En febrero, hace cien años, nació Elizabeth Bishop. Con Robert Lowell, sólo algunos años menor, mantuvo durante muchos años una privilegiada relación tanto personal como literaria, y una nutrida correspondencia, publicada en 2008.
Las traducciones corresponden a poemas de Lowell dedicados explícitamente a Bishop (y, a manera de coda, uno de ella, que no publicó en vida). Los pormenores de su amistad – que incluso tuvo matices amorosos en algún momento – y del intercambio de sus experiencias de escritura, se encuentran en la correspondencia. En cambio, estos pocos poemas dan, a nivel profundo, muchas claves de esa relación y de cómo Lowell, uno de sus seres más cercanos a Bishop, entendió la vida y el trabajo literario de su gran amiga.
En los dos primeros poemas, Lowell esboza una misma escena de juventud (el segundo es una reelaboración del primero, hecha muchos años más tarde). El tercer poema se refiere a Nueva Inglaterra, lugar de origen de ambos, siempre presente a lo largo de los años y de sus respectivos viajes. El cuarto está hecho sólo de palabras de la propia Bishop, extractadas de una carta escrita desde Brasil y compuestas hasta hacer un poema, un procedimiento muy usado por Lowell en sus libros más tardíos y autobiográficos. Y el último de Lowell se refiere con acierto y delicadeza al gusto poético de Bishop y a su muy exigente oficio.
El último de los poemas aquí traducidos es de Elizabeth Bishop, y estaba entre sus inéditos al morir. Tal vez me equivoco al ver en él una meditación acerca de los poemas de Lowell dedicados a ella y situados en Nueva Inglaterra (los tres primeros que traduzco). Ella no apreciaba, en poesía, lo que por entonces se llamaba «confesional», y alguna vez reprochó a Lowell usar las cartas de su segunda mujer, Elizabeth Hardwick, como material. Nunca publicó el poema, que hoy presentamos aquí en versión libre. Como muchos otros, lo tuvo muchos años pegado en la pared, esperando el momento en que se volviera perfecto.