Gracias a Jorge Polanco por compartir con nosotros su presentación de El frente de los geranios (Impresión de Francisco Cumpián, Málaga), libro de poemas con el que Pía Sommer se agrega al mapa de la poesía expandida, conjugando sonido, imagen y letra con una poderosa estética de surrealismo punk o rock poético.
Hace tiempo que vengo pensando en el poema como una carta. Registro que une a la par crónica y experiencia, cuyas figuras fueron adquiriendo formatos nuevos, a pesar de que haya perdido en parte un rasgo esencial: la expectativa de la demora. El poema conserva todavía ese presentir del tiempo. En sus diversas dimensiones, la carta puede expresarse hoy con otros rasgos y características, donde la inmediatez se combina con la acumulación de imágenes y textos. Si nos detenemos, cada letra e imagen permiten acrecentar la mirada; es decir, demorarla. A Aby Warburg, cuenta Didi-Huberman, no le gustaba diseccionar las imágenes en mediciones geométricas, prefería estudiarlas a través de la fotografía y la lupa. Algo así, diría, es lo que el poema parece buscar; no el análisis sino el rumiar de las palabras, los signos que suspenden su rotación. Pero también hay sorpresas. El sonido, caracterizado por Pound como melopea (el poema a punto de convertirse en música), puede sentirse gracias a la interrupción y, en su torrente, a la aceleración de la circulación respiratoria. Es lo que percibo en El frente de los geranios, de Pía Sommer. Esta especie de plaquette, pensada en sus más mínimos detalles para albergar el registro de lo singular, devuelve la mirada a la carta abierta, al poema en sus extramuros y expansiones de territorio, a la eufonía que se presiente en los murmullos rítmicos de las letras, a las cartas que se esperan.
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No sé si los presentes se acuerdan de las ediciones VEA que en dictadura incorporaban un resumen con hojas celestes en las últimas páginas, “aliviando” a los estudiantes de la lectura. Era una imagen potente. Macarena Ivani –joven artista porteña– ocupó los ejemplares para colgarlos atravesados con hilos rojos y quemarle las letras “O” –mucho antes que empezara el cuestionamiento actual a los usos de esta vocal–; su proyecto de obra identificaba psicoanalíticamente este rito con la violación: el cautín lastimando la interioridad vaginal del círculo. Roberto Calasso decía que “una cultura literaria se reconoce también por el aspecto de sus libros”. La colección VEA conformó un síntoma. En Cien cartas a un desconocido, es decir, la selección de sus escritos para las contraportadas de la editorial Adelphi, Calasso describe su dedicación a este arte de la síntesis. Podríamos imaginar también, ampliando la figura, la extrañeza del lector mirando las letras, hurgando en el índice, revisando el objeto y hasta buscando un sentido. El poeta Sergio Holas advertía a un amigo librero que no se confiara, siempre hay que sospechar de alguien que desea comprar un libro. ¿Qué es lo que se busca en las páginas? Al otro lado del umbral, hallamos la figura del escritor que fomenta esta indagación sospechosa. Si a esto se suman las formas artísticas que transitan hacia híbridos como la imagen visual, sonora y performática, la representación del cuerpo adquiere su propio tono. Digo todo esto pensando en el hermoso poema de Pía Sommer, publicado en Málaga por el maestro impresor Francisco Cumpián y llevado a video. Pero antes de entrar a enviar esta carta abierta, necesitamos un poco de cuento, solo un poco.
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Era una tarde de gente invadiendo la casa. La entrada, una escalera larga, típica de la vejez de Valparaíso, y el patio, una terraza hacia el cerro cordillera. En el medio, un laberinto y, en el living, una impresora. En el fondo del pasillo se podía observar lo que pasaba en las calles del frente como en el cine; es decir, con la impunidad de mirar y sin ser vistos. En la casa de Felipe Moncada se estaba montando la editorial Inubicalista (aunque sin nombre todavía y creando por última vez la revista La piedra de la locura). Había mucha gente en su casa-laberinto, pero recuerdo especialmente a Valentina Osses, quien trabajaba los últimos detalles de su libro, mientras la maqueta recorría las manos de los asistentes. Pía Sommer apareció en la terraza y nos quedamos conversando largamente sobre su trabajo. En ese entonces llevaba un aparato, creo, y grababa el suelo de Valparaíso. No tengo claridad si ya en ese tiempo agregaba a este proceso los frottage de las calles, y si ya había comenzado a hacer estas marcas en otras ciudades. Para mi sorpresa, Pía estudiaba arte en la PUCV, con todos los prejuicios que en esa época los porteños (no lo soy completamente) tenían de los viñamarinos. Pero en realidad, Pía era sureña. Cuando vine a Valdivia el 2014, nos encontramos por casualidad, me mostró su taller y las canciones que estaba tocando. Esta imagen es clave: la letra, la visualidad y el sonido. Tres partes de una misma urdimbre. Antes, el 2011, la había visto pasar por El Raval, en Barcelona, y la reconocí entre la multitud solo por su frondosa cabellera rebelde. Pronto me mostraría sus poemas letrados y el relato de los viajes por Europa grabando las ciudades. El asalto del tiempo diseña sus despedidas, pero también sus retornos. En el último viaje a Barcelona, Pía me pasó dos poemas suyos, entre ellos El frente de los geranios.
