Aramando Uribe. De nada, diario en verso
Santiago de Chile: LOM, 2006
Armando Uribe. La fe el amor la estupidez.
Santiago de Chile: Universitaria, 2006.
Parece ser casi una regla que los reconocimientos literarios son la antesala de la debacle de los escritores. En particular los premios nacionales han terminado siendo la inscripción en la lápida de unas cuantas obras incompletas. Sería recomendable entonces, en bien de la literatura chilena, que así como los romanos nunca laurearon ni veneraron a los suyos en vida, pospongamos los reconocimientos públicos para el final de los días de nuestros poetas, salvo que el jurado advierta ciertos méritos que presupongan que una obra seguirá en alza. Tal es el caso de Armando Uribe, excepción a la regla. Porque cuando ya pensábamos que lo había dado todo y que su extensa obra se coronaba con aquella máxima distinción, y que finalmente su retiro voluntario de la vida pública iba a coincidir con el de las letras, Armando Uribe arremete, a exactos dos años de recibido el Nacional, con cuatro libros de notable factura, dos de los cuales hoy se lanzan, De nada, diario en verso , editado por Lom, y La fe el amor la estupidez , por Universitaria.
En lo que a mí respecta, enfrentado al honor de presentar estas espléndidas piezas, no puedo menos que declararme incompetente, tanto por el sinnúmero de poemas que las componen –he sumado quinientos entre ambos volúmenes– como por el desafío de su lectura –ya se sabe que Uribe no tienen intensión de ser claro. Me limitaré entonces a enumerar unas cuantas pistas que podrán servir de orientación a quien se adentre en estas aguas alternativamente hirvientes y heladas; unas meras señales de ruta que no librarán al lector de zozobrar a los múltiples escollos que ofrecen estos libros, pero que le servirán para asirse en su desesperación, como el náufrago a una tabla rota.
De nada, diario en verso , está compuesto por trescientos epigramas escritos en los sesenta días que corrieron entre el 20 de febrero y el 20 de abril de 2005, y vienen prácticamente a coincidir, secreta paradoja de este escritor católico “de medalla y escapulario”, con el tiempo de cuaresma y el pascual, que corren desde el miércoles de ceniza hasta Pentecostés. Pero, a diferencia del tiempo de pascua, en el diario de Uribe la resurrección de “lo peor de lo pésimo de la vida mortal”, es una promesa tan lejana como inalcanzable, de la que parece no haber “esperanza ni ilusión”; promesa sin embargo en la que el poeta asegura creer, “aunque no se cumpliera”.
El método cronológico de ordenación del poemario permite seguir a Uribe en cada uno de sus días. El 21 de febrero, por tomar alguno, se anotó seis poemas. Ninguno el 25. El 25 de marzo, en cambio, Viernes Santo, trece; y así continúa a un promedio de cinco poemas diarios hasta fines de abril. ¿De qué tratan?, “del tratamiento de sí mismo”, “de la fealdad de todo empezando por mí”, apunta más adelante. En sus poemas, el autor no ha tenido en cuenta ni el servicio a sus lectores, ni su gloria personal. Uribe mismo es la materia de sus poemas, con sus “yoes ya difuntos”. Y se solaza nuestro autor con sus monomanías recurrentes: la fe, el amor, la muerte; a las que sumará, esta vez, una fuerte dosis de crítica social –desde el punto de vista de “un suramericano de mediados del siglo XX”- que ya viéramos en la saga de las Críticas de Chile , contra la “cultura del capital”, la vulgar y masiva, cuyo patriarca, a la hora de encarnarla, “todos sabemos que se trata del norteamericano Presidente”.
Este diario en verso se abre con tres interesantes epígrafes, dos de ellos de Paul Léautaud y el último del Uribe, en donde se hace hincapié en no confundir esta cosa infantil de hacer versos siguiendo medidas como arrumacos de niños, con el hacer poesía, hecha para las honduras de la sensibilidad del hombre. Ya en ocasiones Uribe ha sostenido que no sabría distinguir cuánta poesía hay en sus versaínas, en estas “poesías peso-pluma” como las apellida, prefiriendo definirse como un simple poeta versificador de charlas ociosas. Es interesante, sin embargo, constatar que en un par de pasajes de este diario parece renunciar a su escepticismo vital, y se muestra abierto a reconocer que en su trabajo algo de poesía podría hallarse: “ese desgarro que sufro yo”, dice, tras citar a García Lorca y su teoría de la inspiración poética, también llamada del “duende”, “ese loco por dentro del Inconciente” que “sale a veces a jugar con nosotros el bufón”. Pero así y todo, en su inconformismo, estima que de ser poesías esas palabras que oye y que vierte en sus versos, mejor hubiera sido no publicarlas, ni pronunciarlas siquiera, puesto que son palabras inefables, cuyo destino óptimo es ser inéditas –ahora, después de 25 libros editados.
