Ya sonó la campanada. En el campo de la literatura, hay una creciente fuga desde los artículos y libros académicos—escritos en un tono objetivo, impersonal que busca probar una tesis—hacia los ensayos literarios, que prefieren plantear preguntas y explorar posibles respuestas. Atrás van quedando los papers, llenos de citas y largas bibliografías, con más nombres propios en cada página que las guías de teléfono, que también han quedado en desuso. Hoy celebramos la aparición del libro de Marcela Labraña, Ensayos sobre el silencio: Gestos, mapas y colores, que después de una elegante y cortés introducción que da cuenta de los numerosos tratados que procuran definir el silencio, se despide de ellos, y nos ofrece, en cambio, una obra en lo que predomina es el juego, el método del ensayo y error, la libertad creativa.
Marcela no nos dice “cuando comencé este estudio” o “cuando comencé la investigación”; nos dice “cuando comencé a jugar”. Es decir, comenzó estos ensayos poniendo lado a lado textos e imágenes, sin un orden predeterminado, para ver si en esta técnica que en algún momento ella compara con el “collage” se producen chispas. Así, busca las resonancias del silencio en obras aparentemente dispares como “El Aleph” de Borges, los Álbumes monocromos de Yves Klein, y la novela Tristam Shandy, de Laurence Sterne. Tal como dice Marcela: sus ensayos “se sitúa[n] en obras específicas que se arriesgan a representar el silencio en la encrucijada entre texto e imagen, desde una plena conciencia de las insuficiencias y potencias de ambos modos de expresión” (p. 33).
Parte importante del juego de Marcela, que le da unidad al libro, es la presencia de algunos hilos conductores. Uno de ellos es el blanco. Como se sabe, el color blanco es el equivalente visual del silencio. Marcela muestra que los blancos, concebidos como omisiones en un texto poético, son una forma de pausa, de puntuación desarrollada particularmente por poetas como Mallarmé. Pero los blancos o páginas en blanco se encuentran en muchos lugares. Por ejemplo, Tristam Shandy, escrita a fines del siglo XVIII, tiene una página completamente en blanco, y justo antes de ella, el autor le pide al lector que imagine la figura de una mujer que provoque el mayor grado de concupiscencia. Más tarde, en La caza del snark de Lewis Carroll, también encontramos una página en blanco, aunque aquí la intención es otra; lo que quiere el autor es representar el mar, sin bordes, ni islas, ni rocas, una especie de mar infinito. Marcela deja para el final de sus ensayos el poema Blanco de Octavio Paz, en que el poeta hace mucho uso de los blancos de Mallarmé; la de Paz es una obra que busca representar la conjugación de poesía y amor erótico, y que es a la vez una representación de la nada, una nada más cercana al Nirvana hindú que la nada de este lado del mundo. Sabiamente, Marcela usa de modo escaso la palabra silencio en sus ensayos, dejando que el lector pueda hacer el viaje mental entre una imagen o una palabra y los distintos significados que pueden tener el color blanco o alusiones al silencio.
Terminaré destacando algunos rasgos propiamente literarios del libro. Una de las reglas del juego de Marcela es insinuar lo que se dice y no sobreanalizar textos o imágenes. El lector, por su lado, debe estar atento y saber que entre lo que se insinúa y lo que esa insinuación significa reina el silencio. Quiero contarles, brevemente, lo que hace Marcela. En su ensayo sobre Hildegard von Bingen, Marcela comienza presentando la imagen de una una mujer que levanta las manos en señal de oración. Poco después nos muestra un cuadro del siglo XII en que vemos una mano que atraviesa una nube, que Marcela poco a poco va revelando como “la mano de Dios”. “Los tres dedos extendidos recuerdan las Tres personas de la Santísima Trinidad, y los otros, a las dos naturalezas de Jesucristo.” Hasta aquí, diez páginas después de comenzar el ensayo, nada se ha dicho sobre el silencio. Pero el tema por fin sí aparece en algunas imágenes de la mística Hildegard von Bingen, que muestran la mano de Dios que ya conocemos, la nube, y luego una “filacterias vacías”. (Una filacteria es como el globo de un cómic, donde aparecen las palabras de los personajes). Es decir, la imagen de la filacteria o globo vacío carece de lenguaje. Una explicación que da Marcela es que “el pliego en blanco que fluye de la mano de Dios nos recuerda que el mundo es un libro cifrado, es decir, vacío”. Hay otras interpretaciones posibles. Pero quiero poner énfasis en el uso de una técnica narrativa por parte de Marcela, en que prima el suspenso, y que poco a poco va llevando al lector para que explore conexiones entre imágenes y textos. Quiero decir que estos ensayos tienen un gran valor literario. El libro de Marcela Labraña, Ensayos sobre el silencio, es un gran libro.