“(…) y anduvimos llorando algunas lágrimas”, dice Estrella González, la compañera de colegio de Nona Fernandez, en la novela Space Invaders (2013) que hoy nos comenta el dramaturgo Leonardo Gonzalez. Con ella se traza una constelación entre una de las tragedias más brutales de la historia de Chile, la vida cotidiana de una niña, y nosotros en este día de luto nacional.
Space Invaders, novela breve de 78 páginas de Nona Fernández (1971), ha sido publicada en varios países y en varias lenguas. Su primera edición fue realizada en Chile en 2013 por la editorial Alquimia, con un epílogo al cuidado de Jaime Pinto. Luego el libro ha sido editado en Argentina (Eterna Cadencia, 2014), Colombia (Laguna Libros, 2018), México (Fondo de Cultura Económica, 2020) y hemos visto publicadas sus traducciones al italiano, al francés y al inglés, entre otras apariciones, como su adaptación al teatro, producida de forma virtual en 2020 (Compañía La Pieza Oscura).
¿Qué llama la atención en este libro?
La estructura de Space Invaders es la de una pesadilla y es a la vez la de un videojuego: el mismo que da origen a su título. En varias entrevistas a la autora se le pregunta por qué decidió titular en inglés un texto que representa tanto el dolor de los pueblos, especialmente de los países que han estado bajo órdenes totalitarios. Es su interés por la cultura pop –también presente en su libro La dimensión desconocida o The Twilight Zone (2016)–; de la cual busca apropiarse. En Chile la globalización fue impuesta por los militares y el gobierno ilegal de Augusto Pinochet. Ellos escribieron una constitución (1980) que le dio el vamos a la llamada era neoliberal. La cultura pop entró “con todo”, como dice el dicho, en las casas chilenas. El juego Space Invaders (Tomohiro Nishikado, 1978) de la consola Atari pasó a formar parte de las vidas de los niños que jugaban a matar a tiros a marcianos (shoot’em up) mientras afuera el mismo juego se repetía como un eco, generando un score invisible, un peso en nuestra memoria que luego sería levantada del olvido por autoras como Fernández, que años después recordarían a quienes fueron jóvenes y niños en los años ochenta en Chile.
La estrategia de Fernández aquí es construir un relato que funciona como un sueño: “No sabemos si esto es un sueño o un recuerdo. A ratos creemos que es un recuerdo que se nos mete en los sueños”. Se trata de un ejercicio de memoria estilizado con una mirada autoral, que se nutre del archivo personal y colectivo y que juega a tensar la idea del recuerdo. Concretamente, Space Invaders se divide en tres vidas que son tres años emblemáticos (1980, 1982, 1985) y un “Game Over”, que ocurre durante 1991, tal como en el juego de Atari (actualmente parte de la colección del Museo de Arte Moderno de Nueva York).
La obra gira en torno a Estrella González, quien aparentemente nada tiene que ver con el secuestro y asesinato de los militantes comunistas Manuel Guerrero, José Manual Parada y Santiago Nattino en marzo de 1985 –el llamado “Caso Degollados”, al que alude indirectamente la novela, y cuya crudeza impactó a la población por tratarse de una operación realizada a plena luz del día, con aparatos del Estado (un helicóptero sin ir más lejos) y la presencia de muchos testigos–. Sin embargo, conforme avanza la narración, veremos que hay una estrecha relación entre estas dos historias: una de las tragedias más brutales de la historia de Chile y la vida cotidiana de una niña, compañera de colegio de la autora del libro.
Cabe mencionar otra estrategia de escritura de Fernández. Para escribir este libro, ella organizó reuniones con sus compañeras de curso del colegio. En las reuniones circuló la siguiente pregunta: ¿Cómo recuerdan ustedes a nuestra compañera Estrella González? Cuenta la escritora en una entrevista que todas recordaban distinto a la aludida. No había una voz más fuerte que la otra. Para algunas ella era adorable, para otras un poco pesada, algunas la veían con el pelo con trenzas, otras con moño. Así mismo, contraponiendo voces y cartas ficticias de la propia protagonista, este libro va hilvanando una verdad imposible de unificar. Como en una pesadilla, el tiempo y el espacio no son lineales ni cerrados. Vamos entrando y saliendo de las memorias particulares de las compañeras de colegio que recuerdan a su compañera a través de las vidas del libro. A ratos la narración es coral, no sabemos quién habla y no importa. Maldonado sueña con la palabra degollados, pero no sabemos quién dice que ella sueña. Es entonces un coro el que lleva la narración en busca de una verdad que poco a poco, como en los sueños, irá apareciendo hasta llegar a un final que colinda con lo fantástico. En Space Invaders las que cuentan la historia son Fuenzalida, Maldonado, Riquelme, Zúñiga y Donoso. Todas confluyen en la voz de Fernández. Ella es quien, desde afuera, organiza el material, y permite que este respire.
