Generalmente, cuando pensamos en la guerra, vienen a la mente imágenes de soldados heridos, tanques y trincheras. El factor común en este imaginario es el protagonista masculino, son hombres aquellos que disparan y reciben disparos, aquellos que rescatan a sus compañeros y aparecen tras los tanques y bombardeos. Pero claro, aquellas imágenes corresponden a una construcción de la guerra en la que las mujeres participan como enfermeras o sufrientes madres, hijas y novias de aquellos valientes soldados.
«Ha habido miles de guerras, grandes y pequeñas, conocidas y desconocidas. Y los libros que hablan de las guerras son incontables. Sin embargo… siempre han sido hombres escribiendo sobre hombres, eso lo veo enseguida. Todo lo que sabemos de la guerra, lo sabemos por la <<voz masculina>>. Todos somos prisioneros de las percepciones y sensaciones <<masculinas>>. De las palabras <<masculinas>>. Las mujeres mientras tanto guardan silencio«
Pero la realidad que nos presenta Svetlana Alexiévich va mucho más allá de imaginarios construidos por una hegemonía patriarcal y occidental. Esta periodista bielorrusa nacida en 1948, tras la Segunda Guerra Mundial, ganadora del Nobel de Literatura el 2015, nos presenta el rostro velado de la guerra, el de aquellas jóvenes y valientes mujeres, entre 15 y 20 años, que ingresan voluntariamente al campo de batalla movidas por un deber-ser casi existencial, en defensa de la patria amada.
En La guerra no tiene rostro de mujer, Alexiévich problematiza sobre el acto de escribir, el cómo llevar a las palabras impresas en un libro aquellas historias de vida que implican emociones y experiencias que muchas veces estas protagonistas prefieren olvidar. Pero Alexiévich logra transmitir la angustia, el temor e incluso la vergüenza que estas mujeres vivieron en el campo de batalla, y el sentimiento de abandono tras el término del conflicto bélico. El detonante de la participación femenina en la Segunda Guerra mezcla un hecho histórico clave como la invasión alemana en la Rusia Soviética con uno ideológico: el patriotismo de estas adoctrinadas jóvenes que defendieron su país con su vida.
Son tantas las experiencias (pienso que tildarlas de anécdota sería restarles valor), desde asuntos prácticos como el hecho que no existían uniformes ni zapatos para ellas, teniendo que usar prendas grandes y pesadas, hasta el pavor de darse cuenta de que la muerte era cada día más cercana y cotidiana, riéndose de sí mismas y de su vida anterior a la guerra, de señoritas ingenuas, preocupadas por vestidos y pretendientes, sin darle valor a la vida.
Alexiévich logra transmitir estas historias, tal vez porque nos involucra en el proceso. Desde que conoce a sus entrevistadas, entra en la intimidad de sus casas, comparten tazas de té mientras revisan fotos y cartas, para luego entrar en el sinuoso camino de la memoria y los recuerdos, de aquellos «instantes supremos» que nos transportan al el terror de la guerra.
El ser humano es más grande que la guerra…