El Diario de las cartas (Overol) de Juan Cristóbal Romero es un ejercicio de escritura y autoterapia basado en la cartomancia: cada día, entre septiembre y noviembre de 2020, el narrador baraja el mazo de Marsella y escoge tres cartas al azar. Junto a la libre interpretación de los símbolos y la influencia de los arcanos, el autor registra sensaciones, sueños, fantasías y malestares. Catalina Romero, escritora, tarotista y hermana del poeta, comparte hoy con nosotros la presentación que leyó durante el lanzamiento de este libro en 2024: “Conocido y alabado por la rigurosidad de su poesía, es muy interesante este permiso que se da Juan Cristóbal de experimentar una escritura que admite incoherencias, lugares comunes e impertinencias. Parece que nuestro querido autor se dejó encadenar a los pies de El Diablo, cual personaje desnudo que ilustra esta carta, para así escribir con descaro y valentía lo primero que llegó a su cabeza o lo que sus manos determinaron sin pedir permiso a la conciencia”.
Primero que todo, quisiera agradecer a Juan Cristóbal y a la editorial por invitarme a participar en este lanzamiento. La cartomancia (como nuestro autor prefiere llamar al tarot) nuevamente me ha hecho un regalo inesperado al permitirme estar acá, en una situación que más de alguna vez fantaseé cuando era estudiante de Letras e imaginaba reunir los méritos para presentar, algún día, un libro de mi hermano mayor.
Hoy, más allá de que mis escritos sobre tarot hayan posibilitado materializar este deseo, atribuyo el honor de presentar “Diarios de las cartas” al supremo e inexorable Azar. Esta hipótesis toma fuerza si consideramos que el libro por el cual nos reunimos trata, justamente, sobre la confianza en un mazo tirado a la suerte para entender situaciones y sensaciones experimentadas por el autor, como si lo ilógico fuese una vía válida para llegar a una explicación racional del presente.
Diariamente, durante dos meses del pandémico año 2020, Juan Cristóbal escribe su bitácora estimulado por tres de los veintidós arcanos mayores que comprenden el tarot. El objetivo de esta práctica nos la explicita en el primer día: “Lejos de pretender consolidar mis inconstantes rudimentos adivinatorios, cumplo a través de esta terapia la necesaria tarea de desocupar la mente”. El autor busca este vacío mental mediante la escritura en prosa de ideas, hechos, imágenes, emociones, pensamientos, sueños o recuerdos, tal cual se le presenten, sin ningún tipo de filtro ni estructuración del discurso, aun cuando el material le parezca incoherente, impúdico o desprovisto de interés. Así es como narra, aunque suene paradojal, hasta el vacío de imágenes y conceptos que experimenta ante una de las tres cartas que sagradamente escoge cada día: “Aunque llevo varios segundos enfocado en los gestos de la Emperatriz, la meditación sigue degenerando en asuntos irrelevantes. Prefiero no forzar las cosas y permitir que mi cerebro se exprese como pueda. Lo fundamental es salir de la inmovilidad, no importa si la salida no es elegante” .
Conocido y alabado por la rigurosidad de su poesía, es muy interesante este permiso que se da Juan Cristóbal de experimentar una escritura que admite incoherencias, lugares comunes e impertinencias. Parece que nuestro querido autor se dejó tentar por El Diablo, arcano XV que invita al placer de desnudarse y remecer normas de buena costumbre, para así escribir con descaro y valentía lo primero que llega a su cabeza o lo que sus manos determinan sin pedir permiso a la conciencia. La alusión a seres queridos con nombres reales, la develación de su trabajo actual, de la carrera que estudió y de la comuna donde vive, además del reconocimiento de crisis neuróticas y dolores psicosomáticos como gastritis, contracturas y migrañas, son evidencias del fuerte encadenamiento del autor a este arcano; no en vano es una de las cartas más nombradas en el libro.
El Diablo permite a Juan Cristóbal, no solo exponer diferentes aristas de su vida, regocijarse en la queja y olvidar todo tipo de culpas heredadas, sino invitar a quien lee a reírse de sus faltas, bajezas y absurdos; porque vencer la vergüenza es parte importante de la terapia: “Enfrentado a la obligación de elegir entre mi salud mental y la sagacidad demoníaca pienso que a veces no está mal apuntar bajo y preferir el bienestar psicológico a los frutos de la inteligencia, en especial cuando todo condiciona a que se apunte alto”. Nuestro autor entonces, con la mayor desenvoltura y gracia, nos cuenta que soñó ser una alfombra de baño blanca constantemente pisada; que sus palabras son inspiradas por un zancudo; y que sus íntimas y eruditas reflexiones son interrumpidas por demandas domésticas, como hacer el almuerzo o escuchar una misa dominical por facebook.
Esta tensión entre su práctica cartomántica y sus deberes familiares o laborales –intensificada por la pandemia– acompaña el transcurrir de los días y se vislumbra como otros de los dolores psicosomáticos que punzan los órganos del protagonista: “La realidad exterior presionará durante toda la pausa espiritual para que trabaje, para que haga una serie de cosas que tengo la obligación de hacer”. Lo externo a su intimidad mental: cuerpo, casa, trabajo es lo que finalmente busca entender por medio de las cartas con el fin de integrar estos elementos a su psiquis y lograr cierta armonía: “Los materiales que conforman el cuerpo, su estructura física, la capacidad de pensar, qué decir del sistema digestivo, me resultan incomprensibles. Vivir entre estos límites, someterme a estas propiedades –y no digamos que a su extinción– se me hace semejante a experimentar el más complejo de los sueños”.
