Es cuestión aceptada que haber leído obras de este autor antes de emprender la lectura de Tu rostro mañana (Alfaguara, 2002, 2004 y 2007) facilita el acercamiento a esta monumental novela. Por el contrario, iniciarse con Marías leyendo esta trilogía es, al menos inicialmente, cosa ardua. Una vez sorteado el inicio, y logrado descifrar algunas claves de esta escritura, continuar se hace menos trabajoso, incluso apasionante.
Es una de esas escasas novelas que han sido calificadas de ambiciosas, o totales, por lo que abarcan en superficie y profundidad y, por supuesto, no por una desmedida y fracasada pretensión. Solo unos pocos autores lo logran y siempre con una obra en particular. Este es el caso de Tu rostro mañana, novela que se despliega en tres tomos, siete títulos y mil setecientas páginas. En otros casos, el adjetivo de ambiciosas significa, sencillamente, que le sobran páginas y que la intención de completar una gran hazaña es más visible que la narración misma. En las obras bien logradas, en cambio, la ambición está respaldada por la concurrencia de talento y trabajo arduo y por lo tanto no extraña que estos autores hayan producido otras novelas valiosas, aunque no logren alcanzar la misma estatura.
Intentar, a través de la ficción, mostrar las cualidades que nos hacen humanos, insertos en variadas geografías y culturas, atenazados por la época, con la memoria como pozo de tesoros y cercenada por olvidos o cuasi olvidos, requiere ojo, sensibilidad y talento de filólogo, esteta, sociólogo, psicólogo, historiador y filósofo además de, a veces, humorista y hasta de escritor satírico. Para muchos lectores estas son obras que intimidan. |
La primera dificultad para el lector no familiarizado con Javier Marías es la prosa digresiva. Es una prosa que, como una frondosa enredadera, se ramifica en todas las direcciones explorando con pasión de miniaturista, con un vocabulario riquísimo y, por momentos, algo libresco y hasta pedante. Esta prosa se despliega a través de párrafos en los que encontramos el punto seguido recién a las ochenta o más palabras, en una introspección en primera persona que se mezcla con el lenguaje también introspectivo de otro personaje, hasta hacerse indistinguibles. La obra muestra una asombrosa capacidad reflexiva que expone los recovecos, muchas veces contradictorios, ambivalentes, de las emocionales o, también, la certezas febles que poseen los juicios que nos hacemos de lo que percibimos o ideamos. Solo en el tercer tomo la prosa comienza a adquirir un estilo más focalizado, más clásicamente lineal. Es una prosa que requiere de un proceso de adaptación, de familiarización con su ritmo. De modo semejante a lo que ocurre con Proust, la lectura debe ser pausada para dar con el ritmo que permite percibir, en el lenguaje subvocal, la cadencia y sonoridad de esas largas frases que avanzan como anchas calles de la que salen variados callejones que el autor visita atentamente. No es lectura para ojos impacientes.
Si es cierto que cada descubridor está parado sobre los hombros de otro gigante, el lenguaje y sintaxis que utiliza Marías tiene antecedentes que es necesario reconocer.
Javier Marías, nacido en 1951, inicia la traducción de Tristram Shandy, de Laurence Sterne, cuando tiene apenas veintitrés años. Este libro de mediados del siglo XVIII era juzgado como prácticamente intraducible, frente a lo cual Marías nos dice “…yo creo que se tuvo por una novela casi intraducible, por sus numerosos juegos de palabras y originalidades sin fin”. Finaliza esta prolija traducción en 1977 y recibe el Premio Nacional de Traducción en 1979. Este trabajo fue elogiado por multitud de críticos y él mismo no se cansó de repetir que ese libro había sido fundamental para el desarrollo de su estilo y la construcción novelística de su obra. Él pone a Sterne a la altura de Cervantes y, sin duda, el estilo digresivo que Marías luce en Tu rostro mañana le debe mucho al escritor inglés.
Marías habla de este lenguaje digresivo, llamado también de “pensamiento literario” en Literatura y Fantasma (Siruela, 1994):
Cervantes, Sterne o Proust, o más modernamente Nabokov, Bernhard o Benet han sido maestros en esa errabundía de los textos o, si se prefiere, en la divagación, la digresión, el inciso, la invocación lírica, el denuesto y la metáfora prolongada y autónoma, respectivamente. En ninguno de ellos, sin embargo, podría decirse que su inclinación sea gratuita, o no sea “pertinente” o “esencial” al relato. Es más, son esas indicaciones las que posibilitan el relato de cada uno de ellos.
