Hoy publicamos la presentación que escribió Montserrat Ocampo para el lanzamiento de Cuernavaca (Editorial Aparte, 2023), el último libro de Sebastián Astorga (Santiago, 1980), psicólogo, editor, músico y poeta, autor también de Diario en pena (2009, Premio Juegos Florales Gabriela Mistral a poesía inédita), Paraná (2015) y en coautoría Prohibiciones y títulos (2015), así como de una serie de discos de música rock y experimental.
Veinte saludos
Al sol invicto
El sol en la cara
If the rain comes
Sol de la mañana
Solcito de mi amor, vuelva
Sunglasses para la pena.
A veces, me parece que ya he escrito suficiente sobre Cuernavaca, pero cuando lo pienso o incluso lo asimilo, enseguida sucede algo —como lo que nos reúne hoy aquí—: un guiño, una señal, una llamada universal, que me dice “no es suficiente”. Jamás será suficiente.
Pero, a reserva de ponerme sentimental, me parece maravilloso que Sebastián Astorga, me haya hecho pensar en la Cuernavaca más Cuernavaca de la que he escrito nunca. Esa, la del día a día; quizá la más profunda de todas.
Conocí a Sebastián en un lejano 2014, cuando recién entramos a la Maestría en Estudios de Arte y Literatura en la UAEM. Para mí, fue natural dar ese paso: yo recién había regresado a mi ciudad natal para estudiar el posgrado que, desde sus orígenes, me hacía mucha ilusión. Sebastián me cayó bien por ese carácter parsimonioso y calmado que se agradece siempre dentro de un ambiente a menudo viciado por la Academia y del que yo misma, con el perfil más de creadora que de investigadora, me sentía muy ajena. En su momento, no imaginé que él estaba por convertirse en padre, por primera vez y que, además, su esposa estaba en camino con su guagua en la pancita. Qué maravilloso, pero qué locura, me dije. ¿Quién viene desde los aires del sur, con todo el sueño de una familia, a estudiar una maestría en México, pero específicamente a Cuernavaca?
Leo en otro idioma:
María está lejos
con nuestro hijo
adentro
cruje
el computador
como una tripa.
Desde entonces, fui conociendo la vida de Sebastián de a poquito, primero como mi compañero de aula y, luego, después de un atípico baby shower con música de Juan Gabriel, como un buen amigo. Es ahora que lo conozco como poeta, y eso, además de conmoverme, ha ayudado a cerrar, de alguna manera, el entendimiento que tengo sobre él y su creación.
En Cuernavaca, Sebastián Astorga articula en sus poemas un lenguaje ligado a la certidumbre de la cotidianidad: “Once de la mañana con cuarenta y cinco minutos / buenas canciones / por mi radio Akita”, apoyándose en recursos estilísticos específicos de la prosa, pero, sobre todo, virando de vez en cuando a la contemplación y añoranza: “Café, jugo de mango / tostadas con palta. / Quisiera que estuvieras aquí”. Este yo poético conduce a explorar conceptos que van más allá de la simple imitación de lo natural, adentrándose en la relación con lo que es una ciudad nueva, con todos sus vicios y bondades, próximos a descubrir.
8 AM.
El Popocatépetl anuncia
Magma, gases y escombros
Entrenan a los niños para el desalojo
Las tormentas han excedido la media
Peligro de aluviones, evacúan las barrancas
El gobernador es acusado de corrupción
La ciudad está brava
Récord de secuestros y asesinatos
Urge Zapata y Villa
Todos culpan a Cortés.
Y quizá este aspecto es lo que me ha hecho sentirme espectadora de lo cotidiano.
Esta capacidad de la poesía de dotar de propiedades místicas a la palabra, como si se tratara de una revelación, es posible gracias a la sensibilidad del poeta, quien encuentra en los sucesos más habituales la esencia trascendental de aquello que es digno de ser poetizado. Sebas aprovecha esta resignificación y nos conduce por el nivel de lo antirretórico, donde encontramos al yo poético anestesiado, insertado en una nueva realidad que mantiene su propia lógica.
En esta dialéctica, el poeta y el lector establecen una identificación personal. Sebastián Asotrga inicia el diálogo con el lector a través de esas imágenes ensoñadas. Aunque bien, el poeta podría hablar sólo consigo mismo, o con nadie. Entonces, sólo expresa sus sentimientos o pensamientos propios. El poema habla, quizá, de una ausencia que es imposible de percibir y que la única manera de hacerlo, en caso de intentarlo, sería a través de la significación de los objetos.
“Enciendo todas las luces, la radio, el televisor. Prendo los cuatro quemadores (huevos fritos, agua hirviendo, tostadas, cafetera italiana) y el horno eléctrico para que no se sienta solo. Tiro la cadena de los excusados. Giro las llaves de las puertas y lavamanos. Muevo las cortinas. Abro y cierro las ventanas. Saludo a la araña de anoche. Prendo el computador. Rasgo la guitarra. Quejido del refrigerador, ven a mí. Murmullo de las ampolletas, ven a mí. Curso incesante del agua, ven a mí. Cigarras, acérquense a la casa. Autos de Cuernavaca, la casa es grande”
La perspectiva que Astorga manifiesta en su obra emerge directamente de la fuerza de sus palabras, convenciéndonos de que cualquier persona es capaz de habitar dentro de su pieza, dentro de su departamento, en el espacio que hay entre la voz poética y su otredad, a través del lenguaje aquello que parece inefable: “Soy rico soy pobre / todo envuelto de totora / un niño entre nosotros”… Esta visión también refleja la de un poeta consciente de su entorno, que busca preservar la belleza para darle sentido a su propia existencia.
