En el registro fotográfico de Pentaedro se reúnen imágenes que permiten al lector del catálogo acceder mediante distintos grados de acercamiento a las pinturas de plasticina de Paula Dittborn. Por una parte, hay algunas vistas generales de las salas de exposiciones en las que se han exhibido. Por otra, un segundo grado de cercanía dirige la mirada a las escenas de películas que Paula ha elegido traducir a este lenguaje colores moldeables. En estas reproducciones, los solitarios rostros inmóviles de hombres, mujeres y niños, sugieren movimiento y hasta permiten imaginar una interacción: un hombre mira una fotografía, una mujer en primer plano entreabre la boca y dirige su mirada a algo que no vemos; un niño, que también tiene la boca entreabierta, sujeta el auricular de un teléfono. En algunas ocasiones podemos, o creemos poder, escuchar lo que dicen, pues se han agregado los subtítulos de la traducción. Las fotos generales permiten ver que estas obras se han montado secuencialmente en varias oportunidades. Ahí, el espectador puede armar y reconstruir estos relatos mínimos, activando la trayectoria de movimiento que contienen los fotogramas reproducidos.
Hay, además, una tercera categoría de fotos que atraviesan las escenas y parecieran diluirlas, invisibilizarlas. Las figuras desaparecen, se silencia el relato, y emergen, en reemplazo, las texturas con que han sido moldeadas y congeladas: son fotos que nos enseñan partículas de colores encendidos que quizá un lector inocente, falto de imaginación y noticias, no lograría identificar como pedazos de plasticina con forma de pentaedro. Es lo que ocurre, por ejemplo, con la foto de portada, que bien podría ser la de un catálogo de tizas, de dulces, o de lápices labiales. Como señalan Fernando Pérez y Valeria de los Ríos en sus ensayos, estas formas estimulan no sólo la mirada, sino también el tacto e incluso el gusto del espectador.
En una imagen ubicada al interior del catálogo, son los pentaedros quienes desaparecen. Nos encontramos ante cuatro bloques de plasticina de color naranja, gris, rosado y calipso que descansan sobre un fondo negro; más que reposar, estos bloques esperan, aguardan impacientes ser mezclados y moldeados para, finalmente, entrar a escena.
El fondo negro que contiene estos grandes rectángulos de plasticina opera en esta foto de un modo similar a los pedazos o filamentos negros que Paula incorpora en algunas de sus pinturas como una malla que sostiene los fragmentos de color, del mismo modo que el fragüe a los mosaicos. Así, hasta los colores más tenues, adquieren sombra, densidad y dramatismo.
Quizás sea ése el valor más llamativo de las técnicas que utiliza Paula. Pese a que los distintos procesos nos dejan como resultado la traducción de la traducción de la traducción, sus pinturas de plasticina en varias ocasiones han despertado en mí la melancolía.
Cada etapa de traspaso aumenta aún más la distancia entre nuestra mirada y los referentes de estos cuadros. Sabemos que estamos lejos de las estrellas de Hollywood, que su idioma no es el nuestro, que no estamos en el cine, que ni siquiera estamos viendo una sesión de «Cine en su casa». Apenas estamos leyendo un catálogo con fotos de exposiciones a las que quizás ni siquiera asistimos, pero aún así la nostalgia por la Novicia Rebelde, por ejemplo, no sólo se mantiene, sino que se agudiza. Creo que esto tiene mucho que ver con lo que Laura Marks señala respecto a la ganancia en la pérdida de ciertas imágenes que al ir desapareciendo tras sucesivos traspasos logran, paradojalmente, adquirir aura: «Las imágenes reproducidas mecánicamente, se supone, carecen de aura, pero a medida que las imágenes decaen vuelven a ser únicas: una película infeliz es infeliz de su propia manera» (118).
Este catálogo, entonces, nos ubica ante fotografías de pinturas de plasticina que a su vez reproducen otras imágenes convocando y ahuyentando, a su manera, el desasosiego, invitándonos a explorar la idea de que «amar una imagen que desaparece nos lleva hacia una conexión profunda con todas las cosas, ausentes y presentes» (128).
Bibliografía:
Marks, Laura U. «Amar una imagen que desaparece». Trad. Fernando Pérez. Vértebra nº 9, 2004: 116 – 28.
El presente texto fue leído, junto con el texto de Ana María Risco que también publicamos aquí, en el lanzamiento del catálogo Pentaedro, de la artista Paula Dittborn, con textos de Valeria de los Ríos y Fernando Pérez, el 6 de diciembre a las 19 hrs. en la librería Metales Pesados de Alameda 1869.