En su época, Laurence Sterne fue un innovador, adelantándose casi dos siglos, con su libro y obra principal. Influido por Cervantes y Rabelais, introdujo esa peculiar forma de narrar que corresponde a la voz de primera persona, permitiéndose merodear libremente por los espacios mentales.
El Tristram Shandy fue repetidamente mencionado por Marías como su novela favorita y pasó a ser una influencia decisiva para su escritura. Marías utiliza este estilo para dar cuenta de los laberintos del alma humana, de la precariedad de nuestras defensas ante quien nos hace daño y frente a los cuales la protección más segura es callar o, si se puede, olvidar, porque cuando se abre la boca, el orador se delata, se traiciona, se hace transparente y manipulable (paradójica recomendación de quien escribe torrencialmente).
Este lenguaje es utilizado por Marías (eximio traductor y autorizado etimólogo) a lo largo de estas mil setecientas páginas y es un gran recurso para mostrar las complejidades de traspasar conceptos de un idioma a otro . Con esta escritura Marías despliega el espacio existencial de su narrador que, si bien se inserta en un marco temporal de pocos días, extiende sus lianas de entrelazamiento e interdependencia a todo el siglo XX y el inicio del actual.
Efectivamente, debí transpirar las primeras doscientas páginas, en forma decreciente y hasta poder dar con el tempo de la narración y comenzar a disfrutar hasta el goce con esta ella.
En relación a la trama, esta es la historia de un académico español que fue docente en Oxford, en el inicio de su cincuentena, recién separado de su amada esposa y de sus dos hijos que quedan en España, y que vive solo en Londres –donde es reclutado por una misteriosa organización que funciona en “un edificio sin nombre”, vagamente asociada a los organismos de inteligencia y espionaje británicos– y apadrinado por un respetado y casi venerado anciano que tuvo algo en común con su padre, allá por los años de la Guerra Civil española. Este respetado anciano, Brutram Tupra, lo contacta con quien es el jefe actual de esta misteriosa organización, un sujeto unos años mayor que el narrador y que reúne cualidades de frialdad y sensualidad, magnetismo y hermetismo: “…me observa con ojos azul grisáceo, casi de acero, entrecerrados y rodeados de espesas pestañas femeninas, como terciopelo y muestra una boca grande de labios pulposos, casi africanos”. Es un personaje que posee características de vampiro: es un ente psicopático, absolutamente centrado en el propósito de mantenerse vigente parasitando la vida de sus víctimas, a las que posee y domina con sus poderes de atracción animal.
El narrador es reclutado por poseer un don muy escaso y especial: la capacidad de predecir cual será el estado futuro de una persona al escucharla y mirar su rostro y sus expresiones. Es una capacidad cercana a la presciencia, que se desarrolla con la práctica y que pone en ejecución cuando entrevista a una persona seleccionada por sus jefes o que es entrevistada por otro para, finalmente, emitir un informe. Desde la ejecución inicial, algo mecánica y sin objetivo imaginable por el narrador, esta avanza hasta llegar a mostrar los usos que se le puede dar a esta información que él entrega, y que pueden llegar a ser objetivos políticos nacionales o internacionales, o incluso, vinculados a intereses estrictamente privados y posiblemente non sanctum de su jefe. Es un proceso de aprendizaje que se despliega y va adentrándose en un camino de malvado utilitarismo, y despiadada practicidad al servicio del “país, nación o incluso patria”.
La novela hace guiños a los modelos de escritura policiales, de espionaje y de ciencia ficción donde esta presciencia es un tema recurrente, y también está asociada, como sucede en Marías, a la creación y desarrollo de los personajes, a la creación literaria apoyada en la proyección de las facetas que el autor conoce en sí mismo: “cuando hablo de lo que veo en los demás, estoy hablando de mí mismo”.
