¿Cómo se calma la sal que genera la sed, en lugar de calmar solamente la sed? Es la pregunta que propone el último poemario de Juan Santander, La sed y la sal (Santiago, Ediciones Overol, 2020), según David Villagrán, quien explora la sinergia simbólica de este libro de búsqueda entre “el gasto vital de ser quien se es y el deseo de repetición; metáfora de un sistema de sacrificio y recompensa, de deseo y satisfacción que tiene al ‘yo’ como eje”.
La relación entre “sed” y “sal” en cuanto a la simbólica de estos elementos, puede presentar algunas claves de lectura para este libro, publicado recientemente por Ediciones Overol. En primer lugar, la “sed” aparece como deseo, necesidad de vida y espíritu (aquella que testimonia Juan de Yepes, en “la fuente que mana y corre aunque es de noche”). Calmar la sed, saciarla, es saber, y representa una satisfacción vital y espiritual. Su contraparte, la “sal”, como sudor, salario, es el cimiento mineral de la labor individual en el ámbito del “trabajo”, pero también del estatuto del sujeto, de la subjetividad –la solidez identitaria de “ser quien se es”–, tal como la estatua de sal permanece vinculada a un carácter y a su historia, fijada en el “yo”. Ambas, la sal y la sed, son fuerzas sinérgicas de una manera individual de vivir representada por el gasto vital de ser quien se es y el deseo de repetición; metáfora de un sistema de sacrificio y recompensa, de deseo y satisfacción que tiene al “yo” como eje.
Así, calmar la sal, en lugar de la sed, como propone uno de los textos clave, sería estar en armonía con quien se es, poder nutrirse de sí, evitando la contrición que representa sentirse obligado a un carácter. Esa podría ser una de las principales preguntas que propone el libro: ¿cómo se calma la sal que genera la sed, en lugar de calmar solamente la sed? La sal, como representación de la esfera de la subjetividad, a lo largo del libro está inquieta, nerviosa. Algo ha remecido la idea estable de su función como cimiento, y el sujeto anhela cambiar, variar el sistema, abandonar la certidumbre de estar siendo quien es. Ya no calzan contenido y contenedor (como el maíz en el saco), ni se halla calma en las correspondencias convencionales o meramente subjetivas. Este sería el sentido de la sed como deseo o ambición de una vida más abundante, puesto que el agua es absorbida por el “sistema sal” (deseo, trabajo y recompensa) como mero “combustible”: la sal “literaliza” la sed. Por eso, el proceso que se observa a lo largo de los textos tiende a la búsqueda de otra operación, de otros materiales, plegándose progresivamente al deseo sobre intuiciones en el ámbito de la diferencia.
Tanto en el entorno natural, como en el social; tanto en la esfera subjetiva de los sentimientos, como en la de la intelección, el primer poema despliega el espacio lógico del conjunto, con una modulación de plegaria o rogativa, en que se pide a las cosas que cambien (o que cambie la percepción) y dejen de ser como son. Se pide que circulen, que muten y colaboren en un proceso de disolución, hacia un nuevo pacto de correspondencias. Se pide un pasillo, que aparezca cerca, vivo; se pide que una vía sea señalada. Esta rogativa tiene respuesta en distintos momentos del texto en que la esfera del sujeto es tocada o intervenida por fuerzas externas a la conciencia de sí: mensajeros, figuras ejemplares e interlocutores anónimos.
La actitud inicial del sujeto es sufriente y al mismo tiempo estoica. Su temple se cubre de austeridad y humildad. Su tránsito parte desde “la más delgada vida”, y su primera operación es recoger un primer material, los alambres oxidados, que podrían simbolizar tanto esfuerzos no fructíferos de la voluntad (fierro), como detritus de ideas erosionadas que en otro tiempo sirvieron para parcelar, dividir y ordenar terreno; más dúctiles que el candado del orden natural (luz-oscuridad, estaciones del año), que las cadenas del columpio (péndulo entre las obligaciones de la realidad y la evasión imaginativa) y que el mecanismo “lúcido” del reloj. Es posible leer de texto a texto que este anhelo de cambio aparece al principio no como una revelación clara, sino más bien como un deseo intuido y un padecimiento, e incluso como especie de prueba. Y también hay poemas en que el sujeto queda en suspenso, por la acción de voces que aparecen en escena: retratos y observaciones que insisten en los principales temas del libro.
El furor y la actividad desgastante que forman parte del segundo texto (la mecanicidad de un tiempo sin objeto: estaciones, columpios, reloj), contrastan, en el texto que sigue, con el asedio a una figura ausente, ubicada fuera de la escena descrita, en una especie de limbo. Esta figura “acostada en el centro del cansancio” ha logrado un calce perfecto entre descanso y cansancio, consumando el destino humano del ciclo salino; es un arquetipo de la vida de trabajo (profesor o profesora) metaforizado en la silueta de una higuera (árbol sobre el cual pesa la maldición bíblica de “no dar fruto”). El fuego espiritual de unas velas ilumina el interior de la pieza donde esta figura solía habitar, mientras una voz póstuma, in situ, insiste en repetir “quién ha sido”. Se trata de una escena de aleccionamiento con ecos de castigo, que surge como una especie de advertencia de los resultados de la contrición salina, puesto que muestra la redención del individuo en un carácter o rol estable, que se perpetúa incluso más allá de la vida. Pero también, en la concepción del poema, presenta una sátira del aprendizaje ofrecido por el sistema educativo y del conocimiento como contenido transmisible, a favor de una imaginación capaz de vincular macrocosmos y microcosmos (moscas y constelaciones) para producir un conocimiento no acreditable ni redituable. Un anticonocimiento, más cercano a la imaginación como potencia lúdica o alucinatoria.
