Pensar el estado de la crítica chilena, en la actual situación, obliga a revisar el “estado de la actividad de la lectura” antes que el de la producción de la literatura propiamente tal: ¿Quiénes son los lectores de textos literarios hoy, en Chile?, ¿cuáles son los espacios de referencia para obtener orientaciones en sus elecciones?, son las preguntas que me convocan. En una cultura modelada por el mercado y el sentido del espectáculo, toda actividad que requiere de una actitud fuera de los tiempos, de los hábitos, de la sociabilidad, del ánimo y espíritu propios del espectáculo, tiene una menor demanda. Me causa cierta preocupación esta hegemonía de una cultura centrada en la entretención, la rapidez, la sustitución de sus objetos, la preeminencia del valor de cambio, los ritmos, tiempos y formas pasivas de recepción y consumo querecontrastan con la actitud reflexiva que requiere la actividad de la lectura. Pensar la crítica literaria que se realiza en la actualidad requiere distinguir los espacios en que esta se lleva a cabo, los cuales producen distintos discursos, distintas circulaciones y distintas influencias en distintos destinatarios. A grosso modo, propongo mirar algunos espacios que me parecen pertinentes al pensar la circulación de discursos acerca de la literatura y lo literario: la crítica académica, la crítica de medios masivos de comunicación, y la discusión crítica realizada en espacios de formación de lectores.
La academia es el espacio del conocimiento disciplinario, lugar donde se historiza, se teoriza y se sistematiza el pensamiento. Los espacios académicos abiertos a múltiples actividades convocan a congresos, coloquios y mesas redondas, reciben a visitas e invitados notables. En estos espacios se debate sobre problemas y temas amplios que atraviesan la vida literaria, la historia cultural, las tradiciones y las innovaciones, se proponen nuevos modos de lectura, se da a conocer la crítica y relaciones entre textos, en suma se conceptualiza y se piensan los distintos aspectos que configuran los estudios literarios; su objeto es todo aquello que constituye la disciplina y el saber de lo literario. Estos espacios están constituidos en su mayoría por profesores y críticos académicos, pero también por escritores invitados que producen particular interés y atracción en el ámbito disciplinario. El pensamiento que se produce en ese espacio lo podríamos caracterizar como constitutivo del campo literario; sus productos circulan mayoritariamente en revistas (cada vez de más alta especialización) o en libros formados por capítulos y/o artículos de distintos autores. Este espacio tiene su sentido por y para el mundo universitario, sirve a la literatura y es una forma cada vez más legitimada en la formación del curriculum promovido por las nuevas formas de hacer carrera universitaria, mayoritariamente importada de los EE UU; promete la formación de una competitividad globalizada que releva la investigación que circula en el mercado académico de los congresos y encuentros cuya meca es LASA Esta forma de hacer crítica está muy relacionada con la exigencia académica de producir investigación y de relevar dichas publicaciones en revistas literarias, indexadas o no, cualificadas por su alto nivel académico, produce conocimiento de especialistas escrito por y para especialistas. Su circulación, como cabe suponer, es también entre especialistas ya consagrados o quienes aspiran a ese sitial. Es este el lugar que hace circular el pensamiento destinado a constituir el saber literario legitimado por su lugar de procedencia institucional. Quienes ejercen esta crítica buscan constituirse en una firma autoral, hacer de la crítica una escritura donde se reconozca una voz y un estilo particular, productor de propuestas y nuevos modos de relaciones e influencias entre quienes están destinados al mundo académico.
