La comedia Nubes de Aristófanes es la que ha despertado mayor atención por parte de los estudiosos de la filosofía griega. En ella el poeta hace un divertido –y bastante serio– retrato de un sofista llamado ‘Sócrates’. Se trata de un charlatán de cuidado que enseña, entre otras cosas, a ‘dar vuelta’ los argumentos del oponente con el fin de ganar la discusión. ¿Qué relación hay entre este personaje cómico y aquel filósofo que Platón retrató en sus diálogos? A partir de estas versiones ‘en pugna’ conversamos con el traductor de la mentada comedia, el profesor Óscar Velásquez, quien la tradujo en el año 2005 para el sello de la Editorial Universitaria.
¿Qué valor le atribuye a la versión aristofánica de Sócrates? ¿Qué se puede decir acerca de las diferencias que presenta respecto a las de Platón y Jenofonte?
Mi acercamiento a las Nubes de Aristófanes fue muy posterior a mis lecturas de Platón y de Jenofonte, de modo que experimenté un proceso gradual de comprensión de lo que considero el significado magistral y profundo de esta comedia. El filósofo, el historiador, el dramaturgo: los tres aportan a su manera piezas de información preciosa que nos permite armar de un modo más satisfactorio el pensamiento y la figura de Sócrates. No los considero incompatibles; pero si lo principal que está en juego es el pensamiento del filósofo más que las veleidades de un carácter, el aporte de Aristófanes tiene dos elementos de peso que me parecen destacables: uno, que cuando fue presentada la obra por primera vez el 423 a. C., Sócrates tenía 46 años, el dramaturgo unos 32 y Platón apenas 4. Quiero decir, Aristófanes fue un verdadero contemporáneo de Sócrates, y su obra, aunque poco exitosa en su momento (como sabemos, solo se conserva la que reescribió y publicó entre el 418-416) no puede ser ignorada si buscamos con objetividad reconstruir de algún modo las ideas del maestro. Luego, que me parece una ironía curiosa de la historia el que fuera la comedia –género en que el diálogo vivaz y cotidiano alcanza quizá su máxima expresión literaria– la que nos ha conservado un testimonio importantísimo de quien habría de ser considerado el verdadero fundador del diálogo filosófico.
En lo que respecta a las diferencias de estas versiones, sin entrar en mayores detalles, yo diría que ellas revelan los enfoques distintos que las personas pueden naturalmente tener frente a otras que viven en su entorno, las ideas y prejuicios diferentes que ellas manifiestan ante personalidades relevantes. Sócrates era un hombre controvertido; y estas tres fuentes nos muestran la riqueza y complejidad de su personalidad y su mensaje. Solo diría algunas cosas acerca de sus semejanzas con Platón, nuestra principal fuente. El Sócrates de Aristófanes domina a la perfección los diálogos, que en ocasiones parecen miniaturas de los de Platón. Es además incisivo, un tanto agresivo a veces, y avanza sin soltar su presa con seguro instinto de cazador. Se preocupa del sí mismo, al punto que se le llama en un momento de la obra ‘el mismo’, para recordar tal vez su preocupación por el conócete a ti mismo, un punto central de la filosofía socrática. Un discípulo habla de que se le ha hecho ‘abortar un pensamiento’, aludiendo sin duda a la mayéutica del maestro, el arte de partear, de hacer alumbrar en el alma nociones que están en nosotros. Me impresiona el comediógrafo cuando se refiere a la aporía o estado socrático de indefinición al que suelen llegar los diálogos, que quedan en la incertidumbre y la dificultad de abrirse paso a una solución.
¿Hay en Nubes una crítica a la filosofía en general, representada por la figura de Sócrates? ¿O es una crítica a Sócrates en específico?
