Aunque el campo de concentración nazi es un tema archiconocido, ya sea por películas o simple cultura general, es distinto sentarse a escuchar los detalles. En los detalles está la diferencia, decía un viejo comercial. En los detalles está la literatura podemos decir con mejor propiedad. Recientemente reeditada por Océano, la Trilogía de Auschwitz, tres libros escritos por Primo Levi a lo largo de su vida, testimonios de su experiencia en Buna-Monowitz, uno de los cuarenta y cuatro campos que dependían de Auschwitz, es generosísima en detalles y obtiene de ellos su poder de elocuencia.
Levi, italiano judío, recién titulado como químico en la universidad de Turín, fue capturado apenas se había integrado a la guerrilla antifascista, y el 22 de febrero de 1944, a los 24 años, se subió al atestado tren que lo deportaría a Buna-Monowitz. De los seiscientos cincuenta italianos que iban en ese convoy sobrevivieron menos de cuarenta. Qué vio allí, qué sintió, cómo salió en pie y qué aprendió sobre “algunos aspectos del alma humana”, en sus contenidas palabras, es la aventura que atraviesa estos tres libros.
Si es esto es un hombre fue el primero en ser escrito y lo comenzó en el mismo campo de concentración. Lo publicó, sin repercusión alguna, en 1947, apenas dos años después de ser liberado. Con un estilo exento de sentimentalismo, influido como se ha dicho por su formación en ciencias, da cuenta de lo que significaba vivir en el Larger , el campo de prisioneros. Enumerar los métodos de humillación diseñados por las SS alemanas ocuparía un artículo entero pero, entre muchas cosas, consideraba recurrir al mercado negro para comprar una cuchara para beber el potaje que era la base de la escasa alimentación (cuando después se descubrió que había miles de cucharas guardadas en las bodegas); compartir con otro prisionero la angosta cama que tenía por colchón una humedecida y delgada bolsa de aserrín; pasar el duro invierno polaco trabajando en unos suecos de madera que rompían los pies sin compasión alguna. Y eso que hacia 1944 los alemanes habían decidido alargar la vida media de los prisioneros como forma de paliar la escasez de mano de obra. Escrito con el ánimo de ser un documento fidedigno, moderado, gráfico, Si esto es un hombre es un libro demoledor que, sin embargo, gracias al amor con que está escrito, no destruye al lector.
La tregua , de 1963, viene a ser una segunda parte cronológica, ya que relata desde el momento en que los alemanes huyen de Auschwitz y el campo es “liberado” por los rusos. Pero más que el sol abriéndose entre las nubes o las cadenas cortándose heroicamente, la libertad significó para Levi un penoso periplo de nueve meses por el este de Europa, donde las condiciones eran apenas algo mejores que en Buna-Monowitz. Ahora, La tregua es una memoria escrita desde más lejos, de eventos menos tristes y, por lo tanto, se siente más liviana, menos urgente, cómica incluso en momentos determinados. Su retrato de los rusos, por ejemplo, como hombres fuertes, desorganizados y laxos es inolvidable. El relato como totalidad, aunque conserva el brillo ilustrador de Levi, no resulta al final tan indispensable, quizá porqué no posee el espanto inacabable ni el desierto valórico de Si esto es un hombre.
Los hundidos y los salvados , de 1986, un año antes de su ambigua muerte, es, por último, un ensayo sobre los Larger nazis, un texto donde se desarrollan las preguntas tácitas que contiene Si esto fue un hombre . Configura, entonces, una segunda parte moral, interior, reflexiva más que filosófica. Aunque es cierto que redunda en algunos temas, aquí Levi amplia la mirada, incluye testimonios de otros sobrevivientes y comenta no poca bibliografía. Se permite meditar, así, sobre lo que antes vivió y escribió con urgencia. Los hundidos y los salvados es la pieza más sombría de la trilogía. Parece escrito con la sensación de que no se ha puesto suficiente atención a las palabras relatadas, atravesado por la angustia de que el horror vivido quede sin memoria.