En estas escrituras críticas se constituyen los sujetos de supuesto saber de lo literario. Entre ellos surgen estrellas que brillan con luz propia, otros con luz prestada, otros que quieren llegar ahí con legitimidad y estudio, otros utilizan estrategias mas propias el “pituteo” , los hay arribistas y aspiracionistas, en fin de todo lo que pueda habitar la villa del Señor, micro-mundo de grandezas y miserias humanas – una literarización enjundiosa de ese mundo nos brinda el primer capitulo de 2666, la notable novela de Roberto Bolaño. Se trata de un espacio cerrado que produce y alimenta un mercado académico cuya productividad circula en los ámbitos propios de sus intercambios. Si alguna vez –cuando no existían los opinólogos- el intelectual tuvo influencias en la vida pública, en esta época de saberes mediáticos fáciles de asimilar (y de olvidar), el saber literario parece un excedente aburrido, denso y otros calificativos poco honrosos. Me atrevo a decir que el pensamiento crítico-literario producido académicamente no incide ni en las formas de valoración de los textos, ni en las opciones del público lector más amplio, más bien lo que sucede es una insalvable brecha entre lectores y especialistascomo lo prueba la existencia de autores valorados académicamente sin incidencia en el lector común y vice-versa.
En el otro costado está el extremadamente debilitado y mínimo espacio de la crítica que se realiza en los medios masivos: periódicos, revistas y TV. Sus productores son mayoritariamente periodistas y pocos críticos con formación literaria. El formato más común en estos espacios es el de la reseña y el comentario, ambos de igual brevedad. Quizás sea necesario recordar que en Chile no hay revistas culturales de circulación masiva, los periódicos carecen de suplementos literarios, sus espacios dedicados a la crítica son mínimos. Se trata de columnas o comentarios de extensión breve donde los columnistas intentan por todos los medios ser “ágiles”, entretenidos e ingeniosos, mezclando diversos aspectos y anécdotas con un comentario breve de la historia o el tema del texto referido. Este modo, creo, corresponde más a la pauta del medio que al deseo de quien escribe la nota. Me atrevería a declarar públicamente que, hoy en Chile, no hay medios donde se pautee la crítica literaria más allá del concepto que estima la literatura como entretención, antes que como un modo de conocimiento; medios donde haya una voluntad política de promover el pensamiento sobre lo literario, de referir aspectos propios de los lenguajes estéticos. Hay lugar para la entrevista de autor, el comentario o la referencia a la vida literaria, viajes, premios, aspectos aprovechados para recomendar o denostar el texto. En estos espacios se hace gala de anti-intelectualismo, atribuyéndole a la reflexión crítica las características de la densidad, en el sentido del aburrimiento. Consecuentemente, esta crítica fomenta el valor de la entretención por sobre la reflexión crítica y el conocimiento, como lo sabemos todos los que en Chile compramos con gran felicidad Ñ, suplemento cultural del diario Clarín de Buenos Aires, que en Chile se vende como revista, desfasada de su momento de salida. Habría que preguntarse por qué ningún diario chileno posee un suplemento cultural como el mencionado.
La crítica de los medios está conectada al ámbito editorial , que en Chile está -al menos en lo que se refiere a narrativa- cada vez más centralizada por los grandes consorcios editoriales, quienes a través de sus operaciones de relaciones comerciales, promueven el comentario acerca de sus ediciones, orientando -de este modo- el gusto del lector y el éxito de ventas en un solo movimiento En este contexto podría decirse que los editores han concentrado el poder no sólo de orientar al lector, sino también de dirigir al escritor: sabemos de escritores/as experimentales o minoritarios que no encuentran editoriales para sus textos, ni menos medios para que los comenten, como sabemos también de autores/as experimentales que lentamente han concedido sus proyectos a la facilidad de la lectura, condición de la mayor factibilidad en la venta. No es extraño oír a escritores/as a quienes se les han señalado correcciones que podrían incidir en mejores índices de ventas, lo que da cuenta de la orientación editorial hacia el mayor consumo antes que a otros aspectos del texto.
