La inútil perfección y otros cuentos sepiosos (Lom, 2012) es el primer libro publicado de Andrés Montero Labbé (1990). La apuesta de este joven escritor santiaguino no se caracteriza por ser precisamente rupturista, sino por una escritura que atrapa gracias a su fluidez y verosimilitud. En una nota preliminar, el autor se justifica por la precocidad de este conjunto de cuentos y asegura no arrepentirse jamás de haberlos publicado, para honrar al yo que los escribió en su momento. De este modo, Montero se construye a sí mismo como un valiente y establece una diferencia entre él y los escritores que reniegan de sus primeras obras. Sin embargo, ¿no es esta explicación una suerte de defensa ante los posibles juicios o críticas que puedan resultar de la lectura? Sea como sea, con esta declaración se da inicio a la compilación de los trece cuentos que constituyen el libro.
Estos relatos se centran en situaciones cotidianas enrarecidas por la ruptura de sus límites con la ficción. Cuál es la realidad y cuál es la ficción, y cuál de ellas está antes que la otra, son las preguntas a veces sugeridas, a veces planteadas literalmente. Desde el primer cuento, “La inútil perfección”, la alteración de las convenciones sintácticas y la ausencia de claridad anuncian su principal preocupación literaria: el juego con el lenguaje y su poder para romper con los límites impuestos por lo cotidiano. De este modo, el principal interés del texto es moverse continuamente entre la ilusión de realidad y la ficción, hasta perder al lector. Este movimiento es patente en “Los actores”, el segundo cuento que ya plantea de forma evidente la temática mencionada. La figura del actor sugiere una posición de las personas en el mundo; de igual forma, los actos de cada quien se constituyen como un ensayo y no como un hecho definitivo.
El siguiente cuento “Desilusión laboral” hace mención a la molestia de un autor ante la amonestación de sus personajes, quienes se han confundido por la ausencia de orden, a falta de un narrador tradicional. Develar la presencia del autor y sus estrategias de creación evidencia cierta influencia de Borges, para quien, de hecho, Montero imagina un nuevo destino en su cuento “Sansón era argentino”. En este enfrentamiento autor-personajes, la sutileza de la sugerencia literaria es aplastada por un diálogo que parece ejemplificar un problema teórico. Siguiendo con las influencias del libro, los cuentos buscan una afinidad con el habla cotidiana, preocupación que recuerda al segundo homenajeado de la compilación, Nicanor Parra, en su cuento “Doy explicaciones”. A estos referentes se suma que asistir a la repentina transfiguración de lo cotidiano es un elemento que alude al estilo de Julio Cortázar. También está presente el elemento humorístico en varios de sus cuentos y una preocupación secundaria por delinear una crítica social, evidente en un cuento como “Pandemónium”, en el que se hace mención al modo en que las nuevas formas de entretención y el uso de los medios de comunicación interrumpen la capacidad imaginativa.
A pesar de la condena inicial que hace el autor a la tentación que tuvo de reescribir sus primeros cuentos, el libro en su conjunto propone una constante reescritura de la realidad (de la ilusión de realidad en el texto). Las preguntas que Montero se plantea en su nota “Qué escribo y por qué lo escribo” encuentran respuesta en cada cuento y especialmente en la incauta poética con la que finaliza el último, definiendo de forma simple el lugar de la escritura y de la ficción: “Además, para eso soy escritor: para que las cosas que salen mal en la vida real salgan excelentemente bien en esas realidades paralelas que creo y que me creo y que hago que los otros se crean. Porque solo puedo mentir. Si no, la vida sería demasiado aburrida. Para eso escribo y para eso voy a seguir escribiendo, […] porque la realidad es perfectamente modificable si se la escribe con imaginación, porque todos mentimos y soñamos, […] porque todo es posible si se lo escribe, porque para ser feliz no hace falta más que ser un genial mentiroso”. Sin embargo, esta última acusación descubre un desajuste conceptual que desestabiliza el discurso de este narrador autorial, pues sugiere que la realidad -que es lenguaje, discurso- y ficción son de naturalezas irreconciliables, por lo que la primera no sería significativamente modificable pero sí posible de evadir gracias a la preciada mentira de la ficción. Este cierre de oro que es la poética, se transforma en un discurso que limita y simplifica las posibilidades de los textos que la anteceden.