Creo que la comedia griega antigua necesitaba tener caracteres específicos en escena y así cumplir con una parte importante de su rol social. Frente al héroe trágico educido por así decir de lo profundo del mito, los protagonistas de la comedia de este período se hacen a menudo más tangibles mediante al menos algún personaje identificable. Aquí es Sócrates, como Cleón es criticado en los Caballeros, o Agatón y Eurípides en las Tesmoforiantes. Mucho se puede decir sobre eso, y no podemos soslayar el hecho de que las críticas que se lanzan contra estos personajes ‘reales’ debían tener también el efecto dramático de identificar al criticado ante el público. No bastaba con decir, como aquí en Nubes: “!Oh Sócrates, Socratín!” para que el espectador como tal registrara de verdad en su mente al filósofo. De ahí que algunos, con cierta razón, hayan querido debilitar el testimonio de Aristófanes haciendo ver su fracaso en el concurso en que se representó. No habría sido una buena caricatura.
¿Ve usted alguna relación de fondo entre Nubes y la condena a Sócrates?
Nubes parece haber tenido más poder persuasivo como comedia escrita para ser leída que como obra representada. Hay, a mi juicio, como usted dice, una cierta ‘relación de fondo’. De hecho la Apología de Sócrates lo va a reconocer también, aunque añade testimonios nuevos que diluyen un tanto el protagonismo de Nubes en todo este triste asunto. En el tiempo del proceso contra Sócrates, el 399, hacía tiempo que ya no era posible representar comedias con ataques directos como los que se hacían apenas un poco más de un decenio antes. Pero la obra seguía circulando como un escrito, con ese poder letal que suele tener la sátira.
Considerando la pregunta anterior, ¿habría en el Banquete de Platón, donde aparece Aristófanes como personaje, algún tipo de animosidad hacia el comediógrafo, por ejemplo en su ataque de hipo?
Diría que no animosidad, aunque Platón no deja pasar la ocasión de soltar un chiste somático al estilo del comediante. Recuerdo que usted me planteaba, hace algunos meses, algo semejante al conversar sobre este punto. Ahora bien, la razón principal que veo para no creer en esa animosidad, está en el magnífico discurso que Platón pone en boca de Aristófanes en el Banquete. Se le ha llamado una obra maestra de fantasía a este discurso, y presta a las palabras posteriores de Sócrates las mejores intuiciones que, con el aporte decisivo de la filosofía, habrán de transformar el discurso de Sócrates en el clímax de la obra. Es como si Platón reconociera que, sin la comedia, Sócrates no hubiera sido el que fue.
En Nubes, Sócrates aparece como un sofista. ¿Fue una mera exageración –o derechamente una equivocación– por parte de Aristófanes? ¿Existió un lado ‘sofístico’ en el filósofo? ¿Cómo decidir al respecto?
Indudablemente que Aristófanes logra introducir un elemento de confusión en ese delicado tejido que separa lo que consideramos un verdadero filósofo y esos sofistas que Platón posteriormente se esfuerza por distinguir del maestro Sócrates en sus diálogos. En eso, creo yo, está parte del chiste del comediógrafo: en desconcertar al espectador pretendiendo ignorar la diferencia. Así, la finura de su arte obtiene con Sócrates, como personaje cómico, algo distinto de la exageración o la equivocación. Porque vemos aquí a un filósofo en el acto de ser sometido a un delicado proceso de deconstrucción. Los filósofos siempre han detestado ser confundidos con aquello a lo que más se parecen, es decir, ser tomados por sofistas. La comedia ha surgido en Grecia, según sabemos, en forma más o menos paralela a la tragedia, y se distingue por su carácter desmitificador. Si la tragedia vive del mito –que le entrega en cierta medida hechos los personajes– la comedia se concentra en disolver: por eso se dice que ella forma parte de esas fiestas de reversión, en que las cosas vienen a parar en algo distinto de lo que habitualmente son, al menos mientras dura la fiesta.
Pero usted me hace una complicada pregunta: de si existió un lado sofístico en el filósofo que nos ocupa. Hay indicios de que fue así, aunque en gran parte todo esto es bastante inocente. Sócrates también aparece invitando a su casa a discutir temas importantes, si hemos de creer a Platón en el Timeo. No está tan alejado de un papel de jefe de escuela. En el Menexeno, pretende rivalizar con los retóricos dando un discurso que según dice, es de Aspasia. Los sofistas son por lo general oradores, y el mismo hecho de que tenga que rivalizar a veces con ellos mediante discursos, demuestra lo cerca que están. En el tiempo en que Aristófanes escribió Nubes, tengo la impresión de que no era tan fácil distinguirlos como ahora o en tiempos de Platón suponemos que fue. Hubo una mayoría que condenó a Sócrates, entre otras cosas, porque se le creía un sofista ateo e irreligioso. La misma Apología de Sócrates es testimonio de esta confusión popular.