La crítica de medios se realiza en un lenguaje de fácil comprensión, con lo que transforma toda escritura en un lugar liviano, donde las complejidades de lo literario se reducen a la anécdota asimilable por un lector que no desea enfrentarse a lo problemático de la estructura o el lenguaje de un texto. Esta crítica prefiere acoger textos que respondan a los requerimientos del mercado, se refiere mayoritariamente a escritores que se vuelven éxitos comerciales en una circulación perfectamente articulada por la relación producción/marketing/consumidor; la alianza señalada produce el mercado de escritores conectados a los mecanismos de consagración efectuados por premios editoriales, ranking e índices de ventas. Los textos de mayor densidad y espesor crítico, como aquellos de circulaciones minoritarias, producidos por pequeñas editoriales independientes, quedan fuera de esta cadena. Uno de los espacios más destacados y públicos de la actividad comercial son, en la actualidad, las ferias del libro, espacios que articulan lo global y lo local en una perfecta circulación del capitalismo y la industria cultural del libro.Es necesario, sin embargo, decir que en poesía sucede algo diferente, quizás debido a que la demanda ha quedado fuera de los mercados masivos, los propios poetas producen espacios nuevos que van desde la editorial pequeña, a las lecturas programadas, a las presentaciones de libros en un perfil. no mercantilizado ni mediático. Creo que la crítica de medios masivos es muy importante en una sociedad, es la que con más propiedad podría cumplir la función clave y necesaria de conectar al público lector con el saber literario, con la valoración crítica de los textos y promover la potencialidad de la lectura que el público culto en su natural curiosidad podría desarrollar . Alguna vez en Chile la crítica de medios tuvo esta dimensión y en dicha función, podríamos nombrar importantes figuras del saber literario consolidadas y legitimadas por y en los medios masivos de prensa. Habría que preguntarse el por qué de esta pérdida en la sociedad chilena. ¿Tendrá acaso que ver con el perfil del lector actual?, ¿ con el valor de la lectura, en nuestra contemporaneidad?, ¿con la irrupción de las tecnologías de la comunicación que han alejado al público de la lectura?
Un tercer espacio abierto en los últimos años, parece cada vez más seductor , novedoso y particularmente inasible, es el de la web donde circulan múltiples revistas electrónicas, páginas, blogs y un amplio espectro de redes dedicadas a la actividad literaria. Es un espacio generado por agrupaciones de jóvenes escritores o solitarios webistas que hacen circular sus propias producciones, presentaciones de libros, y comentarios de lectores anónimos. La web inicia y alimenta debates virtuales relativos a problemas y temáticas diversas, en una inconmensurable circulación que comienza a significar un modo particular de formas amplias e imprevisibles de realizar actividad literaria. Sus efectos son aún difíciles de medir, pero me atrevo a predecir que en esos espacios se producen modificaciones formales y semánticas de la escritura y la lectura: ritmos, registros, construcciones y referencias múltiples dirigen sus efectos y efectividad hacia territorios en permanente dinámica, lo que necesariamente establecerá nuevos modos de relaciones, tanto con los textos, como entre quienes los leen y hablan en la red. La red favorece el comentario libre y anónimo que no se fundamenta en las jerarquías propias de la academia ni en los pauteos de ninguna editorialidad.
