El dibujante de cómics Robert Crumb, en el documental Crumb (Terry Zwigoff, 1994), le recomienda a su hijo –que también se dedica al dibujo– tomar fotos de elementos del paisaje para utilizarlos como referente de los fondos de sus historietas. Según Crumb, basarse en ese repertorio de imágenes fotográficas es la mejor manera de otorgarle cierta veracidad al resultado, cierta particularidad. Crumb incluso muestra a su hijo –y a la cámara– su propio “álbum de recortes”: páginas y páginas de fotografías del tendido eléctrico, de carteles de neón, de elementos del entorno cuyos detalles la mayoría de las veces pasan desapercibidos. Crumb señala así cuál es su postura ante lo que conocemos como “dibujo de memoria”. Como práctica, da cuenta de cierta experticia, de cierta maestría. Pero en términos de resultado suele ser, la mayoría de las veces, una imagen estereotipada.
En ese sentido, el caso de los dibujos que Marcos Sánchez expone en la Galería XS es bastante particular. Si bien la mayoría de sus dibujos son hechos de memoria, están llenos de detalles, de rasgos que las personas por lo general no retienen al momento de recordar un objeto o lugar. Es así como encontramos un muro de ladrillo a medio hacer, sobre el cual alcanzamos a ver los restos de un graffiti; o un conejo, que más que un conejo es un chocolate con forma de conejo, como los que se comen en la “pascua del conejo”; o una flor, que no solo es una flor sino una cucarda, la de los estampados de las camisas hawaianas. Sería fácil concluir que se trata de un artista dotado de eso a lo que llaman “memoria fotográfica”. Pienso en cambio que se trata de una persona que posee el hábito de dibujar, de dibujar siempre, y que por lo tanto lo hace de manera magistral. No porque en algún momento, a mediados de los noventa, haya decidido estudiar arte, sino más bien porque nunca dejó de hacer eso que todos hacíamos antes de aprender a escribir: rayas, garabatos, monos, dibujos.
Hay otra manera de entender esta idea del “dibujo de memoria” en sus trabajos. La mayoría de las personas que aparecen en ellos son bastante similares entre sí. Caucásicos, semidesnudos, somnolientos, muchas veces de espalda, haciendo algo que no alcanzamos a ver. Nuevamente no responden a una idea genérica de lo representado –en este caso, el cuerpo humano– sino que por el contrario dan cuenta de una idea bastante concreta de él. Me acuerdo de que en la escuela de arte, en los cursos de “Dibujo figura humana”, solían advertirnos que la mujer que modelaba en nuestras clases iba a determinar nuestra manera de dibujar a las personas. Y aunque nunca me dediqué a ese género en particular, cuando me topo con la modelo en la calle (me ha sucedido varias veces) sigo viéndola como si fuera la encarnación del “Hombre de Vitruvio” de Leonardo: un paradigma de la anatomía humana. En los dibujos de Marcos tampoco aparecen huellas de esa formación. Lo que sí hay, en cambio, es la estética propia de la foto familiar analógica. No solo porque algunas de las personas dibujadas en sus trabajos se parecen a los integrantes de su numerosa familia, sino porque además la escena en su conjunto remite al tipo de composición propia de la foto casera –y que ha pasado a ser, en alguna medida, la composición propia de los recuerdos de infancia. No es la primera vez que Marcos trabaja la relación entre dibujo y memoria. Ya en el 2011 exhibió una serie de dibujos basados en fotografías y recuerdos de su infancia, que curiosamente eran muy fáciles de identificar como tales[1]. El propio artista explica que el reconocimiento del origen de dichas escenas se debe a que todas responden a una sintaxis y un léxico visual propios de la foto casera –bastante familiar para los que crecimos con ellas.
Hablar de modelo, objetos, o figuras puede parecer extraño tratándose de una exposición en donde lo que vemos a simple vista son manchas, colores y texturas. Y es que la apreciación que hacemos de lejos de estos dibujos dista mucho de la que podemos hacer de cerca. Cuando nos acercamos a una de las de las obras, caemos en cuenta de que la mancha también es, en estricto rigor, un dibujo, y no una huella o una marca amorfa Es una forma contorneada por una línea negra, está hecha con lápices de colores o rotuladores, y su textura no es real, no es producto de la acumulación de materia, de pasta, de pigmento, sino que está simulada mediante el uso de luces y sombras. Las manchas dibujadas por Marcos Sánchez en ese sentido se parecen a los famosos brochazos del artista pop Roy Lichtenstein[2], los cuales constituían una suerte de manifiesto visual en contra de la gestualidad como símbolo del arrebato del genio. Ahora bien, no sé si en el caso de Marcos las manchas dibujadas planteen una posición clara con respecto a la tradición más reciente de la pintura, pero sí constituyen una superposición de elementos gráficos y pictóricos (la línea y el coloreado), cada uno de los cuales contradice el espacio sugerido por el otro, tal como en los collages de George Braque o, más recientemente, en las pinturas de Frank Ackerman.