Esta crítica de la educación, del conocimiento y del trabajo está presente en el proceso de disolver una manera de ver el mundo que solidifica y productiviza las prácticas vitales en la esfera social e individual del sujeto. Donde, por ejemplo, la sola conformidad de ser quien se es, permite que “descansar [sea] detenerse en cada defecto”. Y donde se apunta críticamente que “los jóvenes” desean convertirse en estatuas, de la misma manera que “cada quien sabe llegar hasta su jaula”.
Los textos evidencian formalmente esta contrariedad en la problemática estabilidad de un sujeto central mimético y su diseminación en voces, espacios y momentos del proceso de búsqueda de transformación salina. También muchas veces en los mismos poemas hay giros y matices centrífugos, que pliegan el sentido, definiendo una dicción que se resiste a retorizar la lectura. Se invita a leer desde el detalle, el espacio, las voces. Por ejemplo, el recorrido que se percibe en los textos, va desde un espacio periférico a una urbe de aglomeración, donde se atestigua un panorama poco alentador: distintas instancias de fijeza y conformidad. En este movimiento, el carrusel aparece como un símbolo, entre la entretención urbana pasada de moda y el movimiento del corazón como órgano de las pasiones. Es una imagen que podría estar representando una condición base de la obra (que todo adquiera movimiento, que haya mutabilidad sobre lo sólido), pero también revisa una tópica importante de la poesía moderna, como es la del flâneur, mecánico representante del ‘alma’ de la ciudad.
Otras claves de lectura las aporta la recurrencia de algunos elementos en directa relación con la dialéctica “sed” / “sal”. El agua como estabilizador: vapor, el camión aljibe que limpia las calles, siempre un insumo natural o artificial de riego vegetal. Pero también oscila entre las dos variantes del mar que el libro presenta: una inicial, vinculada a la impotencia (y a la espuma), y una cercana al final, que funciona como espacio de una promesa de transformación (el pequeño fantasma en las rocas). El aire, el viento, el aliento, son potencias que sirven al fuego de la transformación, que la conciencia teme. Tal vez por esto no hay suficiente fuego; hay calor, se busca calor, vapor, nubes. Hay mucha más insistencia en el agua que en el fuego. Tal vez la transformación a la que tiende la conciencia articuladora es, como habíamos observado anteriormente, disolutiva, neptuniana, y aspire a una fusión –como la del flâneur con el alma de la ciudad–. Hay, además, un énfasis en la sensibilidad, en las emociones y afectos; cierta fijación musical, además (guitarra, trompeta, melodías, canciones) y una conexión con lo creativo natural (flores, plantas, árboles, pájaros).
El yo salino, en tanto, aparece en el impulso de mirarse, reflejarse y compararse con lo que la conciencia rechaza, gesto tributario de una necesidad del sujeto de comprobar si logra la anhelada calma interior, y la autosuficiencia (alimento, energía). Tal vez no exista mucho fuego porque este se oculta en la mirada. La potencia del sujeto puede ser esa, puesto que se da en el libro una sinergia entre ciudad y mirada. Tampoco hay un movimiento vertical, ascención o descenso, sino mas bien una circunambulación que, en espiral, comienza desde una periferia de baja intensidad y luego tiende a un centro de agitación, en cuyo tránsito se van obteniendo paulatinamente nuevas imágenes para lo real.
Selección de poemas de Sed y sal, de Juan Santander Leal.
Querida levadura del mundo:
que la boca del invierno
murmure una noche calurosa,
las raíces que abran el cemento
y un pasillo respire cerca mío.
Que el ruido del maíz entrando al saco
a veces me distraiga de mis nervios,
y que el viento se confunda de dialecto
cuando vuelva a dirigirme la palabra.
Que ningún sentimiento amanezca en su casa.
***
Abre una estación, se pone candado a otra,
hundo la cara en el amasijo de mis manos.
La ansiedad acelera los columpios
bajo árboles de verde casi negro,
todavía avanza el imperio de la loza sucia,
todavía está lúcido el mecanismo del reloj.
Clavos, zanahorias, sillas de playa,
la plaga controla unas hojas del naranjo.
Vengo hacia las flores con la más delgada vida,
vengo a recoger los alambres oxidados.
***
Miras la silueta de una higuera
acostada en el centro del cansancio
y las velas revisan en tu pieza tiritando
la expresión facial de cada cosa.
Ese vaso de agua representa
la saliva que perdiste haciendo clases
y hay una bacinica limpia,
un rosario colgando en el respaldo de la cama.
De vez en cuando una constelación
coincide con las moscas de tu techo,
los buenos alumnos alucinan con poco.
***
Poco a poco me acerco al carrusel
y consigo calor para mis manos.
El color se despide dócilmente
de un nido envuelto en telarañas.
Busco historias que no sean paralelas
equipajes que anteanoche no existían.
¿Pero quién calma su sal en vez de su sed?
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