Curso sobre el Quijote
Vladimir Nabokov
Ediciones B, Barcelona, 1997, 407 Páginas
El escritor norteamericano Paul Auster, en su novela Ciudad de Cristal -cuyo protagonista, coincidentemente, se convierte en un detective privado tras leer un exceso de novelas detectivescas-, pone en boca de uno de sus personajes la siguiente teoría: Cide Hamete Benengeli, el supuesto autor de la novela, es en realidad un colectivo de autores. Sancho Panza sería el testigo directo de las aventuras del Caballero; el cura y el barbero serían quienes transcribieran el relato oral de Sancho y el bachiller Simón Carrasco, quien traduce el texto al árabe. Luego, Cervantes habría mandado a pasar al castellano el manuscrito resultante, y casualmente el traductor es ni más ni menos que Don Quijote. ¿Con qué fin habría Don Quijote organizado estos complejos juegos de autoría? Paul Auster -autor y personaje en su propia novela- indica que “Don Quijote estaba realizando un experimento. Quería poner a prueba la credulidad de sus semejantes. ¿Sería posible, se preguntaba, plantarse ante el mundo y con la más absoluta convicción vomitar mentiras y tonterías?” (Auster, 111).
El autor norteamericano no da cuenta, sin embargo, de las implicaciones formales de su hipótesis, que se dejan sentir, por mucho que ésta no conforme más que un diálogo entre personajes sin mayor trascendencia dentro de la trama de su novela. Para Auster, Don Quijote habría planeado este aparataje literario con el fin de provocar polémica dentro de la sociedad de su época, dejando de lado la posibilidad de que la intención de todo esto sea desatar una discusión estética y metaliteraria.
El punto es el siguiente: si el Quijote tuviera un afán solamente moral, ¿para qué habría el supuesto autor y protagonista de la obra -Don Quijote, según Auster- permitido que apareciera el capítulo de la quema de libros (VI), uno de los escasos episodios donde el caballero no aparece? ¿Por qué relatar tal agravio para con su tesoro literario, cuando éste le afectaba, al menos al punto de evitar incluirlo en sus memorias?
Cervantes, Cide Hamete o Don Quijote mismo, dependiendo de quien considere uno narrador, entabla efectivamente una discusión literaria. Dicho de otro modo, el Quijote podría ser leído como el primer libro que hace de la crítica literaria parte de su contenido narrativo. El capítulo de la quema de libros, si bien no da cabida al primer fenómeno intertextual en la historia de la literatura -así como tampoco a un primer juego de carácter metaliterario – sí, en cambio, escenifica la primera discusión sobre la vigencia del canon y la necesidad de valorar algunas obras sobre otras dentro de la ficción, aunque no necesariamente con argumentos verosímiles.
Es necesario refutar aquellas lecturas que señalan al Qujote como una obra que busca sepultar la novela de caballería. El novelista ruso Vladimir Nabokov, en su libro Curso sobre el Quijote, llama la atención al lector sobre el criterio que utilizan el cura y el barbero para salvar ciertos libros y quemar otros. Aquella interpretación que nos llevaría a creer que la obra de Cervantes se erige como la sepultura del género caballeresco, se contradice con el hecho de que las novelas caballerescas mas representativas, como lo son Amadís de Gaula y Tirante el Blanco, son rescatadas por los censores. Siguiendo a Nabokov, lo que los personajes ejecutan no es un incendio en repudio del vicio enloquecedor de la lectura, sino por el contrario, un racionado ejercicio de evaluación acerca de aquello que hace de una novela una obra de arte y no una obra que se consumirá (en la hoguera).
De este modo, el Quijote no postula tanto a ser leído como una obra que repudia el exceso de lectura y el vicio de lo literario, si no, por el contrario, como el primer texto que toma conciencia de la manera de pensar occidental moderna: mediante la cita y la referencia. Puesto que toda la acción de la novela se suscita por el influjo de la serie de lecturas que realizó el Quijote, el énfasis de la obra estaría puesto en el carácter intertextual (dialógico) de todo acto humano. No sería antojadizo, aprovechando la imagen de la quema de libros, hacer una proyección, desde la realidad ficticia del cura y el barbero discutiendo qué título echar al fuego, hasta la escena cúlmine en la novela Farenheit 451, de Ray Bradbury, donde los protagonistas deciden memorizar íntegramente los libros más reputados, para salvar así su contenido de las llamas.
A partir de la lectura propuesta por Vladimir Nabokov en su curso -y en el libro que dio a lugar-, es posible señalar que en el Quijote el texto se hace conciente del valor de la palabra escrita, como objeto de trascendencia en el tiempo, como sistema de asimilación y permanencia de un objeto cultural en las conciencias sucesivas.