En este marzo de conmemoraciones por el día de la mujer, publicamos este ensayo que Catalina Romero redactó para el Seminario de Ciencias, Artes y Espíritus (2024), organizado por Macarena Urzúa, poeta y académica de la USACH: “Autoras como las mexicanas Juana Inés de la Cruz y Rosario Castellano, la cubana Gertrudis Gómez, la colombiana Soledad Acosta, la venezolana Teresa de la Parra, la argentina Victoria Ocampos, o las chilenas Elena Caffarena y Lina Meruane, por nombrar algunas, recogen las tácticas de exhortación, seducción y, si es necesario, invocación teresianas para lograr la atención y complicidad de quien las lee, con el objetivo primigenio de, no solo soslayar el automatismo censurador de críticos, editores y promulgadores, casi siempre varones, si no de ganarse su benevolencia y aprobación”
Primero que todo, quisiera agradecer a quienes crearon y organizan este evento tan único en su tipo. Es un honor para mí haber sido invitada a leer el presente ensayo que, pido disculpas, ya no tiene por título el original. La escritura se me fue de las manos y tomó su propio curso. Espero que este nuevo rumbo les haga sentido.
En la España medieval y renacentista las mujeres hablaban. Hablaban mucho. Para los sacerdotes hablaban tanto, que según ellos había que enseñarles a tener temor sobre los pecados de la lengua como la charlatanería o las exageraciones. ¡Ay de quien blasfema! ¡Ay de quien contradice al marido! ¡Ay de la mujer que habla en la iglesia!
Sin embargo, por locuaces que hayan sido, de sus palabras no nos ha llegado prácticamente nada. Solo ecos.
Relegadas al silencio, las mujeres han estado condenadas a repetir frases adánicas debido a su imprudencia. “¿Por qué escribir?”, les preguntan una y otra vez sus inquisidores, “¡para ustedes basta con leer!” Y es que cualquier estructura lingüística construída por ellas mismas estará desprovista de razón y transcurrirá entre el cacareo y el hechizo, como si en su decir no pudieran librarse de una teatralidad que se vuelve aún más impostada al trascender la frontera del sigilo y escapar del control.
Los pocos escritos de mujeres hispánicas anteriores al siglo XVIII que hoy podemos leer son de aquellas que, contradictoriamente, llevaron una vida casta y de plegaria. Ellas, que estaban llamadas a ser ejemplo de cautela, son la evidencia del desborde que provoca la palabra femenina bajo tensión y, como indica Virginia Woolf, con posibilidad de ser escrita gracias a una habitación… o celda propia. La fuerza del caudal lingüístico de estas monjas místicas es tan poderoso que no solo ha sobrevivido siglos, sino que ha transgredido las bases de la cultura judeocristiana al ser capaz de cruzar las nubes para conocer sin intermediarios al único y todopoderoso Señor de los Cielos. A solas con él, ellas lo tocan, abrazan, besan y, recostadas en el pecho de dios luego de hacer el amor, no pueden evitar pedirle explicaciones.
Teresa de Avila es una de estas amantes. Considerada la principal mística protomoderna, la fundadora de la Orden de los Carmelitas Descalzas es conocida más que todo por su poesía barroca, donde el dolor y el placer se funden en un erotismo sublimado al expresar el traspaso del fuego espiritual en su corazón. Sin embargo, la mayor parte de sus escritos son en prosa. Allí ella alienta a sus hermanas a denunciar la situación femenina en la Iglesia, a abogar por el derecho a ejercer el magisterio, y a rebelarse contra la organización jerárquica y la diferenciación de clase presente en los conventos femeninos anteriores al Concilio de Trento.
No lo logró, lo sabemos.
De todas formas, las palabras de Teresa son tan envolventes, caudalosas y profundas que, además de sobrevivir siglos y hacer tambalear las bases culturales de su época, funcionaron como prueba para que fuera nombrada santa en 1622, a menos de cien años de su muerte. Y es que tanta elocuencia no podía venir de una mujer, imposible, explicita el proceso de canonización; lo más razonable es que sean un milagro inspirado por el espíritu santo.
Entonces, por la gracia de dios, estos textos sobrenaturales traspasaron las fuertes corrientes del océano Atlántico para expandirse por conventos y establecimientos educacionales femeninos del nuevo mundo, hasta calar de tal forma el inconsciente colectivo de nuestro continente, que hoy podemos vislumbrar las estrategias discursivas de Teresa en escritos de mujeres latinoamericanas que reclaman, al igual que ella, la igualdad de derechos y acceso al poder más allá del sexo.
