Gracias a Lina Meruane y Rosana Ricárdez por el esfuerzo de publicar con nosotros esta entrevista. Como Lina misma dice, la palabra de los intelectuales y escritores nos ayuda a «ver que somos muchos y estamos pensando y actuando en conjunto» durante esta crisis que en Chile se superpone a otra crisis reciente. Ambas pueden pensarse como un continuo donde está en juego el valor de la vida y el cuidado de la vida, es decir, de «los cuerpos vivos, no de células y embriones que ciertos sectores defienden más que los cuerpos que nos constituyen como sociedad»
R. ¿Qué puedes decir del pánico de la gente y de los gobiernos ante el Covid-19? Y hasta la relación del tema con la literatura y otros virus.
LM. Nuestro cuerpo, nuestra vida, es, en rigor, lo único que tenemos. Y tememos por la vida, porque las sociedades neoliberales han privilegiado las medidas de austeridad y hoy en día los hospitales están infradotados para sostener la salud de los ciudadanos, y aún más para enfrentar emergencias sanitarias de la colectividad. Al inicio de la pandemia la falta de respuesta de los gobiernos, sus medidas austeras (para no obstaculizar la producción, no dañar los mercados) me recordó los tiempos del sida: el pánico generalizado y la ausencia de medidas de protección de la ciudadanía, la negación genocida de los gobiernos. Se dejó a esa comunidad a la deriva, se la destinó a morir desasistida porque, en la lectura moralista merecían morir, y, en la lectura individualista, ellos se habían enfermado por sus malas conductas y por lo tanto debían hacerse cargo. Por supuesto, esas lecturas son complementarias y pertenecen a un momento histórico específico –es importante examinar cuáles son esos contextos, aunque no aquí. Lo que me interesa es que la idea, tan propia del capitalismo, de que hay cuerpos desechables, cuerpos más desechables que otros, persiste en la idiosincrasia y esto no sólo es problemático y repudiable, es peligroso. Está muriendo mucha gente, este virus es altamente contagioso y no tenemos inmunidad contra él y van a morir quienes tienen sistemas inmunitarios comprometidos o más desvalidos, y eso a veces se sabe de antemano y a veces no. En cualquier caso, una enfermedad nunca le toca a un individuo, le toca a toda la sociedad. Y la respuesta debe ser social: todos los cuerpos importan lo mismo.
R. ¿Y el papel de los intelectuales públicos? Parece de Perogrullo, pero ellos forman parte de la sociedad y, quizá como pocas veces, han publicado textos que han circulado por igual entre la academia y los medios de comunicación. Desde Giorgio Agamben hasta Butler, con las respectivas respuestas.
LM. Es importante examinar cómo este virus ha activado una reflexión filosófica sobre el procedimiento de los gobiernos en estas situaciones de emergencia, y, por supuesto, reflexionar sobre la posibilidad de que esta crisis sirva para legitimar el despliegue autoritario de las lógicas de excepción. Esta es la tesis de Giorgio Agamben, y ha suscitado controversia e incluso acusaciones de que se trata de una postura elitista, abstraída de las realidades corporales y de los miedos de una ciudadanía desprovista de los medios que requiere ante la emergencia. En gran medida estoy de acuerdo con esta crítica que se le hace a Agamben: sospecho que se enuncia desde un lugar de privilegio corporal (el de la salud, el de una manutención asegurada) y desde una cierta comodidad intelectual, que consiste en quedarse en ideas que ya estaban pensadas hace años y que ahora se vendrían a “confirmar” (lo mismo podría decirse de Žižek, que en cada crisis anuncia el fin del capitalismo). Además, es una reflexión que se abstrae del problema contingente y material de la crisis, de la urgencia por ocuparnos de la salud y el amparo económico de la ciudadanía. Esto no se contradice con la necesidad de vigilar que los gobiernos no aprovechen esta crisis (como lo hizo, por ejemplo, Estados Unidos a partir del 11/S) para mantener en el tiempo su control de la ciudadanía.
R. Es claro que el tema ha suscitado una nueva discusión sobre el poder, no en abstracto. ¿Cómo pensarlo y replantearlo en esta época?
