El libro de los bolsillos (Minúscula, 2016) de Gonzalo Maier (1981) es un ensayo en prosa sobre los objetos que, literalmente, llevamos en nuestros bolsillos. Mediante una serie de micro-narraciones reconstruye contextos históricos y vidas cotidianas sobre las supuestas nimiedades que podamos hallar en el fondo de una chaqueta o de un pantalón.
Suelen narrar las historias los vencedores. Sus heroicos relatos se construyen sobre grandes hazañas en torno a grandilocuentes nombres y gigantescas multitudes. Cualquier pequeñez no merece ser escrita, como si el jardín de los detalles debiese ser deforestado porque no conduce a nada. Acallando estas voces defensoras de lo macro, Maier construye un relato anti-épico que mediante objetos comunes y corrientes se erige en defensa de lo mal denominado nimio. El epígrafe, de G.K. Chesterton, con que se abre el libro, defiende la postura expuesta por el escritor: “Una vez empecé a escribir un libro de poemas que trataba solamente de las cosas que encontré en mi bolsillo. Pero iba a ser demasiado largo y los poemas épicos están pasados de moda”. Servilletas, boletas, encendedores, peinetas, argollas y mentitas, son algunos de los objetos con los que Maier edifica sus narraciones. Siempre descritas desde un lugar personal, que a su vez pasa a ser común, va construyendo su – nuestras – vidas: “Tal vez la mejor forma de escribir una autobiografía sea juntando boletas” (102). Allí están los recuerdos, pero también los misterios; como esa factura que nos retrotrae a una cena con amigos el último verano, o esa boleta con fecha reciente de un negocio por el cual no recordamos haber pasado, hecho que nos convierte en detectives momentáneos de nuestra propia existencia. Los condones y sus historias de adolescencia también rondan el texto de Maier. Portarlos escondidos en los bolsillos durante el colegio sin tener certezas sobre cómo usarlos realmente, es una forma de reconocimiento a un periodo extraviado que es necesario narrar desde nuestros bolsillos, aportando una variable narrativa nueva a la construcción del recordatorio sobre un tiempo perdido.
Pero el escrito no solamente se construye mediante hechos cotidianos. Maier pretende – y a su manera lo logra – retratar períodos históricos a partir de las cosas que llevamos en nuestros bolsillos. Sostiene que la Gameboy – la consola portátil de Nintendo – fue uno de los primeros inventos en esta carrera por hacer todo diminuto y transportable. Después de un período de Guerra Fría donde reinaba la grandilocuencia, vino – y se sigue desarrollando – una etapa en donde las cosas deben ser movibles y ocupar el menor espacio posible. Para el autor fue la Gameboy el objeto que inauguró este paradigma (después vinieron computadores, reproductores de música y televisores), pues: “Apareció en 1989 junto con la caída del Muro de Berlín, casi como una confirmación del triunfo del capitalismo” (54). Maier expone que la Gameboy es un juego individual donde se impone la lógica del no compartir, al contrario de lo que ocurría con sus antecesoras máquinas arcade que funcionaban con fichas: allí dos jugadores podían conocerse y relacionarse, optando por una convivencia grupal en torno a un juego. Un nuevo dispositivo que funciona como una analogía del capitalismo que se posicionará en el mundo occidental sin ningún contrapeso, una metáfora de cómo comenzará a predominar el encierro y la individualidad desechando la interacción y la plaza pública. Los aparatos USB se enmarcan dentro de este mismo circuito. Ya no es necesario portar incómodos vinilos ni pesados tomos de obras completas, ahora canciones y libros, Charly García y Ricardo Piglia, caben en un mismo pendrive, es decir, todo el conocimiento que buscamos entra en un par de centímetros que podemos ocultar dentro de un bolsillo. Maier recuerda que al llegar a su casa con un USB que le habían prestado cargado de cómics y películas, era como tener el mapa a un tesoro repleto de oro.
En este libro escrito con una mezcla de poesía e ironía, Gonzalo Maier construye un texto original que escapa a las redundantes historias sobre niños en dictadura que se han posicionado de la literatura chilena de los últimos diez años. Asistimos a un concierto de detalles que funciona como un inventario personal, pero también como un retrato político, que viene a convencernos de que nuestra existencia también se determina por nuestros bolsillos.