“¿Por qué será que existe esa manía tan española,
esa afición tan nacional a preguntarme,
siempre que publico un libro nuevo,
cuánto hay de real y de autobiográfico en él?”
Enrique Vila-Matas (Aunque no entendamos nada 17).
1.
Hace algunos años, en una entrevista al diario Las Últimas Noticias, Enrique Vila-Matas avisaba que estaba escribiendo el primer volumen de su biografía literaria, pero advertía:
El narrador se parece a mí, aunque no es exactamente yo, la
prueba la tiene en las primeras frases del libro, que por cierto
se titula ‘París no se acaba nunca’: “Fui a Key West, Florida,
y gané la edición de este año del tradicional concurso de dobles
del escritor Hemingway. Después, orgulloso de mi triunfo, volé
directamente a París con la intención de revisar irónicamente
los años de juventud que allí pasé…”. (Pascual)
En efecto, aquélla es la primera de muchas mentiras de las que se vale el autor para diferenciarse de su entidad real y convertirse él mismo en un personaje de ficción, coronando así una trayectoria cuyo fin último pareciera ser el de borrar los límites con que se suelen separar literatura y vida. Una trayectoria cuyo origen justamente se narra en París no se acaba nunca.
Estas memorias abarcan específicamente dos años en la vida de Vila-Matas, aquellos en que a mediados de los setenta se fue a París para ser escritor como Hemingway. Su mirada, sin embargo, es bastante desmitificadora, pues a diferencia de éste (que, en París era una fiesta, manifestaba que fue allí “muy pobre y muy feliz”), él fue “muy pobre y muy infeliz” (París 10). El marco del relato es una serie de conferencias en las que va acumulando fragmentos con citas y recuerdos que repite y recombina, aunque es posible distinguir algunas de las etapas típicas de una novela de formación. Tras elegir como actitud vital la desesperación porque era más elegante, comienza a planear el primer libro de su vida a partir de una idea de Unamuno: una novela que matara al lector. Se lo informa a Marguerite Duras, cuya buhardilla arrienda, y ella le entrega su receta, consistente en una serie de conceptos como verosimilitud y registro lingüístico que sólo aprende tras importunar a su amigo Raúl Escari y que demora mucho tiempo en incorporar. Su ignorancia no lo detiene, y tras comprar una mesa para colocar la máquina de escribir que traía de Barcelona, decide copiar la estructura de Pálido fuego, de Nabokov y ocupar como espacio narrativo los lugares mencionados en las Cartas a un joven poeta de Rilke: “Después de todo, me dije, los escritores jóvenes copian modelos, imitan a los escritores que les gustan, y a mí no me conviene arriesgarme por sendas más complicadas pues me expongo a no escribir nunca” (42).
En el largo proceso de escritura, poda y corrección influyen además otro tipo de alicientes, como el cine, los sueños, y hasta una experiencia con LSD, que le provoca un cuestionamiento acerca su visión de la realidad, y también de la fragilidad de su escritura; dada su escasa experiencia como lector, decide nutrirse “de las lecciones visuales, cinematográficas, que me había proporcionado la droga” (89). Si bien luego intenta engrosar su escuálida cultura literaria, esta apertura, según indica, se constituyó en una importante fuente de inspiración: “algunas de aquellas percepciones de una realidad distinta perduran con firmeza y, cargadas todavía hoy de una energía muy notable, son la causa de que me hagan reír, por ejemplo, los escritores realistas que duplican la realidad empobreciéndola” (89). Este último comentario se relaciona con la concepción que ya va forjando de la literatura como una forma de liberación, y el poder que advierte en las palabras escritas para distanciarse “de lo que llamaban realidad, que era algo -como lo ha sido siempre para tantas y tantas personas jóvenes- muy decepcionante” (101).
Finalmente, luego de descubrir que en un libro de Agatha Christie el narrador era el asesino (lo que le restaba la pretendida originalidad a su proyecto) y que su padre amenazara con cortarle el financiamiento, retorna precipitadamente a Barcelona cuando le cortan la luz de su buhardilla, que nadie había pagado en años y que él tampoco pretendía pagar. De todos modos, la suerte ya estaba echada: paradójicamente, este intento de asesinar al lector firmó el acta de nacimiento de un escritor.
2.