Aristófanes ridiculiza un conjunto de ‘prácticas filosóficas’ que se realizan en el Pensadero, como las averiguaciones astronómicas y geométricas. El mismo título ‘Nubes’ habla de unas divinidades volátiles –las de los sofistas–, que representan, al parecer, una manera de pensar vacua y abstrusa. A su juicio, ¿estas señales arrojan luz sobre eso que podríamos llamar –de manera general– el ‘pensamiento’ de Aristófanes?
Sin duda que tiene usted razón al señalar lo que podría llamarse un ‘pensamiento’ de Aristófanes. Porque mientras se las arregla para confundir a Sócrates con los sofistas, él también cae en cierto sentido en la trampa de dárselas de filósofo. Claro está, más que trampa es la parte del juego asumida por el poeta. Y podríamos decir que no lo hace mal como ‘pensador’. Aristófanes maneja con habilidad suprema el arte del diálogo, y no sería raro que en buena hora se transformó en el maestro oculto del mismo Platón. Ahora bien, damos como un hecho el que fue Sócrates, según la afortunada afirmación de Cicerón, quien hizo volver la filosofía del cielo a la tierra. Es la philosophia de caelo devocata, que señalaría el papel revolucionario de Sócrates frente a la antigua filosofía, que se ocupaba más de la naturaleza y el cosmos que del hombre. El comediógrafo trata a Sócrates como un presocrático más, y esto es ya de por sí una insolencia para el círculo platónico. Nuevamente la comedia, cumpliendo su cometido, busca desorientarnos (para reírse un poco a costa de nosotros); mas, para hacer esto el poeta ha debido elaborar un sofisticado plan ‘filosófico’, y ponerlo en escena de acuerdo con las más estrictas normas del arte dramático. La famosa disputa entre el argumento justo y el injusto, de más de doscientas líneas, sin perder su comicidad es una verdadera joya de argumentación sofística, y se transforma en un ejemplo a imitar desde la seriedad filosófica del diálogo socrático como estilo literario.
Entre broma y broma, Aristófanes denuncia el influjo disolutorio de la educación sofística. ¿Fue ésta efectivamente tan nociva para la sociedad ateniense?
Yo diría que la llamada educación sofística surgió más que nada como una respuesta a cambios sociales de envergadura surgidos en el siglo V a. C. En buena medida estos profesores –entre los que destacan personalidades como Protágoras, Hipias o Gorgias–, aparecen en el mundo griego como un efecto positivo de una demanda producida en la sociedad. Ellos no solo respondían a la necesidad de los jóvenes por una enseñanza de tipo universitario (aunque fuera en ciernes), sino también a una específica búsqueda entre la juventud por maestros de retórica. El arte de la oratoria pública, sobre todo, parecía un paso indispensable para la obtención de una carrera política. Aunque era un movimiento de muy variadas tendencias, el ciudadano medio tradicional veía con profunda sospecha sus ideas de inspiración jónica sobre el mundo y la naturaleza, y ciertas posiciones escépticas en el campo de lo religioso y lo moral. El escéptico por lo general no es consciente del ‘voto oculto’ mayoritario que la sociedad da a la religión y la moral sostenida por la creencia en los dioses; y que el pueblo de ideas democráticas que asiste a las asambleas es por lo general conservador. Sócrates se muestra escéptico en muchas cosas fundamentales pero cree en los valores divinos que terminan por sostener esas cosas. Escepticismo en cambio significaba, para quienes lo profesaban, que no había un fundamento suficiente para creer. El ‘influjo disolutorio’ del que habla usted me parece que fue visto como una amenaza real en la medida que muchos sofistas practicaban el mismo estilo erosionador de Sócrates, pero no confiaban en hallar ese cimiento que está detrás de la duda. ¿En qué terminaban? En la ‘opinión’; de ahí que sin poder de persuasión eran la nada misma ante la mayoría de los contemporáneos.
