Las obras y sus relatos
Sergio Rojas
Editorial Arcis, Santiago, 2004
En un contexto donde la escritura sobre artes visuales suele tener el carácter de una producción especializada, sus lectores corremos el riesgo de olvidar que el ensayo crítico es, antes que todo, género de literatura. Por suerte hay libros que nos lo recuerdan. La colección Rabo del Ojo ya contaba con uno de ellos: la excelente selección de ensayos sobre arte de Pablo Oyarzún, cuyo título dio nombre a la serie. Ahora se suma el libro Las obras y sus relatos, de Sergio Rojas, de la misma colección, que ofrece en primer plano el placer de una escritura y, desde ésta, una puerta batiente a ciertas obras de arte visual contemporáneo producidas en Chile.
El libro está compuesto por ensayos originalmente publicados en catálogos y a propósito de exposiciones particulares, ocurridas entre fines de los 90 y lo que va de esta década, de artistas que, podríamos decir, se mueven en el amplio registro de exploración posible entre el plano bidimensional y la instalación . Para esta edición, los textos fueron agrupados en cinco capítulos -De la cuestión del arte, Del poder, Del tiempo de las cosas, De la apariencia y De la historia- que permiten un recorrido temático, aunque no imperativo, y logran reducir, sin hacer desaparecer, la variada circunstancia de origen de los artículos.
Encontramos en sus páginas una visión de la obra de arte que, siguiendo un modelo moderno, la concibe como el lugar privilegiado para una crítica de la representación. “El mundo que habitamos –suele decirse- ya es una representación, por lo tanto el modelo carece de la condición de original. (…) en la era de las redes, de la verosimilitud y de la globalización del capital, el arte intentaría cada vez menos hacerse representaciones de las cosas, tratando en cambio de problematizar las representaciones mismas” (p 50). La cuestión del la producción artística como “representación de la representación” queda singularmente trazada en el primer capítulo, dedicado a las escenas y trabajos en las que el arte se dirige una mirada introspectiva, pensándose a sí mismo, lo que le concede entre otras cosas la curiosa condición de intérprete y comentarista de su propia muerte. En un texto de este capítulo, que tiene como tema el proyecto de Alvaro Oyarzún consistente en pintar un retrato diario durante tres años y un día, el autor despliega un discurso sutilmente humorístico, sobre la sobrevivencia y el confinamiento del pintor, tras el “mentado” deceso del género pictórico, (tema que hoy estrujan los artistas, replicando en el ámbito visual la profusa producción literaria registrada con motivo de “la muerte del autor”).
Detallar aspectos de Las obras y sus relatos sin duda requeriría cierta demora en la descripción de los trabajos y exhibiciones abordadas. Sin embargo, una mirada de conjunto permite reconocer al menos dos cosas: un cierto afán por abordar la producción chilena con una sensibilidad deslocalizada, que asume la globalidad del sistema de producción en el que el arte también está – problemáticamente- inscrito. Por otro lado, la amplia mirada del ensayista, que puede leer una obra desde presupuestos filosóficos como el pensamiento de Hegel o Kant, o desde la sociología de Bourdieu, pero también desde una noción más secular de lo visual, cruzada no sólo por el trazo veloz de la industria de la representación, sino también por la pedestre experiencia de los objetos que traman la vida íntima y cotidiana. La escritura de Rojas tiene la gracia de dar lugar no solo al saber del profesor de estética, sino también a esa vaga experiencia subjetiva y hasta inconsciente del mundo visual, intensamente implicada hoy en la construcción y lectura de arte, lo cual resta a sus escritos, si no la complejidad, el tono teorizante.