Esta influencia es evidente en escritoras religiosas que leyeron los textos teresianos de forma activa, con el objetivo de seguir su camino espiritual, político y literario. Sin tener pruebas sobre la devoción de las demás autoras hacia la santa, me animo a plantear que heredan sus estrategias místicas de forma inconsciente, compartiendo el mismo deseo que sus congéneres monjas: ser algún día canonizada en un mundo literario que les ha sido esquivo.
Autoras como las mexicanas Juana Inés de la Cruz y Rosario Castellano, la cubana Gertrudis Gómez, la colombiana Soledad Acosta, la venezolana Teresa de la Parra, la argentina Victoria Ocampos, o las chilenas Elena Caffarena y Lina Meruane, por nombrar algunas, recogen las tácticas de exhortación, seducción y, si es necesario, invocación teresianas para lograr la atención y complicidad de quien las lee, con el objetivo primigenio de, no solo soslayar el automatismo censurador de críticos, editores y promulgadores, casi siempre varones, si no de ganarse su benevolencia y aprobación.
Uno de los recursos más evidentes que heredan de nuestra monja para lograr esta hazaña, es el recurrir a la vivencia personal como fuente válida de sus argumentos. Y es que Teresa deja atrás la escolástica especulativa para dar paso al nacimiento de una identidad moderna donde ella es la protagonista de su prosa y de su espiritualidad. “Yo, yo, yo”, repetirá una y otra vez esta teóloga experimental que raja su piel para dar cabida a lo infinito dentro de su cuerpo. Así es como en su obra titulada “Camino a la perfección” (1566) refuerza lo planteado al recurrir a oraciones tácticas como: “Yo lo tengo bien visto por experiencia” o “Esto visto por experiencia, que es otro negocio que sólo pensarlo o creerlo”.
Lejos de un acto de fe religioso, la mística teresiana alude a la encarnación de lo espiritual donde no es necesario creer y dar un paso en el vacío, sino, de la forma más cotidiana y ordinaria, casi sin requerir silencio ni concentración alguna, ver lo invisible. ¿Será acaso tan difícil abrir los ojos y observar a dios? Por si la respuesta es afirmativa, Teresa realiza una detallada descripción material de sus vivencias divinas al observar una escultura: “Era [una imagen] de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle (…). Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme sobre Él con grandísimo derramamiento de lágrimas”.
Una gran cantidad de escritos feministas latinoamericanos recurren a esta estrategia experiencial presente en la santa. Además de ser narrados desde una primera persona, las autoras aluden a líneas impresas en sus cuerpos, como si se sintieran obligadas a mostrar sus propios estigmas para lograr la complicidad de quien las lee. Juana Inés de la Cruz, religiosa jerónima del México Virreinal que reconoce la influencia de Teresa de Ávila en su pluma, da cuenta una y otra vez que ella experimenta por sus sentidos lo que narra. Es así como en “Respuesta a la muy ilustre Sor Filotea de la Cruz” (1691) refuerza su conocimiento a través de la observación: “Veo a una Débora (…). Veo a una sapientísima (…). Veo a tantas y tan insignes mujeres”. Por su parte, la abogada chilena Elena Caffarena utiliza la empatía física para empoderar a sus congéneres hacia la emancipación. En su texto “A las mujeres” (1935) escribe: “Que toda aquella que ha contemplado y sentido en carne propia el dolor de la mujer en esos casos de irritante injusticia a la que la someten las costumbres y la legislación actual, luche por el programa expuesto”. Así mismo, la escritora chilena Lina Meruane en su libro “Contra los hijos” (2014) da cuenta de que no necesita un saber ilustrado para asegurar que su tesis sobre el despotismo filial es cierta, pues todo lo que indica ocurre bajo las narices de hombres y mujeres: “Resumo cerrando de golpe la enciclopedia porque lo que quiero decir a continuación no se explica en ningún libro”.
¿Y es que quién podría dudar de lo que ellas plantean si están afirmando que tienen una vivencia empírica al respecto?
Pero, por más que expliciten una y otra vez que lo que cuentan pasa por su órganos y fibras celulares, gente prejuiciosa y desconfiada siempre habrá. Ellas lo saben, por lo que si es necesario recurrir a la polifonía textual teresiana para comprometer el apoyo de sus lectores, también lo harán.