Estas visiones del mundo no solo configuran el universo literario de Cuernavaca, sino que también tocan aspectos profundos y transformadores de la condición humana como la paternidad. El poeta, desde su perspectiva, se aventura en la abstracción para reimaginar el mundo, permitiéndole introducir toda clase de enunciaciones.
María duerme
el niño
yo
el refrigerador
los grillos
un camión.
En la poesía de Sebastián Astorga, la palabra se eleva como el fundamento del proceso creativo, actuando como una imagen autónoma que trasciende el marco ideológico predominante. Y ahí aparecen María y Rafa, quienes son imposibles de no nombrar porque Cuernavaca no sería la misma si no existiera el Sebastián padre, el yo-padre poético que se atreve a refundar lo que es la poesía de la ternura.
Leo y sonrío. Porque la vulnerabilidad del padre que teme, del hombre que ama, ocupa gran parte del espacio del poema. Y eso me desborda: en literatura, en la vida, la paternidad es más sinónimo de violencia o de ausencia, que de cuidados. La literatura contemporánea escrita por hombres habla más de la naturaleza que de los propios hijos. Y es que decía López Velarde: “la paternidad asusta porque sus responsabilidades son eternas”[1]. Pero no aquí, no en estos poemas. La prosa poética de Sebastián no se niega al afecto.
De la misma manera, con ese asombro de ternura, contempla el entorno, tal es el caso de: “Subo a la terraza / a mirar la tarde / Ópera en la casa vecina / Ladridos / Cigarras / Viento”, y entonces la voz poética nos ayuda a comprender lo ordinario de la experiencia humana.
Un antipoema, especialmente uno creado por Sebastián Astorga, representa una conglomerada retórica que es deliberadamente imperfecta, revitalizando así la profunda conexión del individuo con su destino —el ser, estar, habitar, tener o desear— y las profundidades de su subjetividad. Se manifiesta como un medio para redescubrir una realidad que se había diluido en el exceso de retórica de jardín y buganvilias, en el imaginario lowriano: “Por la barranca las raíces de los árboles se estiran hacia el canal / En Las Mañanitas nadie me ofrece una cerveza / y lo tomo como un cumplido cuando decido partir / Rafa ya anduvo suficiente y se duerme en mi pecho”.
Y es que el poeta no omite, tampoco evade, que ha llegado a un salvaje paraíso tropical, con toda su violencia, con todo su calor, con todo su abandono; pero tampoco se niega a la persistencia de la belleza y de la verdad.
Cuernavaca absorbe elementos del simbolismo, navega a través de la poesía pura y el surrealismo mexicano, y culmina en una fatiga producida por imágenes encriptadas, delicadezas de metáforas, y excusas dentro de la nebulosa lírica, todo ello fusionando el poema con la prosa de manera casi imperceptible.
El niño juega en el jardín
ya se sostiene en pie
mientras con un palo
rompe las plantas.
En su obra, Sebastián Astorga despliega un exquisito homenaje a dos de los pilares fundamentales de la poesía chilena moderna: Nicanor Parra y Vicente Huidobro. Astorga, con agudeza artística y un fino oído para el ritmo del verso, consigue entrelazar la audacia huidobriana con la irreverencia de Parra, reviviendo la tradición poética a través de una lente contemporánea que abraza tanto el juego de imágenes como la crítica social.
Su destreza para combinar elementos de la antipoesía parriana, con su proximidad al habla cotidiana y su penetrante humor satírico —algo de culpa tendrá eso de juntarse con mexicanos—, facilita un diálogo intertextual que hace que Cuernavaca no sea sólo un volumen para la contemplación poética, sino también un campo de estudio para aquel interesado en la ruina tropical.
Astorga se mueve con habilidad entre la reflexión filosófica y la crítica incisiva. Rescata el valor de la metapoesía, y mediante ella, induce al lector a una experiencia inmersiva en la cual la forma y el contenido establecen una coreografía de reflexiones que trascienden las páginas del libro.
En este tejido de versos, Cuernavaca se erige como un espejo en el que se reflejan las múltiples posibilidades del lenguaje y la prodigiosa flexibilidad de la poesía para evolucionar sin perder su esencia.
El suelo
caliente
con la lluvia
suelta
esta mezcla
feliz
de selva
y ciudad.
Desde el título mismo, que evoca a este lugar amado y, al mismo tiempo, caótico y melancólico, hasta el último verso del libro, Sebastián Astorga hace patente su compromiso no solo con la preservación sino, más crucialmente, con la revitalización de la gran tradición poética de Chile.
Con Cuernavaca, nos encontramos frente a una obra que, sin duda, se sostendrá como el guayabo que antes hubo allí y que, bajo cualquier pretexto quiere florecer y del que el poeta nos advierte: “No está permitido / aplastar / el suelo / con los pies”.
Con su poesía, Sebastián Astorga me ha hecho repensar esta ciudad barranca, me ha hecho nombrarla desde la antipoesía; ha abierto la mirilla al portal de lo que creía que ya había pasado y no volvería jamás. Me ha hecho pensar de nuevo en si me gusta lo suficiente este jardín.
[1] Obra maestra, Ramón López Velarde
Sebastián Astorga A. (Santiago, 1980). Es psicólogo, editor, músico y poeta. Ha publicado Diario en pena (2009, Premio Juegos Florales Gabriela Mistral a poesía inédita), Paraná (2015) y en coautoría Prohibiciones y títulos (2015), así como una serie de discos de música rock y experimental. Cuernavaca (Editorial Aparte, 2023) es su último título.