Por naturaleza es una exposición curada por Teresita Raffray que reúne a seis jóvenes artistas en la Sala Blanca del Centro de Extensión UC. En orden de exposición, encontramos primero la obra Naturaleza táctil de Alejandra Cruz, una suerte de manto formado por círculos tejidos en alambre de acero y unidos por el mismo material. A su derecha, la obra Sin título de Fernanda Briones, compuesta por diez hexágonos de madera pintados, donde predominan los tonos pasteles. Le siguen las costuras sobre tela de Josefina Concha, Errores del hilo blanco. Luego, una pintura de flores sobre maderas de Pascuala Lira, sin título. A su derecha, sobre el muro, una intervención de dibujo de Amelia Campino, titulada Visión de un halcón. Terminamos el recorrido con los Herbarios de Pilar Mackenna, seis trabajos de acuarela y grafito sobre papel pulcramente ejecutados, a la manera de un botánico, como su título sugiere.
Mi primera impresión cuando entro a la muestra es la de un prolijo montaje que presenta una equitativa distribución del conjunto de obras. Si consideramos que Por naturaleza es una muestra colectiva, entonces podríamos decir que cada metro de la sala es justamente ocupado y desocupado para otorgar equidad a la atención prestada a cada obra, y unidad a un conjunto reunido bajo la consiga “el universo es curvo”.
Podría dirigirse este texto hacia el comentario puntual de cada una de ellas. Sin embargo, se prefiere otra dirección, una que se concentre en aquel aglutinante que reúne al conjunto, pensado fundamentalmente que lo que se propone es una muestra colectiva, y privilegiando, consecuentemente, tal lectura.
En líneas generales la muestra plantea un acercamiento al mundo de lo orgánico, que es explorado a partir de la presencia de “lo curvo” en nuestro entorno natural. Las artistas se reúnen por un libre abordaje de esta condición curva, ya sea en sus obras o en sus objetos de referencia. Como resultado, se presenta un lenguaje que se articula a través del conjunto, en el que se identifican, de obra en obra, ciertas notas en común. Estas notas son sutiles, y actúan casi imperceptiblemente, ya que en rigor no existe una unión temática, ni material (salvo por el muro como soporte), ni tampoco una directa alusión a una referencia. Aún así, una lectura global devela una cierta lógica de crecimiento modular, de devenir natural, como si se pudiera, reitero, a través del conjunto, comprender un punto de vista con respecto al mundo.Cada círculo de alambre, cada hexágono, cada puntada de hilo blanco, cada tabla de madera, cada fragmento de la “mirada del halcón”, cada pieza del Herbario, se revelan como unidades básicas orgánicas, logrando hacer de una interpretación personal del mundo (cada obra), una naturaleza evidente.
En este sentido, un punto fuerte de la exposición es una amable relación con el espectador. Una muestra coherente pero poco pretenciosa, que entrega al público obras de fácil “acceso”, y no por eso poco desarrollo. Las lecturas quedan (como siempre) del lado del público, aquel que puede elegir direccionar su atención hacia los aspectos formales de la obra, hacia su madurez conceptual, hacia su diálogo con otras obras contemporáneas; público que puede también hacer de aquel manto de aluminio un campo estrellado o lograr que aquellos hilos sobre tela marquen el pulso de un mapa imaginario.
Las seis artistas proponen obras con diversos grados de referencialidad, donde las informaciones se complementan para la lectura en conjunto. Es una naturaleza orgánica que se muestra materialmente.
Sin embargo, existe otra forma, también material, de abordar cómo esta muestra se reúne bajo el título Por naturaleza, y ésta está en el rastro de las autoras. Algunos son rastros evidentes, otros, tan sutiles que sólo los encuentra una mirada de cerca: en las uniones manuales entre los círculos de Alejandra Cruz, en los rastros de pincelada que Briones tanto parece querer evitar (y no siempre lo logra) en una estructura matemáticamente conformada, en las arrugas que se forman cuando Josefina Concha cose la tela, en la mancha pictórica de Pascuala Lira, en los errores que dejó la búsqueda de Amelia Campino por el círculo perfecto, en la firma escondida en un dibujo, de Pilar Mackenna.
Nada de esto es una crítica. Es más bien un respiro de alivio que aparece cuando, en medio de un campo que se pretende tan aséptico, aún así aparecen las naturalezas propias de las obras, que son los puntos ciegos de sus autores, y que las hacen naturalezas vivas. Tal vez allí radique la imposibilidad de la recta.
Quisiera retomar en este punto aquella mención a la conformación de un “lenguaje”. Quizás una de las formas más evidentes de comprenderlo sea a partir de la paleta de colores que se establece en la lectura del conjunto. Colores pasteles, blanco, y el plateado del aluminio y el grafito parecen conformar la base cromática de la muestra, estableciendo más que un diálogo entre las obras, un clima que unifica el conjunto.
Sin embargo, el nexo que se muestra más naturalmente entre estas obras no es tanto la presencia (aunque la hay) de un índice material, o de una referencia común, o de una semejanza con el mundo orgánico, sino más bien una correspondencia entre un elemento medular de cada obra y una historia que, también por naturaleza, le es propia, o le corresponde.
En ese sentido, existe un lenguaje común entre las piezas que está definido por la relación particular y específica de cada una con su soporte, como una suerte de relación biológica-artística entre formas y materialidades.
Por ejemplo, si tomamos la obra de Pascuala Lira, nos encontramos con una pintura sobre madera. Es decir, es una pintura que se realiza con soportes y medios de la pintura. Más aún, la representación es de unas flores, motivo propio de la tradición pictórica, que establece cruces con la historia del arte. Sin embargo, esta obra, a pesar de responder desde estos parámetros a lineamientos tradicionales de la pintura, presenta un giro ineludible, que está en el uso y agrupamiento de tablas de madera en estado poco intervenido que son reveladas no sólo como soporte, sino también como figura a través de la pintura blanca. Entonces, aquellas flores ya no parecen tanto responder a un género pictórico tradicional, sino más bien parecen estar dialogando con las tablas sobre las que son pintadas, por un origen vegetal común. Así, si bien en principio la obra pareciera presentar flores sobre tablas, en una segunda lectura nos muestra manchas, que también son flores, y nudos, que también son manchas.
Por último, donde alguna obra podría flaquear, si fuéramos a concentrarnos en sus potencias individuales, su vecina le otorga un sentido dentro del conjunto. Señalo esto porque creo importante resaltar que, ante todo, esto es una muestra colectiva que encuentra su potencia en la selección y agrupamiento de las obras, por naturaleza.
Tal vez por naturaleza el universo sea curvo. Tal vez por naturaleza la pintura encuentre en la madera un soporte histórico. Tal vez por naturaleza un “hombre planta” nos resulte verosímil. Tal vez sea la naturaleza propia del arte la que logra hacer verdad una ilusión. Tal vez, sólo tal vez, por naturaleza exista una forma de reunir trabajos que se trasciendan en el diálogo conjunto, a través de nuestra mirada expectante.
La muestra permanecerá abierta hasta el 20 de mayo.
* Esta nota forma parte de una serie de artículos co-editados con BLOC / Tutorías de arte
Sofia Donovan
9 junio, 2011 @ 14:01
Excelente nota. Bien redactada, sutil, erudita, entretenida…
Felicitaciones a la autora, que siga escribiendo!