LM. Una cosa que no he podido dejar de pensar es en la idea del poder estatal que se maneja: desde ciertas zonas del pensamiento, el Estado se ve exclusivamente como una entidad abstracta, poderosa, que siempre opera contra la ciudadanía. Y por supuesto que hay verdad en esto, quiero decir, sabemos que vivimos hace años en una situación de excepción. En Chile lo sabemos muy bien: hemos pasado décadas en la excepcionalidad de una Constitución que asegura privilegios para algunos y criminaliza a quienes se oponen, a tal punto se ha alargado esta situación que la hemos aceptado (es lo que Gramsci llamaba hegemonía) y ya ni siquiera requiere un pronunciamiento específico para operar. Está en la ley pero además se ha internalizado; y sin embargo, esta aceptación no es total, en esta aceptación hay fisuras muy visibles, pequeñas y grandes agitaciones en contra de dichos modelos de control… Porque el Estado no es una abstracción ajena a nosotros, el Estado somos nosotros y cuando comprendemos que su articulación no nos acomoda nos vemos en la necesidad de transformarlo. Debemos exigirle al Estado y a quienes establecen sus normas que reescriban el contrato. Esto es lo que hemos vivido, la revuelta contra la articulación actual de un Estado que no nos representa, que no defiende nuestros intereses. Transformarlo es lo que está en juego, y aunque no es fácil tampoco es imposible. Pienso que existe la posibilidad de que la crisis social que se desplegó a partir de octubre pasado, sumada a esta crisis sanitaria, permita repensar y reescribir la constitución misma del Estado: sus valores, sus prioridades, el modelo ideológico que lo sustenta. Lo que hemos visto en ambas crisis es la necesidad de que se valore la vida y el cuidado de la vida (hablo de los cuerpos vivos, no de células y embriones que ciertos sectores defienden más que los cuerpos que nos constituyen como sociedad). Esas voces, esos reclamos han aparecido entre los filósofos. Pienso en Jean-Luc Nancy, quien criticó a su “amigo” Agamben por desmentir irresponsablemente el peligro de la epidemia. Jean-Luc Nancy es ya un señor mayor que está entre los grupos de riesgo, es trasplantado de corazón (y para que un cuerpo no rechace el órgano ajeno es necesario debilitar el sistema inmunitario). Y pienso en la filósofa feminista Judith Butler, quien viene trabajando la cuestión de la precariedad de la vida y la necesidad de valorarla. Nancy y Butler hablan desde los cuerpos vulnerables, no para negar que ciertos gobiernos puedan aprovechar la epidemia e instrumentalizar el pánico epidémico para fortalecer sus proyectos en curso de vigilancia y coerción de la ciudadanía sino para recordarnos que hay que ver cómo atendemos a los cuerpos en riesgo vital y a las sociedades a las que pertenecen. Como te comentaba antes, yo sospecho de esta idea de que el poder exista y se ejerza siempre contra la ciudadanía, y es lo que vemos ante emergencias: exigimos (hablo por mí, pero no estoy sola) un Estado fuerte, un Estado solidario, un Estado que nos incluya en su planificación, que nos dé prioridad, que haga lo que debe: el Estado existe para cumplir con funciones custodiales que no ha estado cumpliendo.
R. ¿El Estado tendría que volver a pensar en la cobertura del sistema de salud?
LM. Absolutamente. La gran contradicción en la discusión actual es que por un lado se critican las políticas neoliberales, que han recortado las funciones custodiales del Estado pero, al mismo tiempo, cuando el Estado pone en funcionamiento sus prácticas de cuidado, nos pone en alerta roja contra su intromisión… Tenemos que ver cómo poner en marcha políticas de cuidado público, a corto, mediano y largo plazo, tanto para la ciudadanía como para los inmigrantes (legales o no todavía), exigiendo a la vez que no se militarice el espacio público ni se usen las lógicas del cuidado para otros fines. Se debe ir contra ese Estado en retirada por las políticas neoliberales, pero permitirle e incluso exigirle, como se le ha exigido en Chile, la implementación de protocolos públicos para el cuidado de toda la ciudadanía: es una vergüenza eso de la cuarentena para las comunas pudientes mientras las comunas obreras siguen expuestas. Hay que estar muy alertas a cómo se establecen esos protocolos y cuáles son los parámetros del establecimiento de esos protocolos del cuidado público. Y darle prioridad no a ciertas clases sino a los más vulnerables, los viejos, los previamente enfermos, los migrantes.
R. El dinero se suele ir a cuestiones armamentistas.
LM. Las platas están puestas, efectivamente, en lugares que no son los del cuidado público, son puestas en las zonas que le interesan al poder para seguir su carrera dizque defensiva, que es la de la disuasión bélica y de la lógica capitalista, expansionista, patriarcal, ligada a la extracción de recursos y a la pura rentabilidad económica.
