“Hay además un joven poeta inglés, Ezra Pound, que también ha deseado venir a nosotros y que iba a traducir a su idioma natal mi libro Horizon Carré”, asegura Vicente Huidobro en una entrevista realizada por Ángel Cruchaga Santa María en 1931, tras una de sus tantas idas y vueltas de París a Santiago. Esta es una de las primeras relaciones conocidas entre Ezra Pound y Chile. El resultado de esa traducción lo desconocemos, pero el diálogo entre ambos poetas, disímiles en sus posiciones estéticas e incluso políticas, se diría que en un primer momento fue del todo fluido, aunque el chileno errara al señalar el origen de Pound como inglés en vez de norteamericano, un dato amarillista no menor. Sin embargo, líneas más abajo de esta conversación, publicada en El Mercurio el 31 de agosto, Huidobro resume con total seguridad su visión del imaginismo: “Los imaginistas pretenden hacer una exposición directa del sujeto, presentando las cosas desnudamente; sus poemas son una sucesión de imágenes de la cual debe desprenderse la sensación total”.
No obstante, la relación de Pound con nuestro idioma posee una data anterior y que bien se clarifica en sus primeros estudios de español antiguo en la Universidad de Pennsylvania y más tarde en un viaje a la madre patria en 1909, a la edad de 21 años, la que dio origen a su tesis de grado basada en la figura del “gracioso” en la obra de Lope de Vega, de la cual publicó una versión reelaborada tiempo después a manera de ensayo en The Spirit of Romance, con el título de “The Quality of Lope de Vega”. Su internación en Fuenteovejuna, y especialmente en el personaje de Mengo, proveyó a Pound de un armazón poderoso para indagar en la gran variedad de obras que ofrece la literatura española y la lengua castellana, desde el romance hasta la poesía de Góngora y el teatro de Calderón.
Una de las últimas presencias de su concienzuda lectura la vemos plasmada en el Canto III, donde reelabora la figura del Mio Cid para, de una forma simbólica, batirse con el milenario tema del exilio en la reconstrucción de la cultura mediterránea, en la no menos titánica tarea de forjar un cantar de la tribu humana. El Cid será su héroe, el que entra deshonrado a Burgos donde “non se abre la puerta, ca bien era cerrada” y “una niña de de nuef años, a ojo se parava”. Esa niña pudo haber sido la poesía de Vicente Huidobro, el poeta que en más de una ocasión arguyó ser descendiente de Ruiz Díaz de Bibar, que reescribió sus aventuras, y que sin lugar a dudas hoy es considerado uno de los modernizadores de nuestra lengua, tal como aquel anónimo monje del siglo XIII dio nacimiento en las Glosas Emilianenses a un lenguaje vulgar en palabras escritas, un sonido que se paseaba de boca en boca a las afueras de su abadía.
Hoy sería un milagro –un verdadero milagro- que entre los papeles del viejo Ezra se encontrará aquella traducción inédita de Horizon Carré, que daría tanto para hablar en nuestro país como hoy se hace con el comidillo literario en los pasquines. Pero para la suerte de muchos, los primeros encuentros de nuestros poetas con Pound fueron fantasmales y a veces de dudosa reputación, rayanos entre la distancia y el homenaje. Según algunas claves biográficas, Humberto Díaz-Casanueva –considerado por Enrique Lihn como un “escritor de verdad”- en 1958, siendo Ministro Consejero en la Embajada de Chile en Roma, habría hecho una fugaz visita al deslenguado norteamericano, posiblemente en su refugio en Rapallo, de la cual, no obstante, no poseemos hasta el momento un certero anecdotario, ni notas de andante. Ese mismo año, según confidencias de Armando Uribe Arce en su libro Pound, estando en Italia estudiando Derecho, comenzó sus primeros acercamientos a la poesía de Ezra Pound. Según sus líneas, imaginándonos al delgado y pálido Uribe caminando por Roma, le llamó la atención el breve In a Station of the Metro.
