En su Veneno de escorpión azul Gonzalo Millán habla de la calle Roberto Peragallo, en la comuna de Las Condes, Santiago. Conozco esa calle, es corta, de casas antiguas con cercos de ligustrinas y de gente que no sale nunca a asomarse por las ventanas. La vida ahí transcurre únicamente gracias a las nanas, conserjes y empleados de almacenes, mientras los dueños de esas propiedades invierten sus mañanas en distintas oficinas de la capital, para llegar tarde a desplomarse frente al televisor. Dicho esto, mi experiencia de esa calle data del año 2006, el mismo en que Millán se estableció allí, y da la extraña coincidencia de que fuimos vecinos sin darnos cuenta. Yo, estudiante de literatura, provinciano recién llegado, admirador de su obra y él, poeta exiliado y vuelto, próximo a ser mi profesor en la universidad… hasta que lo pilló la muerte.
Parecería que todo complotó en mi contra. Leer Veneno, años después, me produjo una inquietante molestia a la altura de la garganta. Saber que vivió a unos metros de mí, que su ayudante era el hermano de un compañero de universidad, que se preparaba para hacer clases el semestre en que partió… Pero saberse vecino en la soledad de esos barrios es lo realmente angustiante. Recuerdo que al pasar por fuera de su casa reconocí varias veces el humo de un pito de marihuana. Recuerdo también gente entrando y saliendo de ese lugar, pero nunca haberlo visto dando una vuelta o paseando un perro fifí. La poesía no es personal (Alquimia Ediciones, 2012) viene a saldar esa deuda tácita de conocer al maestro y de celebrar una conversación en torno a las entrañas del oficio.
Guido Arroyo, editor de este libro, también salda esta deuda silenciosa con Millán. Valga la pena decir que es un trabajo más que necesario, una especie de Cartas a un joven poeta de Rilke, un recorrido biográfico que llega al centro de sus materias poéticas. La labor de Arroyo consistió en realizar un entramado recortando varias entrevistas hechas a Millán, que van desde la “relación personal” con sus padres y primeras lecturas, pasando por el exilio hasta el desarrollo de sus propuestas de autor. Jaime Pinos en la contraportada señala este punto: “La poesía no es personal está hecha para tener un valor de uso. Invita un recorrido por los materiales de que está hecha una de las obras más relevantes de la poesía contemporánea. Una invitación abierta a leer y releer la poesía de Gonzalo Millán”.
La lectura es rápida y en ningún momento dispersa. El ensamblado nos va mostrando elementos y situaciones que dan con la singularidad del invocado: la muerte repentina de su madre; el alojamiento que le brindó Gonzalo Rojas cuando estudió en la Universidad de Concepción; su interés prematuro por la visualidad en la poesía; su trabajo de limpiador de oficinas en Canadá; el complejo reconocimiento de una escritura alejada de su punto de origen y destino; su visión particular de la poesía actual a su regreso a Chile: “una serie de blogs mala leche. Hay individualismo exacerbado y, sobre todo, mucho exitismo: premios, envidia, chaqueteo. Es un ambiente muy pobre […] no hay control, no hay rigor” (p. 50).
Uno de los puntos más interesantes de estas interpelaciones es el sentido terapéutico que Millán le otorga a sus últimos libros: “Autorretrato de memoria es un libro terapéutico. No sé si Hölderlin o Novalis decía: la poesía es el hospital de las almas heridas. Hoy diría que es la Posta, porque a uno le pasa algo y va corriendo a escribir. Por lo menos yo. Desde el momento que hay expresión de un dolor, de un trauma, ya hay un síntoma de sanación, porque eres capaz de verbalizarlo”. (p. 61)
Esto nos da una imagen disímil de la que se le ha otorgado comúnmente; en especial con la génesis de su poesía, un génesis más bien romántica, transcendente y no un mero acto descriptivo. El espacio creativo es un desenlace de la objetivización de la vida interna, un ejercicio casi físico. Para ello la grafía, el dibujo, la ekfrasis, la repetición, son nombrados no sólo como herramientas literarias, sino como mecanismos de exorcización, inmersiones de un buzo en el campo de la expresión de lo real. Por lo tanto, para Millán –y esto cuadra a la perfección con su biografía– la política, la estética, el lenguaje coloquial y la economía son agentes externos que se suman a este efecto de impersonalizar, de sacar con gotario algo que cuaja dentro y que explota en una obra ajustada: “Yo elegí (en La ciudad) la monotonía, la fatiga, la impersonalidad, el lugar común, la sentencia llana como un módulo, la repetición de lo idéntico como procedimientos. Sobrevivir a diario durante décadas a una tiranía y al exilio no es una experiencia amena ni divertida”. (p. 58) O bien: “Las experiencias vividas se traducen en marcas. La verdadera autobiografía es contar sobre las cicatrices, sobre el trauma que provocaron esas experiencias. En este sentido, uno es escrito por la vida”. (p. 63)
El hecho de que la poesía de Millán sea decisiva para las generaciones actuales se origina en esa dialéctica entre la subjetividad y la objetividad que supo traducir en una “apoesía, impersonal y mínima” (p. 50). La conquista de una voz centrada en ese punto, en medio de un mar de hipersubjetividades –como lo es la tradición oficial de la poesía chilena– mereció en él una búsqueda implacable y laboriosa en la diversidad que raya entre el silencio y la alusión. Está claro que Wallace Stevens, William Carlos Williams y la poesía china están dentro de su constructo, pero hoy decir o plantear una poética desde ahí no genera mayor drama; para él, por el contrario, resultó un crimen o un desmarcarse de lo que ya veía agotado. Darle al lenguaje un nuevo lugar dentro del conflicto.