Teresa utiliza al mejor garante para internarse con libertad en vericuetos místicos e ideas audaces: el mismísimo Dios. En su “Libro de la Vida” (1565) le da voz al Señor de los Cielos en estilo directo, tanto para validar sus hallazgos expresivos: “Suplicando yo a Su Majestad que fuese así (…) me dijo: ´Buena comparación has hecho´”; como para atestiguar sus vivencias: “Estando una vez con la misma duda que poco ha dije, si eran ciertas estas visiones de Dios, me apareció el Señor y me dijo con rigor: ¡Oh, hijo de los hombres!, ¿hasta cuándo sereis duros de corazón?”; o también, para respaldar sus decisiones: “Pues pensando como con justicia permitíais a muchas que había (…) y que no tenían los regalos y mercedes que me hacíais a mí, siendo la que era, me respondisteis, Señor: ‘Sírveme tú a mí y no te metas en eso’”.
Tomando este legado, autoras como Gertrudis Gómez, considerada una de las precursoras de la novela hispanoamericana, recurren a la estrategia polifónica al evocar a un coro que confirma lo expuesto en primera persona. En su texto titulado “La mujer considerada particularmente en su capacidad científica, artística y literaria” (1860) la escritora cubana escribe: “No se crea tampoco que data de muchos siglos su aceptación en el campo literario y artístico”, y el coro contesta: “¡Ah! ¡No!”. Victoria también utiliza este recurso en su ensayo “La mujer y su expresión” (1936) al dar voz a sus congéneres para enfrentar el mandato de no interrumpir al varón : “[La mujer] se ha atrevido a decirse con firmeza desconocida hasta ahora: ‘El monólogo del hombre no me alivia ni de mis sufrimientos ni de mis pensamientos’”. Como último ejemplo de la utilización de voces en estilo directo para dar fuerza a ideas que podrían considerarse audaces, imposible olvidar las cuarenta primeras páginas del libro de Rosario Castellano, “Cultura femenina” (1950), donde cita a casi una decena de grandes pensadores para demostrar el tono insultante del varón al momento definir qué es ser mujer.
Si bien el estilo directo presente en los textos de estas autoras aporta fuerza intencional y dramatismo a su palabra, con el objetivo siempre presente de desbordar la efectividad comunicativa sobre quien las lee; ellas también recurrirán a la polifonía indirecta, presente también en nuestra monja, si consideran necesario subvertir el discurso ajeno desde su interior.
En “Camino a la perfección”, Teresa de Ávila se apropia de otras voces para realizar un juego de turnos argumentativos evocando una técnica propia de lo escénico. Esto, no solo con el fin de anticipar y anular posibles discrepancias, si no de lograr que quien la lee avale su tesis. Este recurso proléptico lo utiliza en variadas ocasiones para exhortar a sus compañeras de convento a través de un diálogo hipotético: “Diréis, mis hijas, que para qué hablo de virtudes, que hartos libros tenéis que os enseñan, que no queréis sino contemplación. Digo yo que, si aún pidierais meditación, pudiera hablar de ella”. Teresa también utiliza este recurso al aludir a un destinatario más amplio cuando pretende fulminar torcidas interpretaciones, como por ejemplo, sobre la oración mental que ella defiende: “Así que no penseis, enemigos de contemplativos, que estáis libres de serlo si las oraciones vocales rezais como se han de rezar”.
Si bien en su libro ya citado, Lina Meruane explicita un alejamiento con Teresa de Ávila por sus arranques místicos que, según ella, la alejan de decisiones racionales, la escritora chilena recurre de forma repetitiva a esta estrategia anticipatoria presente en la santa para anular posibles críticas: “Dirán que nadie me ha dado permiso para referirme, tan enfática, tan drástica, tan severa yo, a un asunto del que desistí temprano (…). Dirán, para refutar mis dichos, que no haber sentido ese clamor no me da derecho a llamarles la atención (…). Dirán que no sé de qué hablo”. Soledad Acosta, periodista colombiana del siglo XIX, también utilizará esta estrategia defensiva en su ensayo “La mujer en la sociedad moderna” (1895). Allí ella escribe: “Pero, se dirá, aunque hay escritoras hispanoamericanas, son estas tan pocas, en realidad, tan contadas; confían, además, tan poco en sus facultades intelectuales que será imposible que tengan influencia, ni la más pequeña, en la marcha de la sociedad”. Victoria Ocampo, por su parte, se atreve a anticipar, no solo lo que seguramente dirán de su ensayo anteriormente nombrado, sino lo que sus lectores pensarán sobre el mismo: “Siento que más de alguna persona debe pensar que estoy hablando así por achaques del oficio y que para no desbarrar mejor sería que me quedase en mi cercado de novelista. Pues bien, no.”
