Una reseña posible al volumen Lecturas críticas, lecturas posibles (relatos y narraciones) de Soledad Bianchi. Concepción: Ediciones Universidad del Bío-Bío, 2012.
Este volumen reúne aproximadamente veinticinco ensayos que esta autora ha escrito a lo largo de su trayectoria, entre 1981 y 2009 para ser preciso. Su organización, empero, no es necesariamente cronológica sino que se mueve en una dimensión más bien espacial. Pareciera intentar la descripción de una ruta, un paseo sobre un corpus literario –nítidamente– muy personal. Bianchi nos presenta, de hecho, un mapa de este flâner propio y donde cada uno de estos ensayos es un zoom particular a algún territorio de su interés. Y (solo) en ese acercamiento de objetivo, es posible distinguir lo que a ojo desnudo (o de distraído lector) pareciera pasar inadvertido: una exuberante cantidad de señales miniaturas (quizás una suerte de quipus) sugiriendo detenciones, ceda el paso, avance con precaución, incluso camino cerrado. No importa mínimamente si este territorio literario constituye en sí mismo una realidad apenas objetiva, lo que aquí se ofrece generosamente, es la guía de un paseo acucioso sobre lo que esta autora ha querido visitar; con la salvedad no menor, de que sabe –o es hábil en demostrarlo– por dónde nos propone avanzar.
Estos ensayos se ordenan en cuatro grupos. Y cada uno de ellos responde, más que a una categoría de análisis estática o lineal, a un relato textual de ese paseo que se propone experimentar. En ello, se aprecia una voluntad de lectura bastante clara. Hay autores que sin duda gozan de mayor interés por parte de la autora, en cambio hay otros que resultaron objeto de análisis, más que por representar en sí mismos un interés específico, porque su demarcación –en términos territoriales– permite fijar manifiestos límites al relato de base (el adjetivo manifiesto no es casual). Por último, cuando digo lectura, y quizás abundo en la explicación (aunque se trata de un libro abundante), este volumen goza y se sirve para el análisis no solo de textos literarios (incluyo los de teoría literaria y filosofía) sino en buena medida de películas, incluso de un soundtrack de canciones populares que adoban el estudio y, por cierto, la lectura. No sería un gran descubrimiento reconocer en estos ensayos un interés por la factura de un nuevo texto a partir de otro, es decir, un texto literario, una narración personalizada de la experiencia lectora y crítica de Soledad Bianchi.
Después del prólogo, se exponen un par de ensayos introductorios que fijan las claves de lectura y algunas luces (chispazos) de contexto. Resalto el desarrollo que aquí se hace de tres ideas: (i) la de quipu: “sus múltiples nudos llevan de a uno a otro por esa línea flexible que es el cordel y, a su vez éste nos encamina a otras cuerdas, también anudadas (22)”. Ya que este implemento incaico, para algunos antropólogos un sistema de contabilidad, para otros una forma de lectura o sistema mnemotécnico, es la clave maestra de lectura (y escritura) de Bianchi: “pienso que para leerlos son obligadas las pausas, intervalos y detenciones, presentes, asimismo, en este otro trayecto que es mi escritura, un divagar fluctuante entre lo concreto y lo deseado (21- 22)”; (ii) Lo que la autora fustiga como “pereza para variar la mirada, sin repetir esquemas”, proponiendo insertar obras y autores en contexto (23); y (iii) el uso en su análisis y escritura (y lectura) de “silencios” como “vacíos creativos que podrían oponerse al escrito-bloque que todo lo dice y todo lo entrega: un escrito autoritario, sin sutilezas ni fisuras, que da todas las soluciones, y responde más que pregunta al no dejar intersticios” (29). (Valga notar que el prólogo de Hugo Bello se titula “La palabra fisurada”).
El primer capítulo invita de plano a convertirse en Flâneur (o Flâneuse) de la capital. Seis ensayos componen “Los caminos de Santiago, algunos desvíos, y unos pocos navegantes”. Y fiel a su propuesta, va de lo marginal a lo céntrico, de una mirada sociopolítica con la película “Caluga o Menta” bajo la lupa, hasta una caminata por una tarjeta postal de la plaza de armas de la capital. En la médula del capítulo hay tres paseos por fotos e imágenes en el ensayo “Paisajes”; una mirada profunda a la escritura de la llamada “crónica” de Pedro Lemebel –uno de sus favoritos; cinco hipótesis sobre Los trabajadores de la muerte de Diamela Eltit; y un viaje (en taxi) sobre la poesía triste de Egor Mardones. En este acápite se desarrolla una idea (en los ensayos sobre Eltit y Mardones), o mejor, la autora se apropia de una idea de Iouri Lotman, que constituye una suerte de manifiesto donde radica para ella –a mi parecer– el valor de un texto: “mientras más complejo sea un texto y su organización, éste será menos previsible, y mayor su carga informacional, sus posibilidades de accesos y sentidos” (83).