Gregory Vlastos observó que el Sócrates de Nubes puede ser muchas cosas, pero nunca irónico. Si la ironía era tan reconocible en el filósofo, ¿por qué Aristófanes no la retrató? ¿Acaso ésta es una suerte de ‘exclusividad’ que el cómico no está dispuesto a compartir?
Me propone una cuestión difícil, que no sé si seré capaz de solucionar en un breve espacio. Aristófanes sabía ver muy bien los aspectos débiles y si se quiere poco satisfactorios de las personas que elegía para sus comedias; Sócrates no podía ser una excepción a la hora de exagerar y ridiculizar esos aspectos en la escena. Eso estaba en la esencia de la comedia como parte fundamental de un festival de reversión. Aquí el que se enoja pierde. Él sabe utilizar la exageración como recurso y atacar con la parodia y la sátira. No hay ironía, al parecer; pero es el mismo genial análisis de Vlastos el que lleva consigo parte de la respuesta. Si como dice él, la eironeia de la Grecia clásica se ‘metastatiza’ –por obra de Cicerón y Quintiliano– en ‘ironía’, quiere decir que es comprensible (al menos inicialmente) que no sea fácil entender de qué estamos hablando. ¿Es acerca de ‘nuestra’ ironía de cuño ciceroniano, o la eironeia en que esa otra ‘ironía’ occidentalizada cabía solo como una significación secundaria (subsidiary)? Ahora, si como piensa Vlastos, fue Sócrates quien produjo con su propia vida el cambio desde la eironeia a la ‘ironía’ (y Cicerón lo captó), era prácticamente imposible esperar, me parece, que eso fuera precisamente lo que el comediógrafo debía utilizar como un objeto esencial de ataque. Definitivamente el Sócrates de Aristófanes no parece ser ‘irónico’, pero eso muy probablemente no fue visto ni por él ni por el público como una omisión que comprometía la calidad del drama. Las razones del último lugar de la representación de Nubes en el 423 habría que buscarlas en otra parte. Usted plantea una posible ‘exclusividad’ que él no quiso retratar: una sugerencia interesante. Él no podía retratar algo que según nuestra consideración (y quizá la del propio Aristófanes) era más bien una ‘virtud’, que era además en un cierto sentido nueva.
El Banquete tiene como año de datación el 385 a. C., el mismo año de la muerte de Aristófanes. Es curioso, ¿no?
Es verdad; y se puede ver que ambos vivieron poco menos que la misma cantidad de años: entre 69 y 70. Cabría preguntarse si Platón le rinde un homenaje póstumo al poner en su boca ese magnífico discurso en el Banquete. Pienso que el 385 es la fecha más tardía para datar el Banquete, de modo que es muy probable que, cuando se terminó de escribir, ya Aristófanes había muerto.
Como explica Alexander Nehamas, a mediados del siglo XIX Platón sustituyó a Jenofonte como testimonio más fiable del Sócrates histórico. ¿Cabe pensar en otro ‘vuelco’ futuro, esta vez hacia Aristófanes?
Creo que un ‘vuelco’ en ese sentido es muy improbable por la naturaleza misma del género literario del autor. Si, como hemos visto, la comedia aristofánica (por no decir otras comedias) funciona con la exageración y la parodia, el carácter satírico de la obra solo podría considerarse esencial para reconocer a Sócrates si no hubiese un Platón. Mi interés personal por las Nubes como un documento importante en la búsqueda del ‘verdadero’ Sócrates –si eso es posible– se ha movido siempre en esas líneas, es decir, en mostrar las sorprendentes coincidencias que es posible establecer en aspectos importantes de ambos retratos, pero teniendo en cuenta siempre que una pieza de poesía cómica no puede sustituir otras evidencias cuando ellas existen.
Junio 2006
ale
23 julio, 2011 @ 16:58
q bueno todo q nos demos cuenta de la historia