El registro en Space Invaders es poético y a la vez minuciosamente real en su capacidad de registrar el habla coloquial de la infancia: “y anduvimos llorando algunas lágrimas”, dice Estrella González en una de sus cartas a Riquelme, contándole sobre el viaje de la familia a Alemania. El lenguaje trae la nostalgia por las cartas que se mandaban por correo postal, pegadas con saliva y con una estampilla que quedaba para el recuerdo. A diferencia de otros textos de Nona Fernández, como Chilean Electric (donde revivimos el origen de la luz desde una adulta que recuerda conversaciones de niña con su abuela), en este nos sumergimos directo en la infancia, un laberinto de voces de niños, acaso atrapadas, pero con la esperanza que produce la belleza del lenguaje. Es un libro que está más cerca de David Lynch que de Alejandro Zambra, quien también recuerda los años ochenta en su novela Formas de llegar a casa (2011). En Space Invaders la clave es que se confunde la mirada autoral de la investigadora con la mirada de los niños, que se quieren adueñar del relato. Maldonado se pregunta: “¿qué es ser degollado?” Porque lo escuchó por ahí, y no tiene miedo a nombrar el horror.
El ritmo del texto responde al trepidar onírico, no hay palabras de más ni de menos. En el capítulo final (“Game Over”) sabemos qué le ocurrió a Estrella González. Nuevamente aparece la imagen del juego japonés para recordarnos que esto de matar a tiros no ha terminado y que Estrella, la real, no volverá. Estrella, la real, la hija de un asesino real, tal vez el responsable del crimen real más despiadado de nuestro pasado reciente, el general González Betancourt, la niña de pelo largo o corto, según la que cuente el sueño, la que mandaba cartas secretas dentro de sobres secretos, la que se definía con el símbolo de una estrella bajada de la bandera de un país, no volverá. Estrella no volverá, pero este libro la trae de vuelta, sin llegar a un consenso porque la memoria no es sólida ni fija, sino todo lo contrario, líquida e inestable. Esto lo ha trabajado Fernández en toda su obra. La memoria en disputa con la oficialidad. La memoria en disputa adentro de uno mismo, también. La memoria en disputa en Space Invaders es algo constitutivo, es la raíz coral del libro.
Nona Fernández mira dentro del agujero negro que es el tiempo. Sus textos develan que ella es una gran lectora y que se nutre de la tradición literaria. Además, trabaja con archivos, en su amplia gama de posibilidades. En La dimensión desconocida también trabaja con la historia de Estrella González pero desde una perspectiva más fría y menos protagónica; en ella narra un viaje al Museo de la Memoria y desde ahí se vuelve al pasado; en Mapocho (2008) nos introduce citando a Guadalupe Santa Cruz y a Gonzalo Millán. En Space Invaders, más que estar ante una orquesta de voces que dialogan abiertamente con sus referentes, escuchamos sonidos que emergen en calidad de sueños o recuerdos, voces colectivas de un grupo de mujeres reales puestas al servicio de una pregunta dramática. Esto queda de manifiesto en el apartado final en el que se le agradece a Maldonado por su colaboración en el libro y en el epígrafe del libro, en el que George Perec nos anuncia cuál será el tono.
“Estoy sometido a este sueño. Sé que no es más que un sueño, pero no puedo escapar de él”, dice Perec, apoyando la idea de que este libro nos llevará hacia adentro. En sus páginas avanzaremos como en un río, se instalará en nosotros el reflejo no realista de una patria errante, reafirmando que frente al impuesto olvido, persiste la voluntad de gente que necesita juntar los vidrios rotos y reconstruir historias sobre las ruinas de un Santiago, tal vez el mismo que describió Gonzalo Millán en su poema La Ciudad, de 1979:
48.
El rio invierte el curso de su corriente.
El agua de las cascadas sube.
La gente empieza a caminar retrocediendo.
Los caballos caminan hacia atrás.
Los militares deshacen lo desfilado.
Las balas salen de las carnes.
Las balas entran en los cañones.
Los oficiales enfundan sus pistolas.
La corriente se devuelve por los cables.
La corriente penetra por los enchufes.
Los torturados dejan de agitarse.
Los torturados cierran sus bocas.
Los campos de concentración se vacían.
Aparecen los desaparecidos.
Así también este libro resucita el pasado, obsesión en la obra de Fernández por la dictadura militar chilena, volviendo hacia atrás para aclarar lo sucedido y dar un final posible a lo que tal vez siempre estará ahí, navegando en las aguas de lo inolvidable, y que escribimos acaso no para purgar u olvidar, sino para que no ahogue tanto, para que tan solo se desprenda un poquito.
Referencias bibliográficas
Fernández, N. and Pinos Fuentes, J. (2013). Space Invaders. 1ra ed. Santiago: Alquimia.
Fernandez, N. (2017). La Dimensión Desconocida. Barcelona: Random House.
Fernández, N. (2015). Chilean Electric. Santiago: Alquimia.
Fernández, N. (2019). Mapocho. Santiago de Chile: Alquimia (reedición ampliada y corregida del original).
Millán, G, Poema 48, La ciudad, enlace YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=Su3tGp-feEg.