(…) efectivamente esta es una novela total porque reúne las habilidades y el entrenamiento de un escritor, de una persona inmersa en el mundo del lenguaje, con la capacidad de observación y juicio del cientista social y político que observa y vive en el mundo del que es parte y lo rodea, y agrega a esto la capacidad estética para exponer el contenido en una prosa con ritmo e imaginería y donde se percibe el amor por la escritura, el goce de crear y proporcionar imágenes complejas, multifacéticas. A los que se sientan abrumados al enfrentar la extensión de esta novela vale preguntarles si es posible mostrar el universo de Marías en menos páginas.
Héctor Calás
La narración va dando cuenta de una época de descomposición moral y las referencias a los mayores horrores del siglo pasado son numerosas: las dos guerras mundiales y la Guerra Civil española ocupan un lugar destacado y hay espacio para desarrollar detalles sorprendentes de las leyes raciales de la Alemania nazi. Es un siglo donde la delación, la traición, el engaño, la mentira, la crueldad extendida son prevalentes.
Los horrores relatados son reafirmados con los videos secretos de su jefe y con las técnicas de este para inducir espanto frente a la muerte, al insoportable y desdichado Rafita de la Garza. Este personaje, con abundantes rasgos de insensatez, imprudencia, majadería y torpeza, constituye una despiadada sátira, y aporta una considerable cuota de comicidad al relato. Sus relaciones sociales, su “chulería” impostada, sus ropajes de cantante famoso del rap, aretes, coleta de torero y peinado, componen un extraño cuadro que, tras la sorpresa y la risa, inducen a reflexionar acerca de la impunidad con que la tontería se instala en la vida corriente, inundando los canales de comunicación y fabricando una deplorable y anémica cultura que llega a contagiar a los escalones altos de la burocracia gobernante. Es un personaje, en resumen, que ocupa muchas páginas y representa la estulticia potenciada y premiada, otro juicio pesimista del autor acerca de los tiempos que vivimos.
No es una mirada optimista la de Marías y los elementos, digamos, salvables humanamente, están a cargo de los amores del narrador, su anciano padre, su exmujer y sus dos hijos. En relación a ellos se percibe abnegación, ternura y capacidad de renuncia. A favor de su familia, para su protección, el narrador pone en práctica el más estricto hermetismo y silencio, para salvarlos de la violenta sexualidad del actual amante de su exmujer, un copiador y posible falsificador de obras maestras de la pintura.
Esta realidad de piso frágil y de la que es posible salvarse con las defensas del silencio y el ocultamiento, hace que los métodos de extrema crueldad logren sus objetivos. Las destrezas de un torturador pueden facilitar nobles o prácticos fines. Solo tardíamente el narrador se percata de que la golpiza y el terror que Tupra aplica al paralizado palurdo De la Garza, al final, le salva la vida. Aprende eso y luego lo aplica para sus propios y filiales fines. Esta es la tóxica (Veneno es el nombre del sexto título) y amoral lección que recibe el narrador de su jefe y mentor cuando transcurre esa noche que ocupa casi todo el segundo tomo. En ese momento asiste a una sesión de videos infernales que completan el envenenamiento psicológico del narrador; es una noche de espanto y que da inicio al quiebre con su mentor, quien comienza a deslizarse desde un podio de poder y magnetismo hacia uno de rechazo y repugnancia.
En la conclusión, en las páginas finales, el narrador ya ha renunciado al “edificio sin nombre”, está de regreso en Madrid, ha retomado su vida con cambios, logrando un modesto acuerdo con la existencia y con los suyos. Ya no es el mismo que partió, recién separado; ahora es más sabio, más escéptico y, en definitiva, más sanamente viejo. Es un final que tiene algo de redención, aunque por su modestia se hace creíble.
Retornando al inicio de esta reseña, efectivamente esta es una novela total porque reúne las habilidades y el entrenamiento de un escritor, de una persona inmersa en el mundo del lenguaje, con la capacidad de observación y juicio del cientista social y político que observa y vive en el mundo del que es parte y lo rodea, y agrega a esto la capacidad estética para exponer el contenido en una prosa con ritmo e imaginería y donde se percibe el amor por la escritura, el goce de crear y proporcionar imágenes complejas, multifacéticas. A los que se sientan abrumados al enfrentar la extensión de esta novela vale preguntarles si es posible mostrar el universo de Marías en menos páginas.
Agosto 2025