Lucero de Vivanco, académica de la Universidad Alberto Hurtado e investigadora, entre otras temas, de la violencia en Perú, nos trae esta vez novedades mexicanas. Se trata del libro Cuántos de los tuyos han muerto, del escritor Eduardo Ruiz Sosa, conjunto de cuentos que abordan la “experiencia de la muerte en múltiples y diversos contextos, de los deudos, de la memoria respecto de quienes partieron, de los vacíos que quedan, de la vida de quienes quedaron tras la muerte de los otros”. Es decir, en palabras de Eduardo Ruiz Sosa, no se trata solo de la experiencia de la muerte, sino de “la afectación de esa experiencia. Este libro es la consecuencia de esa afectación”.
En Cuántos de los tuyos han muerto (Barcelona: Candaya, 2019) de Eduardo Ruiz Sosa –escritor mexicano asentado en Barcelona–, como dice su propio autor, “no hay realidad ni ficción, hay experiencia”. Experiencia de la muerte en múltiples y diversos contextos, de los deudos, de la memoria respecto de quienes partieron, de los vacíos que quedan, de la vida de quienes quedaron tras la muerte de los otros. A pesar de lo que dice el título, la muerte no se contabiliza. No se trata de una visión objetiva que recuenta o numera para mostrar las cifras de las violencias o el inevitable paso del tiempo, sino de un lugar de enunciación en el que la muerte se experimenta como un todo que tiene la capacidad de afectar la vida. Son los vivos los que padecen la muerte: en el intento de no perder el pasado de la infancia que se amarra a los recuerdos con debilidad creciente, en la búsqueda incansable de los cuerpos que contuvieron a las personas que desaparecen, en la memoria de los seres queridos –y desconocidos también– que se va extinguiendo como una muerte simbólica, en los lazos familiares que se retocan o redefinen cuando la muerte acecha. No obstante –por supuesto–, el texto no evade el sufrimiento que la muerte acarrea al propio sujeto del deceso.
El texto está compuesto por doce relatos relativamente independientes. Digo “relativamente” porque estos se articulan no solo en función del tema del fallecimiento, sino que también en función del uso de la primera persona, la que narra o poetiza como si cada experiencia fuera de su propiedad (tal vez pensando que la muerte nos pertenece a todos los seres humanos, aunque no la queramos, aunque la rechacemos). Pero estos relatos tienen, cada uno, una fuente de inspiración –su propia aura–, reconocida al final del libro en la “nota” de cierre: vienen de amigos y de otros escritores, de anécdotas escuchadas, de producciones audiovisuales, de lecturas realizadas, además de las infaltables vivencias propias.
“La garra de la estatua” es uno de los puntos altos del texto. Tras la muerte de su madre, los hijos descubren que ella, siguiendo una tradición foránea, había retirado la mano de una figurilla comprada en un viaje, y que solo la repondría si se llegaba a cumplir el deseo que había pedido al retirarla, como una manda.
Un día sentimos
era una sensación no una idea
que la mano perdida de la estatua era en verdad la mano de nuestra madre.
¿Habrá sido satisfecho ese deseo a pesar de que la mano no se repuso antes de su muerte, o hay una herencia que debe asumirse en esa insatisfacción? El último texto del libro, “Post scriptum”, nos ofrece la respuesta que los hijos dan a este enigma. Más allá de si deciden restaurar la mano o no, el texto nos permite entender que ciertos asuntos inacabados se transfieren a las personas que quedan y que es necesario darles algún tipo de cierre para concluir el ciclo del duelo.
Otro de los relatos hermosos es “La desesperación de los ciervos”. En él, el narrador nos relata el encuentro en un aeropuerto con una mujer a la que le habían extraviado su valija que contenía los huesos de su madre. El episodio es fortuito y efímero. Sin embargo, dada su radicalidad, da pie para que el narrador empiece a escribir cartas al escritor y cineasta iraquí Hassan Blasim, pues recuerda haber visto en uno de sus cortometrajes una escena equivalente. En cada carta –ninguna respondida–, el narrador inventa progresivamente la historia de la mujer que conoció en el aeropuerto, como quien quisiera proponer que el ejercicio de la imaginación es una vía imposible para llenar el vacío de la pérdida.
¿Cómo se escribe la muerte? Eduardo Ruiz Sosa usa dos estrategias potentes. En primer lugar, la yuxtaposición de narración y poesía, pero no a través de una síntesis de ambos géneros (una prosa poética), sino de forma literal, es decir, mediante la sucesión continua de fragmentos en prosa y fragmentos de poemas. Y los poemas tienen su propia lógica lingüística y su propia disposición gráfica en el texto. La combinación funciona, pues el autor se hace cargo, así, de los vacíos, los deseos insatisfechos, los forados y las incertezas que nos deja la muerte. En segundo lugar, el uso reiterativo de los dos puntos, en vez del punto seguido. Mediante los dos puntos, el texto: se compone como una puesta en abismo: una muñeca rusa: una caja de pandora cuya última pieza no es la esperanza: es la muerte.
Este es un libro que, por tratar el fenómeno de la muerte, viene sin fecha de caducidad. La lectura pausada permite absorber esas “experiencias” que nos ofrece su autor, a través de su prosa fluida y de la evocación de su poesía. Cómo afecta la muerte en los que no mueren parece ser el corazón de este libro. En palabras de Eduardo Ruiz Sosa, no se trata solo de la experiencia de la muerte, sino de “la afectación de esa experiencia. Este libro es la consecuencia de esa afectación”.
Reseña escrita en el marco de la beca de investigación otorgada por CALAS, Center for Advanced Latin American Studies, en la sede principal de Guadalajara, México.