R. Entonces, ¿cuál es la posibilidad [real] de la injerencia ciudadana en la transformación de este modelo?
LM. La revuelta, y ahora la pandemia, pone de manifiesto que hay una ciudadanía doliente, una ciudadanía que no acepta el modo de operar de nuestro sistema político y económico –ha sido una poderosa manifestación de falta de confianza en la clase política y una queja muy potente por la desigualdad, aunque lo que se viene ahora puede que se transforme en una queja ante la carencia material que producirá esta crisis… Lo que singulariza este “despertar” (que vino precedido de muchos despertares anteriores) es que la gente de pronto comprendió que no eran problemas puntuales, las pensiones, la salud, la educación, la violencia contra las mujeres, la legalización del aborto y su puesta en práctica en los hospitales, sino que era el sistema en su totalidad. No es un mero despertar, es una toma de conciencia sobre el problema estructural. Y el gobierno ha respondido con represión, pero incluso cuando responde reconociendo que abusó, y le lanza unas migajas a la gente, unos pesos, resulta insuficiente: es mucho más que unos pesos o unas medidas de parche. Porque uno, no nos confiamos de la clase política y, dos, nos dimos cuenta de que es la estructura la que debe cambiar. Que la ciudadanía se negara a aceptar las soluciones parche desesperó al gobierno, que aprovechó el momento para activar leyes altamente represivas, con lo cual tenemos, a la vuelta de estos meses, una situación que ha posibilitado más violencia.
R. ¿Podrían utilizar la pandemia para atemperar los ánimos?
LM. El sector que rechaza el cambio constitucional ha querido impedir esta votación desde que firmó, contra su propio deseo, el mal llamado “acuerdo por la paz”. Una de las maneras en que ha querido impedir el plebiscito fue generar suficiente violencia, desplegando, por ejemplo, fuerzas de choque en la calle con protección policial, y sugiriendo que no estaban dadas las condiciones para una votación tranquila. Y ante los primeros anuncios de epidemia en China, el ministro Mañalich declaró que en caso de pandemia las condiciones no estarían dadas para que la ciudadanía votara… El mismo ministro que ha dado declaraciones contradictorias sobre la peligrosidad del virus, para justificar no imponer cuarentena en todo Santiago o en zonas que lo exigían. La pandemia le dio una coartada a ese sector, que ahora quiere olvidar la consulta ciudadana y resolverlo, como siempre, a puerta cerrada en el Congreso. La ciudadanía no va a aceptar eso. Sabe que el sector rechazo y la derecha, at large, no quiere perder sus privilegios históricos. Que va a intentar a toda costa que esa Constitución esté muy bloqueada.
R. De inmediato salieron textos de académicos y de gente de literatura que, desde la escritura creativa, estaba intentando explicarse (ofrecer su punto de vista y posición sobre) lo que estaba sucediendo. A diferencia de hace cuarenta años, cuando pasaron más meses, años, para que hubiera textos, o la cantidad de textos que hubo. ¿La inmediatez o los textos a mediano y largo plazo? Tú misma lo dijiste en Viajes virales, “la literatura, si había que justificarla, suele tomar más tiempo”.
LM. Es que la prosa literaria suele tomar más tiempo, o solía. A mí me parece que los géneros que reaccionan más rápido, suelen ser la poesía y el teatro. Tal vez porque la extensión de la poesía es menor, y porque en el teatro hay una producción colectiva. Responder en 200 páginas demora más… Y no sólo es la extensión, es el trabajo con el lenguaje y la elaboración simbólica. Y no creo que en situaciones anteriores, situaciones sin censura, no haya habido una respuesta inmediata de los escritores en los medios, en relatos más cortos, en cuentos, en columnas. Pasa, creo yo, que la visibilidad de esa intervención es muy amplia en las redes, y hay una permanencia –prácticamente una eternidad de los textos– en los espacios virtuales. Hace treinta años, la respuesta a un hecho se hacía en la frecuencia radial o en los periódicos en papel y todo eso desaparecía de circulación. Ahora tenemos una gran plataforma que no solamente distribuye y hace circular, sino que además hace permanecer en el tiempo esas respuestas. Pienso que por eso tenemos esa sensación de que existe una respuesta más activa, pero porque la vamos viendo y si no la vimos hoy, la veremos mañana o dentro de un año podremos encontrarla. Ese “¿viste el artículo de Marcelo Leonart, y el de Nona Fernández, de Diamela Eltit, de Rodrigo Karmy?”. Y uno dice “no, ese no lo vi, vi estos otros, pero los busco”. Me voy a El Desconcierto, me voy a Guion Bajo, a La Última Línea, me voy a los periódicos. Hay una presentización de esa respuesta que está muy bien, que ha sido muy útil y nos ha hecho ver que somos muchos y estamos pensando y actuando en conjunto.