A este respecto valdría la pena hacer una pausa. El ninguneo del que fue y se sintió víctima tiene expresa residencia en la falta de inteligencia de cierta crítica no especializada, “la lectura pendeja de la poesía” (p. 51). Millán proviene de una rama de la poesía latinoamericana y, más derechamente chilena, doblegada y soterrada por los oscuros ministerios del mesianismo y de la antipoesía. La línea a la que podríamos adscribirlo, tiene su origen en una crisis de la subjetividad, determinada a su vez por una crisis del lenguaje en su vertiente discursiva y política. Ante la voz de los grandes poderes (en pugna y en pie de promesa) Millán y un tipo de escritura (como la de Ennio Moltedo o el trabajo de Deisler) optan por la reducción y la visualidad, como por otra parte Enrique Lihn apunta hacia la despersonalización y la ironía[1]: “Yo creo que el lenguaje enfermo, contagiado, busca maneras de sanarse. Y creo que en cierto momento, sobre todo en la poesía chilena, el poema breve, contenido, sintético, es un antídoto frente al lenguaje poético torrencial”. (p. 50)
Millán fue quizás uno de los ojos más atentos de su generación (no solo en Chile), una mano que supo birlar y sumar a su trabajo la ritualidad de las ciudades modernas, su ritmo intempestivo y la vaciedad de la experiencia. Desmitificar, sacar una foto de lo que nos ocurre para darnos cuenta de lo desordenado y fatal que está todo tanto dentro como afuera. Y se agradece nuevamente a Guido su enorme y minimalista labor, su vecindad con algo definitivo: o la poesía te atrapa o solo es un vicio temporal.
[1] A propósito de esto, sería interesante realizar un rastreo sobre el tema de la visualidad en la poesía latinoamericana del siglo XX, en especial la influencia que ciertas vanguardias y particularmente las propuestas de poetas más cercanos a la metáfora o la fantasmagoría como Humberto Díaz-Casanueva o Rosamel del Valle tuvieron en obras como la de Millán y otros de la segundad mitad de la centuria. Vecindades para nada lejanas.
rolando gabrielli
21 febrero, 2013 @ 16:03
Gonzalo Millàn, es uno de los grandes poetas chilenos y latinoamericanos, por su originalidad, lenguaje potenciado en la realidad, y, créanme, no estoy diciendo nada. Lo conocì abrièndose paso, en el màs silencioso de los silencios,en medio de la voràgine poètica chilena, de colmillos largos, fauces anchas y nunca se saliò de su vereda.
Me parece, sin parecerse, es del tono de Hahn, Silva Acevedo, de algùn Gonzalo Rojas, que llamaba humildemente su maestro, pero es el propio Millàn virtuoso desde Relaciòn Personal.
Lihn le llamò el poeta mudo, jamàs polemizaba, estaba en su oficio,pasaba desapercibido , secreto, como las lentas persianas del verano. El rìo urbano de su poesìa permite bañarse una y mil veces en su poesìa, Millàn està por descubrirse, porque escribiò màs allà del poema Pony, lo que èl llamaba el caballito de batalla. Poesìa visual, tàctil,olfativa,jamàs virtual. Millàn cabalgò sobre la palabra y su propia palabra. No son muchos los jinetes que se atreven y pueden.
En Internet he divulgado de manera dispersa algunos textos sobre Gonzalo Millàn, en portales de Chile, Venezuela, Canadà, España y en mi blog…http://rolandogabrielli.blogspot.com
Felicito a LetrasenLìnea y a Diego Alfaro Palma por esta nota y reconocimiento a Gonzalo, màs que merecido, necesario.
Gonzalo Gálvez Espinoza
26 febrero, 2013 @ 17:55
Buen texto, Diego, con un crudo pero hermoso comienzo.