Marcelo Matthey nació el año 1959 en Santiago al interior de una familia numerosa. Su padre trabajaba en la Viña Manquehue y su madre era aficionada a la música. El componente musical marcó a la mayoría de los diez hermanos. Marcelo cursó su colegiatura en los Padres Franceses. En 1977 entró a estudiar a la Facultad de Ciencias Físicas de la Universidad de Chile y más tarde se tituló de ingeniero civil. Trabajó un par de años en este rubro, tiempo en el que escribió los libros Todo esto lo escribí entre diciembre de 1987 y marzo de 1988 (1988) y Sobre cosas que me han pasado (1990). En 1991 entró a estudiar antropología, y cinco años más tarde se casó con Loreto Ramírez, con quien a la fecha vive en Valdivia, junto a sus tres hijos: Agustín, Margarita y Laura. En los años 2000, 2001 y 2004 ganó el Fondart para escribir libros de antropología sobre pequeños pueblos cercanos a Valdivia, los que terminaron en cuatro publicaciones: Antilhue (2001), Punucapa (2002), Santa Elisa (2002) y Quenuir (2006). Actualmente hace clases en la Universidad Austral y el resto del tiempo se instala a trabajar en asuntos de ingeniería en su oficina, una habitación antigua que arrienda en el centro de la ciudad.
Siendo ingeniero, ¿por qué te interesó la antropología?
Tenía que ver con la parte humanista mía, yo soy más humanista que científico. Creo que estudié ingeniería porque era algo que yo no tenía. Siempre he sido bien autoexigente, entonces me meto en las cuestiones más complicadas. Pero bien igual, creo que me ayudó harto y ahora me permite vivir.
¿Qué te ha aportado el estudio de la antropología?
Me sirvió no tanto en la parte teórica, sino que más en ciertos criterios. Por ejemplo, aprendí la importancia de la diversidad de formas de vivir, de pensar… estar abierto a eso. No enfrentar un comportamiento desde el punto de vista de uno, sino que meterse ahí y no cuestionar lo que la persona hace; sino que tratar de entender por qué vive así. No categorizar en bueno o malo. Por ejemplo, la memoria que hice en antropología fue sobre todos los trabajos de los niños callejeros: los tarjeteros, cantantes, el comercio sexual, la droga…Y cuando uno describe la droga o lo que hacen, uno explica cómo ellos llegan a conseguir dinero a través de ella, pero sin entrar a decir si eso es bueno o malo, no. En el fondo el gallo vive de eso, y todo funciona bien; lo mismo con el comercio sexual. En ninguna parte de la memoria se habla de si eso era correcto o no, solo se describe cómo lo hacen los niños. También esa es la idea de la Colección Pueblos de Chile: ir para esos pueblos y tratar de imaginarse cómo viven, ponerse en la situación de ellos. Por supuesto usar en la mayor medida que se pueda el mismo lenguaje de ellos, no mirarlos desde afuera, no enjuiciarlos. Sí, yo creo que eso es lo que más me ha quedado. De teorías no sé casi nada, y de hecho no he ejercido nunca. Pero creo que me sirvió haber aprendido esa forma de ver la realidad.
Escribiste los libros antes de entrar a antropología, ¿repartías tus libros entre los compañeros?
No tanto, soy bien tímido, entonces no me gustaba mucho mostrar todo. Además que es bien íntimo. Cuando los publiqué estaba como en la guerra, ahora me cuesta mucho. Por ejemplo en la universidad de repente algunos alumnos hacen alguna alusión, o me piden libros. Es raro sí que un alumno de ingeniería se interese. Pero uno como que se encierra.
¿Cuándo empezaste a escribir?
Yo siempre escribí, desde que era chico, y más aún en la adolescencia. Escribía poesía, pero sobre todo diarios, como lo que sale en los libros. De hecho, traspasé lo mismo que yo escribía al libro, con muy pocas correcciones. No sé si los escribía con la idea de publicar, pero ahora, con el tiempo, lo más valioso es el haberlo publicado. Independiente de la calidad: publicar nomás.
¿Por qué escribías? ¿Lo pensabas dirigido a alguien, o más bien como un registro?
No, no iban dirigidas a nadie. Era solamente rescatar la importancia del lenguaje que uno ocupa, porque uno está acostumbrado a leer literatura con mucho adorno, expresiones difíciles de repente, y a mí me parece que hay que mostrar la forma normal de hablar.
Yo escribo de la forma más parecida a como yo hablo. Cuido de no repetir las palabras, y también la forma de decirlas, lo más simple posible. Que no haya palabras de más.