Un día de octubre, casi a un mes de comenzado el diario, aparece en la tirada el arcano XVIII, La Muerte, carta que pregunta a Juan Cristóbal: qué tienes que matar, qué tiene que ser decapitado por la guadaña del esqueleto caminante. Entonces nuestro autor piensa que las posibles víctimas se encuentran en el mundo material, ajeno a su amado cosmos de ideas y palabras. ¿Será que han de morir algunos de sus amigos? ¿su matrimonio? ¿su trabajo? ¿la forma métrica de su poesía?, se pregunta. Luego de analizar los pros y los contras de estos eventuales decesos, responde negativamente, pues reconoce sentir orgullo y placer en todos estos planos de su vida.
¿Qué será lo que entonces tiene que morir?
Un chincol que construye un nido en el patio de su casa comienza a tomar protagonismo en los relatos de los días posteriores a esta aparición de La Muerte. Gracias a la inclinación de su señora por este tipo de pájaros, que desde el ojo humano son básicamente explotados por los mirlos, Juan Cristóbal desvía la mirada hacia el hueco de la pared donde se encuentra el nido, hasta que un día se atreve a manipularlo para reparar la injusticia sufrida por el pobre chincol.
Estos asuntos pajarísticos, junto a la duda de quién va a morir bajo la guadaña, hacen transitar al libro desde el género de autoayuda y autobiográfico, a la fábula y el policial; mezcla que logra hipnotizar al lector y no deja que lea un día sin seguir con el otro. Además, al bajar la mirada y volver a su objetivo, el autor se encuentra con otro asunto por resolver: descifrar la conexión entre el nido del chincol y su terapia: “Aquí hay una sincronía digna de trabajar, pero no veo medios para darle una solución definitiva. ¿Es acaso el huevo forastero la representación de mi consciencia cuya gestación he delegado a los cuidados de este ejercicio terapéutico? ¿Será el chincol el reflejo sincrónico de la suma sacerdotisa en el acto de empollar mi conciencia? He optado por olvidarme del asunto, y dejar que las respuestas emerjan por sus propios medios” .
Los misteriosos caminos donde hallar respuestas podrían ser dados por sus lectores, he ahí la importancia de publicar este diario. Así como mete su mano intrusa en el nido instalado en una pared de su casa, Juan Cristóbal invita a quien lee a involucrarse de forma activa en su “Diario de las cartas” y jugársela por la develación de la trama.
Bien, tomo la invitación y me atrevo a formular una hipótesis.
El huevo del chincol se relaciona con el arcano veintiuno: El Mundo, carta que, coincidiendo con ser la última del ciclo de los arcanos mayores, en el diario aparece por primera vez en sus páginas finales. En el Tarot de Marsella, mazo que Juan Cristóbal elige para inducir su escritura, esta carta ilustra a un ser humano que se encuentra al centro de una corona de hojas, al cobijo de un nido, dentro de un huevo. Es una carta final que ilustra a un ser en potencia y, con ello, refleja la circularidad del ciclo vital donde los finales son un volver a comenzar. El Mundo difumina fronteras temporales entre pasado y futuro, y permite la ambigüedad donde todo puede ser, sin clasificaciones excluyentes ni carencias. Por lo mismo, no es un arcano que hable de salud, porque no relega a los enfermos; tampoco trata sobre la perfección, ya que integra los actos fallidos; ni menos alude a algún tipo de ganador o merecedora, pues en este arcano no existen perdedores.
¿Será que finalmente lo que nuestro autor está llamado a matar son límites mentales y culturales que en “Diario de las cartas” cruza sin previo aviso?
Las coincidencias entre el arcano veintiuno y el libro que hoy presentamos no son menores. Además de que este último transita géneros literarios sin responder a una clasificación predeterminada, cada día narrado es un volver a comenzar, como si no existiese noción de progreso en la terapia, y los posibles avances alcanzados en una jornada fueran totalmente desconocidos en la siguiente. Es así como en el penúltimo día de su diario, Juan Cristóbal se entrega a los sucesos de su vida sin expectativas de entender o mejorar nada: “Se ha iniciado un crónico estado de transición que puede transformarse en algo permanente. ¿Esta es la vida? Solo podemos decir que estamos ahí. Y si bien me he vuelto devoto de un desorden nuevo, puede que no haya otra vida para mí: nos convertimos en lo que somos; todo lo demás es fruto del azar. ”
¿Y quién es él? ¿en qué se convirtió?, podríamos entonces preguntarnos.
Si consideramos que la escritura del diario sucede en un espacio privado, donde Juan Cristóbal se vuelca sin restricciones al encuentro consigo mismo, su persona sería a la vez autor, narrador y protagonista de la obra; pero el hecho de que hoy estemos lanzando este libro junto a él, en un espacio público, abre la duda sobre cuán conscientes son estos relatos que suponen ser trabajados desde la asociación libre de ideas. ¿El narrador del diario es Juan Cristóbal o quien habla es más bien un personaje que simula ser nuestro autor?
Tal vez, ni lo uno ni lo otro: “Se vive imitando la vida, como el payaso que simula una melodía moviendo el arco sobre un violín, sin rozar siquiera las cuerdas”. Esta reflexión de las páginas finales del libro nos da cuenta que la terapia cartomántica de Juan Cristóbal tendría por resultado el transitar de autor a personaje con el fin de observarse dentro de una narrativa que él mismo construye. El autor se representa a sí mismo para desligarse de su persona y las exigencias adheridas, y lograr así identificarse como un simple intérprete de su vida empeñado en realizar el papel que le tocó jugar, libre de cargas, con la confianza en que sus decisiones ya fueron tomadas por quien finalmente escribe nuestra historia: el supremo e inexorable Azar.
Les invito a leer este libro que desborda fronteras binarias e insta a construir un presente abierto a diversas imágenes y lecturas.
Muchas gracias.