“Era poco y demasiado a la vez. En una estación del Metro, el solo título, alcanzaba la categoría de un verso indispensable; si se le excluía, la impresión de realidad concreta, de instantánea feliz, daba lugar, hecha humo, a la imagen laboriosa de una composición de alumno aventajado; composición en prosa, agregaba para mis adentros”[1].
Con el tiempo a su favor, Uribe le debería a su lectura de la obra de Pound el inmediato descubrimiento y reconquista de clásicos como Ovidio, Catulo, Safo, Propercio y Marcial, todos indispensables hoy para hacer un estudio –amateur o acabado- de El Viejo Laurel y sus demás obras. Por lo que, a la vez, el chileno se convirtió en el mejor intérprete de su generación y su más adelantado discípulo. Su Pound mostraba esa destreza ensayística que logró reunir lo mejor de la poesía poundiana, a la vez que internalizar el nombre –aún desconocido en nuestros lares- del crítico norteamericano Hugh Kenner, a quien debemos su monumental estudio The Pound Era.
Antes de Uribe, y como demuestra la Antología de Ezra Pound. Homenaje desde Chile, Gabriela Mistral mantuvo una corta y demencial relación epistolar con el poeta encerrado en el hospital de Saint Elizabeth. Pablo de Rokha en una conferencia en New York en 1944 fue recibido por el detestado Roosevelt, como también por William Carlos Williams, el mejor amigo del delirante vate, donde de seguro se intercambiaron posiciones al respecto. Por su parte, Pablo Neruda fue el más ácido de los ácidos con Pound, prueba de esto hay dos hechos. El primero de estos relatados en un escrito de Carlos Franz:
“En junio de 1936, su amiga Nancy Cunard le envió un cuestionario invitándolo a tomar partido frente a la Guerra Civil Española; venía ya contestada por Aragón, Spender, Wells, Auden y Pablo Neruda. Pound se lo devolvió con una nota: ‘Tu pandilla es pura mierda’”.[2]
De la contraparte vendría la negación del saludo que hace Neruda a Ez en una de las versiones del Festival de Poesía de Spoletto, hacia fines de los ‘60. A pesar de ello Neruda volvería a reaparecer vuelto personaje en la versión final de The Cantos (LXXXII) e igualmente de Chile haría una breve mención hacia el final del XXVII. Más allá de estos hechos rotundos, los muchachos y muchachas del ’38 y el ’50, no pudieron escapar –por más que quisieran- de los prejuicios y debieron sentarse –como muchos lo hacen hoy- a quemar sus ojos voraces con la lengua abstrusa y enrabiada del poeta.
Miguel Serrano lo entrevista y le rinde homenaje en Menidacelli (la ciudad del Cid); escribe de él en El Cordón Dorado, considerándolo el poeta guerrero por excelencia, heredero de largas y tendidas tradiciones ocultas y esotéricas como la de los cátaros (esto por la ligación de su poesía al desempolvamiento de los trovadores). Otro entrevistador, aunque secreto, fue José Donoso que accedió al castillo de Brunneburg donde residía el norteamericano, oculto entre las montañas del Tirol italiano[3]. Palabras más, palabras menos, Jorge Teillier lo incluye de epígrafe en su poema “Despedida” (el siempre adelantado lárico en El árbol de la Memoria, 1961), en sus ensayos y más aún (según nos consta) en sus conversaciones en la Unión Chica con poetas más jóvenes. Enrique Lihn sitúa a su fantasma rondando en medio de una reflexión tropical acerca de los alcances de la poesía en la realidad, contra el poder y el desencanto por la revolución en Escrito en Cuba (1969), al tiempo que podemos rastrear su influencia en textos como “Definición de un poeta” y en otros recopilados por Germán Marín en El circo en Llamas. Gonzalo Rojas lo nombra “copión maravilloso” en su “No le copien a Pound” (Del relámpago, 1982), posiblemente, uno de los más grandes homenajes rendidos en verso desde nuestro país, al que se suma el rescatado e igualmente portentoso “Sobre una fotografía de Ezra Pound” de Ludwig Zeller.