La manera en que usas el lenguaje va muy ligada al tema.
Claro, uno escribe sobre cosas que le parecen importantes, ¿cierto? Yo escribo de cosas sobre las que no había visto que otras personas se fijaran mucho. Sobre sensaciones, pero también cosas o lugares por los cuales yo transitaba de forma frecuente. Pienso que en la escritura ciertas cosas no se dicen, en cambio sí se dicen otras cosas y se dicen de ciertas maneras. Yo un poco vuelvo a la forma normal que uno tiene de decir las cosas: ciertos lugares por ejemplo, donde uno vive. La calle Av. España, nombrarla, decirla. Tal vez haya como una vergüenza en decir esas cosas. No sé si sea vergüenza, pero son cosas de la vida cotidiana a las que no se les da importancia. Y yo creo que sí son importantes.
Me acuerdo que una vez le dije a Roberto Concha, mi compañero de antropología, que si un equipo de fútbol va a meterle tres goles a otro, primero tiene que meter el primer gol, después el segundo y después el tercero. Para llegar al tercero tenía que pasar por los otros dos. Creo que en esto tan obvio hay una verdad potente que puede ser importante en algún área del conocimiento.
De repente yo menciono cosas que tienen algo, pero que uno no se da cuenta. Ponte tú frases del tipo ‘Los perros son animales y caminan como nosotros por las calles’. Esa sensación así, del momento, que yo no sé explicar. Pasar por afuera de una casa y ver ‘se limpian corbatas’, uno no sabe lo que siente cuando las ve, pero no importa; si yo siento algo, lo voy a poner. Si no sé precisar lo que siento, trato de decirlo en forma lo más fiel posible. Por ejemplo, qué se yo, lo que pasa cuando uno va viajando y ve las casas con la luz prendida en la noche, que no es lo mismo que pasa en el día. Son cuestiones que uno tiene más claras tal vez en ese momento, y después se pierden. Hay un chispazo que me dice que eso es algo impresionante, pero que no nos damos cuenta porque estamos acostumbrados. No sé, debe haber algo estético también, de las cosas chicas, o también de lo rural.
Se nota tu gusto por lo rural, pero también está muy presente la ciudad
Sí. Siempre viajábamos al campo, mi mamá siempre ha vivido en el campo, aunque la mayor parte del tiempo estábamos en la ciudad. Pero es lo que me parece más bonito. Igual debe haber algo de rebeldía un poco, o sea, hablar de cosas que en general la gente no repara. Aunque también cuando uno anda por las calles habla sobre cosas que pasan en la calle. Pero las que escribo yo son cosas sobre las cuales no se habla mucho. No se habla en los diarios de la gente común y corriente, gente con la cual uno se topa, gente como uno nomás. Y eso está en todos lados.
Cuéntame de tus viajes
Nosotros teníamos una casa en el Tabo, que heredamos del lado de mi mamá, al frente de la playa y siempre veraneábamos allá, con los primos. Ahora mi papá murió, mi mamá vive allá sola. Claro, yo viajaba en ese tiempo, y reitero mucho la idea de la continuidad, de que uno está haciendo sus cosas normales, y de repente se va al terminal, toma la micro, y después se baja, llega a la casa, baja a la playa, está un rato. Y todo es la misma cosa. También iba bastante al Cajón del Maipo, hasta bien adentro, hasta el Volcán, que es un caserío muy lindo. Y en ese lugar hay una montaña muy grande que se puede caminar. Hubo un tiempo que me gustaba dormir ahí, afuera nomás, al lado de un arbusto. También la parte del anonimato es rica en los viajes. Te subes a la micro y nadie te conoce. Y si de repente apareciera alguien conocido, sería así como ¡chuta…!, se acabaría toda la magia de eso, no me gustaría.
¿Y tus recorridos por la ciudad?
Yo salía a caminar mucho, salía por ahí, por el barrio… Había lugares que siempre recorría. No tenía un destino, pero generalmente eran las mismas partes. Habían cosas entretenidas, como el Club Hípico. Los miércoles y los domingos hay carreras, entonces yo a veces entraba y ahí veía todo lo que estaba pasando. Maravilloso, es una cuestión increíble estar ahí, estar presenciando a un costado, con toda la gente en las tribunas.
