La actual muestra de la obra de Isidora Correa se divide en dos exposiciones, una en la Sala Gasco y la otra en la galería Die Ecke, a modo de complementarios, como dos caras de una misma moneda: un ejercicio de deconstrucción y recomposición que nos invita a mirar en bruto los objetos que la artista nos presenta. ¿Qué pasa cuando un objeto -además de ser trasladado al espacio de una exposición- es limpiamente cercenado y combinado con otros objetos? ¿Qué pasa con su función, con su historia y su valor?
La muestra de Sala Gasco, se divide en dos grandes espacios. En uno de ellos, se despliegan en unas vitrinas impecables de vidrio (como un muestrario de joyería) una serie de sesenta fotografías de objetos cotidianos, superpuestas unas sobre otras, en grupos de a diez. El centro de las fotografías se encuentra siempre recortado: ahí donde supuestamente nos encontraríamos con los objetos fotografiados unos junto a otros, con sus figuras llenas mirándonos de frente, no vemos más que un vacío. El único índice que nos remite a esos objetos, abriendo al mismo tiempo la posibilidad de que los reconstruyamos en nuestra mente, son sus contornos. Éstos forman en sí mismos una línea continua. En su recorrido -pasando de un contorno a otro- literalmente se dibuja un nuevo objeto, un híbrido de contornos irregulares cuya figura, a pesar de constituirse por la combinación de objetos reconocibles, en sí misma no es ninguno de ellos, sino una nueva forma: una forma sin nombre.
Mediante este primer contorno vacío, que hace de marco a través del cual mirar, es posible percibir otras líneas de contorno, perfiles de objetos igualmente combinados que yacen bajo el primero. A través del recorte superior, se puede acceder a partes de otras formas – fracciones de otros híbridos- que se configuran de la misma manera que su antecesor y que se despliegan hacia dentro. Como en una mina a cielo abierto, en donde a simple vista la profundidad de la excavación es proporcional a la cantidad de surcos que la conforman; la limpieza y continuidad del contorno principal que hace de superficie, contrasta con las numerosas líneas que se interrumpen y cruzan desplegándose en profundidad, con los recovecos que van quedando producto de la superposición de estas fotografías caladas –más cercanas a una plantilla de stencil que a una fotografía propiamente tal- en el que el ojo se pierde en un recorrido sin principio ni final. En otras palabras, la gran línea que se dibuja sin interrupción (en una primera instancia), prometiendo con su inicio y final el perfil de un nuevo objeto, se interrumpe o se frustra a medida que nos vamos internando en este mapa topográfico que parece el total de las fotografías –conjunto de recortes- puestas una sobre otra. De este modo, y una vez dentro del mapa, las líneas-contornos de los objetos que suceden al marco inicial, se descontinúan, se interrumpen, perdiéndose en consecuencia su identidad. Se vuelven irreconocibles, ya que el índice que supone su contorno, que funciona efectivamente en el primero como posibilidad de reconstrucción, se invalida al perder su función: la descripción de un objeto. Todo se reduce a un conjunto de líneas que van y vienen, que aparecen y se esconden entre cada superposición. El puzzle que se arma en un inicio, abriendo la posibilidad de reconocimiento y restauración, rápidamente se desarma al mirar de cerca, al introducirnos en él, quedando sólo líneas como parte de un esqueleto fraccionado, una totalidad perdida.
Frente a estas topografías –descripción de superficies- encontramos 60 recortes en papel de algodón, de formas irregulares sobre la pared. Livianamente se levantan desde ella. A diferencia de las fotografías, estas figuras planas son formas completas en la medida en que no se constituyen a partir del vacío, como sucede en las primeras. Sin embargo, a pesar de esta condición, las formas que observamos son absolutamente irreconocibles; ese blanco que es falta concreta en las fotografías, constituye la sustancia de estas figuras flotantes. Lo curioso es, que en el intento por descifrar qué serían (es decir, cuáles son los objetos que combinados las componen), el ojo recorre estas formas anónimas que carecen tanto de identidad como de contorno, en contraste con las fotografías superpuestas, en las que al menos contábamos con siluetas y colores. No obstante, este gesto es consecuencia directa de lo anterior. Para descifrar estos fantasmas blancos, hay que volver a las superposiciones. Los vacíos de las primeras son el lleno de estas formas segundas que flotan sobre la pared. En otras palabras, el recorte perdido –lo que nos mostraría de lleno los objetos que primeramente se nos insinúan a través de los delgados contornos de las fotografías- es precisamente esa figura blanca, que a pesar de ser llena, de estar entera, parece incompleta, inacabada. Nuevamente discontinua.
