandonarla en cualquier sitio, instaura una seguridad en su propio recorrido. Cuando ‘nos cambiamos de vereda’ lo hacemos para perder cualquier posibilidad de encuentro, quizás porque viene hacia nosotros algún conocido que nos desagrada o porque continuar avanzando crea la posibilidad de una inseguridad o incerteza, de un robo o de un ataque. Más allá de las diversas acepciones que tiene la palabra en Latinoamérica y España—ya sea que hablemos del estrecho sendero de la vereda mexicana, del ancho camino de la vereda española o de la acerada vereda de Chile o Uruguay—, todas ellas poseen en común su delimitación de cierto transitar que se afirma en el transitar de los otros. El último libro de ensayos del poeta y crítico uruguayo Eduardo Milán, No hay, de veras, veredas (2012) anticipa en su título un recorrido “desveredizado”, esto es, fundado en un mapa que se pretende nuevo. El libro contiene 20 ensayos, cada uno de los cuales está encabezado, a modo de invitación simple y enigmática, por los nombres de dos poetas de habla española: Octavio Paz y Nicanor Parra, José Ángel Valente y Eduardo Lizalde, Oliverio Girondo y Carlos Martínez Rivas, por citar solo algunos ejemplos. El desconcierto que provocan muchas de estas contigüidades invita al lector a ver qué las emparenta más allá de sus diferencias.
Sin embargo, el título del libro no solo refiere a la posibilidad de cruce entre dos poéticas en apariencia divergentes, o bien va mucho más allá de eso. La comparación entre autores constituye una excusa para poder discutir un problema poético: un problema que las poéticas de ambos autores suponen y que es resuelto por ambos en forma convergente o divergente. Así, por ejemplo, si bien tanto Mario Benedetti como Jaime Sabines son comprendidos como poetas de escritura “comunicante”, Milán nos advierte que la relación que sus textos establecen con sus lectores los vuelve poetas de calaña diferente e incluso opuesta. En este y el resto de los ensayos, los poetas propuestos son ilustrativos: ilustran un problema puesto materialmente en práctica. Esta forma de comprender el ejercicio crítico—como la problematización de ciertas prácticas poéticas significativas—se resuelve en un modo de re-pensar el rígido plano de damero que nos ha legado la historiografía literaria para volver a situar con rigurosidad los alcances éticos y estéticos de distintas propuestas poéticas, lejos de los sobreentendidos generados por esta historiografía. Así, la ensayística de Milán recalca—indirectamente—la necesidad de una crítica literaria anclada en las prácticas singulares, sin lo cual se cae en el riesgo de obviar la complejidad y riqueza de las proyecciones del decir poético. Mejor lo dice Milán: “se escribe con gran facilidad retórica sobre poesía, un lenguaje que tiene que soportar hablas pavorosas sobre sí. De la poesía se dice cualquier cosa y de cualquier manera. La necesidad de la poesía la hizo sucumbir al sobrentendido. Y el sobrentendido reina, no como abeja: como el decorado inútil de la misma y roja sangre. De manera que acercar poéticas para mí, este con este, aquel con aquel, desafía al lector”.
He ahí la razón de su adscripción al ensayo: para Milán, solo en el detalle y en la particularidad se puede alcanzar el decir general. Ello se ve confirmado en la productividad de las categorías y problemas propuestos en estos textos: si bien se pone énfasis en ciertas escrituras concretas, las zonas de conflicto o problemas que se desprenden de esas escrituras las exceden, y son aplicables a otros autores, otros libros, otros poemas. No hay, de veras, veredas propone, así, categorías productivas que nos permiten pensar diversos terrenos poéticos, trasladar preguntas; ello es, en mi opinión, uno de los mayores logros de este libro. Todo esto no se alcanza solamente a partir de una “desveredización” indiscriminada, sino de una discusión que considera los límites supuestos, de modo que la desautorización de estos límites—aquellos que permiten que podamos distinguir las poéticas de este y tal autor—conlleva, en cierto modo, su reconocimiento. La disolución del plano de damero (“no hay, de veras, veredas”) se re-compone en el mismo anagrama propuesto por el verso (de veras-veredas) instaurando a modo de recuerdo evocativo la simetría del plano que se busca cuestionar. El ejercicio de todo ensayo, por cierto.
El estilo remeda al título en lo que tiene de elíptico: las comas que separan la aseveración (“no hay-de veras-veredas”) anticipan una escritura que en sus peores momentos se vuelve demasiado entrecortada, pedantemente alambicada y cansadora. A eso parece deberse que Milán se ponga el parche antes de la herida (con aquello de que “el ensayo es un ensayo del ensayo”): decir lo simple en complicado comporta un riesgo, con el que el libro no sale ganando siempre. Por el contrario, los ensayos mejor logrados, sin dejar este modo, parecen haber sido escritos a mano más suelta, al ritmo de las ideas. En ellos logra Milán exponer un problema sin que el texto se cierna exclusivamente sobre él, sino más bien rondándolo, abriéndolo desde sus aristas, alejándose y retomando nuevamente nodos de la discusión, de modo que cuando esta se aterriza en las mismas obras el análisis se vuelve a una vez analítico y evocativo. Con mucho, la cita—la vuelta al poema—corona las reflexiones más acertadas.
Más allá de su re-lectura de la tradición, No hay, de veras, veredas es un libro que busca discutir problemas que nos permitan entender las prácticas del presente: el pasado es interpretado con miras a comprender los conflictos que definen la producción poética hoy. Un ejercicio complejo y arriesgado, que Milán resuelve mediante la distinción sutil y el análisis incisivo. Por sobre todo, estos ensayos nos recuerdan que el estilo nunca es ingenuo, y que posee proyecciones no solo estéticas sino también políticas, proyecciones más complejas que las que ha distinguido la crítica tradicional. En esa misma línea, el trabajo de parentela que Milán establece entre poéticas latinoamericanas y españolas —lejos de una tendencia tal vez demasiado común de circunscribir la crítica de poesía a las fronteras nacionales— es una pregunta, indirecta, por la lengua, por nuestra lengua. La ‘desveredización’ de veredas nos ilustra sobre el dinamismo del gran mapa de la poesía escrita en español, en el que las aceras, senderos y avenidas se encuentran y se descruzan en su mismo entrecruzamiento.
Milán, Eduardo. No hay, de veras, veredas: ensayos aproximados. Libros de la resistencia: 2012.
Simón
25 marzo, 2013 @ 0:07
Buena analogía la del plano damero!