“Quería contar la historia de alguien que tuviera problemas con la voz, para poder trabajar el eje temático entorno a la construcción de la voz. Así se fue abriendo inevitablemente la idea de pensar en que esas memorias siempre están contaminadas entre sí. Así como las referencias literarias contaminan mucho los textos que terminamos escribiendo, me parece que la memoria es un tipo de enigma literario”, nos dice Gabriela Alburquerque, en esta entrevista realizada por dos estudiantes de la Licenciatura en Lengua y Literatura, de la UAH, en el contexto del curso “Teoría, práctica y lugares de la crítica”, dictado por la profesora Ana Lea-Plaza.
En diciembre de 2023 tuvimos la suerte de entrevistar a la escritora chilena Gabriela Alburquerque, ganadora del premio Roberto Bolaño 2021 y autora del libro Aviso de demolición (Libros de la Mujer Rota, 2022), que ha sido muy bien recibido por la crítica. Gabriela es conocida también por su labor como crítica literaria, y como editora y directora de la revista Origami. Mi compañera Gabriela Cisternas y yo, Maximiliano Goyeneche, tuvimos el agrado de poder sentarnos a conversar con ella y profundizar sobre su trabajo en esta publicación literaria, e indagar en los orígenes de su escritura y su más reciente propuesta literaria.
M.G. Hay un poema de Verónica Zondek, titulado “Una pequeña historia”, que dice así: “Mira, madre/ Mira bien:/ todo es USURA en las vitrinas/ USURA en las pantallas/ en los avisos publicitarios/ en el discurso del ministro/ en las tarjetas de plástico/ en los préstamos bancarios/ en la farmacéutica tan mezquina/ en los cuerpos esbeltos/ en las semillas superiores”. Hemos querido empezar nuestra conversación con este poema porque es parte de un compendio que se llama “Los huesos de la memoria”, libro que realiza el ejercicio de estar constantemente recordando, tal como hace Laura en tu libro Aviso de demolición, quien se enfrenta a una memoria llena de fisuras. A través de esto, Laura de alguna manera “invoca” los aspectos que han sido vitales en su vida como mujer: a su madre y a su abuela, sus aciertos, sus derrotas, etc.
Gabriela, es un gusto poder tenerte acá. Después de esta introducción, queremos agradecerte infinitamente el que hayas aceptado esta entrevista. Tenemos ya una primera pregunta para ti, que la hará la Gaby para así empezar de lleno con esta conversación.
G.C. La primera pregunta, va un poco más enfocada en cómo comenzaste a escribir, cómo ha sido tu proceso creativo y cómo has enfrentado el desafío literario de la escritura. ¿Recuerdas el momento en el que decidiste empezar a escribir?
G.A. Bueno, gracias por la entrevista, el espacio y el interés, sobre todo. Me quedé pensando en el poema de la Zondek, porque creo que tiene justamente esta lectura muy cruzada con las ideas principales de la novela, en esta evocación a la madre, además de la atención de alguien ¿no? Respecto al punto de inicio de lo creativo, yo creo que tengo una anécdota inicial, pero como todas las anécdotas iniciales, esta es una tesis mía… Pienso que las anécdotas iniciales son así: las atravesamos con más ingenuidad y poca ambición. Por ejemplo, yo ahora como escritora adulta puedo rastrear el tiempo en que escribía escenas de teleserie para que mi abuela las leyera. Esta escena de conectar con una persona, tiene una historia que me interesa, que es la historia de las mujeres; esas situaciones me interesan justamente por eso, porque son cosas que están presentes en la vida y podemos ver toda la historia del feminismo en las mujeres que conocemos: quizás ahí está mi veta académica pujando en lo creativo. Yo siempre he dicho que soy mala lectora, sin embargo, psicoanalizarme ahora me ha hecho caer en cuenta de que la literatura no ha estado tan ausente de mi vida, como yo creía. Es verdad que no tenía mi biblioteca cuando chica, ni había una inducción muy seria por parte de mi familia para que yo leyera, ni para que escribiera. Yo tenía una vida completamente contraria a la intelectual, era una persona que hacía mucho deporte, que era parte de un club de Scout, como que mi vida estaba completamente en el afuera y no en el encierro que implica la escritura. Me llené de mucha colectividad cuando era chica, más que de soledad. Entonces, no sé, siento que no tenía una relación “seria” con la literatura cuando estaba creciendo y formándome, pero sí tenía inclinaciones, quizás para poder expresar algo, y eso sí creo que se mantiene hasta hoy en día. Me parece que la literatura no es más que eso: decir algunas cosas y trabajarlas, pensar en el lenguaje, pero estar siempre a sabiendas de que estoy trabajando con un código discursivo común, que es la lengua.
