Como parte de nuestra serie de crónicas estudiantiles, publicamos hoy un luminoso y festivo relato de María José Contreras, estudiante de la Licenciatura en Lengua y Literatura, de la UAH. Es un relato sobre la madre, hecho de fiestas, espejos, simetrías y reversos, también escrito en el marco del taller de crónica, impartido por Gabriel Zanetti en nuestra universidad: “Todas comenzamos a fregar y barrer hasta los lugares más escondidos de la casa porque, según mi abuela: “El año nuevo no puede pillarnos con polvo viejo”. Tal vez otras familias tengan otras tradiciones, pero aquí se limpia y bota todo lo que nos ate a ese pasado que se supone desechamos cuando el reloj marca las 00:00”.
Mi mamá es la persona más extrovertida que conozco y yo soy todo lo introvertida que no es. En nuestra vida diaria somos muy diferentes; incluso muchas veces nuestros ideales chocan, provocando pequeños roces, nada que no pueda solucionar una tarde de mates. Sin embargo, al ser como somos, las festividades unen nuestras personalidades tan contradictorias con solo un mágico ingrediente: el alcohol. Es 31 de diciembre, el aire tiene olor a carne y en las casas de mi población resuena Amar Azul. Desde temprano se comienzan a mover mesas y traer manteles que la mamá guarda todo el año solo para usarlos ese día. Se sacan vasos que una no sabía que existían, nuevos y sin trizaduras, que después de unos cuantos tequilazos ya nadie recuerda lo frescos que son.
Todas comenzamos a fregar y barrer hasta los lugares más escondidos de la casa porque, según mi abuela: “El año nuevo no puede pillarnos con polvo viejo”. Tal vez otras familias tengan otras tradiciones, pero aquí se limpia y bota todo lo que nos ate a ese pasado que se supone desechamos cuando el reloj marca las 00:00. Hasta el momento en que nos ponemos a cocinar, con canciones que justo ese día del año suenan más especiales, todas esas canciones como “El Galeón Español”, “Loca”, “Los Domingos” y la infaltable “Un Año Más” (aunque esta empieza a sonar desde Navidad) inundan la casa preparándonos para la noche. Mis gatos se paran sobre la mesa curiosos por el alboroto y encima de las cajas de esas copas que muy pronto comenzarán a quedar olvidadas en las casas del pasaje. Ropa sobre la cama para ver qué ponernos y mi perro ladra afuera con la llegada de familiares preguntando si tenemos algún ingrediente que a ellos se les olvidó comprar. De a poco las cosas comienzan a tomar forma, la música baja sus decibeles, los platillos envueltos en papel Alusa encierran su vapor, y cada una de nosotras nos turnamos para bañarnos; mi padrastro es el último en entrar a la ducha.
Pronto, la casa ya no huele a ensalada de papa o a tomillo, tampoco a Poet, sino que se llena de olor a mujer. Shampoo floral combinado con crema para rizos, cremas corporales de olores dulces y maduros, el perfume va desde flores exóticas hasta la colonia más antigua como el Tabú. Con los rizos rebotando a nuestras espaldas, todas nos dirigimos con fuente en mano a la casa de los abuelos de mi hermana. Con mi mamá decimos que pasamos el Año Nuevo allá porque son muy viejitos y no queremos que se esfuercen para mover toda la comida, pero en realidad pasamos la festividad ahí porque es la casa que queda en el centro del pasaje. Ese centro donde mi yo borracha y mi mamá extrovertida manipulan todo. Cerca de las doce comienzo a llenar los pequeños frascos de tequila, disimulando que le doy a mi hermana, tres años menos que yo. Poco a poco el brillo candente en los ojos de ella comienza a causarme más risa de lo normal. La radio inicia la cuenta regresiva mientras me estoy sirviendo pisco en un vaso nuevo. Veo a mi mamá con un gorro de vaquero rosado que no tengo idea de donde sacó, las luces comienzan a ser fuertes y los abrazos de mi familia me envuelven. Dicen que el primer abrazo es el más importante así que me apresuro a dárselo a mis hermanas. Los más viejos me susurran palabras de esperanza por ser joven, pero no entiendo o me río porque la muerte en ese momento me parece imposible.
No sé cuántos vasos llevo o si el que tengo en la mano es el mío. Mi hermana menor baila con el vecino de enfrente y me veo en medio del pasaje con muchos vecinos con los cuales no hablo, pero ese día me dicen lo grande que estoy y lo parecida que soy con mi mamá. Veo a mi mamá bailando hasta el suelo sin zapatos, riendo a carcajadas audibles como fuegos artificiales, y me contemplo gritando arriba de una mesa mientras ella me da tequila desde la botella directo a la boca. Quizá no somos tan diferentes.