Pasados casi 30 años, Enrique Vila-Matas mantiene cierta distancia con La asesina ilustrada, pues le parece excesivamente fría debido a su falta de estilo:
Yo creo que en mi primera incursión en las letras, en La
asesina ilustrada, disocié demasiado entre forma y contenido,
entre la emoción y la expresión de la emoción, del
pensamiento, que tendrían que ser inseparables. Emoción y
pensamiento deberían ser siempre inseparables. (París 113)
Por otra parte, justifica que en definitiva toda la novela no fue más que la excusa para intercalar un poema, “el último que escribí en toda mi vida y el único que he publicado. Vistas así las cosas, toda La asesina ilustrada habría sido una excusa para poder despedirme de la poesía” (212). Pero más allá de estas consideraciones, en esta primera novela editada en 1977 ya comienzan a perfilarse algunos de sus rasgos más característicos, y no sólo por la presencia de escritores como protagonistas (algo bastante usual en otras de sus novelas), sino especialmente por ciertos aspectos estructurales, como el uso de materiales heterogéneos (el ya aludido poema, un cuento, las notas de este cuento, el relato de un sueño, cartas, etc.). Igualmente, el intento por convertir este libro en un artefacto capaz de matar al lector muestra la tensión que Vila-Matas suele crear entre los elementos de la realidad y la ficción, y la acción está salpicada por algunas reflexiones literarias (otro de los sellos de este autor), pero de todos modos, la suma de todos estos factores es aún insuficiente para producir el perturbador efecto que provoca la lectura de títulos como El mal de Montano o el reciente Doctor Pasavento.
3.
¿Qué ha ocurrido, entonces, a lo largo de todos estos años de escritura? Por lo pronto, apuntemos la fidelidad que ha mostrado al último consejo que recibió por parte de Marguerite Duras (el mismo criminal consejo que años antes ella había recibido de Raymond Queneau): “Usted escriba, no haga otra cosa en la vida” (París no se acaba nunca 232). Esta dedicación se liga, además, a una concepción de su actividad alejada del exitismo y la prisa que otros ostentan:
Yo soy plenamente consciente de mi carrera de corredor de
fondo, de haber ido no sólo construyéndome como escritor
sino, también, de haber construido lentamente a mi lector
ideal sin sacrificar la idea que yo tenía de lo que se supone
es mi lector ideal. (…) Tengo que decir que el camino ha sido
muy duro, porque el riesgo de fracasar es mucho más grande
cuando se apuesta todo a un solo número. (Fresán)
En efecto, el reconocimiento de sus virtudes ha sido particularmente lento en un medio como el español, poco atento a la experimentación en las posibilidades de la novela que Vila-Matas comienza a desarrollar especialmente a partir de Historia abreviada de la literatura portátil. Publicada en 1984, ésta marca un punto de inflexión al mezclar convincentemente el ensayo con la narración y abusar de la buena fe del lector al combinar escritores y obras reales y ficticios. Igualmente, aquí parece tomar conciencia de la necesidad de dar a conocer su biblioteca personal, de crear, como lo proponía Borges, su propia tradición. De este modo, y como luego se hará muy común en otras de sus novelas y especialmente en las crónicas que hasta el día de hoy sigue publicando en diversos medios, convoca a sus lectores al desfile de autores como Sterne, Musil, Gombrowicz, Pessoa, Pitol, Magris, Tabucchi, Sebald, y tantos otros excéntricos de los que se vale no sólo para sus reflexiones o incluso sus chistes, sino especialmente para poder abrir un espacio en el que sus obras no sean vistas como un mero capricho sino como un intento de expandir los límites narrativos. Este camino va conociendo distintas estaciones, ya sea en novelas de factura completamente fragmentada (como Una casa para siempre), recopilaciones de relatos en torno a un tema (como Hijos sin hijos y Suicidios ejemplares) e incluso algunas novelas de estructura más lineal (como El viaje vertical). Sus tres últimos libros parecen constituir un momento especial por la preponderancia que tiene la literatura como tema, ya sea recopilando los casos de quienes intentaron negarla (en Bartleby y compañía), convirtiéndola en una enfermedad pero también combatiendo a sus enemigos (en El mal de Montano) o, como ya hemos visto, relatando su propia formación como escritor en estas memorias, o como el fondo que empapa el afán de desaparición de un novelista (en Doctor Pasavento). Pero lejos de la pedantería y la erudición, su propósito es más amplio:
De acuerdo: en todos mis libros hay escritores y hay libros.