En verano, sobre todo, era muy rico porque la gente estaba mucho en la calle y habían muchas ventanas abiertas por esto del calor. A lo mejor ahí se gatillaban estas cuestiones de la continuidad, eso de que tú vas caminando por fuera, y el interior y el exterior está comunicado. Me gustaba eso de que estuviera todo comunicado. Incluso de repente uno podía ver hacia adentro a la gente conversando en su casa. Ahí hay muchas calles con cité, donde es muy común que la gente salga afuera. Estos paseos eran más bien en la tarde, o sea tarde noche ponle tú, cuando salen los estudiantes por ejemplo del colegio, porque los liceos que hay ahí son vespertinos o nocturnos. Igual durante el día, pero es distinto. Es un misterio para uno saber qué es lo que hay en la noche, qué es lo que pasa.
Sobre estos cuadernos en los que tomabas notas, ¿cuál crees que fue el criterio de selección que seguiste al traspasar los escritos al libro?
Seleccioné algunas cosas nomás. Decir un pensamiento así, es muy fome, eso no lo pondría. Hay que decirlo de forma escondida, no decir ‘yo lo escribí así’, no hay que dar el dato. Es como lo que nos decía Enrique Moletto, en un taller de literatura, que era súper choro: ‘usted no lo diga, pruébelo’ o sea en el fondo no hay que decir que olía a sandía, sino que uno tiene que escribir para que el gallo sienta y huela a sandía. La parte de puntuación también traté de minimizarla, no ponerle mucha puntuación, que sea lo más fluido posible, que las puntuaciones no sean un obstáculo para el entendimiento.
Yo creo que al expresarme soy bastante egoísta, en el sentido que no entro mucho en detalle para que el otro entienda. Por ejemplo cuando hablo del gringo, no digo mucho quién era el gringo. No sé si haya tanta intención de que el otro entienda perfectamente todo lo que está pasando. Estoy metido en mi mundo nomás, solamente me importa decirlo, y que quede ahí bien clarito que eso que estoy diciendo es importante para mí. Hay otras cosas que también suprimo, por ejemplo en los libros de los pueblos de Chile yo no menciono ahí las cosas malas, ponte tú cosas que puedan ser perjudiciales para la gente de ahí. Por ejemplo si en el pueblo hay una cierta idea de que todos son flojos, yo no lo pongo. Pienso que lo mismo pasa en estos libros: yo no digo todo porque algo me puede perjudicar, de repente algunos pensamientos o comportamientos. Si uno tiene unos pensamientos y es una cuestión conflictiva, tampoco lo voy a poner.
Buscas un tono neutral
Sí, neutro. No ponerle una corona a la frase, así ‘Frase’. No. Decirla así nomás. Igual, decir cosas así como al voleo, igual algo llevan. Las digo como si no pasara nada, pero sí pasaba harto. Yo creo que es importante eso que escribo, pero busco decirlo de forma así como si no pasara nada.
Llevando lo neutral a otros aspectos, tu primer libro lo escribes en un momento de tránsito político, incluso tú mencionas el plebiscito
Sí, pero no había nada con ese objetivo. Era algo importante el plebiscito, pero yo quería contar las cosas así, en forma lo más cercana a una persona común y corriente. Hablar de cuando hacen los cuadraditos, los palitos, hacer la figura. En el fondo es la mejor forma de mostrarlo; es lo que yo veía. Me parece que ir a votar es algo importante. Yo cada vez que voy a votar me pongo histérico de nervioso. Y esa vez, bueno, más todavía, que era un plebiscito después de tanto tiempo. En mi familia somos todos del lado así, de oposición a Pinochet digamos. Pero eso no importa, yo no tenía ningún interés político, nada.
Es como si quisieras dejar de lado toda esa parte pública, la contingencia del momento. ¿Por qué suprimiste todo? Los resultados, tu voto, tu opinión…
Claro, fui cuidadoso de jamás mencionar la palabra Pinochet, todo el libro se habría ido a las pailas. Poner la palabra Pinochet habría sido un desastre. Da lo mismo que sea Pinochet o el nombre de cualquier político. Yo no quería tomar el tema de la razón del plebiscito, ni nada. No quería entrar en lo contingente, así es que me preocupé de que no apareciera nada de eso.
¿Qué importancia atribuyes a los sentidos en tu escritura?
Me gusta harto el cine por sus imágenes, Fellini me encanta, uno queda maravillado con lo que ve. La música también es algo que me gusta mucho, yo canto. Y bueno, el tacto… Por ejemplo hay una parte que digo que cuando le di la mano a una persona me di cuenta que la podía tocar. Es una cuestión del momento, que uno siente y ahí está la importancia de escribir al tiro, porque después eso se va. Es como los sueños, que después de un rato ya no te acuerdas.
