El sábado 25 de agosto, en la Galería Bech, Fernando Pérez relanzó Tour: «Un viaje alrededor del mundo (en realidad, varios viajes entremezclados). 41 descripciones de fotos tomadas con dos cámaras análogas agrupadas en 36 módulos de 99 palabras cada uno, 36 fotografías de la transcripción e impresión de un diario de viaje, 36 fragmentos de dibujos a scripto por Paula Dittborn de 6 de las fotos (3 a color y 3 en blanco y negro) y 36 fotos de objetos recogidos durante esos viajes. La edición original de Tour fue de 300 ejemplares de 8,5 x 13 cms., todos distintos. Cada libro tenía 36 páginas escogidas y combinadas aleatoriamente por sus lectores, de un total de 36 pliegos de 4 páginas cada uno» (su autor). A continuación publicamos la presentación que realizó Macarena García Moggia ese sábado, más las fotos de la vitrina donde Fernando expuso algunos de los objetos fotografiados para Tour, y un video del libro en acción.
«una mañana se despertó, miró (ya sin asombro) las borrosas cosas que lo rodeaban e inexplicablemente sintió, como quien reconoce una música o una voz, que ya le había ocurrido todo eso»
J.L.B
7 de junio
Mediodía. Suena mi teléfono y no contesto. Una hora después lo veo y es Fernando Pérez. Le devuelvo la llamada. Me disculpo por no haberle contestado el teléfono, ni tampoco un correo que me envío hace una semana. Me habla sobre ese correo y otra cosa más: “Quería preguntarte, me dice, si presentarías mi libro Tour, que voy a reeditar”. Me cuenta que el libro lleva esta vez todos los textos. Que hubo una edición el 2011 pero… me acuerdo, lo interrumpo, me acuerdo. ¿Ese que cocieron en vivo durante la presentación? Sí, me dice. Creí haber ido en ese momento, pero ahora me parece que no, que no fui. Sin embargo el libro sí que lo recuerdo. Debo tenerlo por ahí, pero al buscarlo no lo encuentro, era bastante pequeño. Le digo que por supuesto que sí.
11 de julio
Recibo noticias de Fernando que está en París. Confirma la fecha del lanzamiento: sábado 25 de agosto. Por alguna razón siento que ese día es el cumpleaños de alguien, pero no sé de quien. Me gusta que sea un sábado a mediodía, pienso, y se me vienen a la cabeza los cuadros de Paula Dittborn que vi colgando una vez de su cocina. Fernando me manda el archivo del libro, pero no lo abro.
28 de julio
En una comida Bruno (Cuneo) cuenta que Kavafis tenía una imprenta en casa y cuando lo iban a ver él cocía unos cuantos poemas y los entregaba. Cada libro era un conjunto de páginas escogidas al azar. Cada libro, si así podían llamarse, era distinto.
Al volver a casa me pongo a buscar la biografía de Liddell a ver si dice algo. Encuentro el libro y en el capítulo IX, lo siguiente: “En el curso de 1910 Kavafis introdujo un cambio en el modo de dar a conocer su obra”. “Lo que hacía era encargar una serie de separatas destinadas en principio a ser distribuidas entre la selecta minoría que él consideraba era su verdadero público, o podía distribuir hojas sueltas antes de publicarlas y luego reunir el resultado de estas impresiones en pliegos, al final de los cuales podía ir añadiendo con clips cada nueva separata y hoja suelta mientras a mano añadía también su título a la hoja final de contenidos”. “Hacia 1917, cuando el único clip de cada pliego no podía sostener ya más hojas sueltas, Kavafis quitó unos poemas de los más antiguos y los coció en forma de libelos que habían de acompañar a los pliegos en expansión”. “Este proceso fue repetido y al final de su vida se encontraron dos de estos libelos cocidos, uno conteniendo 68 poemas ordenados temáticamente, otro con 69 poemas ordenados cronológicamente”. “Kavafis guardaba montones de hojas sueltas, separatas, etc., en una habitación al fondo de su piso que él llamaba el taller de encuadernación”. “Cuando decidía enviar una colección de sus últimas poesías se sentaba allí el día antes e iba recogiendo de cada montón los poemas escogidos para la ocasión”.