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Me llama la atención la tendencia al escenario que tienen los poetas del sur. Proveniente de una tradición ligada a Elvira Hernández, Ennio Moltedo, Ximena Rivera y, sobre todo, Rubén Jacob, mis tempranas filiaciones daban prioridad a la lectura concentrada en el poema escrito, hasta con una cierta incomodidad de subirse al escenario y emplear el micrófono (si es que lo hay). Lo que he visto en Valdivia y en otros lugares donde he participado en lecturas, generalmente los poetas sureños se retroalimentan de la escena, el canto y la performatividad. Mi amiga Roxana Miranda Rupailaf, quien hace clases de dramaturgia a sus estudiantes, decía que les enseñaba a actuar desde niños. Es una tradición del sur ligada quizás al teatro y la oralidad como acontecimiento (¿a la herencia narrativa mapuche?). A pesar de la lejanía geográfica, Pía se agrega a este mapa de la poesía expandida, a través de la absorción de lenguas, registros prosódicos de voces y onomatopeyas, cuyo lenguaje asoma entrelazado con el cuerpo expuesto y las diversas experiencias de la migración poética. Sonido, imagen y letra conforman una práctica de múltiples dimensiones que incorporan también los nuevos medios tecnológicos y la extranjería.
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¿Cuáles son los límites de lo poético? ¿Existen demarcaciones? Lo interesante de estas preguntas kantianas (los límites de posibilidad de un fenómeno) que surgen en el arte contemporáneo, es observarlas desde el revés: ¿cuáles son las extensiones y aperturas de lo poético? El término clave es justamente este: “lo poético”; es decir, el espacio en que la escritura se ofrece y permite libertades. El frente de los geranios es una edición hermosa, cubierta en su interior con un papel mantequilla verde, dos hojas media-cartas de cuadernillo, portada sencilla y elegante (con el dibujo de un ser humano llevando en su espalda el planeta tierra), gracias al cuidado de la experiencia artesanal de las letras del impresor, bajo el sugerente nombre del sello “Ediciones Imperdonables”; al mismo tiempo es un registro visual y sonoro, subido como video a youtube, donde Pía recita con un megáfono. El tono es de combate; y, al modo de una barricada, apela al carácter partisano de la poesía. En el sonido chirriante del megáfono, Pía convoca al lector a hacerse parte del punk rock poético. “Las gárgolas hablarán castellano, inglés, aragonés, catalán, antes que poesía”. La rítmica de los Ramones y los acordes de golpes de baquetas, se integran a imágenes alucinantes que hacen pensar en la mixtura de Álvaro Peña, el grupo Fulano, la escritura de Eduardo Correa y, lejanamente, Diego Maquieira, pero desde la izquierda y no en el rol de centro de mesa burgués que cumple este último. El ambiente “sucio” del poema suma idiomas, repeticiones y adjetivaciones inesperadas: disparos, plásticos, lengua cortada, cuchillas, “ciudades rajadas en la mitad”, “perras mitad sirenas”, “poluciones con muñecas” y otros “misiles depravados”. Una negra fe en la orgía de la historia, pero también en la frágil resistencia de los geranios. Estamos hablando de un texto publicado el 2018 que hoy en Chile adquiere mayor sentido. Al principio, mencionaba la paradoja de la demora y la aceleración; y creo que esto es lo que pasa con este poema y con nuestro presente. Publicado en un formato de letra de la demora y en un ritmo acerado que llama al combate del manifiesto, es como si se graficaran dos ejes de tiempo todavía incomprensibles que hoy vivimos en esta época de espera. Un surrealismo punketa y popular.
Jorge Polanco Salinas. Ha publicado los libros de poesía: Las palabras callan (Altazor, Viña del Mar, 2005/ Provincianos, Limache, 2020), Sala de Espera (Alquimia, Santiago, 2011/ Funesiana, Buenos Aires, 2019) y las prosas Cortes de Escena (Isofónica, Santiago/Barcelona, 2019), entre otras publicaciones en revistas, antologías, plaquettes y ediciones en diferentes géneros y formatos. Actualmente es docente del Instituto del filosofía de la Universidad Austral de Chile, en Valdivia.