Despedimos el año con la presentación en río que Megumi Andrade Kobayashi escribió para el lanzamiento del último libro de poemas de Juan Santander Leal, Río Sábado, un libro “hecho de tránsitos” por paisajes interiores: “Si en otros libros de Juan tendía a primar una mirada exterior y perceptiva, acá los sentidos corporales disminuyen para dar lugar a sentidos espirituales o psíquicos. La escritura se desprende de la experiencia sensible”.
Autobiografía psíquica escrita en prosa.
Autobiografía suspendida en el tiempo, o más bien fuera del tiempo.
Lo que rige, en lugar de horas, días, semanas, son tránsitos axiales: el río, la montaña, el árbol, la escalera de nueve peldaños, la puerta y la desembocadura.
Autobiografía y relato de viaje, pero el mundo y el destino son inciertos, y el camino «desaparece cada cierto tiempo» (36).
Hay un tú y un nosotros, pero son difusos y, me parece, no son más que el desdoblamiento del propio yo, decidido a desplazarse en todo sentido.
En El río Sábado el “paisaje interior” se construye con retazos de imágenes y objetos recogidos de tradiciones como la alquimia, la mística visionaria, la astrología, la gramática, la teología, la magia.
Las referencias, no obstante, son esquivas y tienden a contaminarse. Un sustrato bajomedieval que se complementa con escudos, armaduras, emblemas, convive con figuras de la mitología griega, con restaurantes, carreteras, buses, series de televisión y películas. En los poemas se delinea, además, una difusa mitología cristiana. Se asoma un convento, un confesionario, un retablo, un jardín de las delicias.
Si en otros libros de Juan tendía a primar una mirada exterior y perceptiva, acá los sentidos corporales disminuyen para dar lugar a sentidos espirituales o psíquicos. La escritura se desprende de la experiencia sensible.
Se trata de una interioridad permeada, eso sí, por la presencia de bibliotecas y museos.
Se visitan, se contemplan pinturas, se leen libros.
Hay una «biblioteca de proyectos desechados» (16), bibliotecas como cuevas donde se mezcla el «ascetismo y la bufonería» (17).
Hay un museo en el que se tuercen los pasillos, y sus visitantes esperan, sin éxito, algún tipo de transformación (37).
Se visitan y demontan estos espacios sagrados de la cultura. Con lo que queda de ellos, con los restos de lo visto y lo leído, se hila parte de esta autobiografía.
En este fuera del tiempo de El río Sábado hay, además, una constante producción de verbos y colores. En tanto ciencia de la transmutación, la alquimia ofrece la clave de estos procesos.
El poema «Estímulos» dice: «En un museo pude visitar la palabra alambique, y me perdí entre estímulos autorizados por mis contemporáneos. Allí aprendí que el verbo prometer deriva de la palabra Prometeo» (12).
En otro: «Desconociendo las nervaduras del presente, el verbo ser es requerido por lo que no existe» (18).
Hay una particular detención en el momento en que letras y palabras decantan y toman forma. Un«trabalenguas» (32), una «máquina de hacer consonantes» (32), un «diccionario» (37).
En Ocasiones, palabras y pigmentos surgen al unísono, como en el poema «Zonas», que dice: «De lo que nos perseguía brotaba el pigmento con el que dibujábamos» (17). Y más adelante: «Durante la liberación de las palabras rojas que llevábamos dentro, las cartas fueron enviadas» (17).
Palabras rojas.
Palabras bermellón.
El bermellón es uno de los pigmentos que elaboraron los alquimistas.
También el verdigris, el oro mosaico y el blanco plomo. Pigmentos usados en la producción de manuscritos iluminados. Uno de ellos, el Hortus deliciarum: una enciclopedia de teología, filosofía, literatura y música, escrita como herramienta pedagógica para jóvenes novicias. Compilado e iluminado por la monja alsaciada Herrada de Landsberg en el siglo XII, puede ser una de las tantas fuentes de las que Juan sacó retazos para componer su libro.
Una de las iluminaciones más conocidas del Hortus deliciarum es la rueda de la «Filosofía y las siete artes liberales». Representadas por figuras femeninas, además de la Filosofía, la componen la Gramática, la Retórica, la Dialéctica, la Música, la Aritmética, la Geometría y la Astronomía.
La rueda es una imagen que se reitera en El río sábado. Rueda de saberes y rueda de colores.
«Los colores de la mano» se anuncian en el poema «Antepasados» (21).
«Los colores de tu cuerpo» en «Composiciones» (23).
La gradación de colores, sus matices, en otro. Amarillo sol, amarillo membrillo, amarillo otoño.
Al igual que en la rueda del Hortus deliciarum, como hemos visto en el El río sábado convergen distinas tradiciones. Un círculo de saberes donde lo que prima no es su voluntad mimética ni explicativa sino las relaciones posibles e imaginarias entre cada objeto singular.
Del manuscrito de Herrada de Landsberg pasamos al Jardín de las delicias del Bosco. De ahí sale el pasto, el pastizal, las plantas, los pájaros, los insectos, el agua, el cardumen, «criaturas entre los juncos», y sobre todo la confusión y el tiempo suspendido.
Según la tradición visionaria, el ojo interior está habitualmente acompañado del oído interior.
El río Sábado tiene su propia banda sonora.
Alguien susurra canciones.
Alguien canta una canción memorizada.
Alguien silba.
Se escuchan «cantos obsoletos».
Un sonido hace dormir y otro no se quiere entender.
El río necesita música para existir.
En los poemas aparecen casas blancas, paredes blancas, lienzos blancos, una tienda de telas.
El río es también una cinta. La cinta, una filacteria en la que se puede inscribir un mensaje pintado.
Vemos soportes, se nos ofrecen materias primas sobre las cuales trazar un verbo o una imagen.
Una palabra quebrada, un dibujo a medias.
Tropezamos con el río, transitamos por su orilla, vemos su cauce ennegrecido, cruzamos el puente.
En El río Sábado el proceso alquímico consiste en desmontar lo conocido. En «reformular lo que estaba totalmente claro» (11) y asomarnos a la percepción de un mundo fuera del tiempo. Un acertijo de colores primarios de desembocadura cambiante.
Imagen de portada: La tierra es un hombre, de Roberto Matta.