Pero por favor nadie piense que nuestras autoras estarán en posición de lucha todo el tiempo, ¡eso jamás! Ellas saben que para ser publicadas y promulgadas deben en algún momento ceder y soslayar que su verdad no es para nada absoluta, que las disculpen, es que, bueno, ustedes saben, de repente el arrebato y la histeria nos poseen; y así acallar cualquier crítica sobre alguna soberbia u orgullo de su parte que menosprecie a sus lectores. Al igual que Teresa se ubica en el último lugar donde nada lo merece al definirse constantemente como una persona deleznable, con frases del tipo: “yo, pecadora y ruin”, “yo, como soy tan ruin”, “yo, mujer y ruin” o “si yo no fuera tan ruin”, enunciado, este último, con el que comienza su Libro de la Vida; escritoras latinoamericanas, como las ya citadas, también utilizan esta estrategia de falsa modestia para compensar su discurso de autoridad sobre lo experiencial, o su atrevimiento y desfachatez al apropiarse de voces ajenas para fines propios.
Y es que no hay que olvidar la encantadora sumisión, casi coqueta, con que logra sus fines toda verdadera dama.
Juana Inés de la Cruz, con quien se relaciona la culposa frase: “Yo, la peor del mundo”, alude más de una vez al tópico de la ignorancia en su carta ya citada: “Yo confieso que me hallo muy distante de los términos de la sabiduría y que la he deseado seguir, aunque de lejos”. Con la misma mesura, Gertrudis Gómez baja las pretensiones de su ensayo ya referido para lograr mayor empatía de quien la lee, como si después de utilizar todos los recursos posibles, tomase aire para luego acudir a su última carta: la autocrítica seguida del ruego: “La humilde persona que suscribe estos artículos, queridas lectoras, no aspira en manera alguna a presentarse a vosotras como digno campeón de nuestro común derecho; pero séale permitido hacerlos notar, por término final de estas breves observaciones, un hecho evidente, que quizás prueba más que todos los argumentos”. Otro ejemplo de esta sumisa estrategia, pero ya llevada al extremo, se encuentra en el ensayo “Influencia de las mujeres en el alma americana” (1930), donde la escritora venezolana Teresa de la Parra no solo pide disculpas por su tono, sino que agradece a los maravillosos hombres por su abnegación de acaparar de un todo para ellos el oficio de políticos. Y entonces, sintiendo que ya suben besos por sus manos, cierra la idea con una dulce ironía: “Me parece que junto con el de los mineros de carbón, es uno de los más duros y menos limpios que existen. ¿A qué reclamarlo?”
La apelación a experiencias personales; la polifonía textual, tanto directa como indirecta; y la falsa modestia no son las únicas estrategias místicas en escritos feministas latinoamericanos. Por decir otras, también se pueden apreciar en autoras de nuestro continente la apelación al lector o el metadiscurso, recursos que Teresa de Ávila utiliza para lograr cercanía e intimidad con quien la lee. Sin embargo, en honor al tiempo, me detengo aquí. Espero que lo presentado haya sido un estímulo inicial para internarse en la obra de la monja carmelita, quien ha logrado cruzar cielos y mares durante quinientos años para presentarse hasta el día de hoy como una autora de vanguardia. También, sería realmente reconfortante que estas líneas sean un aporte para que ustedes, escritoras presentes, seguramente en más de una ocasión juzgadas por el exceso de autorreferencias, voces diversas y modestia en sus textos, se convenzan de que su forma de escribir no solo es consecuencia de nuestro rol histórico y, por lo mismo, válida, necesaria y jamás incorrecta, sino que sobre todo… es divina.
Muchas gracias.
Referencias
Santa Teresa: Obras completas. Burgos: Editorial Monte Carmelo, 2011.
Montenegro, Sofía. Fuera de norma: antología de pensamiento feminista hispanoamericano. Santiago: Santillana, 2015.
Lina Meruane. Contra los hijos. Santiago: Random House, 2014.
Rosario Castellano. Cultura femenina. México: Fondo de Cultura Económica, 2005.
Marcos, Juan Antonio. Mística y subversiva: Teresa de Jesús. Madrid: Editorial de Espiritualidad, 2001.
Duby, Georges y Perrot, Michelle. Historia de las mujeres. Barcelona: Taurus, 1990. Vol. 2, 3, 4.