No nos debiera caber la duda de que tanto Eduardo Anguita, como Diaz-Casanueva, Rosamel del Valle, Stella Díaz Varin o Braulio Arenas, lo leyeron en su idioma o en las traducciones de Vázquez Amaral, de Ernesto Cardenal, en el provisorio artículo “El reto de Ezra Pound” de Aldo Torres publicado en la revista Atenea (Octubre-Diciembre, 1959), o en el logrado ensayo “Introducción a Ezra Pound” de la argentina Marta Bertolini (Revista Versión, Mendoza, 1958). José Miguel Ibáñez Langlois dio los zarpazos tal vez más potentes, junto a los de Uribe, para crear una conciencia poundiana en Chile, tanto en sus ensayos sobre poesía (sólo por nombrar algunos: La creación poética de 1964 y Rilke, Pound, Neruda: Tres claves de la poesía contemporánea de 1978), como para generar el vínculo directo de la antipoesía de Nicanor Parra con el poetry as speech de Ezra Pound, pues no fue sino el inquieto e irónico puercoespín de Parra el que más afirmó, con su propia poesía, la potencia de la revolución poética anglosajona del siglo XX (recordemos que además compartió una conferencia con Pound en los Estados Unidos y suponemos que largas y menudas conversaciones con sus herederos beatniks).
Acercándonos a nuestras décadas la relación Eliot-Pound, emprendida consiente e inconscientemente por Parra, se transmite hacia la generación de los ’70 y luego hacia los ’80, con voces tan distintas como Eduardo Llanos, Manuel Silva Acevedo, Oscar Hahn, Raúl Zurita, Diego Maquieira, Rodrigo Lira o Gonzalo Millán; en esos tramos aparece, hacia el final de La nueva novela de Juan Luis Martínez, una copia de la carta mecanografiada de Pound dirigida al censor del campo de prisioneros de Pisa y, mucho más tarde, en 2005, la versión de Ronald Kay de Homenaje a Sexto Propercio. Como he dicho ningún poeta ha podido doblar la esquina sin haber leído a Pound, situación que hoy es aún más patente tras las traducciones realizadas por Armando Roa Vial en Ezra Pound: Poesía temprana o Cántico del Sole, y más aún con esa reescritura de los cantos de Pound que es Fundación mítica del reino de Chile (2002), así como el potente sustrato que ha tenido en sus demás obras, catalizadores que han movido a toda una generación (y a las que vienen) a heredar las danzas del viejo Ezra (melopeia, fanopeia y logopeia).
Que Erik Hobsbawm, el gran historiador marxista de nuestro tiempo (adjetivo que en estas líneas es sólo un apéndice) considere a Ezra Pound en su Historia del Siglo XX como uno de los grandes revolucionarios del siglo, no deja de ser un gesto llamativo, tanto o más que el de un Bob Dylan que lo instala en “Desolation Row” en la torre del capitán luchando con T.S. Eliot (Old Possum, para su amigo). No quiero, para finalizar, dar un panorama profético –gesticulando irónico sobre una bola de cristal- de lo que será para las próximas generaciones la relación con el vate, preferible es dejar andar el oleaje del tiempo, y a Pound montando cabizbajo sobre Babieca, a la espera de nada, hundiendo su mirada en los versos de nuevos poetas como quien camina solitario por una playa: Let the wind speak.
[1] Uribe, Armando Pound, Espejo de papel, Santiago, 1963. Pág. 7. Cabe mencionar la republicación del Pound de Uribe bajo el título Pound y Léaútaud. Ensayos y versiones a través de la editorial de la Universidad Diego Portales en 2009.
[2] Franz, Carlos “Ezra Pound, el traidor”, La Época, 7 – V – 1989. Este dato también puede ser encontrado en el libro de James J. Wilhelm Ezra Pound: The tragic years, página 124 donde se transcribe literal la carta del poeta a Cunard: “I think your gang are all diarrhoea”.
[3] Este artículo fue incluido en una antología que reúne el trabajo periodístico de Donoso en la Agencia EFE en Donoso, José Artículos de cierta necesidad, Editorial Alfaguara, Santiago, 1998; posteriormente fue agregado en Donoso, José El escribidor intruso, Ediciones Universidad Diego Portales, Santiago, 2004.