Hoy, Gastón Carrasco, investigador, escritor y docente de la UAH, nos reseña el recién publicado libro de Matías Celedón, Autor material (Banda Propia, 2023), “un libro hecho en base a citas y transcripciones, fragmentos tomados y otros desaparecidos, omitidos“. En él, “lo incorporado nos obliga a pensar en lo excluido, lo fantasmal. Algunos tenemos la pulsión de pensar en lo desaparecido, esa insistencia necesaria. El mismo autor dice pensar en grabaciones perdidas y los kilómetros de cinta con voces siniestras de las que no queda ninguna huella. Quizá porque este libro no es uno de información, sino de experiencia y sensación, y replica esa ‘propia incomodidad con el material’ (99) que refiere Celedón en relación a otros materiales sensibles”.
Parto con la escena inicial de La muerte y la doncella de Ariel Dorfman. Paulina, la protagonista, espera con un revólver tras la puerta de su casa de playa. Afuera, Gerardo, su marido, intenta convencer a un amigo para que entre a la casa y se tomen algo. Paulina hace unos pisco sour de miedo. Antes de eso, la pareja discute, conversa. La obra avanza y nos enteramos, por fin, a quién pertenece la voz que escucha y reconoce Paulina, primero tras la puerta, luego dentro de su casa. No le es necesario conocer su rostro, ella sabe muy bien de quién se trata.
Sacar o reconocer por la voz, esa experiencia emotiva y física, implica recordar, asimilar ese tono a un cuerpo o a un rostro. Pero no siempre es así, sobre todo si hay un velo o cualquier artefacto que impida ver y asociar rostro, nombre y voz. En ese caso toca imaginar, dar una forma, forma que se producirá en relación a la carga afectiva de esa voz, o bien, a cómo afecta esa voz. Hablando de poesía, Masiello dice que la voz “atraviesa nuestros cuerpos, impacta nuestros huesos y resuena dentro de nosotros, es decir, entra en contacto con nuestros nervios, con nuestros centros de dolor y de placer”. Imagino esta posibilidad de la voz unida al castigo físico en la tortura, al contacto con esos centros de dolor que, irremediablemente, operan sobre el cuerpo castigado. Eso es lo que se activa en Paulina, la irrupción del dolor encapsulado en la voz de su torturador. Primero intuición, luego razón corporal, finalmente dolor; odio y dolor.
En Autor Material, Matias Celedón pone por escrito una selección de textos previamente leídos por Carlos Herrera Jiménez, ex agente de la CNI, sentenciado a presidio perpetuo por el homicidio calificado de Tucapel Jiménez y Juan Alegría, quien fuera conocido como Bocaccio en los cuarteles de inteligencia, entre otros seudónimos. Motivado por el reportaje de Pablo Basadre en The Clinic del 4 de septiembre de 2013, Matias Celedón va en busca de las cintas grabadas por Herrera Jiménez desde su celda en Punta Peuco durante su reclusión. En la Biblioteca Central para Ciegos de Providencia se encontrará con ocho títulos grabados y ochenta y dos horas de sonido en formato cassete.
Ante el objeto hallado, la materialidad de la cinta, Celedón decide armar un perfil de Herrera Jiménez, en base a retazos de entrevistas y testimonios, transcribir y reproducir parte de sus lecturas y, finalmente, proponer un ensayo en torno a sus procedimientos y reflexión sobre el archivo, el montaje, el sonido y la memoria. Pienso en el ejercicio de escucha de esa voz, durante horas, además del procedimiento subrayado y transcripción de audios, retroceder y repetir pasajes, escenas, inclinaciones de la voz, como un perito intentando encontrar la pista para resolver el caso. El montaje final resulta en una biografía reconstruida a partir de esa voz, es ella la que da cuenta del sujeto. Parte de esos relatos los podemos escuchar en la página Web del libro, accediendo mediante un código QR. La voz marcial, el ritmo acompasado, el énfasis en ciertas palabras, todo es posible escucharlo mientras se sigue la lectura del libro –posibilidad que puede tomarse o no, al menos yo duré un minuto. En un acierto de diseño, en la sección “Frases grabadas”, en vez de números de página, vemos en la parte inferior el avance de la cinta y los intervalos que dan cuenta de la voz.
Así como “una letra es materia desnuda separándose de la forma, del significado” al decir de Susan Howe, la voz es la materia desnuda separándose del cuerpo. Implica un corte temporal dispuesto en un montaje. El trabajo documental captura lo que se esfuma y lo retiene, lo archiva. La voz es una huella que se resiste a la imitación; es distinto cuando hay registro, cuando se inscribe la voz en un dispositivo. Aunque el ejercicio mimético también distorsiona, oscurece. Al no haber cuerpo (ni caja de resonancia) despersonalizamos. Aparece el personaje, esa máscara que nos aleja de la persona. El problema de poner por escrito estas frases, más allá del recorte y montaje, es lo que se pierde. No tenemos la entonación, los quiebres de voz, los énfasis, la experiencia de la escucha. Pero en este caso podemos acceder al audio, al archivo, poner la voz de fondo y resignificar esa lectura en voz alta.
Autor material es un libro hecho en base a citas y transcripciones, fragmentos tomados y otros desaparecidos, omitidos. Lo incorporado nos obliga a pensar en lo excluido, lo fantasmal. Algunos tenemos la pulsión de pensar en lo desaparecido, esa insistencia necesaria. El mismo autor dice pensar en grabaciones perdidas y los kilómetros de cinta con voces siniestras de las que no queda ninguna huella. Quizá porque este libro no es uno de información, sino de experiencia y sensación, y replica esa “propia incomodidad con el material” (99) que refiere Celedón en relación a otros materiales sensibles. Contra la imagen, esa “forma de ceguera” que señala Lucrecia Martel y que rescata Celedón, el libro propone el sonido como respuesta, en tanto permitiría ver otras cosas (metáfora visual) y posibilitaría la representación de realidades alternativas o distintas. En esta línea, accedemos como lectores/escuchas a la voz del recluso. Hay una voz encerrada que logra salir, filtrarse. En otro tiempo, diríamos que es una voz que logra sortear la ley y la censura para dejarse oír.