9 de agosto
Me animo a abrir el archivo que mandó Fernando. Está en Dropbox, diagramado a doble página. La pantalla no alcanza a abarcar la totalidad, muevo el cursor de arriba abajo, de un lado a otro, me pierdo.
Son también diarios paralelos, pienso. Y recuerdo el diario paralelo de R. Ruiz, “el destinado a perderse, el que se escribe con la mano suelta y con algo de desgarbo antimelancolía”.
Me detengo en los fragmentos del de Fernando que se alejan, se van borroneando, seducen por su fragmentación. Quisiera leerlos, por qué no los muestra, me pregunto. La tentación es irresistible. Lo intento. Me esfuerzo. Acerco y alejo la imagen en la pantalla, giro la cabeza. Alcanzo a captar algunos pasajes muy sabrosos.
A todo esto, esta mañana leí un texto de Adriana Valdés sobre la obra de Gonzalo Díaz y al comenzar cita un texto que, dice, es lo mejor que ha leído sobre Adolfo Couve. El texto es un diario escrito por Fernando Pérez sobre la obra del escritor-pintor. También Adriana se anima entonces a hacer un diario. Imaginé que Fernando me autorizaría a leer esto que estoy escribiendo el día de la presentación de Tour.
10 de agosto
Converso con mi amiga Constanza Jarpa acerca de los libros de artista. Le hablo de mis sospechas con el formato: cierto fetichismo que no me molesta en sí, salvo que lo prefiero al servicio de nuevas formas de narrar.
Todas mis sospechas se basan en la ignorancia, claro. He intentado leer sobre el tema pero los libros que encuentro me parecen, en su mayoría, muy técnicos. Mucho dato. Siempre Mallarmé al inicio de todo. Aburrido.
Lo cierto es que abro al azar un libro de su biblioteca. Se llama, si mal no recuerdo, El libro sobre el libro de artista, de una investigadora argentina. Leo un párrafo que habla de la invención de la imprenta, y dice que es la imprenta, y la consecuente invención del libro impreso aquello que separó radicalmente la figura del autor con la del lector. ¿Por qué? Porque antes, reproducir un libro era leerlo y al mismo tiempo escribirlo, el lector era también el autor.
La idea me queda rondando. Algo en este libro se perfila como una invitación también. Quizás a escribir, como lo estoy haciendo: escribo el diario del que el libro me priva. Pero más aún, invita a ser activos en la construcción de sus partes, que aunque organizadas de acuerdo a una ley que lo precede, la ley del libro, parecen conjugar un puzzle que la imaginación lectora capta de manera circular, envolvente, incluso. La misma palabra tour lo sugiere. El francés quiere decir gira, o también vuelta. Su origen debe ser “tornus”, que posee el mismo significado: tornare, volverse. Dar vueltas en torno a algo.
16 de agosto
No puedo concentrarme en mi tesis. Llevo al menos un par de horas pensando qué hacer con un pasaje de L. B. Alberti que dice: “todas las cosas se aprenden por comparación. Pues hay una fuerza al comparar las cosas que nos hace comprender lo que hay de más, de menos o de igual”. Mejor abro el archivo del libro de Fernando, el mejor comparatista que conozco. Leo, esta vez de corrido, las primeras cinco páginas de texto, extendido en fragmentos que aparecen y desaparecen cada cuatro páginas. Creo comprender: son ékfrasis, descripciones de fotografías, acaso las mismas fotografías que Paula Dittborn reproduce, fragmentarias, en sus dibujos.
En su libro La imagen inquieta Pérez recuerda a Blanchot decir que “el juego de las comparaciones nos abre finalmente a lo incomparable”.