Podría escribir un libro donde no hubiera un escritor, o alguien
que quiere ser escritor, o variantes de la forma de lo que es un
escritor; pero no estoy del todo seguro de que me divertiría
haciéndolo. Es como si para mí la figura del escritor fuera el
recipiente perfecto, el frasco que contiene toda mi visión de la
vida y el sentido de las cosas. Ése es mi tema, todos mis
temas. El modo en que la literatura aparece en todas partes.
(Fresán)
Aún más importante es que en estas tres novelas se consolida una particular teoría de la novela que propicia el mestizaje de los géneros, algo que valora tanto en la música de Manu Chao como en Viaggio in Italia de Rossellini, y que tendría su origen literario en el Ulises de Joyce, que inaugura “cierta tendencia que parece estar diciendo que, puesto que la vida es un tejido continuo, una novela puede ser construida como un tapiz que se dispara en muchas direcciones: material ficcional, documental, autobiográfico, ensayístico, histórico, epistolar, libresco…” (Desde la ciudad nerviosa 215).
4.
La presencia de elementos biográficos no es privativa de París no se acaba nunca, que ya recoge material aparecido antes en varias de sus crónicas. Es frecuente que Enrique Vila-Matas realice algunos guiños que juegan con una posible homologación entre el autor y algún personaje. En La asesina ilustrada las iniciales de Elena Villena y Eva Vega permitían este juego, y en otras novelas incluye a algunos de sus amigos, sitúa la acción en su propio barrio, e incluso en Bartleby y compañía, el narrador Marcelo CasiWatt habla de los 2 años que pasó en París. Pero la diferencia en sus memorias es que ahora este cruce se hace desde el otro lado: es a partir de la propia biografía que se produce el desbarajuste. La otra gran diferencia de París no se acaba nunca con respecto a sus libros inmediatamente anteriores es que en vez de perfilar cada género distintivamente (como en la estructura de muñecas rusas de El mal de Montano), aquí todos los materiales están plenamente fundidos. Y el efecto es que, dentro de esta mezcla de citas, reflexiones y mentiras, las alusiones a hechos concretos y verificables sólo han conseguido enredarse aún más hasta que pareciera que todos los recuerdos han sido inventados. Al igual que el Libro del desasosiego, Vértigo y tantos otros de sus libros amados, la lectura se convierte en un remolino en el que lentamente dejamos de entender.
5.
Aludiendo a sus años de formación, Vila-Matas dice: “No añoro ni mi pureza, ni mi entusiasmo estimulante, ni la intensidad. Es como si en París lo hubiera ido postergando todo con habilidad para sentir verdaderamente la seducción de la escritura en estos años de ahora, los de la edad tardía” (París 136). En efecto, estas memorias nos hablan de un sentido profundo de la escritura, que está más allá de sentarse a fumar en un café parisino porque comporta otro modo de mirar la realidad: “la primera función del arte es extrañar, romper nuestros hábitos de percepción y volver nuevo lo viejo” (Aunque no entendamos nada 49). En plena madurez, este escritor se ha atrevido ahora a realizar sus juegos de siempre con su propia vida, y ha cumplido con su premisa de que la ironía es la forma más alta de sinceridad, pues finalmente todos los distanciamientos de los que se valía lo han llevado a la misma conclusión: “Hasta no hace mucho yo creía que escribir equivalía a empezar a conocerse a uno mismo; pero a medida que va pasando el tiempo me doy cuenta que nunca sabré quien soy por culpa de escribir” (Fresán). Al asomarse a los bordes de su memoria ha caído en un pozo sin fondo, que explorará en su siguiente novela (Doctor Pasavento), cuya principal obsesión es precisamente la desaparición.
6.
Comenzaba esta lectura con una mentira, por lo que corresponde finalizar con otra: La asesina ilustrada no es la primera novela de Enrique Vila-Matas, sino la segunda. Algunos años antes, en 1973, publicó, también en la editorial Tusquets, Mujer en el espejo contemplando el paisaje. En la contratapa podemos leer: “Enrique Vila-Matas nació en Barcelona hace 25 años, estudió derecho y abandonó la carrera para dedicarse al cine. (…) Ésta es su primera creación literaria. Ha decidido dedicarse full-time a la literatura”.
Este texto está basado en la ponencia homónima presentada en septiembre de 2004 en el XIII Congreso Internacional de la Sociedad Chilena de Estudios Literarios. Felipe Cussen es profesor de la Universidad Diego Portales.