Las frases grabadas, es decir, la reconstrucción del torturador desde la lectura, se caracterizan por aludir al mal, al castigo, al encierro, la violencia y lo militar (que es síntesis de todo lo anterior). Quizá el tema del libro, por tener que simplificar la discusión, es el mal. Pero prefiero pensar que en realidad es algo menos filosófico y más de orden emocional, que tiene que ver más con el tono que con los fragmentos seleccionados por Celedón. De alguna manera, logra transmitirse un lenguaje frío, aseptico, marcial, que luego de leer el texto, comprobamos escuchando la voz del torturador. No hay emoción y si la hay es negativa, está contenida o encapsulada. Algo de esto se endosa al autor y a los procedimientos utilizados en el montaje (vuelve la imagen del perito). Esa es una parte de la moneda, de la otra tenemos a quien lee. Aurel Kolnai señala que el asco se parece a la angustia, en tanto respuesta a un estímulo hostil (lo asqueroso y lo peligroso, respectivamente). Una posible respuesta a este libro es la angustia. Desde la empatía, nos obliga a ponernos en el lugar de quien escucha, el lugar de Paulina tras la puerta. Pensarse en ese lugar es ominoso, perverso. Por lo mismo es un libro que prefiero no releer, en el buen sentido. ¿Por qué querer escuchar de nuevo esa voz?, ¿por qué reproducirla en nuestras cabezas?
Asco y angustia requieren una base cognitiva desde la fantasía, el juicio o la suposición. Implican un proceso imaginativo que reproduce al causante. Para esto es necesario el cuerpo, es el cuerpo el que relaciona y reacciona, hace el ejercicio de conexión antes que la consciencia. El asco es una emoción que suscita y activa juicios morales. En este caso es evidente. Es la voz del torturador lo que nos produce asco y angustia, la que nos pone en contacto con nuestro cuerpo y ejerce dolor solo de imaginarla. Dice Susan Howe: “Con respecto a una voz a través del aire / Se necesita espacio para doblar el tiempo en sentimiento”, ese espacio es nuestro cuerpo. Respondemos con asco o angustia como mecanismo de defensa. El asco queda adherido al objeto que lo produce, indica Kolnai. En este caso, primero las cintas, luego el libro. Todo en proximidad y adherencia a esa voz fantasmal que nos llega. Celedón le devuelve el estatus de palabra a los fragmentos que marca. Encontrar el cuerpo en la voz, en esas vibraciones táctiles que aúnan sentidos (tacto y audición), es la tarea del lector que responde desde sus cavidades auditivas.
Del asco y angustia al odio un paso. La tonalidad fundamental del odio, insisto en revisitar Kolnai, es la hostilidad. Todo lo que surge de esa voz es hostil. La voz marcial nos evoca el uniforme militar, el ritmo acompasado sus botas. En su voz está la forma rígida del regimiento. Agresividad y antipatía, todo en tono monocorde. En este caso, la voz representa y constituye el odio, no es tan solo un estado. El odio aspira a la destrucción sin sentido y es eso lo que evoca Herrera Jiménez, para recordarnos que es un hombre con cuerpo y no tan solo una voz. Es tal la repercusión de ese sentir, que tiene el poder, incluso desde el encierro, de intimidar.
Lo importante, en este punto, sería no confiar ni creer en esa voz. Repetir, como mantra, no creer en el victimario. Recordar y escuchar siempre a las víctimas.
Pues en definitiva, estamos frente a una guía de lectura y una autobiografía en fragmentos, además de la fetichización de sus temas. Al decir de Celedón en la sección “Retrato hablado”, “la lectura no deja rastros visibles más que sus marcas de uso” (87), pues es consciente del posible condicionamiento de la historia al estar expuesto a horas de revisión de la voz de un asesino. Influjo, embrujo, encanto, ensoñación de la voz tras la puerta del torturador. En esto, surge la voz como posibilidad de revelación. Casi como un fantasma que no ocupa un lugar fijo en la existencia ni el tiempo. Caracterizado por la transitoriedad, incluso la pérdida. Eso es lo que evita Celedón. No olvidar esta voz, su impronta. Lo que nos recuerda al mismo Herrera Jiménez armando su ficción, el montaje, esto es, la muerte de Tucapel inculpando al carpintero Juan Alegría, quien luego supuestamente se suicidaría. Quizá el más consciente de su testimonio y voz, incluso como narrador, es Herrera Jiménez. El oxímoron del autor material, nos empuja a la inmaterialidad de la voz. Pero olvidemos que el autor material también es quien perpetra un delito, quien perpetra en el otro. En las últimas páginas del libro Celedón nos narra la rutina de Herrera Jiménez, “la voz del otro parece emanar desde el interior de su conciencia” (110), mientras narra de manera tediosa, monocorde. Celedón pone énfasis en sus silencios, pausas y cortes; insiste en que no hay claves, ni códigos, solo lo dicho. Para esto evoco esa voz en off femenina de Sans Soleil de Chris Marker (quien le consiguiera las latas de cinta a Patricio Guzmán para grabar La batalla de Chile): “La historia avanza, tapando su memoria como uno se tapa los oídos… Un momento detenido ardería como una llama de película bloqueada ante el horno del proyector”.