Me salto al epílogo del libro, que solo había ojeado. Leo ahora las tres primeras páginas. Ana María Risco ya dice en el libro mismo lo que acabo de insinuar como sospecha. Lo dice más claramente: habla de “esas fotos de viaje que se ausentan, o se presentan más bien mediadas por el dibujo y la palabra”. Qué pesado Fernando, pienso, al invitarme a presentar un libro que ya es presentado por Ana María en el libro mismo. Qué más podría uno decir. Menos mal que empecé a escribir este diario, así el día de la presentación parecerá como que digo algo, pero en realidad no diré nada.
20 de agosto
“Así, el viajero no es aquí sino una especie de a posteriori, que encuentra su aventura en la manipulación vertiginosa de los medios que abren y ciegan su acceso a lo vivido”. La cita es del texto de Ana María. Los medios: la fotografía, el dibujo, la escritura. No: la imagen de la escritura. Y la escritura de la imagen.
El gran medio, me digo, parece ser el ojo. Como si del viaje quedara solamente lo que ellos pudieron, escasamente, retener.
Imagino este libro como un viaje por el mundo que se vuelve un viaje por la habitación. Por una habitación llena de papeles como la de Kavafis. Pienso menos, en ese sentido, en una forma temporal de viajar que en una forma espacial. Como la de los mapas. Busco el libro de Marce Labraña, una suerte de vademecum donde está todo lo que necesito, a ver qué dice de los mapas. Encuentro en la página 115 una meditación en torno al epílogo del «El hacedor» de Borges y anoto, a un costado, lo siguiente: también Fernando desea dibujar el mundo en toda su extensión, remitiéndose a su dimensión visual, la descriptio. Siguiendo los términos de Ptolomeo, se diría que omite por completo “la conmesuración o aspecto matemático de la geografía (que se ocupa del mundo entero)”, en beneficio de “los aspectos descriptivos o corografía (que se ocupa de los lugares particulares)”. Por eso el libro es desmesurado. Es un anti-libro. Un mapa circular (como el tour, la vuelta al mundo) en el que se despliega la recomposición visual de un mundo hecho pedazos.
22 de agosto
Sentada en la oficina de impuestos internos esperando mi turno. Tengo que presentar unos papeles. Todos aquí, al parecer, vienen a presentar papeles. El trámite que tengo que hacer se llama “verificación de actividades”. Consiste en recolectar algunos documentos que den cuenta de lo que hago. Es extraño. Pienso en los papeles que Fernando ha fotografiado. También podrían servir para verificar actividades. He guardado muchas veces esos pequeños boletos, tickets, folletos, etc., que produce un viaje como basura. Uno siente la tentación de botarlos, pero los guarda, porque es cierto que al encontrarlos todos revueltos después en algún bolsillo perdido de la maleta, sirven como una especie de activa-memoria. Se llenan de flashes. De flashbacks.
Llega la noche. Me decido a imprimir el archivo. Lo veo y lo leo esta vez de corrido. Me someto al ritmo que las páginas me imponen. No. La verdad que hago algunas trampas. Adelanto páginas para terminar cada éckfrasis, luego retrocedo y leo los pedazos de diario que se alcanzan a distinguir. Al vuelo, un 24 de julio: “cuatro y media de la mañana, desvelado. Demasiado en la cabeza… chino, portugués, las traducciones. Listas de cosas por hacer”. Esa frase se repite mucho: listas de cosas por hacer. Creo leerla en varias partes. Hago una: Santiago, Nueva York, China, India, París, Italia. La mezcla de idiomas, los países que apenas se distinguen. ¿No es acaso un diario también una lista? Listado de días, tareas, actividades, reflexiones cotidianas. Estas, en todo caso, son listas que carecen del frenesí de ordenamiento que tanto obsesionaba, por ejemplo, a G. Perec. Funcionan como las ékcfrasis. Al leerlas me sorprende todo lo que cabe en una foto, cómo el ojo puede saltar de un lado a otro. El ojo inquieto de Fernando.
24 de agosto
Reescribo lo que llevaba escrito hasta hoy, cerceno algunos pasajes, los mezclo, selecciono los textos que leeré mañana sábado 25 a medio día, en Santiago, en una galería llamada BECH.