El proceso mediante el cual se realizan estos dibujos tiene que ver un poco con eso, con la superposición de elementos gráficos y pictóricos, pero también con la tensión que se da entre las grandes áreas de color y las figuras que se originan a partir de ellas. Me da la impresión de que en ese proceso no hay un plan preconcebido, sino que por el contrario cada cosa va surgiendo de la otra, como si los elementos figurativos fueran hongos, parásitos o cualquier tipo de organismo que vive a merced de otros cuerpos. En ese sentido, el nombre de la muestra, “pantano” (entendido como agua estancada y poco profunda en la cual crece una densa vegetación acuática) me parece bastante pertinente en términos alegóricos. E incluso me parece elocuente como respuesta a la tradición pictórica: no es el mar de la pintura marina, la fuente en donde se refleja Narciso, las nenúfares de Claude Monet, ni las piscinas del arte contemporáneo. Es un pantano. Pero sobre todo es “Mi pantano”, el pantano del artista Marcos Sánchez. Lo cual nos lleva a otro elemento a considerar: la subjetividad del artista. En los dibujos de Marcos la imaginación (entendida como el proceso que permite la representación de una imagen percibida por los sentidos de la mente) es utilizada sin pudor. El artista no se esconde detrás del uso de un repertorio de imágenes de segunda mano, tal como suele suceder en buena parte del arte contemporáneo desde el ready-made duchampiano.
Con respecto a la lógica que hay detrás de los dibujos en cuanto serie, hay un solo aspecto que quisiera mencionar. Hay tres dibujos grandes que componen la muestra, pero también cinco de mediano y pequeño formato que, tal como lo sugieren sus nombres (Zoom # 1, # 2, # 3, # 4, y # 5), son una ampliación, un acercamiento de un detalle de alguno de los tres dibujos grandes. Traducir gráfica y pictóricamente ese recurso propio del cine y la fotografía no se relaciona necesariamente con el hecho de que Marcos Sánchez también haya estudiado cine y que buena parte de su producción artística se inscriba en el ámbito de la animación. Pienso que se trata más bien de un recurso incorporado hace tiempo en nuestra manera de imaginar el mundo, por el solo hecho de que la cultura a la que pertenecemos es, entre otras cosas, cinematográfica. En el caso de los “zooms” de Marcos, hay otros elementos que entran en juego. En ellos se crea la ilusión de que, al acercarnos visualmente a las imágenes, obtenemos más información que la que había ahí originalmente. Los zooms, los detalles de Marcos, por lo tanto, tienen más figuras, o más detalles que los que tenían en el dibujo del que fueron sacados. Esa es una ilusión con respecto a la imagen fotográfica en torno a la cual también se trabaja en películas tales como Blade Runner (Ridley Scott, 1982) y de manera más explícita en Blow Up (Michelangelo Antonioni, 1966).
Tanto en el caso de esta muestra, como en la exposición anterior ya mencionada, Marcos Sánchez realiza una operación equivalente a la que efectúa el escritor checo Franz Kafka en sus novelas más emblemáticas –algunas de las cuales han servido de referencia para sus guiones cinematográficos. Según Walter Benjamin, Kafka adopta en El proceso la forma de una alegoría, ya que incorpora textos que “están concebidos para ser citados, para ser contados a modo de aclaración”, pero que sin embargo no poseen “esa doctrina, o mejor dicho, esa enseñanza que acompaña a las alegorías”. Los dibujos de Marcos, por otro lado, parecen ilustraciones de cuentos infantiles o incluso de cómics; imágenes que poseen una estrecha relación con un texto, con una historia a la cual ilustran o complementan, pero sin que haya, sin embargo, narración posible. Ese contraste producido entre un tipo de ilustración secuencial y la falta de toda narrativa, es la última de una serie de oposiciones que se producen en este trabajo (lo general y lo particular, la figuración y la abstracción, lo gráfico y lo pictórico, mirar de cerca y de lejos) y que constituyen, a mi entender, su gracia.
Imágenes
Marcos Sánchez, «Atardecer con garras» (detalle), dibujo sobre papel, 2014.
Marcos Sánchez, «Atardecer con garras (Zoom # 1)», dibujo sobre papel, 2014.
Marcos Sánchez, «Doctor y paciente», dibujo sobre papel, 2014.
Esta nota forma parte de una serie de artículos co-editados con Taller BLOC.
[1] Exposición “Gabinete”, Galería Gabriela Mistral, Santiago de Chile, 2011.
[2] Por ejemplo, “Pinceladas amarillas y verdes” de 1966.
Xime G.
12 abril, 2014 @ 5:47
Gracias