R. Pero dices: produce “una sensación”, ¿es sensación o es algo real?
LM. Lo que te quiero decir es que cuando estudié la epidemia del sida y miré la producción periodística había muchos artículos en la prensa, no necesariamente los que una hubiera querido, porque estaban saturados de homofobia, llenos de lugares comunes, de estereotipos estigmatizantes, verdaderas campañas de terror. Pero no es que no se produjera una escritura, una reacción. O en la dictadura misma, hubo revistas, hubo periódicos subterráneos, hubo escrituras que se escudaron en una cierta opacidad para eludir la censura, pero que por su propia complejidad literaria perdieron, por así decir, al lector menos entrenado. Era otro contexto, y era otro modo de responder; no hubo ausencia de respuesta. Para encontrarla había que hacer trabajo de archivo, en cambio, y tengo certeza de esto, hoy la disponibilidad de esa respuesta se prolonga en el tiempo. Si quiero saber qué está pasando con la violencia ocular, qué se escribió al respecto, qué cosas nefastas dijo Constanza Santamaría y qué se le respondió, porque quiero examinar esa polémica, está toda en línea. Los artículos en distintos medios y en el extranjero, las muchas cartas que se publicaron, los comentarios en redes sociales: todo en línea. Ese archivo permanece. Mientras que, si no va a la Biblioteca Nacional o a la Biblioteca del Congreso buscando un episodio de, pongamos, los años cincuenta en Chile, un tiempo que he mirado bastante, pues mucho se perdió, incluso ahí. Empieza a estar más disponible, pero ese trabajo de archivo es mucho más arduo.
R. Mencionaste la novela. Pero igual el cuento, el ensayo, lo fantástico como género… ¿Crees ver, en relativamente poco tiempo, otros géneros que aborden el tema?
LM. Cierto, te dije que la novela responde de manera diferida a las crisis, aunque por supuesto su lentitud es relativa y hay algunos autores sorprendentemente veloces entre los cuales no me cuento (risas)… El ensayo impresionista puede ser más rápido, el ensayo literario y la no ficción, porque sus materiales están tomados de la experiencia y su archivo es más accesible. Pero el ensayo académico no: sus materiales son más complejos, su formato requiere de la cita. Y el pensamiento tiene una velocidad que no se condice con la celeridad de estos tiempos… Tengo además la sospecha de que parte de la no ficción sobre la contingencia que surgió de inmediato ya se estaba escribiendo antes. Es decir, que ya había autores pensando el problema chileno que por otra parte no era nuevo. El ensayo de Constanza Michelson, Hasta que valga la pena vivir. Ensayos sobre el deseo perdido y el capitalismo del yo (Paidós, 2020), es un libro que pone nuestra crisis en escena psicoanalítica, pero ella ya lo estaba escribiendo –es al final que le pone de título ese lema de la calle. La vinculación es evidente: no están separados los problemas de género, de la desigualdad, de la vulneración y de la vulnerabilidad, de los temas de la psique. Un libro largo y sesudo es imposible de escribir al instante. Pero hubo un momento oportuno para terminarlo. Y posiblemente haya editoriales que dieran prioridad a los libros que responden a la crisis. Porque hubo una necesidad de leer y entender lo que está pasando. Yo no conozco a nadie que escriba una novela en dos meses o en cuatro meses, yo, trabajando muchísimo, diez horas al día, escribo una novela en un año.
Lina Meruane (Chile 1970). Su obra de ficción incluye los relatos reunidos en Las Infantas, y las novelas Póstuma, Cercada, Fruta Podrida, Sangre en el Ojo y Sistema Nervioso. Entre sus libros de no ficción se cuentan el ensayo Viajes Virales, el ensayo lírico Palestina por ejemplo, la crónica Volverse Palestina, y la diatriba Contra los hijos. Ha recibido los premios Cálamo (España, 2016), Sor Juana Inés de la Cruz (México 2012), Anna Seghers (Berlín 2011) y becas de escritura de la Fundación Guggenheim (USA 2004), la NEA (USA 2010) y la DAAD (Berlín 2017), entre otros. Actualmente enseña culturas latinoamericanas y escritura creativa en la Universidad de Nueva York.