Libros, pensé al primer encuentro con este volumen, que ordenados como los puntos de una fila, dibujan una línea. Línea ilusoria, pero también anhelada por un lector que busca y apenas si encuentra referencias bibliográficas del quehacer editorial de nuestro país (una sola, pero gran excepción es la del libro de Bernardo Subercaseaux Historia del libro en Chile). Línea que también, con algo de generosidad, se podría dibujar a partir de iniciativas artísticas de las últimas décadas que realzan y revisan producciones de procedencia nacional: el concierto Hecho en Chile: Los Jaivas, Illapu, Los Tres, de 1999; la película Te amo, made in Chile de Sergio Castilla, del 2001; y la exposición Minimalismo made in Chile, que entre abril y junio de este año se exhibe en Matucana 100. En este caso no se trata sólo de enfrentar ese “agujero negro” de la historia del libro en Chile, sino más bien de subrayar y recordar que en este país se hace y produce con reglas situadas; que hay historias por contar, que se hacen y se han hecho libros. Pero la expectativa de encontrar aquí una historia del libro en Chile, como contraparte al imaginario editorial foráneo, se modera ya con la advertencia de la autora: de “lo que aquí se trata de abordar es lo más parecido a un vistazo” (p. 11).
En Editado en Chile encontramos fichas de los libros, útiles a un editor o investigador, ya que aportan una acabada información: título, año, compilador, impresor, ciudad de publicación, número de páginas, y formato; un texto de contextualizaciòn histórica para cada título, que servirá a un editor, investigador, o a un curioso de hitos y anécdotas; por último, fotografías de portadas e interiores que dicen: el libro es para mirar, disfrutar, y recordar. Consecuencia de una elección estética que caracteriza a esta recopilación: la de dramatizar el objeto libro en las imágenes (en genérico, porque todos tienen igual tratamiento lumínico y escenográfico) y darle una personalidad y protagonismo a cada uno de los 82 que componen Editado en Chile. Los “puntos” cobran vida propia y reclaman de forma anárquica la atención del lector, y la ausencia de una narración transversal al libro permite a éste prescindir del orden cronológico no narrativo propuesto en esta edición, ya sea a la hora de leerlo o bien de “darle un vistazo”.
Si se sigue el orden convencional de lectura, entre una edición y otra se descubre una perspectiva narrativa y se reconoce una evolución histórica, un orden de acontecimientos. Entre reseña y reseña se deslizan observaciones importantes para una mirada histórica de los procesos editoriales en Chile, como la de que en 1915, año en que se publica El niño que enloqueció de amor, acontecía una apertura y expansión tanto en la escritura como en sus espacios de circulación. Que cerca de 1947, de la edición de Papelucho se desprendería la noción de la literatura infantil. Que en los años treinta Zig-Zag tuvo cierto auge, mermado en los cincuenta debido a que “el usufructo que se hacía de los autores extranjeros (sin pago de derechos) se vio fuertemente limitado” (p. 129). Que a la crisis de la industria le sigue el proyecto estatal de la UP de editorial Quimantú (ex Zig-Zag), al que la dictadura pone fin. Que en 1978, cuando se publica La poesía chilena (Juan Luis Martínez) se configuraba “un momento particular de la literatura chilena, donde lo visual, desde el orden teórico hasta la experimentación material, ingresó en el campo de la poesía, irrumpiendo en el espacio del libro” (p. 169). Que en los noventa la editorial Planeta ganó un espacio en la narrativa joven de nuestra región, publicando a Alberto Fuguet en primer lugar. Y que llegados los dos mil, se saldan deudas con figuras del pasado: aparecen los Cuentos completos de José Miguel Varas; las Notas de arte, de Juan Emar; la Narrativa Completa, de Adolfo Couve; y Lear Rey & Mendigo, traducción de Nicanor Parra de 1992 de la obra de Shakespeare.
Asimismo Editado en Chile propone “especiales” de algunas editoriales destacadas durante el siglo XX, que están intercalados con las ediciones numeradas. El tratamiento de estas casas editoriales viene a ser la excepción de la estructura que dicta: un libro por número; pero se entiende la decisión porque tales editoriales exigen un lugar destacado en esta compilación. Se abre el baúl y nos encontramos con libros de cada una de estas empresas, que hicieron lo suyo entre los años cincuenta y ochenta. Cabría preguntarse qué es lo que reúne a los elegantes libros de Babel, con los clásicos libros de Nascimento, las llamativas ediciones de Zig-Zag, los hermosos libros de Quimantú, los libros de avanzada de Ganymedes, y los atrevidos libros de Aconcagua y de Pehuén. Libros y editoriales que si bien representan el tercio de siglo, quizás, más acontecido en el quehacer editorial chileno, tuvieron líneas y temáticas muy diversas.
De haber más libros del estilo de éste habría parámetros de referencia para evaluar acuciosamente la selección que aquí se propone. Pero al tratarse de una empresa inusual, el gesto significativo se encuentra en la iniciativa misma de antologar ediciones: de poner los libros en escena. Como empresa poco común se enfrenta, además, a la escasa existencia de ensayos que se ocupen del cómo fue que la edición de un libro pasó (o merece pasar) a la historia. Pero esta pregunta hay que hacerla: ¿qué hizo un libro para estar acá?, ¿qué criterio de selección hay en las ediciones de libros que Editado en Chile incluye en su recopilación? Si bien la edición de libros es en parte la responsable de construir imaginarios culturales, literarios y no literarios, Editado en Chile se inclina por la edición literaria, y de forma más específica, por la literatura chilena. Delimitación tan restrictiva como estimulante para iniciar otra clase de selecciones: ediciones traducidas, ediciones académicas o ediciones de manuales y diccionarios, entre otras. Pues bien, manos a la obra.
Editado en Chile (1889- 2004), Paula Espinoza O., Alfredo Méndez, Quilombo Ediciones, Valparaíso, 2012