El segundo capítulo –a juicio de Bianchi– incluye publicaciones especialmente polémicas, para ser transformadas en controversia y ser discutidas (19), quizás por ello lo titula con luminosidad como “Dichosos tiempos aquellos en que la disputa era un arte” (un verso de Lihn). Parte con un trabajo sobre Grande Sertão: Veredas y, entre otras, con una provocación sobre el boom en Latinoamérica, recordando su origen comercial y cuestionando la ausencia de Juan Rulfo, Elena Garró, José Emilio Pacheco o José Lezama Lima y de toda la literatura brasileña. Continúa con el sugerente título: “De qué hablamos cuando decimos ‘Nueva Narrativa Chilena’” discutiendo el apelativo de “nueva” como una manera añeja para uniformar, cuestionando el origen de esta “nueva narrativa” y la serie de antologías y manifiestos como McOndo, para terminar debatiendo sobre la hegemonía de la novela en desmedro de la poesía “en este país de ex poetas” (118) por causa de una primacía de las editoriales sobre la obra y del rating de las listas de los “más vendidos”. Prosigue con dos estudios sabrosos sobre el éxito de las novelas de Marcela Serrano y otro sobre el peso de las emociones como móvil de ventas en los best-sellers. Luego hay un respiro con un trabajo breve sobre el largometraje chileno Machuca y un ensayo histórico (algo biográfico y, por tanto, doloroso) sobre Guillermo Núñez, acompañados de algunas citas notables de Agamben, Deleuze, Derrida y el poeta Omar Khayyam para cerrar.
El tercer capítulo es el de la crítica y lo titula sin pudor “La crítica no vive sino de las obras, aunque también es verdad que las hace vivir”. Llama, sin embargo, la atención (aunque no debiera tanto) un ensayo sobre literatura de mujeres de Chile del siglo XX, un trabajo sobre la narrativa de Marta Jara, la difícil travesía de María Luisa Bombal y el exquisito trabajo titulado “Amar es amargo ejercicio”, por supuesto sobre Gabriela Mistral, en este caso sobre las cartas de amor de la poetisa. Podríamos, en este sentido, hacer un desarrollo aparte sobre como Bianchi trata el tema de la mujer, que me parece no lo hace exclusivamente desde la perspectiva de género (políticamente hablando, aunque con Bombal ese propósito es imposible), sino que aún más allá, el esfuerzo por humanizar a la Mistral desde su ser mujer no se centra sólo en la identidad femenina como tal, sino que propone cuestionamientos acerca de su condición humana que la liberan de la beatificación de la que fue presa en tiempos pasados. Completan el acápite de crítica (y de mujeres) tres trabajos dedicados a Puig, Skármeta, uno a Rodríguez Juliá y nuevamente Lemebel. En este último destaco la ampliación de margen por la que se juega la autora y que pone a la crónica como un género atractivo precisamente por su hibridez y versatilidad (“diversos elementos y tramas… voces, tonos, ubicaciones, estilos, ritmos, miradas, lenguajes y procedencias” (258).
El último capítulo “cómo descifrar signos sin ser sabio competente”, que Bianchi subtitula como “rEGOpilación = espejos de palabras”, es un intento empírico, en el relato propio y no teórico, de un complemento de su ars poetica como crítica literaria. No es el otro el objeto sino el yo y lo hace con honestidad y sin pretensión. Es Soledad Bianchi la que abre su cajita de Olinalá y habla especialmente de su historia, del soundtrack de vida, sobre recetas de cocina latinoamericana, su militancia en la revista Araucaria, su experiencia con Allende. Es un toque, un aderezo, una nota al margen pero que cierra un ciclo, este ciclo rEGOpilatorio que también humaniza y tributa la subjetividad de la Bianchi crítica, pero aún más allá, tributa a la Bianchi histórica.
Finalmente, más allá del análisis de esta lúcida y diferente compilación de relatos críticos y posibles, habría que distinguir una manera de mirar, de sobrevolar, una forma de pasear (flanear, si se permite) por un texto literario. Como señala Hugo Bello en su prólogo:
Se trata de un modo de leer, que denuncia a veces la complicidad ingenua de un paradigma añoso, que prefiere la inocencia de una lectura sesgada, o mejor, que asume el sesgo, que no niega la preferencia personal en contra de la objetividad científica o sugiere nuevas lecturas o incorporaciones a un canon limitado por el refinado paladar de los académicos tradicionales (15).
Con todo, este volumen de ensayos tiene la vocación de ser un cadáver presencia (274), gozará de presencia inquietante aunque no exista (o se ignore) de cuerpo presente. Quiero decir, que estos trabajos pueden ser perfectamente el símil de las fotos de quienes han partido y de esta forma se mantienen más allá, así son las ideas, estas lecturas propias y posibles de Soledad Bianchi, independiente de su aceptación o incorporación al canon. No estoy seguro de si ella misma cumple con el efecto de distanciamiento de Brecht que cita en el ensayo Emociones y Best-sellers (146), porque más allá del control emocional y de mirar en perspectiva la obra, sería impropio negar como la autora se ve profundamente afectada por ellas mismas; afecto en la acepción spinoziana que le permite movilizarse y elaborar este trazado de flâneuse para sus lectores. Me “compro” su manifiesto de la complejidad y de los silencios creativos en notable oposición a la entrega autoritaria, compacta y terminada, que no permite la continuidad y complemento del lector. Gocé del mismo modo sus notas al pie que nutren y actualizan los ensayos (hay comentarios y revisiones actuales de ensayos antiguos), desde Benjamin o Foucault hasta Armando Manzanero. Su corpus narrativo, pleno de interrupciones y de una multiplicidad de ideas (una contenida dentro de otra y ésta dentro de otra mayor, a modo de esas muñecas rusas artesanales). Su sugerente manera de presentar sus trabajos, con titulaciones creativas y comentarios atiborrados de condimentos. Todo ello es una guía –sí– posible para el flâneur de turno, para el que esté dispuesto a tomar este camino posible, no como único mapa ni único territorio, por cierto, pero sí como única lectura y trazado en su naturaleza.