Bertoni en el límite
Harakiri, Claudio Bertoni
Editorial Cuarto Propio, Santiago, 2004
De un tiempo a esta parte, y sin el enfado de los editores, Claudio Bertoni ha decidido no dar descanso ni a su pluma ni a las librerías. Un listado de sus títulos muestran cómo en los años ’90 éstos se agolpan: El cansador intrabajable (1973), El cansador intrabajable II (1986), Sentado en la cuneta (1990), Ni yo (1996), De vez en cuando (1998), Una carta (1999), Jóvenes buenas mozas (2002), por último: Harakiri (2004). Si prosigue a este ritmo, para fines de esta década Bertoni logrará una literal “obra de peso”. Sin ir más lejos, Harakiri, para ser un volumen de poesía, es curiosamente largo: tiene trescientas y tantas páginas de poemas mayoritariamente cortos. Como habría de esperar, un índice casi absurdo, se extiende por nueve páginas.
En su última entrega, Bertoni prosigue con los rasgos autobiográficos de su escritura. Se encuentra lejos, eso sí, de lo que uno podría asociar a la gaseosa expresión “poesía lírica”. No existe una intimidad resguardada que va tomando forma mediante los versos, su movimiento no es el vertical de las “profundidades” del sujeto a las “elevaciones” estéticas. Nada de eso. Si bien esta es una poesía en donde el “yo” es el personaje principal -valga la redundancia-, su tema es la fragmentación del individuo, sus cómicas contradicciones, sus persistentes impotencias. Bertoni logra esto mezclando registros, observaciones, pensamientos en donde se confunden sin jerarquías lo banal y lo sublime, lo íntimo y la metafísica. Podría proponerse su estilo como una suerte de “carnaval lírico”, debido a persistencia del individuo como centro poético, aunque también debido a la continua perforación que se hace de sus poderes mediante el humor. El humor -rasgo fundamental de su obra, que la emparenta lejanamente con Parra- se encuentra más cercano al absurdo y lo cotidiano que al juego de ingenio.
Además de compartir un espíritu carnavalesco con la obra de Parra, los versos de Bertoni están basados en el habla. Pero no en un lenguaje hablado supuestamente “popular” sino que -imagino- en el suyo propio. Al parecer Bertoni funcionó un buen tiempo con una grabadora en donde iba dejando un registro, que después transcribió en poemas. Así se refuerza no sólo la oralidad de su verso, sino además cierta espontaneidad de las frases para saltar de una idea a otra y cierto relajo de la sintaxis para dejar frases inconclusas o para extenderlas libremente. Uso de diminutivos, de comunes palabras groseras, de exageraciones propias del habla, de fórmulas más o menos gratuitas o caóticas, pueblan sus páginas.
La literatura de Bertoni podría dividirse entre una tendencia a los temas eróticos, vitales y del deseo; y otra tendencia más “grave” hacia problemas existenciales y de inspiración filosófica como las conjeturas sobre la existencia de Dios, sobre el paso del tiempo en clave personal (las enfermedades, el envejecimiento, la muerte) y algo que pudiera ser llamado como la “paz espiritual”. En la primera categoría estarían El cansador intrabajable II, Sentado en la cuneta y Jóvenes buenas mozas; y en la segunda, Ni yo, Una carta, y, sin duda, Harakiri. (Reconozco que estas categorías no aspiran a ser otra cosa que eso -una distinción arbitraria- ya que De vez en cuando se encontraría justo entre medio de ambas, al tratar una separación amorosa con ribetes cómicos y dramáticos por partes iguales).
Harakiri, entonces, es parte de la corriente más seria de su poesía. Una enfermedad sobre la cual nunca se entra en detalles, observaciones en fuentes de soda de Santiago, especulaciones sobre el tao, aspiraciones al estoicismo, memorias sobre escritores fallecido y pensamientos de varia lección componen este libro. Sin duda, si el libro tuviera cien o doscientas, en vez de trescientas páginas, el lector se lo agradecería. Algunos poemas estarían mejor para un pequeño diario de vida; otros, demasiado cortos, son más bien aforismos. Por ejemplo éste de título “Morir”: morir / es moderno. // vivir siempre // ha sido una ridiculez (pág. 75). O este otro: No hacer nada / es una inmoralidad. // Toser / ya es algo. (pág. 239).
En Ni yo el dramatismo se alternaba con el humor de manera justa, el patetismo con la distancia se fundían en un tono irónicamente melodramático. En Harikiri, en cambio, predomina el dramatismo y la hipérbole, que no logran superar la distancia que la introspección misma se va proponiendo. Muchas veces no se sabe si el texto es irónico o no, asunto exasperante para este lector. En “Buena memoria” se lee: me / acordé / en el baño / que no había / terminado el / desayuno / y eso / me dio ánimos / para volver / a la pieza.” (pág. 95). Este texto, a primera vista angustioso, es una escena demasiado puntual para lograr la emoción lírica, pareciera así pedir “más desarrollo” en torno a los problemas que acongojan al sujeto. De hecho, a veces pareciera que las citas que se ubican en la parte posterior de la páginas – como sucede también en Ni yo- fueran las encargadas de dar un trasfondo intelectual y emocional que los mismos poemas no alcanzan a lograr debido a su corta extensión.
Es posible que el libro se arme mediante la suma de fragmentos -como sucede en De vez en cuando y Jóvenes buenas mozas- que van dando cuenta de una aflicción. Es curioso que si bien en esos dos volúmenes el deseo y amor era el centro sobre el cual se articulaban los textos, en Harikiri ese centro no es demasiado explícito o no se encuentra elaborado lo suficiente. A veces, da la impresión que a Claudio Bertoni se le da mejor el registro más humorístico que el dramático. Sus elegías de un par de líneas poco aportan salvo “La muerte de un poeta” que ocupa tres precisas páginas y es uno de los mejores poemas del libro. Asimismo, de los poemas sobre enfermedad que se encuentran al inicio el mejor también es uno más extenso, “Hogar dulce hogar”. Sus mejores libros -Sentado en la cuneta y Jóvenes buenas mozas- son acaso una prueba de esto. Sus divagaciones en torno a la existencia de Dios, dejan a este reseñista, helado.
A pesar de todo lo anterior, hay que agradecerle poemas como éste, “1987”:
no estoy en el poder
estoy en el paradero
no estoy en el poder
estoy en la micro
no estoy en el poder
estoy en una cola de chilectra
no estoy en una sala de espera
no estoy en el poder
estoy subiendo a una micro
no estoy en el poder
estoy bajando de una micro
estoy haciendo una cola
no estoy en el poder
estoy en una fuente de soda
tomándome una malta
no estoy en el poder
estoy en una fuente de soda
comiéndome un completo
no estoy en el poder
estoy en una fuente de soda
viendo el festival de la una
es un televisor motorola