G.C. Esto me hace pensar en la temática de la infancia en tu novela, donde está la perspectiva de Laura y no la perspectiva de la madre, ni de la abuela, sino solamente de Laura. Ella también busca una voz propia, que conecte con su interior…
M.G. Pero antes de pasar a hablar de los temas de tu novela, queremos indagar un poco en tu veta de directora y editora de la Revista Origami ¿Podrías contarnos sobre el origen de la revista?, ¿cuándo comenzó?, ¿quiénes trabajan en ella?
G.A. La revista Origami partió cuando yo egresé de literatura el 2020, y partió con un grupo de chicos que habían sido alumnos míos en un ramo. De hecho, la idea no fue mía, ellos me invitaron a este proyecto, que no estaba asociado a la universidad, solo venía del afecto, la amistad y el interés de hacer algo con la literatura. Me invitaron como directora. Yo primero pensé que esto tenía que ver con el gesto de poner mujeres en la dirección, porque además eran tres varones. En ese tiempo yo pensaba mucho en esta idea de llenar cuotas; como que a una le enoja mucho cuando la invitan porque está llenando una cuota de paridad, cuando en realidad son los hombres los que siempre han sido la cuota: ¡nunca los han invitado porque son excelentes! (risas). Yo un poco acepté a sabiendas de que era una cuota al principio, pero eso se reformó y reformuló en la medida en que mi trabajo como directora fue haciendo cosas que movían hilos. Es decir, no era solamente un cargo de pose, donde yo era la mujer que está como “el nombre” y los chicos trabajaban, si no que efectivamente era un trabajo paritario en términos de horizontalidad. La revista partió muy autogestionada y con muchas dudas, yo soy la persona que ve el WordPress, por ejemplo, y no soy hacker ni era tan seca en cuestiones de blogs. Así que ha sido mucho de ver tutoriales en YouTube, ese trabajo un poco patético que tienen a veces las humanidades y el trabajo cultural, porque lo autogestionado lamentablemente es un trabajo que no se paga y que no vale plata, por lo tanto no podemos acceder a tener software y gente que trabaje armándonos la página. Y, bueno, fue avanzando el proyecto, nos hemos dedicado a publicar artículos inéditos. Hemos tenido una preocupación fuerte por eso y también se ha reformulado el equipo. De hecho, este mutó por completo, ahora estoy trabajando con Diego Leiva, con la Catalina Estrella y con el Alcides Castro, los tres editores de Origami.
M.G. Me gusta el hecho de que sean un equipo. Me agrada la idea de la literatura colectiva, porque creo que eso es romper con la imagen que se tiene de la literatura misma, como un trabajo solitario, un ejercicio en soledad, lectura en soledad…
G.C. Ahora, volviendo al libro, el hecho de que la memoria sea la temática clave de tu libro, nace por un deseo de testificar algo, ¿no? ¿Tiene alguna relación con los temores que frecuentemente expresa Laura? Su voz es de alguna manera “polifónica”… esto es así porque acarrea los sentimientos de la madre y la abuela ¿Cómo se te ocurrió ese juego?
(…) yo quería conseguir esta idea de ensimismarse en la depresión, cuando la gente está deprimida. Había una conexión obsesiva por el adentro. El amor era un punto de conflicto para la protagonista, pero no para el relato, porque me parece que está lleno de propuestas sobre lo que podría ser el amor. El amor familiar, pero también a las ruinas, a la memoria, a los deseos, pero también a los deseos que no se cumplen. Es una lectura de los afectos, pero el amor no es algo central.
Gabriela Alburquerque
G.A. Hay una memoria familiar que a Laura se le viene encima en el momento en que ven las ruinas de la casa porque piensa quizás que la memoria es lo único que puede volver a contar la historia de quienes estuvieron allí ahora que el signo, la casa, está perdido. Ella como nieta, digamos como la más chica de esa familia, debería ser la persona que conoce esa historia, que la puede contar, y es la que la desconoce, la que no ha podido enfrentarla porque Laura además tiene un problema con su propia voz, con la idea de escucharla, con la idea de hablar, con la idea de comunicar. No le gusta el tono que tiene; dice que su voz es granulada, o sea, como un poco pesada, grumosa, no sé cómo explicarlo. Pero en paralelo a eso es una persona que tiene un murmullo interno muy fuerte. Quería contar la historia de alguien que tuviera problemas con la voz, para poder trabajar el eje temático entorno a la construcción de la voz. Así se fue abriendo inevitablemente la idea de pensar en que esas memorias siempre están contaminadas entre sí. Así como las referencias literarias contaminan mucho los textos que terminamos escribiendo, me parece que la memoria es un tipo de enigma literario. Estoy pensando en el libro En breve cárcel (1981) de Sylvia Molloy, y es inevitable para mí comparar ese libro con La pasión según G.H de Lispector, porque son dos libros que parten en una clave de recuperación de la memoria, en la idea de querer contar una historia; ambas parten con esta idea del quiero contar algo, quiero contar algo. Quiero contar algo, pero no sé cómo, no sé cómo decirlo, no puedo, no me sale, y si me sale quiero que me salga así y no de esta otra forma. Entonces este impulso de rastrear en la memoria que está presente en estas dos memorias quería que estuviera en Aviso de demolición.