Lo anterior no desperfila el registro del libro, dominado por una aproximación filosófica a las cuestiones que movilizan la producción de sentido en el arte. Algo original es la importancia asignada en los análisis de obras a la condición material del objeto artístico (en un sentido que recuerda el inicio de la pregunta heideggeriana sobre la obra). Por material no quiere decirse obviamente el material con que la obra está construida, sino aquello enraizado en su naturaleza y que le distingue radicalmente de una idea: su consistencia material. Poner eso al centro de la lectura contrasta –de allí su originalidad- con el contexto mediático en que, como ha quedado dicho en la cita al inicio, todo circula como representación. Pero también contrasta con el devenir inmaterial del arte moderno y con la idea bastante extendida desde las vanguardias históricas de que el sentido no es otra cosa que un efecto asignado a la obra desde fuera, es decir, desde un ámbito justamente inmaterial, ideológico, mental. La pregunta abierta en casi todos los textos de Rojas por la materia que la obra es, no va en la busca de la relación del arte con la realidad “en sí”, como nos lo advierte de plano el autor, sino de lo que queda cuando el artista ha desmontado o inhibido las significaciones adheridas a las cosas, dejando en éstas, paradójicamente, su pura apariencia. (Es lo que se nos hace presente, por ejemplo, cuando el autor analiza la exhibición “La (re)ubicación de las cosas” de Enrique Matthey: una obra trabajada con restos ornamentales del Palacio Pereira). Tal vez este énfasis sobre la materialidad del arte pudiera contener la aspiración de una suerte de grado cero de la representación: espacio inusitado, desalojado tanto de la historia como de su “prepotente realidad” y disponible a la experiencia.
En las páginas introductorias, Rojas declara que el objeto de los textos incluidos en el libro no es realizar inscripciones históricas de obras, ni tampoco teoría estética. Más bien, plegarse a una aspiración que podría describir el sentido general del arte: “ampliar los límites de la experiencia del individuo”. Si el libro consigue este efecto, lo hace partiendo por un logrado deslizamiento: el convertir la escritura de catálogo, originalmente paralela a la presentación misma de la obra, en algo que puede permanecer visible, o más bien, pensable, cuando la obra se ha desmontado o la hemos perdido de vista. En el mejor de los casos esto no es otra cosa que apreciable literatura.
Las obras y sus relatos Sergio Rojas Editorial Arcis, Santiago, 2004 |
En un contexto donde la escritura sobre artes visuales suele tener el carácter de una producción especializada, sus lectores corremos el riesgo de olvidar que el ensayo crítico es, antes que todo, género de literatura. Por suerte hay libros que nos lo recuerdan. La colección Rabo del Ojo ya contaba con uno de ellos: la excelente selección de ensayos sobre arte de Pablo Oyarzún, cuyo título dio nombre a la serie. Ahora se suma el libro Las obras y sus relatos, de Sergio Rojas, de la misma colección, que ofrece en primer plano el placer de una escritura y, desde ésta, una puerta batiente a ciertas obras de arte visual contemporáneo producidas en Chile.El libro está compuesto por ensayos originalmente publicados en catálogos y a propósito de exposiciones particulares, ocurridas entre fines de los 90 y lo que va de esta década, de artistas que, podríamos decir, se mueven en el amplio registro de exploración posible entre el plano bidimensional y la instalación . Para esta edición, los textos fueron agrupados en cinco capítulos -De la cuestión del arte, Del poder, Del tiempo de las cosas, De la apariencia y De la historia- que permiten un recorrido temático, aunque no imperativo, y logran reducir, sin hacer desaparecer, la variada circunstancia de origen de los artículos.