En los libros tú nombras a Pío Baroja, Azorín y también dices que le mostraste tus libros a Couve. ¿Qué otras lecturas te han marcado?
González Vera, por ejemplo, que me encantaba, claro. Es maravilloso cuando decía ‘mi padre comenzó a existir de improviso’. A Neruda yo lo leía antes. Pero tampoco yo he sido demasiado lector en mi vida. Hubo un tiempo, sí, cuando iba a la biblioteca, que me puse a leer harto para tratar de encontrar algo. Y cuando ubiqué a Pío Baroja empecé a leer harto de él.
¿Qué te gustó de su escritura?
La parte autobiográfica, él era muy autobiográfico. ¡Y hablaba de tantos temas! Hablaba de Copérnico por ejemplo, o de la importancia que tuvo el invento de la rueda. Cuando yo leía esa cuestión me encantaba. Pero sobre todo lo autobiográfico, tiene que ver con esto. Claro, González Vera hablaba sobre eso, Pío Baroja también.
En cierta parte dices que al leer a Pío Baroja sentías que lo conocías, te lo imaginabas andando por las calles
Sí, eso es lo que a uno le gusta de las biografías. Que hablan de cosas más cotidianas y como que uno se siente más cerca de la persona. La idea de acercarse tiene un valor. Por ejemplo, en las películas, cuando se pone música el tipo se distancia. Pero si se acaba la música ahí empiezan a aparecer los sonidos normales, los que hace una persona al caminar, y ahí uno se acerca un poco más.
Eso tiene relación también con lo que tú escribes ¿Cuánto crees que hay de ti en estos libros? ¿Cuánto puede uno llegar a conocerte al leerlos?
Yo creo lo que me han dicho otras personas. Por ejemplo, en el caso de la familia de la Loreto, cuando han leído algo, dicen ‘es Marcelo’. Por lo menos lo que digo ahí es como la gente me percibe.
Ahora, cómo es uno realmente, como te dije hay muchas cosas que uno no dice, que uno las oculta, son secretos de uno. En los libros soy muy bueno: soy controlado, siempre hablo de cosas bonitas, cosas buenas, no hablo de cosas malas. Pero no soy tan bueno. Hay ciertas cosas que sí las digo, yo soy así. Qué sé yo, un tipo solitario, reservado, que le gusta describir cosas. Pero uno de repente cambia. Por ejemplo yo aquí con mi familia soy de una cierta manera, pero cuando estoy en Santiago con mi hermano, por ejemplo, soy un poco distinto. Entonces pienso, ¿cuál soy el yo verdadero? Yo creo que es en el cual uno se siente mejor, en el que no siente vergüenza, que es más verdadero. No sé, pegar un grito de repente, cantar, discutir, alegar. Y eso lo hago acá.
Entonces, la pregunta de si lo que muestro en los libros, soy realmente yo o no… yo creo que sí. Incluso ahora, si se dieran ciertas situaciones capaz que yo podría llegar a eso, a como era, y capaz que a escribir igual, o parecido. Bueno, pero en la vida hay muchas otras cosas por las que uno tiene que ir por otros lados. Pero yo creo que está la esencia, sí… soy yo.
Y ¿por qué decidiste pedirle la opinión a Adolfo Couve?
Más que nada, porque era amigo de mi hermano, de Enrique. Era profesor en la Facultad de Arte. Pero no es que haya leído mucho de él, no. Yo quería tener la opinión de un gallo que tuviera una visión más amplia, que no fuera tan tradicionalista. Y él me dijo lo que publicó Joannon. ‘No sé’, me dijo, ‘algo le falta’, y yo también creo, algo le falta. Yo creo que me cuesta un poco desarrollar ciertos temas, y hay muchas cosas que yo mando pincelazos nomás, pero no las desarrollo –a lo mejor se puede uno dar cuenta cuando yo hablo, a lo mejor tú te das cuenta–. De repente puede haber sido para no meter la pata, que si uno empieza a decir una cuestión, es mejor no decirlo todo. Y me retiro. Yo sé que hay cosas que nunca resolví, y también es por la forma de mi personalidad, un poco esto de pasar de una cosa a otra y no desarrollar mucho…
¿Qué piensas ahora de esa idea de la continuidad?