Otra particularidad de este diario en verso es su condición de manuscrito. La “letra redonda”, como la llama su dueño, agrega un nuevo nivel de apreciación del los textos. Si ya producía placer el que los versos adecuaran su sentido a su melodía, cosa característica en Uribe, será tanto mayor el encanto cuando a este ajuste se sume, a la manera de los ideogramas chinos, una adecuación de la caligrafía. Es así como, en algunos poemas donde la sintaxis áspera va a la par con la expresión agónica, la intensidad se potencia aún más con la imagen de una caligrafía hirsuta y abrasiva como las ramas de una corona de espinas. En otros, de contenida intensidad, la letra se ve disminuida y peinada. Poemas para ser, a la vez, oídos y mirados.
Su poética es la de los detalles, la del “olfato oído gusto vista tacto” y para así declararla se apropia de una cita de Musil: “la inmensa soledad del ser humano/ en el océano de los detalles”. El agua mineral, las comisuras paralelas entre el labio y la nariz, la caja fuerte del abuelo, transitan por las páginas acompañadas del charquicán, las humitas y las empanadas, y por supuesto de esos “dedos de los pies”, expresión que, según el mismo hace notar, bien pudo servir como título para La fe el amor la estupidez y que irá repitiendo en ambos libros, a la manera de una clave secreta, cuyo sentido algo descifran estos versos: “Cuando se está muriendo/ sobre la cama a medio/ vestir y sin zapatos/ ¿qué es lo que veremos?/ ¡los dedos de los pies! –los remos/ en la barca que es cama a ratos/ alrededor del sitio del asedio/ donde entraremos falleciendo”.
Por su parte, La fe el amor la estupidez se abre con una breve nota en la que Uribe hace fe de haber escrito este largo libro en trece días. Los mismos, pienso yo, que me han tomado desanudar estas insignificantes líneas. Es aquí cuando el presentador toma aliento y con su lápiz cuenta el total de poemas que lista el índice. Ciento noventa y ocho. Quince poemas diarios, nada menos. “Entretenciones de la vejez” agrega la nota inicial. Y si tras estas declaraciones, el lector sospeche falta de rigurosidad en el apuro en que se forjaron los versos, las sospechas se disipan a la par que avanzan los primeros poemas, todos ellos de firme musculatura.
Los versos de Uribe brotan en arranques de inspiración fulminantes. Los concluye en unos cuantos segundos, tras mínimas correcciones. Alguna vez me confesó haber escrito incluso en los ascensores. La rapidez de la composición, así como el uso forzoso de rima y metro, conduce las palabras hacia las honduras del inconciente, “el polo de nuestra psique” como lo llama. Apoyado en el andamiaje del acento y las consonancias, el poema va surgiendo espontáneamente en forma de juegos de palabras, aliteraciones, parónimos, parequemas, que lo hacen oscilar, a su vez, desde una tonalidad a otra. Lo que por ejemplo parecía un poema didáctico, al cabo se vuelve irónico para terminar en una total oscuridad. En otro, de inicio sentencioso, el autor al cuarto verso ha perdido completamente el hilo, y se siente acorralado: “¡Qué laya soy de poeta! Se me fue la idea y me deleito”.
Líneas arriba hacía mención de dos de los grandes temas de sus libros, la fe y el amor. A éstos, ampliamente tratados a propósito de sus anteriores publicaciones, el título del presente libro introduce un tercer ámbito temático, que actúa a contrapelo de los otros dos: la estupidez. Cabría preguntarse, estupidez de qué. La de escribir. La de pensar que por componer versos, lo que se dice es una realidad. Y con esta constatación cerrará quizás el más bello poema de estos dos volúmenes, en que dedica a Cecilia un libro que ella jamás leerá, “(…) Es estupidez / creer que, por decirlo, tu estarías conmigo en esto, que es literatura”. A dónde lleva entonces esta tontera de escribir letras “que caen como plomo fundido” y que para remate “nos distraen”, si una vez muertos, ya sin “boca ni lenguas, sin corazón ni mano”, no habrá para el escritor ni lectores ni poesía. Uribe algo responde cuando insinúa que los hechos que ocurrieron medio siglo atrás, a propósito de unas memorias sobre Neruda, vuelven a ocurrir nuevamente, ahora que los está leyendo en su pieza, de bata. Así la condena del escritor exasperado de tener que versificar, se refresca al pensar que sus poemas recrearán en la mente de unos lectores, a cincuenta años de distancia, la negra hondura de sus sentimientos: su fe, su amor, su nada misma, y de seguro lo volverán un clásico, sin habérselo propuesto. El tiempo lo dirá, cierto, pero ya se le oye murmurar su beneplácito.