Un tercer gesto se emplaza en la sala colindante. Sobre una mesa de luz nos encontramos con grupos de objetos aparentemente clasificados y agrupados por su materialidad: porcelana, greda, metal y plástico. Sin embargo, estos objetos –al igual que los “retratados” por las fotografías- son puro contorno, es posible ver a través de ellos y, más que objetos, parecen plantillas de los mismos.
Estos objetos han sido doblemente vaciados: carecen de función y de contenido. Los contornos que aparecen en las fotografías se han vuelto aquí forma concreta, tangible y susceptible de ser recorrida al sostenerse por sí misma; sin embargo -al igual que las fotografías a través del recorte y las figuras blancas con su forma anónima- se encuentran igualmente vaciadas, quedando solo su perfil, su forma básica. El recorrido del ojo es nuevamente lineal, y la reconstrucción de ese objeto presente y ausente al mismo tiempo, se realiza a través de la mínima información posible: su estructura. Desde fuera, dispuestas como en una gran vitrina, estas íntimas estructuras literalmente des-cubiertas por medio del corte, parecen un festival de líneas que se levantan dinámicas desde la mesa de luz sobre la que se posan. Sólo quedan las formas y sus distintos ritmos, aparecen las semejanzas entre una y otra, independientemente de su materialidad. Queda al descubierto que estos objetos son en esencia (estructuralmente), lo mismo. Puede tratarse de un metal refinado o un plástico corriente, fina porcelana o simple greda, estos trazos de objetos se encuentran a un mismo nivel y su material es tan sólo eso: elemento concreto despojado del valor social, personal, o comercial que estos objetos en determinado contexto adquieren y poseen.
“Línea Discontinua” implica mirar en bruto, desvistiendo literalmente los objetos que pueblan nuestra vida cotidiana, despojándolos del valor que los mantiene separados como cosas distintas, reduciéndolos a su esqueleto y mostrando por medio de la sustracción que, detrás del valor y función con la que estos objetos se encuentran revestidos y definidos social y comercialmente, y en la semejanza de sus estructuras, yace una verdad: un objeto no es más que una cosa. Aún cuando nuestro ojo pueda llenar el vacío de las formas que se nos presentan, estas seguirán siendo sólo una plantilla, un perímetro sin área, un híbrido que es todos los objetos y ninguno al mismo tiempo, un recorte que paradójicamente se llena con una forma blanca, sin ningún rasgo que la defina.
Sin embargo, así como nuestro ojo llena estos vacíos, del mismo modo significa los objetos que caracterizan nuestra vida cotidiana, les asigna un valor y un lugar, una ocasión. Una historia. Desafiando con ello su obsolescencia, su discontinuidad, su pérdida.
* Esta nota forma parte de una serie de artículos co-editados con BLOC / Tutorías de arte
Guillermo J Bustos B
25 julio, 2011 @ 18:51
Veo una aguda mirada que además ingresa con sutileza en las profundidades de la sensibilidad de la propia artista.
¡necesitamos criticos de arte ,como Fernanda, que nos develen que hay tras los pinceles y trazos !
Luis Latorre Martin
28 julio, 2011 @ 12:36
Sin duda, un lenguaje definitivamente bello y elegante, frases notables como »
estas íntimas estructuras literalmente des-cubiertas por medio del corte, parecen un festival de líneas que se levantan dinámicas desde la mesa de luz sobre la que se posan». Da gusto leer una crítica de arte semejante.
Luis Latorre Martin
28 julio, 2011 @ 12:37
Sin duda, un lenguaje definitivamente bello y elegante, frases notables como \"
estas íntimas estructuras literalmente des-cubiertas por medio del corte, parecen un festival de líneas que se levantan dinámicas desde la mesa de luz sobre la que se posan\". Da gusto leer una crítica de arte semejante.
Jose Manuel
30 julio, 2011 @ 14:19
Concuerdo plenamente con ambos comentarios.
Increible la sutileza en la descripcion novelistica de los detalles.
Excelente critica.
Felicitaciones Fernanda