M.G. Hay una frase que nos llamó mucho la atención y es la siguiente: “Amor es indagar en el cuerpo del otro sin culpa ni vergüenza alguna”. Nos pareció, por un lado, muy genuino el ejercicio de dar pinceladas de lo que podría ser el amor (romántico) en tu libro; además, pareces de alguna manera descartarlo, lo que es valiente en nuestra perspectiva, porque hablar de amor en literatura es un juego recurrente de una u otra forma ¿Cómo crees que estas representaciones surgieron y se manifiestan en tu escritura? ¿Cómo se forja esta “apatía” que demuestra Laura a lo largo del libro? ¿Esta frase es quizás vinculante con la idea del cuerpo, la casa y los antepasados?
G.A. Primero me pone muy contenta esta pregunta porque me preocupa mucho que dentro de las entrevistas que di al principio por el libro, hubo preguntas sobre la orientación sexual de Laura: que yo soy lesbiana, pero mi personaje y mi libro no hablan de relaciones amorosas ni sexuales ni afectivas. Y me parece que justamente es porque las escritoras, se supone que escribimos de nuestra vida o no podemos escribir personajes que no seamos nosotras, etcétera. Pero si fuera así también, ¿qué tiene de malo? Manuel Rojas es un claro ejemplo. Bueno, dejando de lado esto, que es un agradecimiento, yo quería conseguir esta idea de ensimismarse en la depresión, cuando la gente está deprimida. Había una conexión obsesiva por el adentro. El amor era un punto de conflicto para la protagonista, pero no para el relato, porque me parece que está lleno de propuestas sobre lo que podría ser el amor. El amor familiar, pero también a las ruinas, a la memoria, a los deseos, pero también a los deseos que no se cumplen. Es una lectura de los afectos, pero el amor no es algo central.
G.C. En la misma línea de la pregunta anterior, según la reseña de Romina Pistacchio, ese cordón umbilical que dibuja la voz narrativa y que une a las infinitas voces con las palabras y las casas, crea este “andamio arterial” que es a la vez un laberinto, un laberinto que le permite a Laura estar frente a esta hoja en blanco. Me la imagino un poco con un lápiz en la mano, que le permite, por fin, después del aviso de demolición y la destrucción de la casa, escribir(se). ¿Esta lengua íntima, responde a la heredada? ¿Es una lengua que está en contacto con esta época que se esmera por dejar atrás y que, por otro lado, no puede despojarse? Lo digo un poco porque en la literatura de los hijos se intenta negociar con el pasado de los padres, mostrar empatía, sin problematizar las relaciones. En tu caso, en específico, algo que viene con esta nueva generación, también se muestra un enojo, una herida, que impulsa a hablar. A inventarse una lengua propia.
G.A. Después de la dictadura, hubo una noción de la familia y un modo de plasmarla en la narrativa. En el caso de Alejandro Zambra, podría ser un encuentro y una comprensión a los padres, entregar un apoyo o ser un oído que escuche y una voz que cuenta, pero que no cuestiona la historia. Mientras que hay otras narrativas, por ejemplo, que interpelan y son castigadoras. Es el caso de la novela Si las cosas fuesen como son (2023) de Gabriela Escobar que interpela mucho la maternidad. Desde ahí me parece que lo que pasa con Laura, particularmente de querer comprender la historia de la madre y querer ir en contra, –quiere saber. No logra saber por qué no lo sabe– es un modo de pensar en la memoria, como algo de lo que no se puede hablar porque en la medida en que no lo hablo, estoy amando y estoy respetando tu herida. Acá lo que corre por generaciones es el silencio, es el problema con la palabra. Frente a ese problema Laura no sabe cómo decir, tiene problemas con su voz, por lo tanto, no quiere decir. Su madre tiene dudas en la boca de algún modo, y su abuela decide no decir más: llegó al punto en que se quebró su voz.
M.G. Bueno, para ir cerrando, queremos agradecerte el espacio; ha sido de verdad un agrado conocerte. Y ojalá que podamos seguir leyéndote a ti y sobre ti, ya sea en la revista, o en nuevas creaciones.
G.A. Gracias a ustedes.