Encontramos en sus páginas una visión de la obra de arte que, siguiendo un modelo moderno, la concibe como el lugar privilegiado para una crítica de la representación. “El mundo que habitamos –suele decirse- ya es una representación, por lo tanto el modelo carece de la condición de original. (…) en la era de las redes, de la verosimilitud y de la globalización del capital, el arte intentaría cada vez menos hacerse representaciones de las cosas, tratando en cambio de problematizar las representaciones mismas” (p 50). La cuestión del la producción artística como “representación de la representación” queda singularmente trazada en el primer capítulo, dedicado a las escenas y trabajos en las que el arte se dirige una mirada introspectiva, pensándose a sí mismo, lo que le concede entre otras cosas la curiosa condición de intérprete y comentarista de su propia muerte. En un texto de este capítulo, que tiene como tema el proyecto de Alvaro Oyarzún consistente en pintar un retrato diario durante tres años y un día, el autor despliega un discurso sutilmente humorístico, sobre la sobrevivencia y el confinamiento del pintor, tras el “mentado” deceso del género pictórico, (tema que hoy estrujan los artistas, replicando en el ámbito visual la profusa producción literaria registrada con motivo de “la muerte del autor”). Detallar aspectos de Las obras y sus relatos sin duda requeriría cierta demora en la descripción de los trabajos y exhibiciones abordadas. Sin embargo, una mirada de conjunto permite reconocer al menos dos cosas: un cierto afán por abordar la producción chilena con una sensibilidad deslocalizada, que asume la globalidad del sistema de producción en el que el arte también está – problemáticamente- inscrito. Por otro lado, la amplia mirada del ensayista, que puede leer una obra desde presupuestos filosóficos como el pensamiento de Hegel o Kant, o desde la sociología de Bourdieu, pero también desde una noción más secular de lo visual, cruzada no sólo por el trazo veloz de la industria de la representación, sino también por la pedestre experiencia de los objetos que traman la vida íntima y cotidiana. La escritura de Rojas tiene la gracia de dar lugar no solo al saber del profesor de estética, sino también a esa vaga experiencia subjetiva y hasta inconsciente del mundo visual, intensamente implicada hoy en la construcción y lectura de arte, lo cual resta a sus escritos, si no la complejidad, el tono teorizante. Lo anterior no desperfila el registro del libro, dominado por una aproximación filosófica a las cuestiones que movilizan la producción de sentido en el arte. Algo original es la importancia asignada en los análisis de obras a la condición material del objeto artístico (en un sentido que recuerda el inicio de la pregunta heideggeriana sobre la obra). Por material no quiere decirse obviamente el material con que la obra está construida, sino aquello enraizado en su naturaleza y que le distingue radicalmente de una idea: su consistencia material. Poner eso al centro de la lectura contrasta –de allí su originalidad- con el contexto mediático en que, como ha quedado dicho en la cita al inicio, todo circula como representación. Pero también contrasta con el devenir inmaterial del arte moderno y con la idea bastante extendida desde las vanguardias históricas de que el sentido no es otra cosa que un efecto asignado a la obra desde fuera, es decir, desde un ámbito justamente inmaterial, ideológico, mental. La pregunta abierta en casi todos los textos de Rojas por la materia que la obra es, no va en la busca de la relación del arte con la realidad “en sí”, como nos lo advierte de plano el autor, sino de lo que queda cuando el artista ha desmontado o inhibido las significaciones adheridas a las cosas, dejando en éstas, paradójicamente, su pura apariencia. (Es lo que se nos hace presente, por ejemplo, cuando el autor analiza la exhibición “La (re)ubicación de las cosas” de Enrique Matthey: una obra trabajada con restos ornamentales del Palacio Pereira). Tal vez este énfasis sobre la materialidad del arte pudiera contener la aspiración de una suerte de grado cero de la representación: espacio inusitado, desalojado tanto de la historia como de su “prepotente realidad” y disponible a la experiencia. En las páginas introductorias, Rojas declara que el objeto de los textos incluidos en el libro no es realizar inscripciones históricas de obras, ni tampoco teoría estética. Más bien, plegarse a una aspiración que podría describir el sentido general del arte: “ampliar los límites de la experiencia del individuo”. Si el libro consigue este efecto, lo hace partiendo por un logrado deslizamiento: el convertir la escritura de catálogo, originalmente paralela a la presentación misma de la obra, en algo que puede permanecer visible, o más bien, pensable, cuando la obra se ha desmontado o la hemos perdido de vista. En el mejor de los casos esto no es otra cosa que apreciable literatura. |