En diversas entrevistas recientes, el propio Álvaro Bisama (1975) lo ha relatado: al comienzo, la historia en que se basa Ruido (2012) dio pie a una crónica que se publicó en una antología nacional y, posteriormente, en una revista extranjera. Sin embargo, los materiales que la componen sobrevivieron aquella primera aproximación y, poco a poco, cristalizaron en este texto de ficción que, a medio camino entre ambos géneros, confirma el sentido ambiguo o acaso paradójico de la cita de Enrique Lihn (tomada de La aparición de la Virgen, 1987) que pone término a la obra, según la cual “la realidad es la única película que nos quita el sueño” (171).
En efecto, los hechos que aquí se registran no resultan menos inquietantes que los de cualquier narración deliberada. Miguel Ángel Poblete, un joven que hoy catalogaríamos como “en riesgo social”, frecuenta un cerro de Villa Alemana donde deambula a la deriva, se reúne con otros muchachos y aspira pegamento. Tras una de esas visitas, cuenta a quienes lo rodean que ha visto a la Virgen, quien le ha hablado. Desde entonces, no hay vuelta atrás. Su nueva identidad pública es la del Vidente, una figura mística imposible que desata tanto la admiración sobre sí misma como las más radicales manifestaciones de fervor religioso. Años más tarde, cambia de sexo –pasará a llamarse Karole Romanoff– y entra en un progresivo y persistente proceso de decadencia física y mental.
Junto con ello, el lector constata que, aunque voluntariamente inestable e impreciso, el foco del relato está centrado en la voz del narrador y los suyos, la que reconstruirá la experiencia luminosa y a la vez desoladora de una generación instalada en mitad del tedio y el desconcierto de la provincia chilena de los años ochenta. De este modo, la desquiciada trama que protagoniza el Vidente apenas constituye un factor incidental dentro del escenario representado o, más bien, funciona como el núcleo irreductible a partir del cual se desmadeja o implosiona la memoria, abordada acá en tanto “basura que cruza distancias siderales, escombros que quedan en sitios baldíos, restos de naufragios que atraviesan el mar helado, ruinas que flotan en el tiempo” (20).
Con todo, la búsqueda y el hallazgo de dichos fragmentos huidizos jamás difumina el vínculo entre los acontecimientos referidos y el contexto sociopolítico en que se inscriben. Antes bien: situada de manera nítida en la historia de Chile, la novela retrata de paso una dictadura que no titubea en instrumentalizar el fenómeno del Vidente para tornarlo un elemento distractivo funcional a sus intereses, los que consisten en desplazar la conciencia del horror mediante una versión de santidad enceguecedora, teatral, fetichizada. En esta línea, uno de los pasajes más memorables de la obra se produce cuando Pinochet –uno de los pocos personajes históricos mencionados explícitamente– visita el pueblo y porta consigo el despliegue de una puesta en escena precaria y patética del poder oficial.
Dicho lo anterior, queda la impresión de que la personalidad de Poblete/Romanoff deviene un referente irónicamente revelador, un signo de los tiempos en que convergen la inocencia y el delirio chilenos, vale decir, la expectativa de un milagro redentor y la urgencia de un sentido allí donde no lo había. Este gesto luce consistente con la apuesta o el juego del autor: además de exhibir cierta predilección previa por los personajes y las historias freaks, Bisama ha parecido interesarse a menudo por la forma en que monstruos y fantasmas –sombras de sombras al margen de toda épica– se apoderan de los discursos y prácticas culturales para reproducirlos bajo una singularidad extraviada en su propia insensatez. Por supuesto, la historia de esa apropiación fallida es también la de la patria; de ahí que el Vidente adquiera una fuerza de atracción difícil de eludir.
Asimismo, el texto es varias cosas más o, al menos, ésta: un ejercicio sobre las posibilidades del lenguaje que se constituye en los símbolos y las palabras; un relato que, simultáneamente, explora hasta donde puede los límites que cercan la configuración de una lengua común. Acumulación de fragmentos a la vez significativos y banales, Ruido es el eco a ratos indescifrable de un susurro venido desde lejos, el extraño murmullo de una memoria hecha con prédicas dementes, predicciones equívocas, canciones llenas de rabia, cuentos de vieja y alucinaciones colectivas.
Bisama, Álvaro. Ruido. Santiago: Alfaguara, 2012.
Silvana de la Hoz
25 marzo, 2013 @ 18:53
Buenísima reseña, gracias Nicolás.