Pienso, para mí, que un playlist es una forma de vida. Es una forma de experimentar lo que nos rodea, nuestras rutinas, nuestros estados emocionales, sea para confirmarlos o intentar transformarlos, o hacer más presente nuestro pasado. La música que escucho todos los días en el metro y en la calle o mientras me ducho, o escribo, o lo que sea, posee una gravedad innegable e inconfundible en mi ser, en cómo soy y dónde soy en esos momentos. Incluso, aún cuando apago la música, las melodías persisten, están en mí, me transfiguran y están en los lugares, como si se entretejieran inexorablemente en la materia del Mundo más allá de nuestra volición. A veces en el metro, en la mañana, me subo con sueño, busco un rincón donde pararme, ojalá lejos de una ventana, me molesta el sol, escucho música y contemplo el momento. A veces veo a un chico o a una chica sentada en el piso, no suelen tener cara de felicidad, aunque en realidad poca gente anda en el metro sonriendo, pero igual ellos suelen tener una expresión de tedio o de tristeza, y yo de pronto estoy escuchando algo que concuerda, como algún tema de Low o Joy Division o Courtney Barnett o Mogwai, pero a veces no, a veces es una canción que disiente con un tempo más alegre como algo de Daft Punk o New Order o The Horrors, o quizá algo distinto como Cash, Dylan o Billie Holliday. Cada vez, dependiendo de la canción y de la asonancia o disonancia o lo que sea, leo algo distinto en el chico o la chica que está sentada en el piso del metro, y a través del lente del playlist siento que me ven de formas distintas y siento que mi pasado pesa en mí de formas distintas y siento que el futuro inmediato puede trastocarse a través de una melodía así de la misma forma en que uno anticipa los cambios en un riff. Creo que esta es una pequeña muestra de algo que todos vivimos de una forma u otra al escuchar música, es obvio que nos afecta. Y en mi caso todo esto… TODO esto, ocurre en la soledad solipsista porque mi playlist está metido en los audífonos que están metidos en mis oídos, y nadie más sabe ni siente mi forma de ser en el Mundo en esos momentos. Nadie puede entender ni empatizar porque no están metidos en mi playlist, y aún si pudieran escuchar mis canciones, no poseemos la misma perspectiva, pasado, forma de vida y disposición ante el mundo, por lo que seguiría siendo una experiencia tristemente solitaria. El dolor y el abandono que siento cuando escucho Girl From the North Country quizá a ti o a él o a ella le produce nostalgia o contemplación o refugio. Puede que la esperanza que encuentro en Morning Phase de Beck a otro le sea una pretensión banal, o la rabia de Patti Smith te sea un himno renovador. Son todas válidas y reales y están moldeadas por la subjetividad dentro de un escenario compartido, donde a todos nos ocurre esta cosa a la que le decimos experiencia, esto. Mi playlist personal es un agente activo en la reconstitución continúa de mi identidad y es el cartógrafo de los lugares de mi vida. Pero es mío, a veces quiero mostrarlo, compartirlo, pero por todo lo anterior, siento que no puedo, no así cómo realmente quiero.
Es aquí donde para mí el libro de Ernesto (Overol, 2015) encuentra su belleza, su poesía no solo nos ofrece un playlist, también nos acerca a su sensibilidad, a su Mundo, las canciones que aparecen no son islas, más bien son pistas y claves que cifran y descifran momentos en las formas de vida de la voz de Playlist. En el libro hay música, mucha música, no me refiero solamente a los temas que se citan sino también a la melodía del lenguaje que armoniza con cada canción. Es ahí, en la confluencia de ambas cosas que ocurre algo, que se disuelven un poco los muros del solipsismo y uno alcanza a asomarse al otro, escuchar como el otro, experimentar las cosas como el otro. Ernesto no recurre a la cita gratuita, me da la sensación de que la voz de los poemas nos ruega y quiere que sepamos lo que siente, y nos ofrece la posibilidad de acceder a una subjetividad y nos ofrece música y música y música, su playlist personal para que podamos apreciar un territorio y tomar parte en la reconstitución continua de su ser.
Me alegra esto, me hace pensar que cuando vea a esa chica sentada en el piso del metro escuchando música, y yo en un rincón también escuchando música, que quizá no estemos tan distantes, que quizá exista la posibilidad de conectarse, de conocerse.