Con sus movimientos canónicos y/o contracanónicos, es en las obrass literarias donde se producen emergencias de escrituras otras y otras temáticas, donde ocurren rupturas e hibridaciones de géneros, registros de lenguajes, producciones de nuevos sujetos y configuración de identidades en devenires múltiples. Es en las ficciones de sentido y de representaciones de las crisis contemporáneas, donde el espacio de la lengua se enriquece y enriquece el pensamiento. El trabajo del crítico es leer esas irrupciones para producir pensamiento. Sabemos que los lenguajes literarios tienen particularidades de las que otros lenguajes carecen. Por eso es que creo que la disciplina de los estudios literarios no puede ni debe renunciar a la función de elaborar las potencialidades de los textos, para no perder las esperanzas de que el mundo puede ser otro. Este trabajo es, a mi juicio el trabajo del lector contemporáneo que con una perspectiva reflexiva lee y abre el texto al mundo, conectando su lenguaje con otros lenguajes. Diría, por eso, que el mundo necesita más lectores que puedan elaborar todas las ilusiones de otros modos de ser que están inscritas en los textos y las escrituras literarias. Desde esa perspectiva, la formación de lectores activos es también una función del trabajo del crítico y /o del docente, quienes tienen la posibilidad de formar lectores atentos e intuitivos frente a las particularidades con que los textos exhiben sus operaciones de escritura para decir lo que dicen. Un lector o lectora atenta es aquel que se relaciona y se confronta con el texto, que lo interroga, que lee desde su propio cuerpo, su subjetividad y sus experiencias de mundo, que realiza una lectura que produce conexiones con el espacio de la literatura, pero también con otros lenguajes, con la diversidad de lo social y con los diversos derroteros que la lectura y el texto abren. Es en este sentido que pienso que los espacios de formación de investigadores y futuros lectores son también un espacio de actividad crítica, toda vez que allí se abre un diálogo abierto sobre los textos y las distintas formas de leerlos. Propongo pensar el espacio del seminario como lugar de trabajo crítico entre docentes y estudiantes, espacio que idealmente pueda romper la jerarquización de los saberes y construir horizontalidad en el debate y el diálogo abierto por el contacto con la lectura. Propongo pensar para este espacio formas de relaciones de comunicación e intercambio en gratuidad intelectual para lograr constituir ahí un nuevo modo de relación con la lectura, en la medida que las relaciones se despliegan en torno a esta, por la apertura a la curiosidad, la interrogación crítica y el intercambio productivo de ideas y sensibilidades.
El espacio lectivo mirado de ese modo, a mi juicio, cobra en la actualidad una gran importancia como espacio de expresión de la pasión por la literatura, espacio del placer del texto y de la conexión entre sujetos en búsqueda del conocimiento literario, de la reflexión y del desarrollo del pensamiento. No es menor pensar en lo que significa hoy tener espacios intelectuales en una época de anti-intelectualismo, como señala Judith Butler; espacios que pueden volverse resistentes a las formas de represión que los poderes mediáticos ejercen a la función de la crítica política o estética. Producir otras formas de leer y de mirar el campo, desmitificar el espacio canónico de la literatura, abrir el texto, pluralizar la diversidad de las escrituras vigentes relevando las diferencias y multiplicidad de texturas de lenguajes de hibridaciones, son para mí aspectos relevantes de un crítica del presente y el futuro. La formación de lectores críticos empieza por la conexión con el espacio de la lectura como actividad de encuentro entre texto y lectores, estableciendo relaciones singulares con lo que el texto guarda. Una palabra, una operación de escritura reiterada o disuelta puede generar un espacio de producción de escritura crítica que haga posible abrir los textos, mirar los lenguajes y establecer conexiones con lo social. La pregunta por la actividad de la crítica no puede, a mi juicio, estar separada de la pregunta por quién es el /la que lee, qué es lo que lee y cómo lee, finalmente es la sociedad de los lectores/as la que dará sentido a las producciones que hoy convocan nuestro interés. Es en este contexto que la lectura como enseñanza se revela como un desafío en el trabajo de formación de lectores atentos, diligentes, curiosos, arriesgados. La lectura es también un espacio de provocación. Vivimos un tiempo donde no solo parece que se lee menos, si no que la lectura es una actividad que comienza a ser abandonada. Quizás uno de nuestros trabajos como críticos y docentes sea hacerle un lugar en las actividades del presente, por ello la pregunta por la crítica no puede abandonar al lector.
Este texto fue leído en la mesa de crítica realizada en la universidad Alberto Hurtado con motivo de la visita del destacado crítico peruano Julio Ortega, el martes 3 de agosto del 2010.
Fundación Gabriel García Márquez
19 marzo, 2015 @ 2:39
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