Yo creo que con el tiempo me he alejado de esa idea, antes era más consecuente. Ahora yo igual hago separaciones. Debiera ser todo la misma cosa, uno es la misma persona, pero he tenido que hacer separaciones. En algunos aspectos se ha mantenido, como eso de los fines de semana; la palabra no me gusta mucho. Es una solución que las personas han hecho, la encuentro útil porque los otros la usan pero veo algo imperfecto en ella. Qué se yo, que digan ‘qué rico mañana es viernes, se acabó la semana, vamos a poder descansar’ ponte tú… Me molesta, es algo que no está bien. Como que así se pierde tiempo, la persona siempre está esperando que llegue el fin de semana, y los días de semana espera que pasen rápido nomás. Yo de repente hago un juego: imaginarse que un día de semana es domingo. Yo pienso de repente que eso es todo una cuestión de aquí nomás (se apunta a la cabeza). Podría ser cualquier día, pero uno es el que le pone día lunes, martes, miércoles. Uno aspiraría a que no existieran estas diferenciaciones.
Entonces, para ti la continuidad tiene que ver con algo espacial, lo de las ventanas y los viajes, y también con una percepción del tiempo.
Pero no solo del tiempo. En esa época, cuando escribía, la continuidad era algo bien pensado. Por ejemplo, si me invitaban a un matrimonio iba tal como estaba, igual, con mis zapatillas. Por supuesto, igual me costaba, pero en eso estaba bien. Es algo bien pensado porque en el fondo es una idea que uno tiene sobre cómo deberían ser las cosas. Por ejemplo en el caso de Jesucristo, ¡qué maravilloso! Un gallo que habla igual en todas partes, fantástico. Eso es algo bonito: que el comportamiento sea en todos lados igual.
¿Hay relación entre tu gusto por el cine y tus libros?
Por ejemplo, en la sección de fotos en los libros sobre pueblos de Chile, saco un poco la idea del guión cinematográfico. En el guión de la película está la foto y abajo ponen un texto que explica un poco lo que está pasando ahí, en esa foto. Se dice algo, pero la persona tendría que manejar información para entenderlo. El gallo tiene que haber leído un poco para entender.
¿Y ese interés por la vida de los otros? ¿Podría decirse que te sitúas como un espectador?
Claro, siempre estar mirando lo que hacen los otros, como el que está sentado ahí mirando la película, claro. Sí me han preguntado ‘bueno ¿y qué pasa contigo? Participaste, estabas en una fiesta ahí, pero estabas pendiente de lo que hacían los otros’. Claro, es una actitud permanente en mí, de estar mirando nomás, estar al margen. Es una cuestión de personalidad también. Por ejemplo, como te decía ayer, cuando estoy con una persona, tengo que estar yo participando porque sino el otro estaría hablando solo. Pero si hay tres, pueden hablar entre ellos. Y ahí como que yo me retiro, yo me quedo callado y los otros empiezan a hablar.
Claro, yo estoy hablando de lo que pasa afuera, de lo que veo: siempre estoy mirando. Lo que digo ahí es lo que veo. Entonces uno está metido en uno, está mirando todo pero desde la posición de uno nomás, sin interacción.
Pero también está la intención de entender una situación ajena, como cuando veías al caballero del kiosco hablando con una niña
Sí, claro. Ir pasando por ahí, y cachando lo que pasó ahí en ese momento; y después ya no sabes más qué pasó. Hay tantas cosas que uno no sabe por qué las hace, pero yo creo que es así como te decía antes, decir esas cosas que uno ve, que están en la vida cotidiana nomás, decirlas. ¿Por qué decirlas? No sé por qué decirlas.
¿Cómo elegiste esos títulos?
Esta idea de la continuidad está también presente en los títulos; yo en ese momento decía ¿por qué un título tiene que ser distinto a lo que está adentro? O sea, tiene que ser como todo una misma cosa. Sí, yo creo que de puro rebelde le puse esos títulos. Pero también con la idea de escribir algo parecido, lo mismo que está acá adentro. Tiene que ver con no escribir algo especial para el título, sino que sea algo de lo que está adentro nomás. Eso pienso yo. Me acuerdo una vez que fui a la Plaza Mulato Gil, en la calle Victorino Lastarria, donde hacían una muestra de libros los sábados en la mañana, y estaba Enrique Lafourcade. Entonces lo vio, y parece que no le gustó el título, dijo: ‘Y qué es lo que hace la gente con esto’, y lo dobló así (lo enrolla con una mano). No le gustó el título porque es un título raro. Quizá ese (Sobre cosas que me han pasado) esté un poquito mejor, pero no sé. Es que ese título yo no lo pensaba así como un título llamativo, un título bonito, no. Quería que fuera lo más parecido a lo que estaba acá adentro. Es una cuestión de la continuidad.
Septiembre 2010, Valdivia